A un cañón
Leída por su autor en el Gabinete Instructivo de Santa Cruz de Tenerife en la noche del 27 de julio de 1885. Publicado en el número extraordinario de La Tarde del 25 de julio de 1980 y en el libro El Tigre, un cañón de a 16, de Juan Tous Meliá.
A UN CAÑÓN
En la desierta explanada
de antiguo fuerte ruinoso,
a un parapeto musgoso
la abierta boca asomada,
fiel guardián que con desvelo
el horizonte vigila,
viejo cañón se perfila
sobre el transparente cielo.
Cuando el sol canicular
todo duerme en derredor
y exhalan blando rumor
las olas al expirar,
y en el silencio de tumba
que ningún céfiro orea
ni el avecilla gorjea,
ni el alado insecto zumba,
presa de inerte pereza
ofrece en la lontananza
cierta vaga semejanza
con un león que bosteza.
En su amor a las ruinas
en él su vuelo detienen
cuando del África vienen
cansadas las golondrinas.
Y parece que piadoso,
como siempre lo es el fuerte,
él, instrumento de muerte,
muestra al bando bullicioso
ese protector cariño
peculiar del héroe anciano,
del glorioso veterano
a quien la edad hace niño.
-¡Ese hirió a Nelson!- Oí
decir un día a un soldado
y ante el bronce, entusiasmado,
descubierto, exclamé así:
“¡Ah! Si pudieras contar
lo que por ti pasó al ver
las naves aparecer
de los tiranos del mar;
el odio ardiente, mortal,
la sublime indignación
que hizo vibrar de emoción
tus entrañas de metal
cuando con furor que aterra
al audaz que te provoca
lanzó tu humeante boca
el ronco grito de guerra.
¡Qué página de la Historia
tan elocuente y grandiosa!
¡Solo tu voz poderosa
basta a cantar tanta gloria!
Cuando tus propias hazañas
al conmemorar rugiendo
despiertas con grato estruendo
los ecos de las montañas
y en tu herido seno late
ruda tempestad violenta,
dí, cañón, ¿no te atormenta
la nostalgia del combate?
¿Has olvidado qué mano
dirigió con tal pericia
los rayos de la justicia
sobre el caudillo britano?
Rompe de la edad los hielos;
Revélame tus secretos:
haz que conozcan los nietos
las glorias de sus abuelos.
¿Cómo supieron hacer
otra cosa que morir?
¿Quién les hizo resistir?
¿Quién les enseñó a vencer?»
No sé si calenturiento
presté al bronce aliento y vida;
sé que voz jamás oída
habló así a mi pensamiento:
“Cuando en horas de agonía
ante desigual combate
un pueblo que no se abate
en su justicia confía;
cuando sin ver ni contar
las fuerzas del agresor
defiende con santo ardor
lo más sagrado, su hogar,
y en su amor al patrio suelo
solo a su entusiasmo escucha,
no puede a la incierta lucha
ser indiferente el Cielo.
Y al exponer resignado
su noble pecho desnudo,
cubre un invisible escudo
al valeroso soldado
que de su deber en pos
va con aliento divino.
¡Si fuera ciego el Destino
no sería justo Dios!
No dirigió experta mano
sino Dios, que al bueno inspira
la centella de su ira
sobre el caudillo britano.
Y si en guerra no buscada
torpe legión invasora
blandiese amenazadora
sobre estas rocas su espada,
no temas cobardes duelos.
En respuesta de sus retos,
yo recordaré a los nietos
las glorias de sus abuelos.»
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