Entre el silencio y el temor

 

Por Enrique Roméu Palazuelos  (Publicado en El Día el 24 de julio de 1988).

 

          Aquello debió de ser de una grandiosidad que es hoy muy difícil de comprender. Ni mucho menos un juego de niños, sino una lucha cruel para salvar a la patria. Los cañones de Paso Alto, de San Miguel, de Santa Teresa, del castillo de San Cristóbal habían dado enérgica respuesta a los del Theseus, del Sea Horse y demás navíos ingleses; el cúter Fox estaba entrando en el mar, hundiéndose en él, con los 34 cañones y trescientos soldados y marinos que llevaba, y el jefe de los invasores, el celebrado contralmirante Nelson, yacía en un camarote del Theseus, donde un cirujano le estaba cortando con un serrucho los huesos del brazo que había malbaratado una bala española. Fracasado el desembarco, la lucha estaba ahora en las callejuelas a donde habían podido llegar unas lanchas inglesas que desembarcaron por la Caleta y el barranco de las Carnicerías. Unos mandados por Troubridge y los otros por Samuel Hood, pero estaban siendo acorralados en aquellas calles oscuras que no conocían. Este espacio de tiempo ha sido calificado como la hora del silencio...

          Después de varias escaramuzas en las que los ingleses llegaron a apoderarse del convento de Santo Domingo, la batalla tocaba a su fin con la derrota pregonada de los invasores. Estas horas del silencio, del desconcierto y de la meditación tienen sin embargo una música maravillosa, como una sonata trágica y triunfal.

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          ¿Y el pueblo? No había yo encontrado en ninguno de los muchos historiadores y glosadores de la batalla de Santa Cruz de Tenerife, contra los ingleses, en julio de 1797, la más pequeña relación de la actitud de los no combatientes, de las familias, las mujeres y los hijos de quienes empuñaban las armas para defender la población. Porque en todas las guerras hay una víctima en potencia, unos seres para los cuales están reservadas las peores circunstancias.

          Y cuando estoy trabajando en una conferencia sobre este tema, llegan a mis manos unos documentos, de los que ya he dado alguna referencia, y son los que Eduardo Tacoronte y Aguilar ha regalado a la Económica. Los voy mirando, regocijándome con alguna de sus noticias, y de pronto paso a unas hojas escritas a máquina; en la primera de ellas leo el título: “Diario de lo acaecido en Santa Cruz de Tenerife con motivo del ataque de la escuadra inglesa del vicealmirante Nelson, los días 22 a 27 de julio de 1797”. ¡Sorpresa! No me cabe duda de que esta descripción procede de algún testigo presencial de los hechos, quizás de don Juan Aguilar y Fernández... Hay tiempos de verbo, “vimos, oímos” y expresiones como “los que veíamos aquello...” que no dejan duda de que el que escribió aquel diario, que fue recopilado incompleto por un curioso, estuvo en julio de 1797 en Santa Cruz de Tenerife y presenció la batalla. ¡Lástima que la relación esté inacabada!... Y es en ella donde encuentro la reacción del sufrido pueblo de Santa Cruz, ante la presencia de la poderosa  flota inglesa... Las mujeres y los niños huyen a La Laguna y llevan sus enseres. Es lo normal. Voy a copiar solamente un párrafo de este hallazgo:

               “A las 12 de la mañana poco más o menos tocó al arma la plaza por tres cañonazos por haber avistado una escuadra... incontinenti se juntó la gente, se reforzaron las baterías y se despacharon órdenes a los Coroneles de la isla de acudir con sus tropas…  Las Oficinas de Contaduría, Tesorería, Tabacos y Correos, marcharon a La Laguna. Los comerciantes desalojaron los almacenes de la Aduana, y todo el que pudo procuraba poner en salvo sus familias y caudales de forma que no se veía otra cosa, que bestias cargadas de muebles y familias, llegando a escasear tanto los animales que se llegó a pagar hasta cinco pesos por un burro y 20 pesos por una carreta, para la Ciudad, formando un espectáculo bien particular en ver tanta gente en los caminos, unos a pie y otros a caballo, cofres. colchones, cajas., cajones, fardos, etc… Aquí fue donde se vio salir las señoras más delicadas y que andar una calle las incomoda, caminar para La Laguna con los hijos de las manos, otros en brazos, sin más ceremonia que el de escapar, y justamente en un día que parecía se había el sol extremado en manifestar sus rayos para abrazar al mundo. Hubo señora que pidió el Santo Óleo a medio camino, verdaderamente era escena bien lastimosa.”

          Escena bien lastimosa en verdad, pero lógica y normal en cualquier acción de guerra. La concisa narración del testigo de aquellos hechos nos da un dato más que pone de manifiesto el caos que debió existir en Santa Cruz de Tenerife a la vista de la escuadra inglesa. Una situación que era fácil imaginar, pero de la cual tenemos ahora unos datos ciertos y concretos, los burros a cinco pesos y las carretas a veinte, que son el trasfondo del tapiz que nos va desvelando las luces y las sombras de aquellos sucesos.

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