La Revolución Francesa, la guillotina y el "nudo" en la soga

 
Por Antonio Salgado Pérez  (Publicado en El Día el 11 de noviembre de 1989)
 
 
Anécdotas de Auditoría Interna
 
 
          Hace algunas semanas, en el Instituto Mexicano de Auditores Internos, el norteamericano Jim Wesberry, un experto con casi cuarenta años de experiencia como contador público y auditor externo e interno, nos recordaba, en una interesante conferencia, las tres generaciones de la Auditoría Interna: en la primera, tanto los auditores externos como los internos, nacieron principalmente con miras a la vigilancia de las transacciones e informes financieros y con la finalidad de buscar e informar irregularidades y fraudes. No podían confiar nada en las personas auditadas. A su vez, tenían una imagen sombría. No tendríamos sino que repasar la descripción que de estos auditores nos ofreció en su día Elbert Hubbard, para comprobarlo; en la segunda, en la década de los 70 y los 80, los auditores se convirtieron en “los ojos y en los oídos de la gerencia”, disminuyendo gradualmente sus labores de investigación de irregularidades para concentrarse más y más sobre los controles. Y en la tercera generación, es decir, ahora mismo, las computadoras han empezado a cambiar la manera de conducir las auditorías, obligándonos a adoptar nuevos enfoques.
 
Mirando hacia atrás
 
          En la citada conferencia, de la que ahora se recoge parte de su contenido en el boletín “Pistas de Auditoría”, el norteamericano Jim Wesberry “mira hacia atrás” y nos narra una anécdota que por su originalidad e intencionalidad sería conveniente conocerla.
 
          Mucha gente cree que los primeros auditores internos eran británicos. Pero poca gente sabe –afirma Wesberry– que el primer auditor interno en realidad fue un francés. Por lo menos lo que se va a relatar constituye la historia más fidedigna que se ha podido encontrar acerca de nuestras raíces.
 
La guillotina, ese instrumento de misericordia
 
          Es muy apropiado recordar nuestra herencia francesa tras haberse celebrado el bicentenario de una revolución que se inició el 14 de julio de 1789 con la toma de la Bastilla. Este fue un evento histórico en el desarrollo del concepto de los derechos del hombre. La guillotina se convirtió en el símbolo de la Revolución Francesa por su incomparable eficiencia al separar los componentes más importantes del cuerpo humano.
 
          Miles de personas fueron llevadas a las cárceles durante la época de la Revolución de una manera injusta y simplemente para esperar en la prisión el terrible turno para salir camino de la guillotina –ideada por el doctor José Guillotin–, quien la vio como “un instrumento de misericordia”. Pero antes de ejecutar la pavorosa sentencia de muerte, los pobres infelices eran paseados en lúgubres carretas por las calles de París, exponiéndoles deliberadamente a los sarcasmos e insultos de la turba enfurecida y ávida de sangre humana. Las carretas tenían capacidad para seis condenados cada una.
 
¿Tienes algunas últimas palabras?
 
          Pocos funcionarios claves de Francia lograron mantener completos sus partes vitales durante este período tumultuoso. Un día, entre los seis oligarcas que llegaron en la primera carreta, se encontró el primer auditor interno que se ha podido identificar en toda la historia de los países. Como era costumbre, la muchedumbre de París estaba presente para observar el espectáculo. Llegó la carreta con los presos; la muchedumbre gritó con furia porque, por supuesto, había venido para ver sangre. Se puso silenciosa cuando el primer preso, consejero legal del Rey ya muerto, subió a la plataforma. Sansón, el verdugo, haló la soga par levantar la gran cuchilla que brillaba al sol y le preguntó al preso: “¿tienes algunas últimas palabras?”.
 
          El desafortunado pero orgulloso abogado levantó sus ojos al cielo y pensó por un momento; y después, bajando la vista a la muchedumbre, gritó: “Estoy orgulloso de ser francés; he vivido como francés y muero como francés. ¡Vive la France! " Enseguida gritó la muchedumbre: “¡Que muera el traidor del pueblo!”
 
          El condenado se pudo de rodillas y puso su nuca en el aparato, y de nuevo se puso silencioso. En ese momento, el verdugo soltó la soga, y la gran cuchilla de la guillotina cayó con gran rapidez por la fuerza de la gravedad del peso. Pero justo cuando estaba por terminar su caída, la cuchilla paró abruptamente a sólo un centímetro de la nuca del preso. Después de unos momentos de silencio, la asombrada muchedumbre empezó a murmurar y después a gritar: “¡Un milagro! ¡Un acto de Dios! ¡Déjelo libre!”. De modo que, el pobre “candidato” salió caminando por la muchedumbre… Un hombre libre.
 
¿Un segundo milaro! ¡Déjelo libre!
 
          Ahora la multitud se puso más intranquila. Sansón, el verdugo, rápidamente haló la soga para subir la guillotina y empujó a la siguiente víctima por las escaleras. “¿Tienes algunas últimas palabras?” le preguntó al preso, que era el encargado del protocolo del palacio. Este miró hacia el cielo y pensó profundamente. Luego, bajando su vista y mirando cara a cara al pueblo, gritó: “Las mujeres francesas son las más bonitas del mundo. Estoy orgulloso de haber sido el amante de muchas de ellas. ¡Vive la Femme!"
 
          A esta insolencia, el pueblo gritó enojado por su arrogancia; y otra vez la cuchilla bajó para darle muerte; pero, increíblemente, imposiblemente, otra vez se detuvo, justamente a un centímetro de la víctima. El pueblo se puso como loco. “¡Es la voluntad de Dios!”, gritó. A continuación gritó el pueblo: “¡Un segundo milagro! ¡Déjele libre! ¡Déjele libre!" De modo que, el infeliz bajó y caminó a través de la multitud… Un hombre libre.
 
“Hay un nudo en la soga”
 
          Ahora Sansón empezó a sudar, dándose cuenta que, si la cuchilla no funcionaba bien la tercera vez, la multitud dentro de poco estaría gritando por la sangre del propio verdugo. El tercer preso –que había sido el inspector real de las cuentas de Francia, el primer auditor interno– de mala gana ascendió a la plataforma. Otra vez se le hizo la misma pregunta: “¿Tienes algunas últimas palabras?”. Lentamente el preso levantó sus ojos hacia el cielo. Otra vez hubo silencio y la multitud esperaba con expectación el desenlace.
 
          El preso miraba hacia arriba, como si estuviera buscando palabras o el coraje para decirlas y sudaba profusamente. También sudaba Sansón, el verdugo. Después de más de un minuto, el exasperado verdugo gritó aún mas fuerte: “¿Tienes algunas últimas palabras?”. Otra pausa siguió. “Ah, sí, mire ahí” dijo el preso sin bajar su frente, pero apuntando hacia arriba con el dedo: “Ahí está la causa del problema. Hay un nudo en la soga”. Obviamente, ese fue el informe del primer hallazgo de la Auditoría Interna.
 
Epílogo
 
          Termina diciéndonos nuestro colega Wesberry que, a través de los años, muchos auditores internos han tenido experiencias semejantes. Ha habido muchos nudos en las “sogas” de las gerencias de todas las empresas y los gobiernos y siguen con estos nudos hasta hoy. Muchas veces los auditores internos tienen la misma suerte del pobre francés y pierden sus “cabezas” por haber identificado o informado la causa del problema. No obstante, este es el deber del auditor interno: "identificar la causa del problema y recomendar la acción correctiva correspondiente”.
 
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