Escaseces y abundancias (Retales de la Historia - 48)
Por Luis Cola Benítez (Publicado en La Opinión el 18 de marzo de 2012).
También podría titularse este Retal “una veces por mucho y otras por poco”, aunque lo más frecuente era lo segundo y no lo primero. Ya decía el máximo historiador de nuestra ciudad, el recordado profesor Cioranescu, refiriéndose al menos a los cuatro primeros siglos de su existencia, que en lo único que había sido rico Santa Cruz era en pobreza.
Era por entonces alcalde real don Francisco Javier de Lima Pereira y Ocampo, que ya veremos que no paraba demasiado en legalidades. Es curiosa la coincidencia de su primer apellido con la arribada de un navío que trajo la noticia de que la ciudad de Callao de Lima, con la que Santa Cruz mantenía frecuentes contactos, había quedado destruida el año anterior de 1746 como consecuencia de un terremoto que produjo una enorme subida del mar que arrasó el rico puerto peruano. Fueron más de 6.000 las víctimas, salvándose sólo unos pocos centenares de sus habitantes subidos a parte de las murallas de la ciudad, y -tal vez no sea casual- es por estos años cuando aparece por primera vez el nombre de Callao de Lima en una calle de nuestra población.
Estos hechos coincidieron con una época de extrema escasez de subsistencias, consecuencia de una asoladora sequía que se prolongaba en el tiempo y de una epidemia de lo que entonces se llamaba “dolor de costado”, mal que había causado numerosas víctimas en la España peninsular. La situación era tal que a la llegada de unos barcos con trigo y millo, el Cabildo comisionó a dos de sus regidores para poner orden en el reparto entre el pueblo, y muchos dormían en calles y plazas para ser de los primeros. Lo malo era que el alcalde Lima Pereira entraba en los almacenes por la noche para sacar trigo para sus amigos e intereses, con merma de la cantidad a repartir entre el pueblo. Esto originaba grandes protestas y poco faltó para que se originara un motín. El millo llegó a pagarse a veintiún reales de vellón y el trigo a más de treinta.
A la llegada de un barco con grano de las otras islas, las gentes de muchos lugares se dirigieron a Santa Cruz y la muchedumbre era tal que, según dice Ancheta, “ni en tiempo de rebato puede ser tanto qe. [en] las calles no cabían”, añadiendo que “ay en esta isla la mayor falta qe. los nasidos an bisto”.. Faltaba de todo: cereales, garbanzos, judías, ajos, carne, huevos, fideos, papas, calabazas, que no se encontraban ni ofreciendo doblones, y lo mismo pasaba con el pescado salado, que el poco que llegaba no lo vendían sino cambiándolo por pan. Y nos pinta el cuadro el regidor Ancheta, cuando dice: “La jente anda en prosesiones por las calles buscando qe. comer unos y otros a ver si ay qe. comprar”. La situación era de tal gravedad que hasta se autorizó a comer carne en la Cuaresma a los que dispusieran de ella, y fue en aquel año cuando por primera vez se prohibió sacrificar reses en los patios y huertas de las casas, obligando a hacerlo en la casa de la carnicería.
La sequía, la escasez y el hambre se prolongaron durante meses, y es de suponer que el Cabildo había informado a la Corte de la angustiosa situación que aquí se vivía, cuando el rey ordenó que desde Cádiz se embarcara la mayor cantidad posible de trigo para la isla. En junio llegó una balandra con 1.600 fanegas y, poco después, cuatro más, haciendo un total de más de 5.000 fanegas. Aunque parezca una situación de sainete, esta abundancia creó un serio problema al no encontrarse lugar apropiado para almacenar tal cantidad de grano y, llenos los locales y lonjas que pudieron habilitarse, se recurrió a amontonarlo en las calles cubierto con esteras, y es de suponer que con la necesaria vigilancia, bajo los balcones de la calle de la Aduana y otros lugares próximos al embarcadero de la Caleta. Imaginamos que los ratones estarían de enhorabuena, pero quedaba claro que una veces por poco y otras por mucho.
Pocos años después, cuando en 1762 se declara la guerra con Inglaterra y Portugal, el principal motivo de la escasez de alimentos no era la sequía y las malas cosechas, sino la presencia de navíos ingleses en las aguas de las Islas dispuestos a apresar los barcos, tanto los que venían de la Península o de Mogador con trigo como los del tráfico interinsular. Hay que recordar que Santa Cruz se proveía frecuentemente de productos procedentes de Gáldar y Puerto Sardina, pues el estado de los caminos del interior de Tenerife era tan lamentable que no sólo se encarecía el transporte, sino que se tardaba más de un día para que llegaran a los almacenes y puntos de venta, mientras que los enviados desde Gran Canaria estaban en el puerto a la mañana siguiente. A veces, en épocas de gran escasez, también era necesario controlar alguna forma de exportación clandestina, como en el caso de los barcos que iban a los puertos de América, que bajo el aparente motivo de suministrarse para la manutención de tripulación y pasajeros, embarcaban mayores cantidades de alimentos para su negociación.
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