El guante inservible

Por Enrique Roméu Palazuelos  (Publicado en El Día el 17 de agosto de 1997).

 

          ¿Quién lee con satisfacción versos, artículos o libros? Nadie dudará de que es el que los escribió. Por varios motivos y consecuencias. Para mejorarlo o corregir y tal vez para echarlo al cesto de la basura. Correcta actuación de persona sensata. Opuestamente, otro vanidoso y engreído exclamará: “¡Mecachis, qué listo soy! Esto, ni Cervantes…” La vanidad oscurece el razonamiento. ¡Mea culpa! Lo confieso contrito. Difícil es la humildad comprensiva. Pero… (ahora va a intentar disculpas, pensará alguien), pues ¡sí!... pero en ocasiones he releído mis escritos por necesidad. "Largo es el camino a Tipperary", cantaban los soldados ingleses de la primera guerra europea y ya comenzaba yo a hacer “pinitos” literarios. ¡Mea culpa! Por lo cual, y si además conservo las pruebas de mis delitos, estoy en la necesidad de rebuscar entre ellas, para evitar repeticiones, cuando exprimo la materia gris de mi mollera para sacar adelante alguna de mis quisicosillas. Porque pienso ¿no habré hecho algo ya, sobre esto? ¿No será demasiado esto otro?

          Este justificativo alegato viene a que, acabada la serie que sobre la batalla de Tenerife y sus hazañas ha publicado El Día (amabilidad y gratitud), después de la serie nelsoniana, mitad historia y la otra, lo que pudo ser, pensé si entre los montones de papeles que guardo estaría algo que acerca de Nelson, manco de Tenerife, imaginé antes. Lo busqué y lo encontré.

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          Digresión oportuna. ¿Sería interesante relacionar a dos famosos mancos? El de Lepanto y el de Tenerife. Batallas navales las dos y victorias de España: Miguel de Cervantes y Horacio Nelson. Ahí queda la idea.

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          Acabé mis interpretaciones con la breve conversación de dos frailes que si bien con poco digna réplica cocineril de uno, caía sobre la sospecha del otro acerca de la caballerosidad del general Gutiérrez. ¿Qué escribí yo más de treinta años hace sobre el otro general?

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          Vuelvo años atrás y leo con satisfacción lo que escribí. Que me mantiene en la seguridad del decir italiano: “Si non é vero, é bien trovato”. Si no es verdad, está bien contado. Si no fue así, ¿por qué no pudo ser? Me resultó lógico, sentimental y amable (¡cómete flores, pavo!). Lo resumo.

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          Emma Hamilton, amante de Horacio Nelson, recibe un paquete de manos de un mensajero apresurado. Está ella en la casita campestre, cercana a Londres. Inquieta, deshace con sus manos, “blancas y bellas manos”, las cintas y papeles y saca linda caja de fina madera laqueada. ¿Qué habrá dentro? Pues una carta con sobrescrito de mala caligrafía, como hecha con esfuerzo, un guante, de blanca piel de cabritilla y sobre el fondo de raso de la caja algunas piedrecillas, de las que las olas del mar redondean y pulen. ¡Extraños obsequios! ¿Por qué es rara la letra, que se parece a la de su amado Horacio y el guante, uno, para mano de hombre y de la diestra? Los guijarros tienen claro símbolo, el mar. Se acomodó la mujer sobre un canapé. No se atreve a leer la carta. La caja y el guante han quedado en su regazo. Atardece. Cae sobre la campiña un suave crepúsculo otoñal. Temerosa, inquieta, la encontrará la sirviente, que le avisa la hora de cenar.

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          No quería Emma Hamilton conocer algo que bien conocían y celebraban desde el 25 de julio anterior, conocían y celebraban en Santa Cruz de Tenerife. La humillante derrota de su querido y orgulloso Horacio y aún más con la pérdida de la mano derecha.

          Este suceso memorable, del que ahora se señalan doscientos años, es lo que vale. Que Horacio Nelson realizara gestos románticos y sentimentales, o que a mí se me ocurriese imaginarlos, carece de importancia. Lo válido es la victoria de Tenerife con la consecuencia de un guante inservible.

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