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VISITANTES ILUSTRES EN SANTA CRUZ (9). Relato de Houtou de la Billardiére

Autor: José Manuel Ledesma Alonso
Publicado en el Diario de Avisos el 2 de noviembre de 2025.


De la obra Viaje en busca de la expedición de La Pérouse, por Jacques Julien Houtou de La Billardière.

La Recherche y L’Espérance

          «Partimos del puerto de Brest, en Francia, el 25 de septiembre de 1791, a bordo de las fragatas La Recherche y L´Espérance, con la doble misión de realizar investigaciones relativas a las ciencias y al comercio y encontrar el paradero de la expedición de La Pérouse, que había zarpado de Francia en 1785, y de la que no se tenían noticias desde que, el 10 de marzo de 1788, partieron de la Bahía de la Botánica (actual Sidney) y pusieron rumbo hacia las islas de Amistad o Tonga.

         Yo viajaba como naturalista, nombrado por la Sociedad de Historia Natural de París, junto a otros científicos y dibujantes.

         La primera escala la hicimos en Tenerife, donde estuvimos del 13 al 23 de octubre de 1791. La ciudad de Santa Cruz tiene una población bastante escasa, en proporción a su extensión, aunque su rada es la más frecuentada de las islas Canarias.

          Las calles están mal pavimentadas y la forma de construir la trajeron los españoles, por lo que la distribución del interior de sus casas es la misma que la que se utiliza en Europa. La mayoría de las ventanas no están acristaladas y se cierran con unas celosías que las mujeres levantan cuando la curiosidad o cualquier otro motivo las incitan a dejarse ver.

          Hay bastantes conventos de hombres y de mujeres, y una iglesia parroquial en la que abundan los dorados con una profusión propia del mal gusto y la mala elección de sus cuadros.

        En la plaza pública se halla una hermosa fuente que recibe el agua desde muy lejos por medio de acueductos de madera, a través de las montañas.

          Las mujeres ricas se visten a la francesa. Las demás se cubren los hombros con un trozo de tejido de lana (sobretodo), que resulta muy incómodo bajo un cielo tan caluroso. Se protegen de los rayos del sol con un sombrero de fieltro negro, de anchos bordes. Tienen la tez oscura y unos rasgos, por lo común, poco agradables.

          Algunos niños salían de sus casas para preguntarnos si pertenecíamos a su religión, compadeciéndonos de ellos al comprobar como el fanatismo y la intolerancia clerical ejercen aquí su peligrosa autoridad con tanto poder; sin embargo, la pluralidad de prácticas religiosas arraigadas entre sus habitantes no le impedía a algunas mujeres que fueran al encuentro de nuestros marineros con el rosario en la mano. Algunos de los que bajaron a tierra lamentarían durante mucho tiempo haberse dejado seducir por tantos encantos.

          Nos aseguraron que la isla producía treinta mil pipas anuales. Una pipa -480 litros- de vino de malvasía nos costó 120 piastras, mientras que la de vidueño nos la vendieron a 60 piastras. Hay que tener en cuenta que éste es el precio de venta a los extranjeros, pues el vidueño lo vendían en las tabernas a 36 piastras.

           La graduación del vino es muy alta, pues cuando la fermentación está muy adelantada es habitual que lo mezclen con gran cantidad de aguardientes para conservarlos. Esta circunstancia pudo haber sido funesta para uno de nuestros marinos que, en estado de embriaguez, cometió un delito muy grave contra un centinela. Nuestro cónsul, utilizando el buen nombre del que gozaba, dejó sin efecto las acusaciones ante el oficial que estaba al mando, pues el Gobernador General estaba ausente.

          Lo que obtienen por la venta de vino lo emplean para adquirir trigo, ya que la producción es escasa y este alimento es la base de su dieta alimentaria, ya que con él hacen el gofio.

         Desde Tenerife partimos con destino a Nueva Guinea, donde el capitán inglés Hunter al visto a varios indígenas con uniformes franceses, pero no encontramos indicios del naufragio.

        Nuestro viaje finalizaría, en 1793, al llegar a la isla de Java, pues los holandeses nos declararon prisioneros de guerra y nos confiscaron todas nuestras pertenencias, entre ellas las cuatro mil plantas que había recolectado, la mayoría especies desconocidas en aquellos momentos. En marzo de 1795, al ser liberados, las pude recuperar.»

 

        Jacques Julien Houtou de La Billardière (París 1755-1834). Estudió medicina y botánica en Montpellier, doctorándose en París en 1780.

         En 1800, al ser elegido miembro de la Academia de las Ciencias de Francia, se ocuparía de ordenar todas las plantas recogidas durante la expedición y editar el resultado de sus observaciones.

         Hoy lleva su nombre el cabo que forma el extremo de Luisiana, en el Sur de los Estados Unidos.

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