Aerostación (Retales de la Historia - 27)


Por Luis Cola Benítez (Publicado en La Opinión el 9 de octubre de 2011).

 

          Desde tiempos inmemoriales el hombre ha sentido fascinación por la posibilidad de elevarse y surcar los aires como las aves. Seguramente es Ícaro el primer ejemplo y, desde entonces, muchos trataron de hacerlo de muy diversos modos y con variados artilugios, y no fue el mítico personaje hijo de Dédalo el único que pagó con su vida el frustrado intento. Otros, menos temerarios, concentraron sus esfuerzos en lograr que un objeto o artefacto más pesado que el aire fuera capaz de elevarse y suspenderse en él, sin descartar que en el futuro el artilugio pudiera ser tripulado y dirigido a voluntad. Y así nació la aeronáutica, siendo una de sus primeras manifestaciones la aerostación.

           Hacia 1782, descubierto el gas hidrógeno y demostrado que era mucho más ligero que el aire, se realizaron las primeras experiencias a cargo del inglés Tiberio Cavallo, pero fueron los franceses hermanos Montgolfier los que el año siguiente alcanzaron un espectacular éxito al elevar públicamente un globo lleno de aire caliente. El físico Charles recomendó entonces las ventajas del hidrógeno sobre el aire caliente.

           Parece que existen dudas sobre quién fue pionero en España en esta clase de experiencias, pero en todo caso la gloria corresponde a un tinerfeño de nacimiento, pues se la disputan los ilustrados José Viera y Clavijo y Agustín de Betancourt y Molina. Viera residía entonces en Madrid, como preceptor del hijo del marqués de Santa Cruz, el marquesito del Viso, mientras que Betancourt no cesaba de investigar y trabajar en todo lo relacionado con las ciencias y la ingeniería. La experiencia de este último tuvo que realizarse antes de 1784, año en que se estableció en París, o después de su regreso a Madrid, en donde permaneció desde 1791 a 1793, en que pasó a Inglaterra.

           Dejando correr la imaginación podemos recrear algo que posiblemente no ocurrió en aquel momento. Y es qué hubiera pensado un labriego de los Baldíos, un pescador de El Cabo o un molinero de Los Llanos, si le dicen que un señorito del Puerto de La Orotava o un cura del Realejo Alto, lo mismo daba, habían elevado un artefacto en la Villa y Corte, suspendiéndolo en los aires a su voluntad. Sin duda pensarían que era cosa de brujería.

           No sabemos la posible trascendencia que el experimento realizado en Madrid pudo tener en Tenerife, aunque es probable que la noticia se comentara debidamente en los ambientes más ilustrados, tales como la tertulia del Marqués de Nava, a la que había concurrido Viera y Clavijo como uno de sus más destacados miembros. Pero lo que sí es cierto es que tuvieron que pasar muchos años para que en Santa Cruz se pudiera admirar una experiencia similar.

           Ello ocurrió en 1820 con motivo de la creación del obispado Nivariense. La Bula de Pío VII creando la Diócesis de San Cristóbal de La Laguna es de fecha 1 de febrero de 1819, pero como siempre solía ocurrir la noticia llegó a Tenerife con considerable retraso. Una vez confirmada por la Real Orden Auxiliatoria del 21 de diciembre del mismo año, tanto La Laguna como Santa Cruz la celebraron con festejos públicos.

           En Santa Cruz, el 6 de marzo de 1820, se celebró un solemne Te Deum, se adornó la plaza, se prendieron fuegos artificiales y tuvo lugar un concierto musical. La iluminación y los adornos de la plaza, pagada por los vecinos, costó 1.671 reales; el Te Deum y los refrescos, 1.256 y la iluminación de las casas consistoriales, 66 pesos. A pesar de que el vino lo regalaron los comisionados José María de Villa y Miguel Soto, quedó un descubierto de 1.650 reales, que tuvo que ser abonado de sus bolsillos por los miembros del ayuntamiento. Pero el número más llamativo y celebrado de las fiestas estuvo a cargo del comandante de Artillería, cuando hizo elevarse un globo aerostático a la vista y ante el estupor de la muchedumbre. Esta fue la primera experiencia aerostática en Canarias.

           Siguieron pasando los años y no fue hasta 1886 cuando pudo verse la ascensión de un globo tripulado por un personaje portugués llamado capitán Infante. Según los periódicos de la época realizó dos intentos, uno de ellos desde la calle de la Consolación, que entendemos debió ser cerca de la plaza Weyler, portando en el globo un pequeño cañón con el que hacía disparos desde el aire. El capitán Infante, primer Diablo Cojuelo que pudo ver Santa Cruz desde el aire sobrevolando los tejados, murió años más tarde en un accidente de globo en Estados Unidos.

           A partir de entonces el invento de los globos se popularizó y no había fiesta patronal o de barrio que se preciara en la que no se soltaran globos de colores entre la alegría y asombro de los vecinos. La popularidad llegó a tal extremo que, en 1891, el Diario de Tenerife se quejaba de los grupos de muchachos que a altas horas de la noche quemaban globos en el barrio de El Cabo, con el consiguiente riesgo para los transeúntes y peligro de incendio para las casas del barrio.

- - - - - - - - - - - - - - - - - - -