Presentación del libro "Los cinco matrimonios Carta..."

 
A cargo de Fátima Hernández Martín (Casa-Palacio de los Carta, Santa Cruz de Tenerife, 3 de abril de 2024)
 
foto presentación
 
 
           
          Llevar a cabo la presentación del libro titulado: Los cinco matrimonios Carta, del que es autora la profesora e historiadora, Dª Carmen Elisa Reyes Fuentes, una apasionada de la investigación, coincidirán conmigo que no es asunto baladí, pues se trata de una gran responsabilidad debido a que nos referimos a una obra de intenso contenido, resultado de un arduo y meticuloso estudio de recopilación documental, sobre una de las familias más importantes del llamado, cariñosamente, Viejo Santa Cruz.
 
          Estos vecinos principales como gustaban denominarlos y, de hecho, se señalan así cuando referenciamos crónicas, fueron testigos de otra época y sacados a la luz en esta publicación, al igual que han hecho recientemente curiosas exposiciones, lo que pone en evidencia la importancia que han tenido para nuestro patrimonio e historia. 
 
           Para ello, la autora (descendiente de los Carta) nos invita a trasladarnos a través del añoso y sencillo diario familiar que custodia con especial cariño y que, por costumbre, cada año, completaba un miembro de la familia, hacia ambientes de otrora, aquel Santa Cruz arcaico, lejano en el tiempo, aunque cercano en el recuerdo que, gracias a este libro, se rememora con intensidad, pero sobre todo con claro matiz de justicia histórica.
 
          Recorremos con los Carta (a través de las páginas), los interiores de sus casas, con extensas galerías –de gran protagonismo- donde se tomaban refrigerios, colaciones; se discutía de lo cotidiano; gestionaba el personal a su cargo, se hablaba de las acogedoras capillas, comentaban nacimientos, lamentaban tristes defunciones, anunciaban nuevos casamientos o exaltaban exquisitas obras artísticas que adquirían. Varias generaciones de una saga de dinamizadores de la vida política, cultural, religiosa, comercial e intelectual… que ya Matías Rodríguez Carta inicia, cuando se traslada desde la isla Bonita a Tenerife, para establecerse en esta última, e iniciar un linaje (objeto de atención en este caso).
 
          Hablamos además de unos personajes, muy ligados al puerto, al muelle, estrechamente relacionados con el comercio marítimo, que invirtieron parte de su fortuna en adquirir y promocionar un patrimonio que los posicionaba en la -por entonces- clase dirigente…Entre sus haberes poseían hermosas casas, como la situada junto a la iglesia de La Concepción, también el Palacio de los Carta, viviendas en La Laguna, Geneto, Arafo…haciendas como la de Valle Guerra (dedicada en especial al cultivo de la vid) donde dicen gustaban refugiarse para …huir de ruidos y asuntos de ciudad, una ciudad que empezaba a despuntar y aumentar de forma considerable su población. He citado sólo algunas de sus numerosas posesiones (les animo a consultar la página 259).
 
          Los Carta, a la usanza de entonces, derrochaban generosidad al cuidado de sus imágenes y capillas, en la ermita de la Virgen de Regla, en la iglesia de la Concepción. Capillas con plétora de obra de origen isleño o foráneo donde solían refugiarse para momentos de oración, en especial para mitigar estados de desolación o enterrar a sus seres queridos. Asimismo, el papel del Torreón-Observatorio (de esta casa palacio) que servía para otear llegadas importantes, avisar de peligros inminentes o novedades imperiosas, caso del 3 de julio de 1764, cuando arribó el nuevo comandante general y mariscal de campo, D. Bernardi Gómez Ravelo, cuyo navío iba con la armada a Las Indias a fin de traer la plata al rey de España.
 
          A través de su lectura, podemos percibir (casi oler) todo aquello que se comercializaba hacia el exterior (vino, aguardiente, azúcar, manteca, queso, gofio, almíbar, nueces, almendras, pasas, higos…). Pero también, en ese ingente transporte de navíos (considerados unos miembros más de la Casa y con nombres muy característicos), el olor del cacao de Caracas, la dulzura del azúcar de la Habana, el fuerte perfume de los cueros de Yucatán, el color intenso del palo tinte de Campeche o la fragancia del tabaco de las Antillas… 
 
          Destaca la autora, la expectación que suscitó la llegada, por ejemplo, de Louis Feuillée a la rada del puerto, sabio que tomó una buena colación -como invitado de la familia- en la galería favorita. Otra visita intrigante, al puerto, fue la del príncipe maronita, señor de Monte Líbano, que hizo escala (allá por 1739) durante un viaje que organizó para obtener fondos destinados a liberar a su esposa y dos hijas cautivas de los turcos. Según las crónicas…Nos impresionó sobremanera su andar majestuoso, su túnica grana, su montera encarnada y que iba envuelto en tres varas de “gara carrujada”. Iba acompañado de dos soldados con bayonetas… (imaginamos que todo un espectáculo para la localidad).
 
          Señalar la información sobre la construcción del Hospital Civil y el afecto que se sentía hacia los Logman, por sus buenos quehaceres hacia los más necesitados. La muerte del amigo de la familia, D. Antonio Benavides, con 83 años y en la más absoluta pobreza, enterrado en La Concepción con hábito franciscano. Relaciones con la pintura, como las compras de obras a Juan de Miranda (que había estado cautivo en Orán y gustaba sobremanera a la familia). La instalación de la primera carnicería en la zona o la fábrica de salazones en Los Llanos de la Regla. 
 
          La curiosa acogida simultánea de dos expediciones (año 1776), la del capitán Cook (a bordo del Resolution en ruta hacia Tahití, su tercer viaje) y La Boussole, y el almuerzo-convite al que fueron invitados conjuntamente, siendo grandes los elogios de los expedicionarios hacia los productos isleños que los Carta les ofrecieron…en especial sabroso pareció estar el guiso de cabrito. De hecho, se mencionan numerosas expediciones científicas (en auge por entonces) y a las que los lugareños de renombre (caso de esta familia) agasajaban siendo partícipes de la intriga por sus futuros hallazgos (la del Kew Garden; La Pérousse; La Belle Angélique; el viaje de Humboldt o La Bounty…por citar algunas que son citadas en la obra). Pero también, menciona la autora, la generosidad que se mostraba hacia todo tipo de invitados, que se prendaban de algunas de las maravillas de la Casa (no quiero desvelar la anécdota del visitante ilustre que se encaprichó con cierto objeto de la familia, les invito a indagar en sus páginas).
 
          Como relato de aventuras, no falta toda suerte de ataques piráticos, milagros inesperados; intensos temporales que afectaban, con especial dureza, al incipiente muelle, que traía de cabeza a los ingenieros encargados de su construcción, a veces en medio de tormentas mientras el viento silbaba con fuerza desde Anaga; lluvias intensas que anegaban casas, provocando desastrosas inundaciones; erupciones volcánicas como la del Chahorra que llenó de terror a la familia, teniendo que interrumpir su estancia en el norte y regresando precipitadamente a Santa Cruz; intensos temblores de tierra o incendios pavorosos (caso del ocurrido en la calle del Sol, en 1784), que algunos desaprensivos aprovechaban para hacerse sutilmente con lo ajeno (nada ha cambiado). Ataques de extraños peces en las playas costeras (tal vez tiburones), que acababan con la vida de lugareños y desataban el miedo hacia lo ignoto de la mar. Extensas etapas con falta de médicos, labor que suplían –con frecuencia y a duras penas- barberos y sangradores. Vandalismo de ayer (al igual que sucede hoy en día) hacia el arte callejero (recordemos el incidente con dos oficiales ebrios en 1825 en la plaza de la Pila). Plagas de langostas, muy frecuentes por entonces, que conllevaba no sólo rogativas a San Plácido, sino también intensa hambruna, aunque –al tiempo- fomentaba la cooperación entre islas que compartían lo poco que tenían. Eso mismo ocurría con el agua que se bajaba de La Laguna cuando, por acuciantes sequías, escaseaba en Santa Cruz. De hecho, en 1771, por la falta de lluvia y la fiebre imperante, señalan las crónicas que, en algunas islas …han llegado a comer burros, perros, gatos y otros animales inmundos…También, aterradoras noticias llegaban al enclave isleño, como el terremoto de Lisboa… relatos que causaban inquietud entre los chicharreros.
 
          Leemos sobre carnestolendas que se celebraban con muchas prohibiciones (eludidas cuando se podía con artimañas), o los saraos que se montaban en las casas particulares, donde gustaban bailar a destajo y surgía algún que otro amorío circunstancial. Aparición de nuevas normas y ciertas aperturas (como los baños en la playa de hombres y mujeres juntos). Temibles epidemias muy contagiosas (peste de Dalmacia, viruela, fiebre amarilla, dolor prieto, tabardillo, rabia…), la mayoría introducidas desde los barcos. De hecho, por la obra transcurre todo un carrusel de navíos que arribaban y zarpaban, algo que -en ocasiones- dado el escaso control a pesar de las cuarentenas (que se incumplían), contagiaba a los habitantes del lugar toda suerte de dolencias portadas a bordo. 
 
          La creación de la Sociedad de Amigos del País de Tenerife en La Laguna, allá por febrero de 1777, y una delegación en Santa Cruz (meses más tarde, julio del mismo año) (decíase por la dificultad de andar caminos hacia La Laguna), sede luego disuelta (para no complicar a la lagunera). Ataques de flotas enemigas, batallas, guerras, revoluciones…el Jardín de Aclimatación de la Orotava... nombramientos desde la Corte (para gusto o disgusto de los chicharreros según quien viniese).
 
          La existencia de extraños gabinetes de maravillas (no muchos, pero, eso sí, interesantes), como el que tenía D. Bartolomé Montañéz (persona muy querida por los Carta). Asimismo, el de D. Juan de Megliorini y Spínola (caballero del Regimiento de Ultonia) y su esposa Dª Mariquita del Castillo Iriarte, cuya huerta y casa, en la calle Santa Rosalía, resultaron muy afectados por el temporal de 1826, la tormenta de San Lorenzo, algo que entristeció sobremanera a la familia. 
 
          En definitiva, un libro apasionante de lectura obligada para todos los tinerfeños amantes de su tierra y su pasado, que invitamos consultar de manera tranquila y sosegada. Y aunque se trata de una obra difícilmente encuadrable en categoría literaria (como bien expresa el exquisito prologuista, D. Sebastián Matías Delgado), pues se muestra como un relato cronológico y detallado (a modo de Diario anual), no sólo brinda la oportunidad de conocer a estos vecinos principales, sus inquietudes, personalidades, actividades o relaciones familiares…sino que, mucho más allá, es una clara excusa para describir, con lujo de detalles, prosa deliciosa, amena y tempo adecuado, a pesar de la complejidad de datos que la autora ha consultado, cómo era la vida del enclave isleño que hoy en día constituye la hermosa ciudad de Santa Cruz de Tenerife, y sus importantes vínculos (como nexo/puerto) atlántico en un contexto decisivo, para el desarrollo de nuestra ciudad (siglo XVIII, primera mitad del XIX).
 
          Mi más sincera felicitación a la autora por el excelso trabajo de documentación/recopilación, que nos permite disfrutar de cada una de sus 491 páginas, en definitiva, una auténtica joya… 
 
          Así que, si me lo permiten, me uno –maravillada- a la popular coplilla que –dicen- entonaba la chiquillería por entonces … 
 
Esa torre de Carta
es un confite.
Acudid chicharreros,
que se derrite…
 
 
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