Presentación del libro de Juan Tous Meliá "El Tigre. Un cañón de a 16. Historia y leyenda"

A cargo de Emilio Abad Ripoll (Sala de Conferencias del Centro de Historia y Cultura Militar, Almeyda, Santa Cruz de Tenerife, el 29 de noviembre de 1999).


          Creo que cuantos de ustedes hayan pasado por este cáliz de presentar un libro, estarán de acuerdo conmigo que es no es fácil hacerlo cuando a uno le unen lazos de amistad, fraguada a lo largo de muchos años, con el autor. Entonces, como me ocurre hoy, la labor es un poco más difícil, pues quizás para que nadie pueda creer que ese afecto influye directamente en la opinión que merezcan al presentador el libro y quien lo engendró, se empalidecen matices del cuadro, en detrimento de su verdadera valía. Espero que no me ocurra eso y mis palabras sean capaces de reflejar el concepto que del Coronel D. Juan Tous tiene quien les habla y lo que, de corazón, me ha parecido el libro.

           Juan Tous me hizo el honor de ofrecerme la presentación, basándose en dos puntos que él consideraba importantes: mi condición de militar y artillero -relación obvia con un cañón- y el que ya lleve veinte años recién cumplidos residiendo en Santa Cruz, lo que me hace sentirme chicharrero por los cuatro costados y, por tanto, consciente de lo que el Tigre ha significado para la historia de nuestra ciudad. Para mí, sin embargo, el punto fundamental para aceptar ha sido el ser amigo, y admirador, de Juan Tous. De  modo, Juan, que muchas gracias por el honor que me has hecho.

          Antes de nada, quiero agradecer a cuantos han colaborado de alguna forma en la aparición del libro, como editores, coeditores o patrocinadores, y especiales a la Tertulia de Amigos del 25 de Julio. Gracias, por tanto, al Organismo Autónomo de Cultura del Excmo. Ayuntamiento de Santa Cruz de Tenerife, al RAMIX 93 y a los patrocinadores : Cámara de Comercio, Industria y Navegación, Compañía Auxiliar del Puerto S.A., Asociación de Consignatarios del Puerto, Canarias Explosivos S.A. y Harinera de Tenerife S.A. No quiero olvidar tampoco a los maquetadores, Ulises Ramos, Manuel Soto y Raúl Pío Bustos, ni a Fotomecánica Contacto, encargada de la preimpresión y Producciones Gráficas, de la impresión y encuadernación.   Gracias, como santacrucero, porque hoy se enriquece un poco más el acervo cultural de nuestro pueblo.

          Tras este preámbulo les diré que voy a dividir mis palabras en tres partes: La primera estará dedicada, como es obligado, al autor. La segunda, al libro, que para eso están ustedes aquí. Y la tercera a hacer unas consideraciones personales en voz alta y a concluir.

          Al empezar a pergeñar lo que les iba a contar de la biografía de Juan Tous, me vinieron a la mente, quizás por reminiscencias de antiguos destinos en Andalucía, unos versos de una sevillana que decían: ”Que le digo yo a Sevilla, que no le haya dicho nadie”. Pues bien, variándolos ligeramente, puedo comenzar diciendo que “Que digo yo de Juan Tous, que no le haya dicho nadie”. Y es que, sin salirnos de este mismo mes que estamos terminando, he oído hablar, y muy bien, de él en el Ciclo de Fortificaciones en Canarias que organizó el Centro de Historia y Cultura Militar muy recientemente, y en el que varios conferenciantes alabaron la labor investigadora y editora de Tous. También en la presentación de un libro editado por el Centro de Historia y Cultura, el Rector Magnífico de la ULL tuvo admirativas palabras de elogio para el Coronel Tous por su participación en dicho libro. Y hace pocos días ha regresado de Madrid de recoger, y van tres, -a ver quien puede decir eso en España- un premio nacional de edición, en cuyo acto imagino que se verterían también laudatorios conceptos hacia su persona y su obra.

          Pero la tradición obliga, y debo decir que Juan es mallorquín, y, como todo el mundo sabe, enraizado, por mor de un feliz matrimonio con María Luisa Fajardo, en La Laguna.

          Ingresó en la Academia General Militar en 1959, formando parte de la 18 Promoción de la 3ª Época de la General y, por su condición de artillero, de la 251 Promoción del Arma.

          Ha estado destinado en Las Palmas, Tenerife, Jerez, San Roque, Madrid, Zaragoza y, otra vez, en Tenerife, repartiendo en esta última etapa sus destinos entre la desaparecida 5ª Zona de la IMEC, el RAMIX 93 y el Museo Militar Regional.

          Sus principales Cursos y Diplomas Militares son el de Especialista en Sistemas de Dirección de Tiro y de Detección y Localización de Objetivos, que en nuestro "argot" artillero conocemos como el Curso de Electrónica, Diplomado como Oficial Táctico de Misiles Antiaéreos Hawk y Programador de Informática Militar.

          Por lo que se refiere a títulos civiles es Licenciado en Ciencias Químicas y tiene el Certificado de Aptitud Pedagógica.

          De su carrera quiero destacar tres momentos. El primero es el que supone la realización del Curso de Electrónica y su casi inmediata incorporación al Grupo de Misiles Hawk. Y destaco ese período de su vida, porque en aquellos momentos suponía el incorporarse a un paso trascendental que estaba dando nuestra Artillería, y con ella no sólo el Ejército de Tierra, sino nuestras Fuerzas Armadas: el salto cualitativo del empleo de los misiles.

          Otro período que quiero destacar en su vida es el de sus ocho años de profesorado en la Academia General Militar, donde impartió clases de Topografía y en el Grupo Científico, además de ser el Profesor encargado del Curso de Física General de la Facultad de Ciencias de la Universidad de Zaragoza. A lo largo de mi vida militar he tropezado, como es lógico, con bastantes jóvenes Oficiales que fueron cadetes y alumnos de Juan Tous en aquella época. A mi pregunta de “¿Cómo era Tous como profesor?” , la respuesta fue casi siempre la misma: “Se preocupaba de que aprendiéramos”. Es decir, que, como en todo lo que hace, en aquellos momentos se volcó totalmente en esa labor de formación de Oficiales, fundamental para cualquier Ejército y cualquier país. Pero, también en este aspecto de la enseñanza hay un período, más modesto quizás, que quiero destacar. Me refiero a los años en que fue profesor de Física en la Academia Preparatoria Militar que, auspiciada por la Capitanía General, y dirigida por el inolvidable Teniente Coronel Pérez Moriano, funcionó en el Complejo Escolar La Cuesta, y de la que salieron, para ingresar en varios de nuestros Centros Militares, más de un centenar y medio de jóvenes, tinerfeños en su gran mayoría, que hoy, en las Unidades, siguen recordando con afecto y agradecimiento a su, entonces, Comandante Tous.

         Y el tercer momento, creo que el culminante, es el de su destino como Director del Museo Militar Regional de Canarias, allá por mediados del 92. Tous, como hombre inteligente que es, se apoyó en los pilares básicos establecidos por sus antecesores: la creación y puesta en marcha del Museo, a cargo del Coronel Arencibia, y su consolidación, a cargo del Coronel Botana. Con Tous al frente, el Museo se ha ampliado y ha alcanzado una altura técnica que hace una década no se podía ni sospechar, y, lo que es aún mejor, en esa labor de acercamiento entre el Ejército y la Sociedad, Tous ha conseguido que este Museo sea hoy un punto inevitable de referencia.

          No voy a relatar todo lo que Juan ha hecho por el Museo, empezando por saberse rodear de un equipo de colaboradores, muy pequeño en número, pero muy grande en cualidades y calidades humanas y profesionales. Pero sí quiero destacar su enorme labor en el campo de la cartografía histórica. A veces, según la tan manida frase, los árboles no nos dejan ver el bosque; y eso nos ocurre en este caso. Tenemos a Tous tan cercano, que su figura casi nos apantalla la totalidad de su obra, aún inconclusa, pues en su mente siguen bullendo, y parece que naciendo de día en día, nuevas ideas. Los Ejércitos, en general, y las Unidades desplegadas en el Archipiélago en particular, y Canarias, y cada una de sus islas, tienen ya una enorme deuda de gratitud con el Coronel Tous, que ha escudriñado, investigado, sacados a la luz, desde los más recónditos archivos y los más apartados Museos, retazos de una bella Historia, tan alejada de las suposiciones, cuando no falsedades, con que algunos intentan desvirtuarla. De una Historia de Canarias, unida, como no podía ser menos, a la Historia de España por vínculos de sangre y de inteligencia... de esfuerzo humano, en definitiva.

          Podía decir muchas cosas más de Juan Tous como persona. Nuestras vidas se han cruzado en muchas ocasiones: Cuando él era novato en Zaragoza, estábamos en la misma Compañía; cuando él estaba en 3º, y yo en 4º, compartíamos mesa y pan en el comedor de la Academia de Artillería en Segovia; convivimos algunos meses en el Grupo Hawk y, ya aquí, la relación ha sido continuada y estrecha, en la citada Academia Preparatoria Militar y, especialmente, en los últimos años en que, por razón de nuestros destinos teníamos un trato casi diario. Pero para finalizar lo que he dicho de él, quiero destacar la que, para mí, es la principal faceta de su personalidad. En su libro Estampa de Capitanes escribía el General Vigón hace ya casi 6 décadas, “que a los hombres de voluntad persistente, su propia idea les sirve de guía; y estando aquella bien determinada, no se apaga la estrella que les marca el camino: esa clase de voluntad es cabalmente la que conviene al militar”. Y yo añado: esa es, cabalmente, la voluntad de Juan Tous. En toda su vida, en toda su trayectoria, una idea, su propia idea, como decía el General Vigón, le ha servido de norte y guía: la idea de hacerlo bien. Gracias a Dios, esa idea no se ha apagado; ha sido, es y será, hasta su último aliento, el motor de su vida.

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          Vamos ya con el libro. “EL TIGRE, UN CAÑON DE A 16. HISTORIA Y LEYENDA”.

          Lo comienza Tous justificando su aparición como consecuencia de indicaciones y sugerencias que se le hicieron a raíz de los actos conmemorativos del 2º Centenario de la Gesta del 25 de Julio de 1797, pues pese al gran número de publicaciones editadas con tal motivo (de las que gran parte se debieron al trabajo y al amor al terruño de los componentes de la Tertulia de Amigos del 25 de  Julio y al propio Museo), y también por las celebraciones del 5º Centenario del nacimiento de Santa Cruz, no había aparecido ninguna relativa al símbolo más emblemático de nuestra ciudad.

          En ese mismo inicio o presentación del libro incluye una descripción y una foto de “cuerpo entero” del protagonista, el Tigre ( y digo lo de “cuerpo entero”, porque a lo largo de sus páginas veremos fotos en detalle de cada una de las partes que lo componen), así como una poesía que un Teniente de Artillería, D. Juan Arzadun Zabala compuso, y posteriormente leyó en el Gabinete Instructivo de Santa Cruz de Tenerife la noche del 27 de Julio de 1885, y que utilizaré para cerrar.

          Siguiendo al autor podemos dividir el libro en seis partes:

          En la primera, la denominada “El Tigre, el cañón que hirió a Nelson”, hace mención Tous al famoso “Estado de los cañones que guarnecen los castillos y baterías, etc.”, firmado por el Jefe de Artillería de la Plaza, Antonio Eduardo, con el VºBº del Comandante de la Artillería, D. Marcelo Estranio, que lleva fecha de 12 de junio de 1797, y que recoge la existencia de 84 cañones y 7 morteros, muy poco antes del día de la Gesta.

          Es triste pensar que de aquel material sólo se conserva un cañón, el Tigre, y un poco, o un mucho, por suerte. Se sabe, nos dice Tous, que en 1821 estaba en el Castillo de San Pedro, pero posteriores reformas de ese castillo llevaron a la desaparición de nuestro cañón. ¿Dónde estuvo hasta 1882? Olvidado, sin duda, en cualquier barracón, almacén, sótano ... Es en ese año, 1882, cuando D. Manuel Martel Carrión, Comisionado de la República de Venezuela en Tenerife, lo descubre entre otras piezas que iban a ser enviadas a Las Palmas para constituir una Batería de Salvas. Dice Tous que “así, El Tigre reapareció triunfante y glorioso”. Pero yo también digo ¡que pena de sus décadas de olvido!

          Recoge el libro la cesión por Capitanía General del cañón al Ayuntamiento, ya en 1894, y el interés de la Corporación Municipal por erigir un monumento a la Gesta, pues se aproximaba el Primer Centenario de la misma. A tal fin, la Real Sociedad Económica de Amigos del País convocó, en 1896,  un concurso para la erección del citado monumento. En el libro podrán leer los sabrosos comentarios que la prensa local dedicó a los tres proyectos que se presentaron, y en todos los cuales el cañón formaba parte del monumento. El concurso fue declarado desierto en agosto de ese año, y, aunque se convocó uno nuevo, la proximidad del evento hizo desistir de la idea. Luego, sólo se tardaron otros cien años en levantarlo, y si no hubiera sido por la persistencia de una Tertulia ya nombrada esta noche, a lo peor estaríamos ahora esperando otros cien años más.

          Pero lo importante, es que el Tigreya vuelve a estar presente entre los santacruceros, e incluso podrán ver ustedes una foto en el que forma parte de una alegoría presentada a Su Majestad D. Alfonso XIII, en ocasión de su visita a la ciudad en 1906. Hubo más proyectos para ubicarlo, hasta que a finales de 1916 se acordó emplazarlo al pié de la escalera del Ayuntamiento. El Tigre, enfatiza Tous, ya era un símbolo.

          Cuando en 1955 se inauguró el efímero Museo de Paso Alto, allí se asentó el Tigre, escoltado por otros cuatro cañones, peninsulares ellos: el Orible, el Torpe, el Invencibley el Espanto (que por cierto, hoy sufren y gozan con la afición del C.D. Tenerife, enjaulados en el Parque Viera y Clavijo, pegados al Heliodoro, hasta que alguien se acuerde de volver a emplazarlos en la Batería de Paso Alto, de donde fueron desalojados por las obras de la vía subterránea que enlaza ya diversas partes de nuestro puerto).

          Por fin, en 1988, la Comisión de Gobierno del Excmo. Ayuntamiento acordó dejarlo en depósito al Museo de Almeyda, el lugar que, en mi opinión, es el más honroso y adecuado para tan preciado tesoro. Ahí lo tenemos, admirado y, en muchas ocasiones, casi venerado por los santacruceros y foráneos que se acercan al Museo.

          Culmina este Capítulo con varias poesías dedicadas al Tigre, que les recomiendo lean despaciosamente y en una de las cuales se llega a la sensata conclusión de que, fuese o no, el Tigre el autor del disparo que mutiló a Nelson, “con tu fama ya vives en la Historia”.

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          El siguiente Capítulo, ya mucho más técnico, está dedicado al Estudio de la Evolución de la Artillería entre los siglos XIV y XVIII. Para ello, Tous divide esa evolución en 4 períodos fundamentales, y un quinto, que no trata por salirse del ámbito temporal en que se enmarca la vida activa del  Tigre.

          Nos habla el libro de la Artillería de Hierro Forjado, que abarca desde 1331, cuando el Rey de Granada Mohamed IV “llevaba pelotas de hierro que lanzaba con fuego”, hasta la aparición de la Artillería de Fundición. Nos explica como era el proceso de forja, nos recuerda como se medían los calibres, en función del peso de la bala maciza, y no como desde mediados del siglo XIX se viene haciendo. Expone la clasificación de los materiales en Piezas Gruesas, Piezas Menudas, Piezas de Tiro Curvo y Piezas Múltiples, y, dentro de cada uno de esos cuatro grandes grupos, va situando y dando datos de los materiales que los componían. Puede resultar curioso para los aficionados a temas bélicos, sean o no militares, el constatar que ese último grupo de las Piezas Múltiples es el antecesor lejano de los famosos “órganos de Stalin”, tan empleados en la II Guerra Mundial, o de los modernos Lanzacohetes Múltiples. E incluso, a mediados del siglo XV, ya recibían la denominación de “órganos”; y, es que, como una vez se dijo, hay poco nuevo bajo el sol. Creo que es el momento de significarles que todas las clasificaciones citadas, así como todas las que luego aparecerán, van acompañadas de láminas y grabados que hacen mucho más fácil la lectura y la identificación de los materiales.

          Pasa después Tous a hablarnos, en este repaso a la evolución de la Artillería, necesario para encuadrar el momento en que nace y se utiliza el Tigre, de la Artillería de Fundición de Hierro y Bronce, que aparece en el siglo XVI, cuando se abandona la forja y se empiezan a utilizar los hornos de fundición. Nos dice el autor que, aunque hubo diferentes ordenanzas para clasificar los materiales, él escoge la más sencilla, la que los dividía en Culebrinas, Cañones, Morteros y Pedreros y Piezas Menudas y, como antes, cada una de ellas comprende diversos materiales, que especifica y pueden ser contemplados en las láminas adjuntas.

          Con el cambio de la dinastía reinante en España aparece, a principios del siglo XVIII, la llamada Artillería de Ordenanza. En la que promulga Felipe V, hacia 1716 ó 1718, se establece la clasificación en función de los calibres y aparecen los cañones de a 24, a 16 (como nuestro Tigre), a 12, a 8 y a 4. En esa Ordenanza se fijan también los espesores de los metales y las longitudes que deben tener las diferentes partes del cañón.

          La Revolución Industrial del siglo XIX supuso un gran desarrollo tecnológico para la Artillería. Con el acero, las piezas se fabrican con el ánima rayada, lo que conferirá mucha mayor estabilidad al proyectil en su trayectoria; aparece la retrocarga, es decir la carga por detrás, que aumentará la cadencia; se utilizan nuevos aparatos de puntería; el proyectil pasa a ser oblongo o alargado, etc. De todo ello tienen más que suficiente información en el libro.

          Y, por fin, podría incluirse, como dice Tous, e hice constar antes, una clasificación moderna, la de la Artillería Aerodinámica, la que emplea Cohetes y Misiles, pero el autor prefiere soslayarla por salirse de lo pretendido en su libro: hablar en torno al Tigre.

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          Aparece ahora un nuevo Capítulo dedicado a hacer una reseña histórica de la evolución de la Artillería en Canarias.

          Comienza Tous haciendo un repaso a las más lejanas fechas y acciones en que hay constancia de utilización de la artillería en el Archipiélago, desde el desembarco de Juan de Bethencourt, en 1402, en Lanzarote, hasta llegar a la actuación de la artillería de Juan Rejón en Telde y Gáldar, en 1470,  pasando por el desembarco de Diego García de Herrera, en 1464, muy cerquita de aquí, en el Bufadero.

          Resalta que, aunque existían fortificaciones, que no trata, pues ya están suficientemente estudiadas, ni son objeto de este libro, es con la incorporación plena de las islas a la Corona de Castilla, cuando se erigen castillos y torres diseñados para que la artillería pueda actuar desde ellos, como es el caso del Castillo de las Isletas, o de la Luz, en Las Palmas.

          Por lo que respecta a nuestra Plaza y Puerto, hay una fecha significativa, la de 1502, cuando los Reyes Católicos donaron algunas piezas al Adelantado para la defensa del Puerto de Santa Cruz. Es decir, que dentro de un par de años se van a cumplir los 5 siglos de la aparición de la Artillería de Costa en la bahía santacrucera.

          Va repasando el autor las vicisitudes por las que pasa la Artillería de defensa de las islas, pero ya con más incidencia en Tenerife, comenzando por una de las primeras intervenciones bélicas, ante un flota pirata francesa, en 1552, cuando el primer disparo hecho desde tierra hunde la nave capitana, con su Capitán y parte de la tripulación. Ni que decir tiene que ahí terminó la intentona.

          Resalta el libro, y yo también lo quiero hacer aquí, la existencia del “cañón más precioso”, el Hércules, con más de 300 años de servicio en el Castillo de San Cristóbal. Esa impresionante pieza, de más de 7 metros de tubo, se encuentra en el Museo del Ejército en Madrid. Creo que su envío en depósito a este Museo lo enriquecería sensiblemente y, quizás, la inmediata visita del Teniente General Jefe de Estado Mayor del Ejército a la isla podría ser ocasión propicia para insistir en el tema. Precisamente, Juan Tous pronunció una conferencia recientemente en La Laguna, que despertó en todos los que la escuchamos el ferviente deseo de que el Hércules vuelva a asentarse en nuestro suelo.

          Mucho habría que hablar, y el libro hace un resumen de todo ello, de la importancia que la Artillería de Costa tuvo desde su aparición, hasta nuestros días, para las islas. Recuerda Tous los ataques e incursiones sufridos por el Archipiélago a lo largo de siglos y como, en muchos casos, los rechazos a esos intentos fueron propiciados por la actuación desde tierra de nuestros cañones. Significativo es, y por eso lo recoge el libro, lo que se escribe en el informe final de la batalla contra el Contralmirante Jennings, cuando, con 13 navíos y más de 800 cañones atacó Santa Cruz en 1706. Escuchen como culminaba aquel informe: “Lo demás lo explicó el cañón de la Plaza, que apartó a los enemigos del tiro y, desengañados, se hicieron a la vela”.

          Pero, sin duda alguna, les impresionará leer, o en algunos casos releer, las palabras que recoge Tous de Viera y Clavijo, puestas en boca de los regidores de Tenerife, reunidos en Cabildo, y dirigidas al Capitán General González de Andía, enviado por el Rey en 1625 :

                    “Que el constante amor de los isleños al servicio del Rey era tan antiguo y acreditado como que siempre habían sacrificado sus haciendas y vidas a la defensa de la Patria, sin gravamen del real erario. Que ya habían ofrecido, y volverían a ofrecer los vecinos de Tenerife, cuanto pudiesen para acabar de fortificar el país. Que solicitarían la facultad para que se sacase de las alhóndigas y propios alguna cantidad. Que acortarían los devotos gastos de sus fiestas del Corpus, San Juan, San Cristóbal y la Candelaria. Que suspenderían los salarios de médico, cirujano, boticario, procurador mayor, abogado del concejo, preceptor de gramática, etc. Pero que estos esfuerzos aún no serían bastantes para coronar de artillería la marina; por lo que esperaban de la piedad del Rey que enviara la más precisa, siempre que el mismo General informase de la imposibilidad de los naturales”.

          Creo que queda suficientemente clara la idea que Tous expone de la necesidad del “Arma del fuego”, que tuvieron nuestra ciudad y nuestras islas.

          Y, para colofón de este capítulo, figura otro documento inédito (¿cuántos habrá sacado Tous a la luz?), el informe que D. Manuel Gayangos, Oficial de Artillería,  eleva en 1743 al Rey sobre la situación de la Artillería en Santa Cruz, y que es muy interesante. Y se cierra con nuevas vicisitudes hasta llegar a D. Marcelo Estranio haciéndose cargo de la Artillería y organizándola en el modo en que se enfrentará, a las órdenes de Gutiérrez, al ataque inglés de 1797.

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          Viene a continuación un capítulo dedicado al diseño del cañón Tigre. Les aconsejo que, profesionales, aficionados o legos en la materia, lo lean con detenimiento. Cuenta, insisto en ello, con suficientes láminas para conocer en detalle como eran los cañones del siglo XVIII, como se denominaban todas sus partes, desde el cascabel hasta la tulipa, y la función que cumplían. No puede olvidar Tous algo tan fundamental para un cañón como es la cureña, es decir, la parte donde el tubo se encabalga, y en los apartados que a ella dedica, podrá conocer el lector qué tipo de madera era la más adecuada, cuando había que cortar los árboles para que esa madera estuviera en las mejores condiciones, las partes que componían la cureña y los problemas que presentaba su relativamente corto tiempo de servicio.

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          Lógicamente no podía faltar un capítulo dedicado a la Real Fundición de Artillería de Sevilla, dado que según reza en la lámpara del Tigre (“Solano fecit Sevilla. Año de 1.768”), allí fue fabricado nuestro cañón. Con todo lujo de detalles nos cuenta el autor la historia de la creación de la Real Fundición y nos describe los distintos Talleres y Salas donde se debió realizar el proceso de fabricación del Tigre. A través del texto, y de numerosas láminas, recorreremos el Taller de Afinados, donde se eliminaban las impurezas de los metales utilizados, el cobre y el estaño, que se mezclaban en la proporción de “onze libras de estaño por cada ciento de cobre”. Explica los dos tipos de fundición, en hueco y en sólido, con sus ventajas e inconvenientes. Pasamos luego al Taller de Moldería, donde se fabricaban los moldes para la fundición y leemos desde la manera de componer el barro del molde, hasta los materiales necesarios, cantidades incluidas, para un proceso completo de fundición. El apartado relativo al Horno de Fundición, y sus correspondientes láminas, nos darán cabal idea de cómo se trabajaba, durante las “onze” horas que, en 1.755, eran necesarias para fundir los metales. En los Talleres de Barrenado y de Grabadores terminará nuestro paseo, con el cañón ya acabado. Pero aquello no había terminado.

          Le seguía un depurado “Reconocimiento” al cañón, antes de considerarlo apto para el servicio de Su Majestad. A mi, particularmente, me gusta mucho esta parte del libro, con el fantástico refuerzo de dos Apéndices. Uno recoge el contrato por el que el fabricante, el Sr. Solano, cuyo nombre, como he dicho  y ustedes saben, está grabado en el cañón, se compromete a hacer un determinado número de piezas en el plazo de 10 años. Y entre ese grupo tuvo que estar el nuestro. Recomiendo su lectura a cuantos tiene capacidades y responsabilidades de intervención, contratación, etc. porque no deja cabo sin atar. El segundo Apéndice citado es el del Reconocimiento y pruebas realizadas a 35 piezas el 22 de mayo de 1767, y en cuya relación figura un cañón de a 16, llamado Tigre, que Tous considera debe ser el nuestro.

          El Reconocimiento era exhaustivo, con una primera revisión de “ánima, muñones, fogón y demás partes de la pieza”, seguida de unas curiosas “pruebas de fuego y agua” y un segundo reconocimiento del ánima. Si el cañón pasaba el examen figuraba en la relación de “aprovados”. En la tanda del Tigre figuraban 35 piezas, de las que sólo 15 pasaron las pruebas. A los “reprovados” se les rompía un delfín, como señal y baldón.

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          Los últimos capítulos los dedica el autor a la técnica del tiro, con datos sacados de viejos manuales de los siglos XVII y XVIII de la Academia de Artillería, a la práctica del tiro, las Escuelas Prácticas, como se denominaban y se siguen denominando, a las Municiones (tipos, preparación, etc.) y pertrechos para el servicio de las piezas. Y, repito, con abundantes láminas que hacen muy fácil la comprensión de lo escrito.

          Termina el libro con tres Apéndices, los dos ya citados, relativos al Contrato y al Reconocimiento, y un tercero, copia del documento original conservado en este Museo, y que tiene este largo y expresivo título: “Relación o Estado de la Artillería, Montages, Abantrenes, Peltrechos, Municiones y demás géneros que se hallan en las Baterías, Castillos y Almacenes de esta Plaza de Santa Cruz de Tenerife, con expresión de lo que se encuentra bueno, mediano e inútil, según sigue”. Lleva el VºBº del Comandante de la Artillería, D. Marcelo Estranio y está fechado el 31 de diciembre de 1796, es decir, cuando empezaba a alborear el año decisivo de la historia de Santa Cruz de Tenerife, de la isla y, con muchas probabilidades, de toda Canarias.

          Como resumen del libro quiero decir que a mí, como artillero, me trae reminiscencias de Unidades y Parques, de Arma y de Servicio de Artillería. Y es más, me trae a los sentidos olores y ruidos. Olor a taller, a maestranza, a cuarto de repuestos, a horno de fundición, a pólvora recién quemada ... Y sonidos y ruidos de martillos, y fuelles, y fraguas, y ganado y motores, ... y estampidos y voces que gritan: “¡Ha hecho fuego!”. Y trae, también, recuerdos de mesas topográficas, y de noches intentando comprender y descifrar los arcanos del problema del tiro. En una palabra, el libro de Tous es Artillería.

          Para quien no sea profesional de la milicia, el libro puede que le descubra un mundo en el que, quizás, nunca pensó. En como los artilleros, y no sólo los artilleros, investigaban en busca de armas y técnicas idóneas para el cumplimiento de sus misiones, pero como muchas, muchísimas, de aquellas investigaciones repercutían en los adelantos y mejoras civiles de su tiempo. Recuerdo de mis años de cadete en Segovia, por ejemplo, la placa que en el Laboratorio de Química avisaba de  que, precisamente allí, Proust había descubierto la Ley de las Proporciones Definidas, de tanta importancia para el desarrollo de esa Ciencia.

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          Y ya llego a la tercera parte de mi intervención. Quisiera hacer unas consideraciones en voz alta sobre el Tigre, sus años de servicio,  y el simbolismo que encierra su vida, hasta llegar a su actual situación.

          Sobre un cañón que, en un día, seguramente soleado y caluroso del mayo sevillano de 1767 fue declarado apto para el honroso servicio de su Su Majestad. No sé cuando llegó a Tenerife. Quizás él tampoco se acuerde ya. Tampoco sé quienes fueron sus compañeros en las troneras de la Batería de San Pedro, si eran más antiguos o más modernos; aquellos con quienes, bajo el sol, o en la oscuridad de la noche, velaba, sus bocas dirigidas al Atlántico, como celosos guardianes (o disuasores que se dice ahora) de la paz de un pequeño puerto, de un pueblo de pescadores, que debía ser muy importante cuando él, y otros muchos como él, lo protegían. Muchas veces sentiría sobre su dura piel de bronce el roce de manos que lo limpiaban y aseaban; también habría sentido en su ánima el paso de artilugios que la liberaban de los granos de sal y de la tierra que el viento, especialmente el del Sur, traía, oliendo a desierto. Habían pasado ya muchos años, aunque él no supiera de esas medidas humanas; había visto salir muchas veces, a su frente, una gran bola de fuego, parecida a la que él mismo escupía cuando le probaban para saber si aún servía para lo que fue diseñado y creado. Y allí estuvo mucho tiempo, como si no hiciera nada.

          Y allí estuvo aquella noche, en su puesto, como siempre, dispuesto a ser empleado en defensa de aquel terruño que su alma metálica también amaba ya. Y, aquella noche, él y todos sus compañeros, aquellos otros anónimos 83 cañones y 7 morteros, demostraron que para algo estaban allí. Alguien lanzó contra la Plaza, contra “su” Plaza, hombres y fuego y metralla. Pero él, y sus compañeros, y quienes los servían, supieron mantener lejos del suelo en el que se apoyaban a quienes quisieron hollarlo. Seguramente aquella noche el Tigre hubiera deseado, como los artilleros que lo rodeaban,  gritar su orgullo y su alegría. ¡Había servido! ¡Habían valido la pena los años, sin, al parecer nada que hacer, preparándose para aquel momento!

          Si los cañones recuerdan y sienten, el Tigre tuvo que sentir, y recordará, todo aquello. Y sabe que después hubo festejos, y explosiones de pólvora que no salían de sus ánimas, sino que subían al cielo iluminando con alegres colores las caras de sus paisanos, porque él también era ya, y para siempre, de Santa Cruz. Y mucha gente se le acercó, y lo acarició, e, incluso, hubo hasta quién lo besó ... Y oyó decir que siempre estaría unido a la ciudad y que a lo mejor una calle llevaría su nombre...

          Pero luego pasaron los años. Y un día contempló y sintió, perplejo, como a él, y a sus compañeros, los descabalgaban de las cureñas, que habían sido su reposo, y los dejaban en el suelo. Y su boca, llena de sol y de mar, empezó a contemplar tierra, guijarros, muros e inmundicias.  Y oyó que ya estaban inservibles.

          Y mucho otro tiempo estuvo guardado, no se acuerda donde, en un lugar oscuro, húmedo y frío. Hasta que los sacaron a la luz, y su corazón de cobre y estaño sintió dolor porque creyó entender que se lo llevaban de la isla. Luego, sin saber porqué, los demás se fueron, y él se quedó.

          Oyó decir que lo iban a poner en lo alto, o al frente, o a los pies de un monumento. Pero tampoco le gustaba. El quería estar con los suyos, con los que aquella noche, y muchas otras noches, habían velado por la paz. Estuvo en varios sitios, hasta que otra vez, muchos años después, empezó a sentirse a gusto. De acuerdo con que, ahora, ya nadie se preocupa de si sirve o no sirve para lo que fue creado; de acuerdo con que no vuelve a sentir aquella quemazón en sus entrañas; de acuerdo con que está “retirado”... pero está ahí, en su ambiente, con lo suyo, con lo que siempre quiso estar, aunque eche, y mucho, de menos a sus compañeros de aquellos años.

          Y ya termino. Reitero las gracias a cuantos han hecho posible la publicación de este libro y quiero decirles a ustedes  que, con mis palabras, he querido rendir varios homenajes:

               -El primero a Juan Tous. El Coronel Tous se está ganando a pulso, y día a día, el reconocimiento unánime del pueblo de Tenerife. Lo que Juan Tous está haciendo, esa incardinación de la Historia de la isla, de las islas, en la de España, esa continua labor de investigación para que los demás conozcamos mejor de donde venimos y la tierra que pisamos, merecen algo más, mucho más, que mis pobres palabras.

               -El segundo, a la Artillería de Costa de Santa Cruz de Tenerife, que desde 1502 hasta fechas muy recientes, supo, como el Tigre, mantener vigilantes sus bocas dirigidas a nuestra hermosa bahía, dispuesta a defendernos. Y, en ella, a todos los anónimos cañones y artilleros que la constituyeron. Por mucho menos que por guardar a nuestro pueblo, a sus vidas y haciendas, se conceden homenajes. Creo que no sería mucho pedir que la ciudad de Santa Cruz de Tenerife rindiese uno a su Artillería de Costa, personificándolo en el ultimo cañón que estuvo en activo en la isla, hoy aún en la Batería de San Andrés, abandonado a su suerte, que si alguien no lo remedia será la misma triste suerte que corrieron los compañeros del Tigre. De todos los Castillos, Baterías y Torres que a finales del Siglo XVIII, y durante el XIX, protegían la costa santacrucera, sólo están en pié Almeyda y San Juan, algo de Paso Alto, a medio derruir San Andrés, en muy mal estado el Bufadero y prácticamente desaparecido San Francisco. ¿Por qué no utilizar unos de estos últimos para instalar en uno de ellos, como en tantas partes del mundo hacen los pueblos agradecidos, un recuerdo de afecto que, a la vez, sea una lección para generaciones futuras? (Ver Nota)

               -Y el tercero al Tigre, símbolo de la ciudad, pero símbolo también de la vida militar. De una vida dedicada al Servicio, de un prepararse, a veces ante la indiferencia, cuando no el rechazo, de algunos, para algo que en su caso llegó, pero que en el de otros (y las dos palabras siguientes las digo entre comillas) “sólo sirvió” para que el caso no llegara.

          Lo que sí es cierto, señoras y señores, es que las estrofas finales, especialmente los dos últimos versos, de la poesía del Teniente Arzadun que cité al principio han sido premonitorias. Cualquiera de estos días, niños de algún Colegio habrán visitado el Museo Militar.  Sus pequeñas manos habrán acariciado, entre temerosas y expectantes, la dura piel del viejo Tigre, y éste habrá sentido, en su dormida boca, las palabras que aquel Oficial ponía en ella :

                    “ Y, si en guerra no buscada // torpe legión invasora // blandiese amenazadora, //  sobre estas rocas su espada: //  No temas cobardes duelos, // que en respuesta de sus retos, // (podría decir el Tigre) // yo recordaré a los nietos, // la gloria de sus abuelos”.

          Muchas gracias por su atención.

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          NOTA: Años después, y ante la indiferencia con que las autoridades municipales de Santa Cruz acogieron esta idea, varias veces expuesta de manera oficial por responsables militares, el barrio de Santa Bárbara, de Icod de los Vinos, solicitó el cañón. Su tubo, colocado cerca de la Ermita que lleva el nombre de la Santa Patrona de la Artillería, se expone hoy como homenaje de los vecinos del citado barrio icodense a los artilleros.