El inefable capitán Miller y el 25 de Julio

 


Por José Manuel Padilla Barrera (Publicado en el Diario de Avisos el 24 de julio de 2011)

          En la amplia galería de personajes de la Gesta del 25 de Julio, destaca por su peculiar forma de ser y actuar el capitán inglés Ralph Willet Miller, no todos los personajes han de ser españoles, los ingleses  también intervinieron en la batalla. Fue, además, uno de los que tomó parte activa en conseguir, para su desgracia, que Nelson se volviera atrás de su decisión de retirarse después de dos consecutivos fracasos.

          El neoyorquino Ralph Willett Miller,era el capitán del Theseus, buque insignia de la flota que al mando del contralmirante Nelson, intentó adueñarse de Santa Cruz de Tenerife, hace ya 214 años. No era la primera vez que ambos coincidían. En la batalla de San Vicente, Miller mandaba el Captain, en el que también izaba su pabellón el entonces comodoro. Como se sabe, las arriesgadas maniobras de ese no muy grande buque, llevaron a la victoria a los ingleses y acabaron de crear su fama de marino legendario, aparte de proporcionarle el ascenso a contralmirante. Esta coincidencia no era casual, fue elección del propio Nelson. Miller era hijo de un emigrado a las colonias americanas, que perdió toda su fortuna con la pérdida de las mismas, por lo tanto, no debía sentir mucha simpatía hacia España.

          En la mañana del 21 de julio, el capitán Miller, recibió una gran alegría: los capitanes de los navíos de línea con los hombres que iban a participar en el ataque al Castillo de Paso Alto, deberían pasar a las fragatas, y a él le había tocado la Seahorse, y en esa fragata se encontraba la amable joven Betsy, la esposa del capitán Freemantle, a la que según sus palabras, podría mitigar sus temores, tratando de quitar importancia al peligro que su marido estaba a punto de correr en el ataque.

          Como se sabe el ataque a Paso Alto fracasó estrepitosamente, primero porque los ingleses midieron muy mal las distancias, segundo porque las corrientes actuaron en su contra, y quizás lo más importante, porque una campesina, que desde San Andrés se dirigía a Santa Cruz, a base de gritos y pedradas, logró alertar al castillo de la presencia de enemigos. Después de consultarlo con Nelson, volvieron a intentarlo, ya que no habían podido hacerlo por mar, intentaron alcanzar la montaña de Altura, desde donde podrían tomar Paso Alto y dominar prácticamente toda la bahía. Pero si la primera operación fue un fracaso, ésta lo fue aún mayor.

          Dice Miller que emprendieron una forzada marcha o casi escalada a una tremenda colina y cuando alcanzaron la cima, excesivamente fatigados, vieron al enemigo, situándose alrededor de una cordillera para ganar una altura cercana; esa era precisamente la montaña de Altura que por orden del General Gutiérrez estaba ya ocupada por los defensores. Miller siempre fue en cabeza, y comenta: “Cansados como estábamos, dimos tres gritos de ánimo para alentar y orientar a nuestros amigos que nos seguían”. Esto de los gritos de ánimo es algo que a Miller le parecía muy efectivo. Aquello fue un desastre, sin agua y sin provisiones, todo era inútil. No tuvieron otra alternativa sino abandonar las alturas y regresar a bordo de las fragatas, donde los hombres podrían ser alimentados y restablecidos para que estuvieran en condiciones para futuras misiones. Si la subida fue difícil, la bajada no lo fue menos y además peligrosa, tanto es así que Miller, al llegar a la playa, aparte de dar gracias al Todopoderoso, se apresuró a localizar a aquellos hombres, que buscando su propia salvación le habían servido de guías, y les dio una corona que llevaba en el bolsillo.

          Si para subir Miller fue el primero, ahora fue el último en embarcar en la Seahorse, allí se encontró al resto de oficiales, que estaban en la armería tomando té, después de una pinta de vino y agua. Se tomó, una tras otra, tres tazas de té y comió un poco de pan con mantequilla, a excepción hecha de tres pedazos de lengua y unas pocas uvas, justo al dejar la colina, eso era lo único que había comido desde que dejó el barco y comenta: "Pude haberme quedado a gusto, pero no me apetecía comer mientras mi gente se moría de hambre." Betsy Freemantle confirma el desánimo de Miller y cuenta que regresó muy cansado e insatisfecho, como todos, de la expedición de la jornada.

          Estos dos fracasos consecutivos produjeron entre los oficiales ingleses un gran depresión, ante una medida que temían se iba a producir, el abandono de la empresa; pero a la mañana siguiente, cuando todavía Miller no había abandonado la Seahorse, ocurrió algo que de nuevo les elevó la moral. El capitán de los infantes de marina, Olfield, condujo hasta la fragata de Freemantle a un desertor, un prusiano que había sido soldado, y que habiendo quedado aislado en Tenerife, pasó a ser sirviente del cónsul francés. El interrogatorio de este prusiano lo llevaron a cabo los dos capitanes Freemantle y Miller, haciendo de intérprete la joven Betsy, porque con seguridad no había nadie en la escuadra que interpretara la mitad de bien que la señora Freemantle. El desertor les aseguró que los españoles no tenían ninguna fuerza, que estaban todos atemorizados, llorando y temblando, y que nada sería más fácil que tomar el lugar. Por difícil que parezca los capitanes le creyeron. Ahora sólo les quedaba hacer llegar esa información al contralmirante Nelson, pronto estuvieron de acuerdo que fuera Freemantle quien lo hiciera y tratara de convencerle, porque tal como ya sabemos, Miller opinaba que: “Nadie tiene generalmente menos influencia sobre el almirante que su propio capitán”.

          Si resulta difícil creer que los capitanes se creyeran la patraña del prusiano, más aún lo es que Nelson también cayera en la trampa. Se ha hablado muy poco de este hecho pero es, sin duda, el que nos permite comprender la tremenda derrota sufrida por el genial y hasta entonces invicto marino. El disparatado plan de ataque a Santa Cruz solo se explica si se tomaba como premisa que los españoles no iban a presentar resistencia.

          Tomada la decisión de atacar con todo al corazón de Santa Cruz, comienza lo que el capitán Miller llama su adición, o sea, su aportación. En cuanto conoció la para él buena noticia, se le ocurrió un plan. Inmediatamente puso a trabajar al carpintero, al fabricante de velas y al tonelero y antes de las 10 de la noche, tenía construido un falso cañón de 18 libras, que no se podía saber cual era el cañón real a una distancia de tiro de pistola. El plan que proponía, era el siguiente: poner todos los hombres en las lanchas antes de que hubiese anochecido, para simular un desembarco en la misma zona que anteriormente, que fuese visto con claridad desde Paso Alto, transportando al cañón de lona como si se tratara de una pieza muy pesada. Realizado el simulacro la gente desembarcada debería reembarcar en silencio y todas las lanchas remarían, asimismo, en el silencio más absoluto hacia la parte N.E. del muelle. También sugirió que las lanchas remaran a lo largo de la población, a tal distancia que no diera oportunidad de descubrirles, hasta que estuviesen frente al lugar de desembarco.

          Y aquí viene la gran aportación del capitán Miller: “Así llegaríamos a la población poco después de la medianoche, y tendríamos la situación perfecta con el modelo adoptado, cada una de las lanchas de una fila sería cubierta por la que la precedía y parecería como si se tratase de una sola, y cada bote aparentaría tener el tercio de su tamaño en la dirección contraria. Por supuesto nos podríamos acercar mucho más sin ser descubiertos, y cuando fuésemos vistos, aparecer más distantes de lo que estábamos con lo que haríamos inútil al enemigo su primer y mejor disparo, ya que ellos, naturalmente, apuntarían demasiado alto, y luego al soltarnos, nuestra súbita aparición con la presencia de muchos más botes crearía un pánico y confusión inmediata, a lo que ayudarían los tres gritos de ánimo”. He pensado mucho en este problema de perspectiva que plantea Miller, sinceramente, no lo entiendo, pero, eso sí, con los tres gritos de ánimo las cosas , seguro, que serían más fáciles. De este imaginativo plan, fruto de una mente un tanto calenturienta, nunca se supo, si es que llegó a proponérselo a Nelson, que no creo. En la mañana del 24, hubo reunión de capitanes, a los que ya se había añadido el de la fragata Leander, se interrogó de nuevo al desertor y se decidió que el ataque sería esa misma noche.

          Miller dedicó el día a preparar a su gente y antes de las nueve de la noche, vio al almirante salir de su barco, llevando consigo a su hijastro el teniente Nesbitt, para dirigirse a la Seahorse, desde donde tendría que partir para dirigir el ataque, acompañado del capitán Freemantle, que iba a actuar como una especie de ayudante de campo. Esto era verdad, pero Nelson salía antes para acudir a una cena en que la anfitriona sería, Betsy Freemantle. Para Miller hubiese sido el colmo de la felicidad el haber estado invitado a esa cena, pero se conformó, porque recibió la ausencia de su jefe con enorme satisfacción: “ya que me dejaba en la independiente y honorable dirección de mis propias acciones”. Es evidente que no le agradaba Nelson.

          Como es natural Miller participó en la operación de ataque a Santa Cruz, parece, según escribe, que puso pie en tierra, bien en el muelle, bien en la playa, pero ya no se sabe más de su actuación. Cuando esto ocurría, no le quedaba mucho tiempo de vida, murió de forma accidental a bordo de su barco, en mayo de 1799.