Los emocionados recuerdos de Nalaya Brown (Cosas que pasan - 1)
Por Jesús Villanueva Jiménez (Publicado en La Opinión el 2 de octubre de 2011)
Hace unos días, mi amigo Alberto Castilla, periodista polifacético donde los haya, me invitó a que asistiera a la rueda de prensa que daría una cantante tinerfeña, Nalaya Brown, con motivo de su participación en el inminente Rock in Río, la única cantante española que actuará en este importante evento musical. Me envió vía Facebook un enlace YouTube para que viera una de sus recientes actuaciones. No conocía yo a Nalaya -en absoluto extraño, ya que no estoy nada al día en lo que respecta al mundillo musical-, así que pinché sobre el enlace, dispuesto a descubrir a la joven cantante canaria… ¡Y vaya sorpresa me llevé! ¡Qué voz, qué saber moverse en el escenario: que arte lleva en la sangre esta mujer!, pensé. Reconozco que me sorprendió muy gratamente, a pesar de las alabanzas vertidas sobre ella por el amigo Alberto, que ya me anticiparon su valía.
La rueda de prensa tendría lugar en el Hotel Rural Victoria -precioso, coqueto y acogedor establecimiento situado en el mismo corazón del casco histórico de La Orotava; sólo un pero, ojo con la ventilación-. Y para allí me fui la mañanita del pasado jueves 29. Luego de aparcar justo en la puerta -¡vaya lotería!-, atravesé, puntual, el umbral del centenario edificio. Saludos, abrazos y besos a los amigos y amigas que ya estaban y a los que llegaban. El lugar estaba a tope de familia, amigos y señores de la prensa. Entonces llegó ella, Nalaya, la protagonista. Alta, morena, guapa y elegante; y seria. ¿Muy diva?, pensé. Entre la actuación que vi días antes y su entrada en el salón del hotel -a lo que sumé su imagen espectacular, muy sexi y atractiva, en un enorme cartel promocional, que presidía el lugar-, la imaginé ante los micrófonos comiéndose el mundo.
Inició la presentación el concejal del Consistorio de la Orotava Francisco Linares. Bien; en su papel. Continuó Alberto Castilla, que habló con entusiasmo, visiblemente ilusionado y emocionado, de su amiga de la infancia y paisana orotavense, y del compromiso de su proyecto Exprime Canarias con el apoyo a artistas canarios, a los que alienta con su Vitamina C. Y llegó el turno de ella, la estrella, ¿la diva? La observé expectante, mediatizado por una imagen fruto del espectáculo que envuelve el mundo de la canción, en el que ella se desenvuelve como pez en el agua. Se acercó al atril donde se apoyaban los micrófonos, miró a los presentes y sonrió. Y empezó hablando de sus comienzos en su tierra natal, de sus incipientes sueños, de las ilusiones que se fueron cumpliendo, de su actual proyección internacional, de sus proyectos en un futuro inmediato, y lo hacía con sencillez y cierta timidez. Y prosiguió recordando a su familia, que siempre le había apoyado, que siempre había creído en ella, y aquellos ojazos negros se aguaron de emoción. Alguien, oportunamente, rompió en aplausos que todo el auditorio secundó. Entonces me pregunté si era aquella muchacha emocionada, sencilla y sincera, la misma que sobre el escenario, ante una multitud de jóvenes entusiasmados, cantaba y bailaba con sobrada voz y talento, con total desparpajo, con tablas para dar y tomar; la misma que con mirada felina lucía atrevidas curvas de infarto en el cartel promocional.
La respuesta me la dio ella misma un rato después: “Yo actúo en el escenario e interpreto a Nalaya frente al público, luego soy sencillamente quien ves…”.
Y es que Nalaya, la cantante canaria más internacional, sigue siendo Natalia Rodríguez cuando no está sobre el escenario; sigue siendo aquella jovencita que se abrió camino -y sigue haciéndolo-, a golpe de mucho trabajo y mucho talento, en el dificilísimo universo de la canción, en la ingrata urbe del espectáculo, de los artificiales ascensos interestelares y de las estrepitosas caídas -cuando no, escandalosos batacazos-. Por eso Nalaya triunfa en el escenario internacional, y sonríe y se emociona, naturalmente, recordando aquellos incipientes sueños, alentada por su familia, en su Orotava natal.
Sigue triunfando, Nalaya, te lo mereces.