Presentación de don Sebastián Matías Delgado Campos en un ciclo de conferencias del Círculo de Amistad XII de Enero

 

Presentación a cargo de Luis Cola Benítez de don Sebastián Matías Delgado Campos, encargado de pronunciar una conferencia titulada El Santa Cruz de finales del siglo XVIII en un ciclo organizado por el Círculo de Amistad XII de Enero para conmemorar el Bicentenario de la Gesta. (3 de julio de 1997 en el Salón de Actos de la mencionada Sociedad).

          

          En primer lugar, felicitar a esta sociedad de tanta solera -nuestro entrañable “Recreo” santacrucero- por haber organizado este ciclo, sumándose así a los actos conmemorativos del Bicentenario de la Victoria de Tenerife, y felicitarnos también todos nosotros por poder disfrutar de esta magnífica iniciativa.

          Y dicho esto, dejar constancia de que he accedido muy gustosamente al honor que me ha hecho nuestro conferenciante de hoy, al pedirme que haga de introductor a lo que, sin duda alguna, va a ser su interesantísima intervención, que nos va a permitir conocer más a fondo lo que ha sido nuestra ciudad, y los recovecos de su historia urbana. Y digo muy gustosamente, pero debo añadir que, también, con gran preocupación, pues, sinceramente, es algo que no he hecho jamás, y no sé cómo enfocar mi intervención. No quisiera, y que me perdone el interesado, marearles con la lectura de todos los folios que componen su extenso, detallado y brillante curriculum, pero ello hace que no sepa cómo voy a salir de este honroso compromiso.

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          El arquitecto don Sebastián Matías Delgado Campos, es amigo mío.

          Por el tiempo que hace que le conozco sé bien de las cualidades inherentes a su rica personalidad, aunque aún me sorprende de vez en cuando con nuevas y, para mí insospechadas, facetas de su carácter. Pero, ¡ojo! habrán observado ustedes que he dicho “cualidades” y “facetas” de su carácter, cosas, ambas, que en sí mismas pueden ser positivas o negativas. Otra cosa distinta sería hablar de su “buena calidad” intelectual, que yo consideraba hasta ahora de alto nivel, opinión que tendré que revisar ante el hecho de que me haya elegido como su presentador ¡Qué error y qué horror! Y, seguro que espera de mí que le dé las gracias.

          Pero, vamos a centrarnos en el asunto. Presentador es el que presenta. Pero, ¿qué significa, en este caso,  presentar? Según la séptima acepción atribuida a la palabra por el Diccionario de la Real Academia de la Lengua -DRAE, para los amigos-, presentar es: Preceder a un orador en el uso de la palabra, para exponer y elogiar los méritos que califican a dicho orador. Así que, por definición de la propia palabreja, hoy me veo obligado a hablar bien de él, pues se me impone que exponga y elogie sus méritos. Y, a este que les habla, que no es más que un simple aficionado a todo -simplona manera de decir que mi primera y mayor afición es la vida, y que estoy encantado de estar en ella-, le cae muy mal que le obliguen a cualquier cosa. Así que, de verdad que lo siento, pero no pienso someterme al arbitrario dictamen de una definición, por mucho del DRAE que sea, y por mucho que yo admire y respete a su máximo responsable don Fernando Lázaro Carreter, que haría muy bien en no meterse en mis asuntos.

          Don Sebastián Matías Delgado Campos, es amigo mío, y me van a permitir ustedes que les cuente una pequeña historia con él relacionada. Cuando a finales del año 1995, con mucha ilusión y optimismo, apenas se iniciaba la andadura de la “Tertulia de Amigos del 25 de Julio”, se me ocurrió -sin duda en un mal momento que puede tener cualquiera- la idea de invitarle a integrarse en la misma, creyendo que, por su acendrado amor a Santa Cruz, a Tenerife y a Canarias, podía aportar algo positivo. Nefasta idea, que ahora estoy pagando ante todos ustedes en mis propias carnes.... Porque, esto, señores, es una venganza. Porque, nunca, hasta ahora, yo me había visto en este comprometedor papel, y hoy me veo aquí, ante ustedes, que no tienen culpa alguna, obligado a exponer, como dice el DRAE,  los méritos que le califican. Pero, permítanme, para mi desahogo personal, terminar con mi pequeña historia.

          El Sr. Delgado Campos, que no sé si les he dicho que es amigo mío, no sólo aceptó entrar en la “Tertulia”, sino que, además, lo hizo de la única manera en que él sabe hacer las cosas: comprometiéndose hasta las cejas y ganándonos a todos los demás en rigor, ilusión, empeño e iniciativas. En otras palabras, a tumba abierta, sin consideración alguna y faltándonos al respeto sin disimulos y de forma descarada. Y, por si fuera poco, ahora llega y me compromete para que sea su presentador, como si él precisara de presentación alguna. Pero no voy a caer en la trampa.

          A mí me sería muy fácil hacer mención de sus méritos. Pero, no. No voy a hacerlo. Para salir del paso en este lío en que él me ha metido, sería lo más cómodo para mí mencionar que, además de un excelente profesional especializado en Arquitectura Histórica, es Académico Numerario de la Real Academia Canaria de Bellas Artes de San Miguel Arcángel, y Correspondiente de la de Santa Isabel de Hungría, de Sevilla; miembro del Instituto de Estudios Canarios -de cuyos cursos ha sido profesor en varias ocasiones-, y Socio de Mérito de la Real Sociedad Económica de Amigos del País de Tenerife. Pero no lo voy a decir.

          También podría hablarles de los numerosos cursos de Rehabilitación Arquitectónica en los que ha impartido sus lecciones, o de los muchos congresos a los que ha asistido con sus ponencias, o podría enumerarles qué cargos ocupa o ha ocupado en entes culturales (Comisión para el Patrimonio Cultural de la Diócesis de Tenerife, Patronato Insular de Música, Asociación Tinerfeña de Amigos de la Ópera, Asociación Canaria de Amigos del Arte Contemporáneo, etc., etc.). Podría hacer mención, también, de los innumerables trabajos profesionales que ha publicado en libros y revistas especializadas; y de cuántas exposiciones de Arte ha presentado; o de cuántos Pregones de Semana Santa ha pronunciado, y muchas cosas más. Pero no quiero.

           Podría añadir igualmente, si quisiera, que ha dictado más de medio centenar de conferencias a lo largo y ancho de la geografía de nuestras  islas, en las que sólo le falta hablar en La Graciosa y los Roques de Anaga; que ha proyectado, dirigido o realizado más de una veintena de concienzudos e importantes trabajos de reconstrucción, restauración o rehabilitación en edificios históricos de todo tipo, algunos magníficos, como es el caso de la casa Montañés de La Laguna, actual sede del Consejo Consultivo; además, podría hablarles de sus trabajos y estudios sobre Urbanismo de Cascos Históricos de diversas ciudades de nuestra Región. Y todo ello, sin contar sus trabajos profesionales como resultado de encargos particulares. Pero, no; tampoco voy a hacerlo.

          Pero como los ejemplos menos edificantes -y nunca mejor dicho tratándose de un arquitecto- son los primeros que se asimilan, lo que sí voy a decir de don Sebastián Matías, que es amigo mío, para yo vengarme también por el compromiso en que me ha puesto, son algunas cosas que sé que a él no le van a agradar mucho. Y eso es lo que pretendo. En realidad, me voy a referir sólo a un par de aspectos de su personalidad, que tengo bien contrastados.

          Se trata de una personalidad que -salvo esta excepción en la que me ha hecho forzoso protagonista- suele demostrar una gran lucidez mental. Posee profundas y firmes convicciones, no obstante lo cual es de talante comprensivo y dialogante, y está dotado de un olfato especial para apreciar el verdadero talento. Pero -siempre hay un pero- es en extremo exigente con los que han adquirido compromisos, de cualquier índole, con los demás. Y ello, por una razón muy simple: porque su exigencia consigo mismo alcanza límites que resultarían insoportables para el común de los mortales. Por este motivo, a veces, su sentido crítico resulta incómodo para aquellos que afrontan sus compromisos de manera superficial, sólo para salir del paso o justificar su presencia, para los “pasotas”  y  para los chapuceros.

           También puedo decir de Sebastián Matías, que es amigo mío, que, como contrapunto, en el otro plato de su particular balanza vital, se muestra su sencillez de trato y su exquisita sensibilidad de artista, con la que a veces nos sorprende como consumado maestro de la fotografía. Y también digo que siento, y no me avergüenza reconocerlo, verde y cochina envidia de su sólida y vasta formación cultural y humanística, de la que, además, jamás le he visto alardear.

          De Música, y de Arte Universal en general, sería más fácil enumerar lo que no sabe, que lo que sabe. Pero aún hay más. De Arte Canario, del nuestro, de su arquitectura civil y religiosa, de sus imágenes y sus retablos, de orfebrería y artesonados, de pintura, de música, de escultura, de.... etc., etc. etc., debo decirlo aunque me pese, no es que sepa mucho: es que lo sabe todo.

          La verdad de mis palabras las apreciarán ustedes a lo largo de su exposición de hoy, sobre “El Santa Cruz de finales del siglo XVIII”, a la que no quiero robar ni un minuto más.

          Para terminar, sólo me resta decir, pues creo que no lo he hecho, que -a no ser que a partir de esta presentación me retire la palabra y hasta el saludo-  Matías es amigo mío...... y, no sé si se me nota,  ¡me encanta presumir de ello!


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