Presentación de una exposición de pinturas de María Paz

Presentación a cargo de Luis Cola Benítez (Club Deportivo Militar de Paso Alto, 26 de marzo de 2004)

 

           El compromiso en que me ha puesto María Paz al pedirme que le presente la  exposición que hoy inaugura, empleando una palabra hoy muy de actualidad, me resulta de dimensiones galácticas. Sinceramente, en otra como esta no me he visto y no alcanzo a comprender, a no ser por la buena amistad con que me distingue, qué proceso mental le ha llevado a confiarme tan honroso cometido, al que era imposible negarme. Intuyo que en ello ha tenido algo que ver su esposo, mi apreciado coronel Carlos Torralva, quien presumo tiene de mí un concepto que por supuesto no merezco. En fin, aquí estoy, ellos sabrán lo que hacen y, llegado el caso, supongo que habrá a disposición de todos ustedes, que dan calor y color a este acto con su cariñosa presencia, las oportunas hojas de reclamaciones. Algo van a salir ganando, y ello será la brevedad de mi exposición.

          Como no soy un entendido en arte, pienso que, tal vez, María Paz ha caído en la cuenta de que a ambos nos une nuestra condición de diletantes. Ella, diletante de la pintura, es decir, amante del arte pictórico, con cuyo ejercicio se deleita (dilettare = deleitarse), poniendo en ello todo el amor de que es capaz. Por mi parte, diletante de nuestras historias, a las que intento dedicarle el afán de mis cortos alcances. Por ignorar, ignoro hasta el nombre de la Musa mitológica de la Pintura, si es que la tiene, y sólo recuerdo una magnífica estatua que la representa en Florencia, en el cenotafio dedicado a Miguel Ángel en la iglesia de la Santa Cruz, iglesia cuyo nombre recuerdo por razón obvia, aunque he olvidado el nombre del escultor. Tampoco sé cuál pueda ser o cómo se llama la musa que inspira a María Paz, pero no me cabe la menor duda de que la tiene y que debe ser una musa limpia, sincera hasta la más abierta franqueza, luminosa y, al mismo tiempo, aunque pueda parecer paradójico, intimista y plena de expresividad.

          Esta circunstancia, la no profesionalidad artística de la autora, me parece a mí que favorece de forma determinante la originalidad e independencia de su proceso creador, dotando a su obra de una sinceridad y espontaneidad, a veces no exenta de cierta candidez, que en todo caso colabora a reforzar la impresión de integridad de su quehacer artístico.

          Y, sin ser crítico de arte, me atrevo a decir todo esto porque soy de los convencidos de que el Arte, con mayúscula, es indefinible, ¿o es que hay alguien se atreva a decir qué es o qué no es arte? Sinceramente, creo que nunca el arte es totalmente explicable y pienso que así debe ser y que así es, afortunadamente. Todos habremos escuchado o leído alguna vez alguna crítica de arte en la que, tratando de explicar lo que a la vista está, se emplean unos términos tan sofisticados, rebuscados y extraños que dan como resultado un lenguaje auténticamente inextricable, que al menos a mí me hacen poner en duda la sapiencia del crítico de turno. Ya decía Aristóteles que el tratar de ser demasiado prolijo, técnico y detallista era un síntoma de ignorancia. Para que “algo” se presente ante nuestros ojos como obra de arte sólo es necesario que los sentidos, la razón, los sentimientos, las vivencias propias, se conjuguen de tal forma que no precisemos de explicaciones. Y ya está. Es así de simple. Otra cosa es, y ello está al alcance de cualquier persona, aunque carezca de conocimientos artísticos, el emitir un juicio, bueno o malo, pero que siempre será el suyo. La única condición necesaria es tener ojos para ver.

          Maria Paz se complace, especialmente, en pintar bodegones, con especial dedicación a las flores e interiores. Pero ¡cuidado!, la intimidad de sus interiores o de sus bodegones, suele mostrarnos con harta frecuencia, traicionando de alguna manera el motivo central de la pintura, y a modo de inconsciente punto de fuga, una especie de singular horizonte: a veces doméstico, como puede ser la sugerente puerta entreabierta de una estancia, que colabora a crear una atmósfera de cierta expectación; en otras, el horizonte es nítido y luminoso, dejando entrar la luz a raudales a través de una cristalera o de una ventana abierta de par en par, presentándonos la frondosidad de un paisaje, de un jardín o de un mar que refleja los azules del cielo. A veces, también, la artista se recrea en los detalles hogareños, incluyendo elementos ajenos al motivo principal que ambientan la composición, como puede ser un libro abierto, un cuadro en la pared (es decir, un cuadro dentro del cuadro), un mueble o un mínimo detalle de decoración interior. Pienso que, tal vez, todo ello no es más que el reflejo del mundo interior de María Paz, de sus mundos: intimista, ordenadamente detallista, celosa de lo suyo, recogida en sí misma, pero siempre dispuesta a pulverizar cualquier ataque proveniente del exterior; y, al mismo tiempo, lo que nítidamente se refleja en su obra, abierta, franca y siempre dispuesta a entregar su amistad a las almas sin dobleces.

          La recurrencia a que hago referencia de sus horizontes pictóricos, y los escasos motivos paisajísticos que nos presenta, me lleva a echar en falta algo más de este último género, al que los artistas canarios han sido siempre tan proclives. Y, en los pocos paisajes que nos ofrece, me atrevo a decir que atisbo, intuyo, barrunto, en especial cuando integra elementos arquitectónicos, aunque de forma no muy definida, algo así como una inconsciente reminiscencia de técnicas cubistas.

          Como pueden comprobar ustedes, mis comentarios eluden forzosamente los aspectos técnicos, y no puede ser de otro modo, puesto que se trata de materia en la que soy absolutamente lego. Me limito a comentar, a historiar lo que veo.

          En su obra, lo primero que llama la atención es la viveza del colorido y la espontaneidad de la pincelada, no tanto en los motivos frutales, que no sé si estaré equivocado pero se me antojan de mayor elaboración, como en los florales. Si las manzanas o melocotones pueden llegar a veces a abrirnos el apetito, las flores de María Paz, vivas, fragantes y recién cortadas, tienen la virtud de dejar el campo libre a nuestra imaginación para terminar de idealizarlas o, según los casos, materializarlas en la retina, a través de la franqueza, a veces atrevida, de sus pinceles.

          María Paz comenzó a pintar hace algunos años, pero no demasiados, y siempre he oído decir que las vocaciones tardías suelen ser producto de una madurez vital, por lo que resultan ser las más arraigadas y contundentes. Los que no nos consideramos profesionales en alguna actividad, estamos convencidos de que los “doctores” oficializados en la materia por los grandes pontífices de la crítica, poseen algún secreto, algún truco, que nunca nos van a revelar. Esto, que a primera vista puede parecer un inconveniente, nos obliga a buscar, buscar y seguir buscando por nuestros medios para tratar de alcanzar la meta ideal y acercarnos a la verdad, a nuestra verdad. Y esto es bueno, puesto que en arte, en cualquier arte o ciencia, como bien dice el profesor Gerhard Ulrich, no debemos creer en nada ni en nadie antes de comprobarlo uno mismo. Lo que quiere decir que el único secreto, el único truco mágico, es trabajar, trabajar y trabajar.

          Hoy se nos presenta la pacífica explosión cromática de esta obra en un recinto, que ocupa el histórico solar sobre el que se alzó una señera e invicta fortaleza, que albergó entre sus gloriosos muros a otra pintura, famosa y venerada en siglos pasados, hasta el punto de que su culto daba lugar a una de las más arraigadas y concurridas romerías de la denominada entonces, simplemente, Plaza y Puerto de Santa Cruz: me refiero al cuadro del Santísimo Cristo de Paso Alto, el cual, aunque en otro emplazamiento, afortunadamente aún se conserva. Este lugar fue el único que sufrió las explosiones, en aquel caso nada pacíficas, de las descargas de la escuadra británica, y los hombres que entonces lo ocupaban supieron defender con toda su alma la independencia de estas rocas. Y, de igual forma, espero y deseo que María Paz continúe defendiendo la independencia de su obra.

          Por ello me atrevo a decirle: sigue en tu deleitoso empeño, Maria Paz, y siempre las musas te serán propicias.

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