Bernabé Rodríguez Pastrana (1824-1892)

 

Paradigma de honradez política

Por Luis Cola Benítez   (Publicado en La Opinión el 14 de noviembre de 2003)

 

          Resulta curioso, y también algo triste, el hecho de que a este relevante personaje de nuestro no tan lejano pasado se le ignore por parte de muchos de sus compatriotas, algunos de los cuales sólo lo relacionan vagamente con la pequeña calle de nuestra capital que lleva su nombre. Calle, en verdad pequeña, que no hace justicia a la grandeza de su personalidad.

          Nuestro siglo XIX  fue pródigo en figuras públicas de diversa ideología, que dejaron profunda huella en la sociedad tinerfeña por su patriotismo, por su desinteresada entrega a la comunidad, por sus inquietudes culturales y de progreso y por su contrastado afán de elevar en todos los sentidos la calidad de vida material, espiritual e intelectual de sus conciudadanos. A muchos de estos hombres beneméritos no se les ha hecho justicia por las generaciones que les han seguido y generalmente después de distinguirlos, en algunos casos dedicándoles una calle a título póstumo, han caído en el olvido. Llama la atención la cantidad y calidad de estos personajes, a poco que nos detengamos en ellos y en sus trayectorias.

          Citando sólo a unos pocos, Nicolás y Patricio Estévanez, Miguel Villalba Hervás, el Marqués de la Florida, Elías Zerolo Herrera, Eduardo y Antonio Domínguez Alfonso, José Manuel Pulido, Ireneo González, Anselmo de Miranda, Gabriel Izquierdo Azcárate, Rafael Calzadilla, Imeldo Serís, Juan de la Puerta Canseco, José D. Dugour, Valentín Sanz y Carta, Diego Guigou y Costa, Ramón Gil Roldán y Ríos, Emilio Serra y Ruz, Manuel de Cámara, José Suárez Guerra, Diego Costa y Grijalba y tantos otros, la mayor parte de los cuales aglutinaba y prestaba su aliento a aquella señera e irrepetible sociedad cultural santacrucera que se llamó el “Gabinete Instructivo”. Uno de estos hombres, de los más singulares, fue Bernabé Rodríguez Pastrana, ferviente patriota y uno de los más claros referentes del republicanismo tinerfeño del XIX.

          Su primera actuación pública, con 32 años, tuvo lugar como alcalde constitucional de su villa natal  Santa Cruz de Tenerife, cargo para el que fue designado en dos ocasiones más, 1868 y 1870, aunque en estas dos últimas etapas su labor se vio difuminada por diversos avatares relacionados con su salud, con otros proyectos políticos y por su total dedicación a la que fue su gran obra social en favor de la comunidad, a la que entregó sus recursos y, sin duda, sus últimos alientos. La etapa final de su existencia, nada menos que veinte años,  sorprendentemente transcurrió alejada de la política activa.

          Pero volvamos a 1857, fecha de su primer mandato municipal, aunque ya había sido segundo teniente de alcalde en la corporación anterior que presidía Lorenzo Tolosa y Marín. Es cierto que dispuso de un equipo de lujo, algunos de cuyos miembros serían o habían sido también alcaldes de la villa: Pedro Bernardo Forstall –que ya lo había sido y que le sucedería en el cargo-, Juan de Aguilar y Fuentes, Juan García Álvarez, Luis Candellot y Luis Segundo Román y Elgueta. Pero también figuraban entre los regidores nombres de tanto prestigio, entre otros, como Agustín E. Guimerá, Félix Soto, Pablo Cifra, Juan Ballester, Nicolás Alfaro, Cirilo Truilhe, Juan La Roche y Siera.

          Pero la gran obra personal como alcalde de Bernabé Rodríguez fue, sin duda, la Plaza del Príncipe, la romántica alameda de Santa Cruz. Lo habían intentado otros antes que él, pero la adquisición del terreno de la que había sido huerta del convento franciscano era un sueño imposible de alcanzar para un ayuntamiento que hasta pocos años antes no disponía de  sede propia, viviendo de prestado en casas alquiladas o eventualmente cedidas, cuyas ventanas tenían los vidrios rotos, el tapizado de los bancos de la sala consistorial se caía a pedazos y que poseía una araña de cristal en el salón gracias al generoso donativo de una vecina distinguida. La idea inicial fue del alcalde Juan de Matos y Azofra en 1822 y, al año siguiente, uno de aquellos gobernadores que aquí nos llegaban, decidió hacer allí un mercado, lo que no fue posible, en esta ocasión afortunadamente, por la razón de siempre, es decir la falta de fondos. Por la misma razón Bartolomé Cifra, gobernador interino en 1848, tampoco pudo comprar la anhelada huerta, e igualmente le ocurrió a José Luis de Miranda en 1854, que llegó a entablar tratos con el propietario Gabriel Pérez, sin resultado positivo. Tuvo que llegar don Bernabé, que no disponía de más dinero que sus antecesores, pero que, por lo visto sí tenía más valor y mejores dotes negociadoras, para cerrar el trato por un precio de 90.000 reales. Se reunió el dinero con aportaciones de los vecinos y echando mano a cuantos recursos pudo agenciar la alcaldía. Don Bernabé puso 4.000 reales de su bolsillo y varios anticipos que nunca reclamó, así como algunos de sus concejales. Pero no bastaba con ser propietario de la huerta, pues había que habilitarla como paseo público sobre un proyecto del arquitecto municipal Manuel de Oráa,  y ese trabajo también representaba importantes cantidades. El gobernador civil y comandante general Narciso Atmeller colaboró destinando presidiarios para los trabajos, a los que se les daba una módica retribución, y más tarde soldados que se prestaban a lo mismo. Por otra parte, se consiguió que para las obras del muelle se aprovechara gran cantidad de piedra que se sacó de allí, en lugar de hacerlo de otro lugar, evitando lo que hubiera representado el gasto por este trabajo.

          Hubo comentarios sobre las obras y don Barnabé, susceptible y celoso de su buen nombre, publicó unos exhaustivos estados de cuentas en los que quedaba totalmente claro el uso y destino de cada real y, casi, el costo de cada piedra o ladrillo movido o colocado. El 8 de diciembre se derribó el muro Norte de la huerta y, habiendo llegado tres días antes la fragata de guerra Berenguela con la noticia del nacimiento del que luego sería rey Alfonso XII, se decidió llamar a aquel incipiente recinto público “Alameda del Príncipe de Asturias”. El 28 de octubre de 1858 se inauguró oficialmente la plaza, aunque aún no estaba terminada y, cuando ya había cesado en su mandato, el alcalde José Luis de Miranda y Sánchez recogió los frutos de su antecesor. Lo mismo ocurrió con la solicitud del título de Ciudad, iniciado por Rodríguez Pastrana en 1858, cuya concesión no llegó hasta mayo del año siguiente, y con la solicitud al gobierno para que no se dividiera la provincia como consecuencia de la ley de 1852, petición que tendría éxito el 12 de febrero de 1858, cuando acababa de dejar la alcaldía.

           En 1868, año de la “Gloriosa, fue vicepresidente de la Junta Suprema de Gobierno de Canarias, presidió el Partido Republicano Tinerfeño, fue más tarde diputado provincial  y representó en Madrid al Comité republicano federal de Canarias. En 1869 presentó su candidatura en las elecciones a Cortes, en las que, siendo derrotado, fue el candidato que más votos obtuvo en Santa Cruz. Con este motivo hizo público un manifiesto en el que señalaba de forma clara y contundente su aspiración de servir a su ciudad natal y cuál era el ideario de su actuación en la política. De este escrito hay que señalar una frase decisiva, promesa realizada con toda solemnidad, que hoy debería hacer meditar a muchos, y que define exactamente la categoría moral del personaje: jamás optaré a destino alguno retribuido, ni lo aceptaré por elevado que sea.

          La gran obra social de don Bernabé, la “Asociación de Socorros mutuos y Enseñanza gratuita”, comenzó a tomar forma en 1869, fue cerrada por orden gubernativa y su presidente deportado en unión de otros demócratas por el gobernador civil, destierro que no cumplió por no haber sido posible encontrarle. En 1872, al amparo del ya citado “Gabinete Instructivo, se aprobaron los estatutos de la Asociación, y las obras del edificio comenzaron el año siguiente. En este empeño se dejó don Barnabé sus caudales y su vida, fiel hasta el final a su pensamiento, en una sociedad de elevadísimos índices de pobreza y analfabetismo, que queda reflejado en esta frase de uno de sus escritos: "...desterrar la ignorancia y arbitrar medios para hacer menos dura la suerte del pobre, es un deber de todo pueblo civilizado." 

          El edificio tardó cerca de treinta años en poderse terminar. Allí estuvo la Institución de Enseñanza, el primer Instituto de 2ª Enseñanza de Santa Cruz, la Escuela de Artes y Oficios, las enseñanzas de Bellas Artes... y ahora, en manos municipales y con apremiante necesidad de restauración, parece que no se tiene claro qué destino darle, mientras que nuestras instituciones académicas de más alto rango, Bellas Artes, Medicina y Ciencias, esperan respuesta a su ya antigua solicitud de que le sea cedida la parte noble del edificio para establecer sus respectivas sedes, solicitud a la que pasan los años y no obtienen respuesta.

          Bernabé Rodríguez Pastrana falleció el 15 de mayo de 1892 y su sepelio constituyó un impresionante y doloroso acontecimiento en el que participó la mayor parte de la población. Desde su domicilio en la calle de la Luz –hoy Imeldo Serís- el féretro fue trasladado hasta la plaza de la Constructora –actual de Ireneo González-, en la que recibió un primer homenaje, luego por Pilar y Adelantado a la plaza del Príncipe, su gran obra, donde por segunda vez se le rindieron honores ciudadanos, lo que también se hizo, por parte del Círculo de Amistad, cuya presidencia había ocupado en dos ocasiones, al llegar a la plaza de la Iglesia.

          Tres días después, el Ayuntamiento, presidido accidentalmente por José Calzadilla y Quevedo, acordó poner su nombre a la antigua calle de la Unión, lateral al edificio de la institución de sus desvelos.