Vivencias y remembranzas de aquel Alcalá sureño de 1957 (y II)
Por Antonio Salgado Pérez (Publicado en el Diario de Avisos el 2 de julio de 2023)).
Dedicatoria: Con afecto y cariño a Carlos León que con su innovador fusil submarino, me descubrió los generosos frutos del mar. Y a sus hermanos Rosa Elvira, Maritza y Pedro, ángeles de un paraíso ya extinguido.
Alcalá es un pueblo muy distante de la capital. Antes de llegar a él hay que defenderse de una molesta polvareda y limpiar en varias ocasiones el parabrisas del coche en que viajamos. Alcalá, ante todo, constituye un misterio para el inexperto viajero. Su acceso no se lleva a cabo por cómodas y asfaltadas carreteras. A partir de la Playa de San Juan un pequeño ramal nos indica el camino que ha de seguir el que pretenda llegar a este acogedor rincón sureño. Alcalá – de apenas 14 km cuadrados -es un pueblo agrícola y pescador. Tiene más fama de lo segundo que de lo primero, pero son varios los millones de pesetas que actualmente dan sus inmejorables tomates y sus desarrollados plátanos costeros. Alcalá, que pertenece al municipio de Guia de Isora posee fructífera agricultura y abundante pesca, sí pero la angosta y serpenteante pista que nos conduce hasta el pueblo posee el silencio del sepulcro, la aridez del desierto y sobrecoge el ánimo al rodar por vez primera sobre ella. Por aquí se encuentran los mejores volantes de la isla, aquellos que el asfalto y la grava les parece el paraíso. Esta pista está bordeada de una flora extraña y engañosa. Pretende ser el pórtico de un erial, pero esta creencia es solo un espejismo si tenemos la valentía de seguir adelante. Una pista que, nacida entre rocas volcánicas de múltiples colores, da incomprensible vida a veneneros (arbusto que ni los propios animales se paran a oler), tabaibas, balos, damas y hierbas blancas. Esta pista es el principal problema que actualmente no ha podido solucionarse en Alcalá. Los innumerables camiones que diariamente salen cargados de plátanos, tomates, pescado, así como de tierra, porque el agricultor alcalanero tiene que buscarla para sus pedregosos terrenos en estos revueltos vericuetos que hasta ahora no puede dársele el nombre de carretera. Aquí no debe pedirse una iniciativa privada a los vecinos de Alcalá porque este asunto compete a los organismos oficiales. Ya sufre bastante el agricultor y pescador sureños con sus sequías y sus tormentas marineras para que se les exija otra colaboración más.
El valor del agricultor sureño
Los sureños son personajes dignos de mención y ejemplo porque del terreno seco, quemado por la lava y de aspecto fantasmagórico, han sabido sacar fértiles huertas y abundantes zonas verdes. Ya se sabe que el agua en el sur de la isla siempre ha escaseado. Pero va acercándose una época en que esta idea será desterrada totalmente. Las presas conservan el preciado líquido que no siempre las galerías ya otorgan en los momentos más oportunos. Estas grandes presas de agua, que desde las alturas se parecen a rectangulares espejos diseminados caprichosamente sobre este terreno áspero, multicolor y esponjoso, han venido a solucionar el espinoso problema. El agua, el petróleo de los sureños, constituye el objetivo más codiciado. Y esta ejemplar ambición ha dado lugar a situaciones verdaderamente elogiables. En la parte suroeste de la isla se encuentran los acantilados más impresionantes de Tenerife. Montañas de varios centenares de metros, cortadas perpendicularmente sobre las tranquilas playas que se hayan en sus talones. Montañas que hacen enmudecer e imponen silencio y reflexión. La Galería del Natero, obra que parece haber sido realizada por expertos alpinistas, ha sido la primera que ha roto el silencio sepulcral que caracteriza a esta costa desierta y sorprendente. Fuente nacida, ¡qué ironía! en el llamando Barranco Seco y más tarde se eleva, en riego milagroso, hacia la floreciente Guía de Isora y pueblos limítrofes. Este es la ejemplar deseo del campesino sureño. Para ellos, cuando el agua es la protagonista del problema, nunca han existido los obstáculos. Sienten algo más que interés personal por sus pedazos de tierra; sienten amor.
El "haiga" característico signo de triunfo
En estas tierras la emigración a Venezuela ha sido muy numerosa. Los que se fueron hace muchos años poseen hoy, en el pueblo que los vio nacer, las principales zonas de cultivos. De jóvenes sabían que para el progreso es necesario un apoyo fundamental: el dinero. En la isla no consiguieron encontrar lo que ellos querían. Lo hallaron en tierras caraqueñas. Privándose de las diversiones capitalinas, de las numerosas atracciones propias de las ciudades cosmopolitas de la vida fácil y despreocupada; todo ello para enviar a los suyos numerosos y generosos giros que iban apilándose y creando pequeña fortuna en las listas bancarias.
Pero aquella tierra de televisión, de constantes ruidos, de grandes rascacielos y de extensiones petrolíferas no entusiasmaban del todo al verdadero campesino isleño. La modestia de su pueblo siempre les ha vencido. Y siempre, cuando han podido, han regresado a él, para convertir la plata, o los bolívares, en mano de obra, en ganado, en máquinas perforadoras y en medios de transporte. Muchos de ellos han traído saneadas fortunas que pueden permitirse el lujo de darles rentas sin necesidad de trabajo, pero al regresar a su isla siguen prefiriendo el sudor y el sacrificio a la comodidad y a la quietud parasitaria. En nuestro pequeño recorrido por estas tierras hemos visto relucientes “haigas” parados en modestísimas casas campesinas. Es la mejor señal de la prosperidad que ha traído un hijo, un marido, un familiar íntimo. Dentro de estos hogares donde la limpieza es lo primero que se aprecia, hemos compartido charlas amenas y entretenidas. Lo mismo se habla de botes, de mares de leva y de duras jornadas marineras que de dulas, de zafras, de pezoneras y de las temibles cochinillas plataneras. Todo es acogedor, original y espontaneo en estos iluminados patios cuajados de plantas de panamá, de hojas de salón, de begonias y esparraguillos, donde el visitante cometería una imprudencia al rechazar una buena taza de café o un fresco vaso de leche.
Año de lluvias para los sureños: el Drago florece por el lado sur
Alcalá, lugar donde ha transcurrido la mayoría de nuestra estancia, ya empieza a evidenciar el ambiente capitalino de Santa Cruz. El sexo femenino ha desterrado los bañadores por las rodillas, que escondían sus bien recortadas siluetas juveniles. Y sus faenas caseras las llevan a cabo portando pantalones de vivos colores que nos hacen trasladarnos mentalmente a cualquier ciudad turística de renombre. Cerca de Alcalá existe una playa con nombre africano y arena blanca: Argel. Una ribera que solucionaría satisfactoriamente nuestro actual problema si con la voluntad se pudiesen mover no montañas, sino simplemente… playas. De Alcalá parten numerosas excursiones a Punta de Teno, donde se encuentra su aislado y longevo faro (1897); estamos en el vértice del norte y sur de la isla, donde los pescadores submarinos encuentran inigualable fauna y donde los excursionistas menos habilidosos pueden extasiarse con el impresionante panorama que le presentan los acantilados antes mencionados. En Alcalá cualquier niño podría darnos una interesante charla sobre abades, meros, viejas, cabrillas y pulpos…
Alcalá, como cualquier pueblo sureño es, en definitiva, un núcleo trabajador y esforzado. Hace cuatro años no llegaba a cincuenta las casas existentes, pero en la actualidad esta cantidad se ha triplicado. Este fenómeno se debe simplemente a que dicho rincón sureño posee riquezas naturales que esperan pacientemente una mayor comprensión para ensanchar aún más sus actividades. El cambio de su actual pista por una simple carretera asfaltada vendría a poner la primera piedra a estos proyectos de signos netamente optimistas.
A nuestro regreso a la capital, y al pasar por Icod de los Vinos, un experto agricultor sureño nos decía que este año sería satisfactorio para su tierra al ver florecer por su parte sur al milenario Drago.
Esperemos que este vaticinio se convierta en milagrosa y abundante lluvia sobre esta ejemplar zona sureña. El sacrificio de sus moradores merece esta clase de compensaciones.
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