Pinceladas sobre la única fábrica de gas que exisitió en Canarias (I)

 
Por Antonio Salgado Pérez  (Publicado en el Diario de Avisos el 22 de septiembre de 2024).
 
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La fábrica de gas
 
 
          Doña María Luisa Hanke, que era hija del alemán Emil Hanke, primer técnico que tuvo la Fábrica de Gas de Santa Cruz, falleció en el otoño de 1996 y nos dejó sin un solo deje de amargura, con su acrisolada discreción y con el elegante porte que siempre le acompañó.
 
          Ejemplarizante en el trato con sus semejantes, doña María Luisa, de inmarchitable timidez, nunca exteriorizó sus conocimientos capitalizando oratorias. Ella fue, por encima de todo, la que incentivó, aún más, el interés que en nosotros había despertado la antigua Fábrica de Gas de Santa Cruz de Tenerife, aquella pieza de arqueología industrial que estuvo emplazada muy cerca de la ermita de Regla, entre la actual Estación de Guaguas y la Dársena Comercial, casi a dos pasos, en su cara sur, de donde hoy se yergue nuestro moderno Palacio de Justicia.
 
          En los albores de la década de los 80, la antigua fábrica de gas nos impactó desde el primer momento. Nos encariñamos con ella, con su entorno, que pocos santacruceros conocían, posiblemente porque aquel edificio ocultaba con modestia su “singular eclecticismo arquitectónico” como nos señaló en su día el malogrado Sebastián Matías Delgado Campos. Al socaire de aquellos frondosos laureles de Indias, araucarias y palmerales. (¿Dónde colocaron aquel pequeño oasis, sigue dando aquella fresca sombra?). Al socaire de todo esto, decíamos, y muy de mañana, los que tuvimos vinculaciones profesionales en aquellas instalaciones teníamos el alto privilegio ecológico de catar lo que era la quietud, el croar de las ranas en aquellos estanques de corte oriental, o el incesante trino de los pájaros en aquel oculto vergel. Y, hasta cierto punto, nos extasiábamos ante aquellos hornos, carboneras, retortas y carcasas, que parecían, en su perenne mudez, demandar ciertas reivindicaciones, al igual que las nervaduras de hierro y los carriles-guías y la peculiar escalera de caracol que adornaban a los imponentes gasómetros.
 
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Destupidor usado en las cañerías de gas ubicadas soterradas en las pincipales calles santacruceras
 
         
          A medida que fue pasando el tiempo acentuamos nuestra atención en la rica historia que atesoraba aquella antigua fábrica de gas, de la que aún percibíamos su peculiar olor, ya que la tierra estaba impregnada de los componentes que producía dicho combustible. Había sido un ejemplar único en Canarias y de los poquísimos que se habían montado en España. Fue un gran soporte energético en Santa Cruz desde 1907 hasta su definitiva desaparición como tal, casi setenta años después.
 
          Desde su irrupción, en Santa Cruz, el gas, producido por la combustión del carbón, que se recibía de las cuencas del Rhur, no se arredró, y plantó cara y valentía a la electricidad, su más enconada competidora, cuyo alumbrado público se había inaugurado en Tenerife el 7 de noviembre de 1897. Y para atraer al cliente se le decía que “sobre el eléctrico tiene el alumbrado de gas la no despreciable ventaja técnica de que la intensidad de la luz y, por lo tanto, su consumo, se puede aumentar o disminuir, mientras que las lámparas eléctricas y arcos voltaicos arden siempre con la misma intensidad y corriente…”. Y en muchos hogares tinerfeños surgió la “lira” que, colgada del techo, proporcionaba “una luz que no deformaba el color de las cosas y de los objetos, como lo hacía la electricidad” La mencionada “lira” –que tomó ese nombre por su similitud con el instrumento musical, aunque éste, por supuesto, era muchísimo mayor de tamaño–, con su camisa de seda entubada como en los clásicos quinqués, se alimentaba y se encendía tras la combustión del ya mencionado producto teutón, para algunos más rico que el carbón de Cardiff, porque “aunque tenía el tamaño de una nuez y resultaba feo a la vista, y opaco, era más rico en petróleo”.
 
          Y también el gas libró y ganó muchas batallas, como fuente de calor, en las cocinas tinerfeñas, que fueron desterrando, poco a poco, el carbón de piedra, el de leña, el petróleo, espíritu, etcétera.
 
          En las retortas de la fábrica de gas se producían, entre otros subproductos, la naftalina; un carbón especial que se usó para los arcos voltaicos; y el alquitrán, con el que se comenzaron a asfaltar las principales calles y carreteras de la isla. Pero hay que resaltar que durante varios años la fábrica hizo propaganda para dar a conocer la utilidad del alquitrán facilitando gratuitamente importantes partidas a particulares y ayuntamientos para ensayarlo. Pero de ensayos no se pasó y faltó una voluntad decidida de acometer la obra en grande, hasta que el Automóvil Club, a semejanza de los que funcionaban en el extranjero, “llevó a la práctica la obra de alquitranar las carreteras en bien del país, con el merecido aplauso de todos”.
 
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Martin Emil Hanke y María Luisa Hanke Darias, hija del técnico alemán
 
         
          El 26 de junio de 1911, Pedro Blasberg, administrador de la fábrica de gas, se dirigió al director del periódico Diario de Tenerife en los siguientes términos:
 
                    “Deseosa la compañía de dar al público toda clase de facilidades y comodidades facilitará a los abonados que lo deseen una cocina de uno o tres hornillos y tres lámparas para alumbrar, siendo la instalación gratuita tanto en la cocina como de las lámparas, pero conservando siempre la compañía la propiedad de estos aparatos”.
 
          Y terminaba su misiva que, en definitiva, suponía una publicidad muy bien orquestada y, posiblemente, sin desembolso, de la siguiente manera:
 
                    “Si, como esperamos, el público responde a nuestro sacrificio, estaremos pronto en condiciones de suprimir el alquiler de los contadores, lo que vendrá a abaratar aún más el precio del gas. Por último y para comodidad del público, hemos contratado a un especialista en esta clase de alumbrado con gran experiencia en su profesión, que se encargará, por una módica cantidad mensual, de conservar y limpiar las lámparas y reemplazar los manguitos que se utilicen”.
 
          Pero dicha fábrica, como analizaremos en otro capítulo, no sólo se limitó a producir y vender gas sino que, incluso, comercializó otros productos.
 
 
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