Meditación del 3 de Mayo
Autor: Víctor Zurita Soler
Publicado en La Tarde el 3 de mayo de 1967
Y todo empezó por la playa de Añaza, ese todo que se llama historia y españolización. Tenía que ser así porque a las tierras de ley se entra por la puerta grande y no otra cosa que el luminoso portalón de Tenerife es nuestro Santa Cruz. Por entonces el mar era continua amenaza, se dibujaban en el horizonte con desgraciada frecuencia las velas enemigas. Los pueblos isleños se asentaron tierra adentro, y en la Vega de Aguere, entre mares de rubias espigas, La Laguna, ordenancista y clerical, se despliega sobre su clásico patrón urbanístico al tiempo que su Cabildo rige y gobierna con buen tino.
Santa Cruz se quedó solo con el mar y su riesgo, recibiendo a las naves amigas, gran posada atlántica para las carabelas de la ruta americana, ganando temple y heroísmo entre tufaradas de pólvora y flores de sangre. Su incierto perímetro se ajusta a las necesidades bélicas, todo se sacrifica a su condición de plaza artillada, trazado, porte, belleza… Se siente martillo y cabeza, y los enemigos también lo saben. De aquí que, como dijera Tomás González, los más serios intentos de conquistar Canarias no se fueron por las ramas, sino que apuntaron directamente a la cabeza: Santa Cruz de Tenerife.
Ciudad militar y lindera con el mar fue cuna de una nueva clase dinámica y emprendedora formada por capitanes de la Carrera de Indias, comerciantes y armadores. Ciudad residencia de los Capitanes Generales se gana por su espíritu liberal la simpatía del Ejército, el motor progresista de los siglos XVIII y XIX, y en rápida ascensión gana tres cabezas de león para su escudo, trofeos de otras tantas resonantes victorias, el título de Ciudad y el más alto de Capital de Canarias.
Al tiempo que decrece el peligro del mar, se demuelen fortines y murallones para dejar paso a jardines y avenidas ribereñas, crecen sus muelles y la ciudad gana en rango y belleza. Los alcaldes y regidores de aquel Ayuntamiento encuentran la más decidida ayuda en los Capitanes Generales para la consecución de importantes obras públicas: el abastecimiento de aguas del General Morales, el edificio de Capitanía y el Hospital del General Weyler, la Plaza de España y la Barriada de Somosierra del General García Escámez, son otros tantos ejemplos de la preocupación que la mayor parte de las primeras autoridades militares han sentido por el engrandecimiento de Santa Cruz. Preocupación que no termina aquí, sino que se prolonga con gestiones entusiastas y fecundas para frustrar las campañas de desposeimiento que ha tenido que sufrir Santa Cruz, en su presencia personal, presidiendo y otorgando rango regional a nuestras principales celebraciones cívico-religiosas. En fin, siendo tinerfeños de ley.
He aquí la historia ininterrumpida de un Tres de Mayo fundacional hasta nuestros días, la de una ciudad castrense y comercial que ha sido, es y será siempre la capital militar del Archipiélago, porque tal condición no la ganó al precio del favor y el privilegio, sino por su condición heroica que se refleja en ese título de Invicta que acompaña a los de Noble, Leal y Muy Benéfica.
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