Epílogo al libro de José Méndez Santamaría "A Los Rodeos voy... (I)"

A cargo de Emilio Abad Ripoll

 

Epílogo… que no lo es tanto.

          Y digo que estas líneas no son un epílogo, es decir, según los diccionarios “una conclusión o remate de algo escrito o realizado”, porque, como en varias partes de su obra expresa mi buen amigo D. José Méndez Santamaría, su trabajo no está aún terminado, en ocasiones por falta de documentación y en otras porque la memoria no es tan fiel como debiera.

          Por tanto, la obra no está “concluida”, pero supone una impresionante fuente de datos para que alguien (el propio autor u otro investigador) continúe ahondando en determinadas parcelas de esta apasionante historia de las Milicias Universitarias. Y tampoco por el presente libro se “remata” esa historia, porque aún perviven en todos los que vestimos, o hemos vestido, el uniforme militar, los recuerdos de una hermosa época de nuestras vidas.

          Yo no fui profesor en los Campamentos de las Milicias Universitarias, como muchos de mis compañeros y amigos cuyos nombres se recogen en las páginas que acabamos de leer, pero tuve la suerte, y el honor, de mandar directamente, como Jefe de una Batería durante unos cuatro años, a muchos Oficiales y Suboficiales procedentes de cualquiera de los centros de formación castrense para universitarios que existían en nuestro país. De ellos, sin excepción, he de alabar su espíritu de superación y su interés por igualarse, en el comportamiento diario del cuartel y en el extraordinario que suponían los Ejercicios Tácticos y las Escuelas Prácticas de Artillería (o ejercicios de fuego real), a los “profesionales”, afán que llegaba a veces al mimetismo en la forma de mandar o de actuar y comportarse.

          Es indudable que aquellos chicos habían aprendido muchas cosas de la Milicia y de los militares durante su estancia en los Campamentos, pero el choque emocional y existencial de la llegada a las Unidades era muy fuerte. Allí se encontraban, por primera vez en sus vidas, con la responsabilidad que encierra el Mando, ante una Compañía, un Escuadrón o una Batería formada por un centenar de muchachos, más o menos de su misma edad, a los que no bastaba para ganárselos con enseñarles a obedecer de manera automática las voces reglamentarias que ellos mismos habían aprendido en Los Rodeos o en La Granja. Había, y además eso era lo importante, que “convencer” con el ejemplo y el buen hacer. Y a fe que, en la mayoría, en la gran mayoría para ser mas exactos, de las ocasiones, lo conseguían.

          Pero además, aquellos jóvenes universitarios aprendieron otras cosas, entre ellas, la principal y fundamental, a conocer el verdadero pueblo español. Ellos, hasta aquellos momentos en que franquearon las puertas de su Regimiento, se habían “rozado” con personas con sus mismas ilusiones, su mismo nivel cultural y, en muchos casos, social, pero ahora conocían de primera mano la verdadera realidad cultural y social de sus compatriotas. Y, claro, se integraron de corazón en aquella hermosa labor, de la que tan poco se habla hoy en día, de mejorar a aquellos, muchos, de sus soldados o artilleros que lo necesitaban. Y codo a codo con los profesionales de la Milicia, de la Activa o de la Auxiliar, que bien poco importaba, enseñaron a leer y escribir a los analfabetos, escolarizaron a otros, dieron clases de conductores y hasta participaron en los esfuerzos de la lamentable desaparecida Promoción Profesional en el Ejército, a la que ahora se está echando en falta en las Unidades para ofrecer un buen futuro a los militares de tropa profesional. Y, a la vez, aprendían y enseñaban a manejar el armamento, los vehículos o el material con el que, si llegaba el caso, habrían de defender a la Patria.

          Cuando meses después de su llegada al Regimiento, convertidos ya en verdaderos Oficiales y Suboficiales se despedían de nosotros, en el apretón de manos, en el abrazo y, sobre todo, en los ojos, que en más de una ocasión se velaban (¡la culpa siempre era del sol o del viento!) se reflejaba que se había establecido un irrompible lazo de amistad y camaradería entre los hombres que permanecían en las Unidades, siguiendo el destino que eligieron un día, y los que se reintegraban a la vida civil, en muchos casos para alcanzar puestos de responsabilidad en nuestra Sociedad.

          Y, porque aquellos lazos se mantienen, estas letras mías no pueden ser un epilogo. No cerramos nada con la última página de este libro, antes al contrario seguimos en el empeño de trabajar, cada uno en su esfera, con la misma ilusión con que, cuando teníamos poco mas de veinte años, juntos, universitarios y militares confundidos por el mismo uniforme, todas las mañanas, en Los Rodeos, o en cualquier otro rincón de la geografía hispana, veíamos izarse y ondear al viento la Bandera de nuestra Patria.

          Por todo ello, este libro de D. José Méndez Santamaría es, a la vez, memoria de un hermoso período y acicate para que no cejemos en la búsqueda de una mayor unión entre la Sociedad y sus Ejércitos.

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