Lito, aquel niño prodigio de Adeje
Por Antonio Salgado Pérez (Publicado en La Tarde el 16 de abril de 1957).
Actualmente estudia en una academia de esta capital, y la de matemáticas es la asignatura que “más le cuesta”
El misterio de los niños prodigio ha sido, a través de los tiempos, un tema lleno de incógnitas. Sus distintas apariciones en diversos países han originado una multitud de comentarios. Algunos han creído que dichos seres poseen intuición prodigiosa, y otros han opinado que dicha precocidad se confunde simplemente con una memoria excepcional, que el pequeño prodigio pone al servicio del don de imitación propio de la infancia. Es decir, cuanto más prodigiosa es la memoria más sorprendente es la copia, y por ello puede dar la ilusión de que se trata de un genio.
La Naturaleza se ha mostrado fecunda en la aportación de estos seres superdotados. Seres que en la mayoría de las veces han pasado al olvido absoluto por la total ofuscación de aquellas ideas, que en la plenitud de sus facultades intelectuales entrelazaban de manera magistral.
La Historia registra en sus anales como el hecho más prodigioso de estos niños prodigios el del gran músico alemán, Mozart. Mozart tenía tres años cuando se acercó al clavecímbalo en el que su hermana Mannerl, de cinco años, tomaba sus lecciones bajo la dirección de su padre, maestro de capilla de Salzburgo. Invenciblemente atraído por este instrumento mágico, Mozart se pone a jugar con él. En media hora aprende de memoria varios minuetos que toca sin esfuerzo y sin faltas. Así, pues, da prueba a los tres años de ese oído extraordinario, y de esa memoria musical sorprendente, que caracteriza su genio.
También de este admirable compositor se recuerda lo ocurrido con el Miserere de Allegri, celosamente guardado por la Capilla Sixtina, bajo pena de excomunión. Después de oírlo una sola vez, Mozart lo transcribió sin una sola falta.
Thomas Alva Edison no parecía de pequeño muy inteligente, pero empezó a inventar muy joven.
Un día Blas Pascal fue sorprendido por su padre cuando estaba redescubriendo la geometría. Tenía 10 años.
Europa entera se conmovió con Roberto Benzi, niño que, con una sorprendente autoridad, dirigía un numero respetable de músicos de las mejores orquestas. Pero antes que Roberto, fue aplaudido Pierino Gamba, niño que, a los 10 años, conocía unas cuarenta partituras de memoria, entre ellas media docena de sinfonías.
Esta lista se haría interminable, pues como decíamos antes, la Naturaleza se ha mostrado pródiga en este aspecto. Aún hoy día podemos admirar los “enigmáticos versos”, de esa pequeña poetisa francesa que responde por el nombre de Minou Drouet.
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Pasemos ahora a lo que pretendíamos.
¿Se acuerdan ustedes de Lito, aquel niño prodigio de Adeje que nos asombró con sus rapidísimos cálculos matemáticos, allá por el año 1945?
Hoy día, Lito es solamente Felipe Brito González. Ya no posee aquella “iluminación” de épocas anteriores, aunque algunas veces haga sus “pinitos”. Actualmente es alumno de la Academia Bayco.
Al principio Lito se resistió a la entrevista, pero después de hacerle llegar nuestros buenos propósitos accedió de buen agrado. Y he aquí lo que nos respondió:
—¿Dónde naciste?
—En La Hoya, un pago de Adeje.
—¿En qué año?
—En 1941.
—¿A qué edad comenzaste a estudiar?
—A los ocho años.
—Pero antes habías asombrado a tus paisanos, ¿no es así?
—Efectivamente. A los cuatro años me comenzó “aquello”.
—¿Cómo se inició tu fenómeno?
—Fue con mi hermano. El me dictaba cantidades fabulosas y yo las retenía mentalmente. Al final, ante su sorpresa, le proporcionaba el resultado exacto en escasos segundos.
—¿Se ocupó algún señor de ti en vista de aquellos prodigios?
—En efecto. Un maestro me llevó a Icod y estuve con él casi tres meses. Mi estancia solamente la efectué en plan de vacaciones. Nunca llegó a formularme preguntas de las que estaba acostumbrado a contestar.
—¿Qué reacción mostraron tus padres ante aquellos acontecimientos?
—Siempre les tuvo preocupados la suerte que correría. Les habían hablado de las posibles taras que en mi mayoría de edad podían producirse, y esas cosas las tomaron con bastante pesimismo.
—¿Pensaron alguna vez en explotar tu “fenómeno”?
—Nunca. Mis padres, aunque modestos agricultores, no pensaron jamás en realizar tales propósitos.
—¿Qué clase de preguntas te formulaban con más frecuencia?
—Pues me dictaban grandes cantidades y esperaban mi respuesta con el cronómetro en mano. Otros confeccionaban y comprobaban el resultado de una multiplicación y luego me pedían el producto.
—¿Lo más difícil?
—Cuando se me pedía el número de horas y segundos de una persona de 40 años, por ejemplo. Tenía que calcular mentalmente los años bisiestos y sumar más y más cantidades.
—¿Proyectaste algún viaje?
—Sí, pero solamente me trasladé a Las Palmas y realicé como aquí todas aquellas operaciones.
—¿Crees que “aquello” dejó huella física en ti?
—Absolutamente ninguna. Aquellos hechos pasaron por mí como los primeros pasos de un pequeñuelo.
—¿Eres aplicado en tus estudios?
—No creo hacerlo mal.
—¿Qué asignatura te cuesta asimilar más?
- Aunque parezca paradójico: las matemáticas.
—¿Y te gustan…?
—La Historia y los idiomas.
Lito -repetimos- es en la actualidad un chico como los demás. Su memoria es normal; solamente si esta memoria hubiese estado sostenida por verdaderas dotes intelectuales, Lito sería hoy un genio. Esto no ha sucedido, por lo que ha pasado a ser un adolescente como los demás.
Anhelábamos comprobar, ¡cómo no!, si todavía quedaban “vestigios de iluminación” en su mente. Hemos preparado nuestro reloj, y después de haber analizado varias veces el resultado de una multiplicación premeditada, le planteamos el producto exacto de la siguiente multiplicación: El multiplicando, dos millones treinta y cuatro mil quinientas sesenta y tres; el multiplicador, doscientas treinta y cinco.
Lito graba aquellas cantidades en su mente -pues no usa papel ni lápiz para estas comprobaciones- y nosotros oprimimos el obturador del cronómetro… Lito fija su atención en un punto determinado y de sus labios brotan las imperceptibles sumas y productos. Pasa un minuto. Se le nota un pequeño esfuerzo en su rostro y, por fin, al minuto y cuarenta segundos, exclama: El resultado exacto es quinientos veinticinco millones ciento veintidós mil trescientos cinco.
Comprueben.
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