Luis Román, una figura olvidada en el acontecer de la Gesta

 
Por Valeriano Weyler González y Daniel García Pulido (Publicado en El Día el 22 de julio de 2022).
 
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          «Nunca tantos debieron tanto a tan pocos» fue la mítica frase del gran estadista británico Winston Churchill en reconocimiento del sacrificio realizado por sus aviadores en la defensa de Inglaterra, a comienzos de la Segunda Guerra Mundial. Muchos lustros antes, justo hace ahora 225 años, eran los británicos quienes atacaban territorio español, en las lejanas islas Canarias, bajo la vigorosa acción ofensiva del almirante Horacio Nelson sobre Tenerife. Cosas del devenir de la Historia. Y a pesar de que la Batalla de Tenerife carece de tanta pompa y circunstancia mediáticas, en aquel Santa Cruz de julio del año 1797 se jugaba mucho y hubo también unos pocos a quienes debemos mucho en España. En esta entrega de hoy ponemos el foco en la defensa del muelle, contiguo al centro de mando local, el castillo de San Cristóbal, punto neurálgico del ataque. Pieza clave, en suma, en decantar los acontecimientos a favor de uno u otro bando. Y es aquí donde aflora nuestro poco conocido protagonista: el capitán Román.
 
          Luis Florencio Román Jovel de Carmenatis y Machado-Fiesco, nombre completo que reza en su documentación, había nacido en La Laguna el 7 de noviembre de 1761, en el seno de la familia constituida por el regidor del Cabildo de la isla Gabriel Román Manrique de Lara y de su esposa Anastasia Machado-Fiesco. Es fácil imaginarse la bonanza de su educación, de su formación militar y personal, en el ambiente privilegiado propio de una familia hacendada de La Laguna, entonces capital de la isla. En diciembre de 1789 se desposaría Luis Román con María Consolación La Hanty Bignoni, sin dejar sucesión. Ella era hija ella de Bernardo de La Hanty Macarty y de Águeda Bignoni Logman, ambos de raigambre irlandesa. No debemos obviar la importancia del entramado familiar que puede establecerse entre los defensores de la Gesta en aras a entender muchos comportamientos y narraciones de aquellos días, circunstancias que serán objeto de publicación aparte. Sirvan como ejemplos de esta situación el que una cuñada de Román, María de la Candelaria, estaba casada con Antonio José Eduardo Wadding, comandante de la artillería del castillo de San Cristóbal; o que otra, María del Carmen, estuviese desposada con el ayudante de órdenes de Gutiérrez, José María Calzadilla Souza y Lugo.
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Escudo de armas de la familia Román. Calle San Agustín, La Laguna
 
         
     Gutiérrez, Comandante General de Canarias, había tenido la acertada precaución de separar, de entre los cinco regimientos de milicias de Tenerife, a sus correspondientes secciones de cazadores y granaderos para crear con ellas un nuevo cuerpo defensivo, que puso al mando de Domingo Chirino Soler de Castilla, 6º marqués de la Fuente de Las Palmas. Este cuerpo fue encargado, desde febrero de 1797, de las funciones de guarnición del puerto y plaza de Santa Cruz de Tenerife, en relevos semestrales entre cazadores y granaderos. Fueron colocados estratégicamente en las diferentes fortalezas y baterías, en la puerta de los diferentes almacenes y viviendas oficiales (entre ellas, la del propio Comandante General) y en el cuidado de los principales recursos vitales de la población. Luis Román había estado en la partida remitida a la defensa de La Altura, sobre Paso Alto, en la mañana del 22 de julio, con una partida de 25 cazadores y tropa del Batallón de Infantería, pero en la madrugada del 25 de julio lo encontramos ya ubicado, con su equipo, cumpliendo su labor de guardia en uno de los puntos álgidos del entramado defensivo, el denominado “boquete” del muelle.
 
          Pero pongámonos someramente en situación para recordar el escenario al que se enfrentaban este personaje y su equipo: Son algo pasadas las dos y media de la madrugada del martes 25 de julio. Reina la más absoluta oscuridad, por dictado astronómico -hay luna nueva- y también por las órdenes del Comandante General, el arandino Antonio Gutiérrez, conminando a que la ciudad entera permanezca en la más absoluta oscuridad, pues se espera el inminente ataque de las fuerzas británicas, que ya han intentado el asalto el sábado anterior. Además de las piezas de artillería del Castillo principal -el de San Cristóbal-, plataforma aledaña (Santo Domingo) y resto de baterías dispuestas a todo lo largo del frente de mar, nos interesa fijarnos en las tropas posicionadas en el propio muelle y en el flanco norte de San Cristóbal. En ocasión futura abordaremos la acción procedente de la Caleta de la Aduana, al otro costado, protagonizada desde el lado inglés por el Comandante Troubridge, a quien Nelson había asignado liderar el desembarco, y por el oficial español Esteban Benítez de Lugo, posicionado en el “rastrillo”, nada más y nada menos que la entrada al propio Castillo de San Cristóbal, igualmente merecedora de estudio minucioso. El grueso de la Infantería está apostado hacia el sur, en las inmediaciones del Barranco de Santos, y varias unidades adicionales ocupan diversas localizaciones en el resto de la población. Así había dispuesto Gutiérrez las unidades con las que contaba, que eran claramente escasas, mayoritariamente bisoñas y deficientemente dotadas, pero que el Comandante General desplegó -magistralmente, a tenor de los resultados- en función de su experiencia y veteranía en combates contra los británicos.
 
          Súbitamente se da la alarma al detectar los defensores que hay lanchas dirigiéndose al muelle y al frente de playa que culmina frente a la Alameda. Las citadas piezas de artillería abren fuego, alumbrándose unas con los disparos de las otras y obteniendo gran acierto en estos comienzos de la defensa. Los ingleses pierden el cúter «Fox» con más de ciento ochenta hombres a bordo, si bien cinco lanchas logran alcanzar la playa y el muelle, derivando el resto de la división hacia el sur (La Caleta, Las Carnicerías, Barranco de Santos). El contingente atacante suma fácilmente los 900 hombres en total. Conviene destacar que Bowen y el propio Nelson, los más aguerridos e intrépidos marinos en este golpe de mano, son precisamente quienes lideran el desembarco exactamente por el punto central indicado en las órdenes de ataque, y provistos de escalas de asalto con las que tomar el puesto de mando español. Bowen en el muelle y Nelson en la playa. El primero consigue adueñarse e inutilizar los importantes cañones en la punta del muelle, pero cuando se encamina hacia la salida muere destrozado por un cañonazo de metralla disparado desde la batería anexa a San Cristóbal, que también acaba con muchos británicos allí presentes. Justo antes los defensores del muelle, al verse en peligro de quedar entre dos fuegos (hombres de Bowen y de Nelson), se retiran de sus puestos y abandonan el desembarcadero por el “boquete”, lugar angosto que da acceso tanto a la Alameda como a la retaguardia del Castillo (incluida la entrada al mismo) y a la misma Plaza de la Pila. Si los ingleses consiguen penetrar por el “boquete” la situación será dramática para Santa Cruz. En paralelo, Nelson y quienes lo acompañan sufren un incesante infierno de fuego, con consecuencias desastrosas para muchos de ellos, como es bien sabido. Las fuerzas españolas del muelle han abandonado sus puestos (al igual que harán otros en distintos emplazamientos defensivos), pero el capitán Román, con su segundo -el teniente Jorva- y unos 13 fusileros, han mantenido su posición, a pesar de la diferencia numérica netamente desfavorable (cinco a uno, aproximadamente, en el mejor de los casos), sabedores de lo crítico de la situación. Desde el cuerpo de guardia contiguo al “boquete” contribuyen certeramente -los cazadores eran escogidos entre los mejores tiradores- a que los ingleses se reembarquen como malamente pueden, impidiendo que un núcleo tan relevante de atacantes se introduzca en Santa Cruz y consiga su objetivo.
 
          Ningún jefe conoce el éxito sin el concurso de su equipo, por lo que es de justicia mencionar igualmente el rol jugado por el segundo de Román, el teniente de cazadores Francisco Jorva, natural de Garachico, que apenas hacía diez días se había incorporado a la guarnición tras haberlo pedido insistentemente a su coronel, Pedro de Ponte y Peraza de Ayala, 6º conde del Palmar. Tras una larga estancia en Caracas, regresó a Tenerife en 1797 y quiso contribuir a la defensa de la isla.
 
          Dejemos hablar al Teniente Coronel Güinter, que comandaba la Infantería: “Los cazadores milicianos que estaban de retén en dicho muelle se retiraron e incorporaron con los demás de su cuerpo que formaron en la plaza principal llamada de la Pila. El capitán de la guardia del principal la abandonó con toda la tropa de su mando, a excepción de siete hombres de milicias agregados al Batallón, y uno de la partida de La Habana, a quienes se agregaron otros cinco nuestros, que conducían prisioneros. El capitán don Luis Román y el teniente don Francisco Jorva, uno y otro de la división de cazadores, recobraron este puesto abandonado y con bizarría extraordinaria a la cabeza de trece soldados solamente lo defendieron con un fuego vivo de fusil dirigido desde el parapeto que está a la izquierda de la guardia” [...]. “Salieron a la playa el cabo 1º Antonio Jiménez con los soldados del mismo Juan Sánchez y Juan González, recogieron 32 rendidos, entre ellos 14 heridos y todos fueron conducidos a la expresada guardia”. 
 
          En otra relación anónima de aquellos días se detalla que “...a este tiempo llegaron al vivac, que hallaron abandonado, el capitán de milicias D. Luis Román y el subteniente de ellas D. Francisco Jorva, y con solo once milicianos no sin bastante peligro conservaron aquel puesto. A poco rato se rindieron prisioneros a los dichos oficiales Román y Jorva unos cuarenta ingleses poco más o menos, además de muchos heridos que estaban en el muelle y playa inmediata”.
 
          En coincidentes términos se manifestaban también los comerciantes Forstall y Cólogan, autores de narraciones de lo acaecido que forman parte de las imprescindibles fuentes documentales primarias que ayudan a hacer luz sobre lo ocurrido. Así, en los escritos de este último comerciante encontramos detalles que hablan bien a las claras de la relevancia del papel de Román y sus hombres: “El muelle pronto se abandonó de los nuestros, que acudieron a donde más los necesitaban, mientras el Principal hacía un fuego infernal sobre los que se apoderaron de este punto y que D. Luis Román, que mandaba el cuerpo de guardia del vivac, no los dejaba descansar...”. “Dicen que todo este destrozo provino del acierto con que se disparó un cañonazo a metralla del castillo de San Cristóbal, muy enhorabuena que aquel primer golpe consistiese en eso, pero seamos más justos: si el vivac que está en aquella entrada del pueblo no hubiese sido defendido con espíritu, los enemigos, una vez recobrados del primer susto, se hubieran apoderado de un puesto tan importante y hubieran penetrado por allí, mas siendo cierto que ninguno entró y que todos fueron muertos, heridos y prisioneros o dispersos, es evidente que esta ventaja no consistió únicamente en el cañonazo sino principalmente en la resistencia que hizo el capitán de milicias don Luis Román ayudado por el teniente del mismo cuerpo don Francisco Jorva y por una docena de hombres cuya mayor parte eran milicianos” [...]. “A pesar de haber hecho propósito de no nombrar persona alguna en mi relación creí faltar a la verdad en dejar en el mismo olvido a don Luis Román y a infinitos otros que han sido nombrados con distinción o que se han nombrado a sí mismos sin merecerlo”.
 
          ¿Nos atreveríamos a decir que la herida sufrida por Nelson, y las de los oficiales y marineros que lo acompañaban, pudieron haber sido debidas al fuego de Román y de sus cazadores? Es claro que el cañón colocado a propuesta de Grandy, que batía la playa, fue un certero y terrible «enemigo» con el que no contaban los ingleses en la información de detalle de que disponían. En caso afirmativo estaríamos ante un personaje digno de renombre especial, por cuanto privar a los ingleses de su mando supremo, y de varios de sus mejores oficiales, no es hecho menor en una batalla de semejante magnitud y ante el héroe británico por excelencia.
 
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Plano del muelle y proyecto de la Alameda, por Amat de Tortosa. 1787
 
         
          Hoy yace la tumba de Luis Román en recia losa de piedra basáltica a la entrada del cementerio de San Juan, en La Laguna, apenas a unos pasos a la derecha del portón de acceso al camposanto. Bajo un sentido epitafio descansa para la eternidad: «Aquí yacen los restos mortales de D. Luis Román y Machado, coronel que fue de infantería, tan benéfico y virtuoso que se captó la benevolencia de sus conciudadanos, el respeto de su familia y la gratitud indeleble de su viuda Dª María Consolación de la Hanti y Bignoni, quien cesará de llorar cuando descanse en este sepulcro que dedica a su memoria. R.I.P. 1841». Ojalá estas líneas, a modo de sencilla corona de laureles, sean un digno obsequio en recuerdo a su memoria, su papel en la Gesta y su sacrificio, así como un ansiado préambulo a un formal reconocimiento por la Corporación lagunera brindando su nombre a una de las vías de la centenaria capital.   
 
          Román fue uno de aquellos pocos que lideraron el esfuerzo de gentes cumplidoras del sagrado deber, con valentía y entrega, y a quienes debemos la resolución final de aquel decisivo episodio. Su comportamiento y ejemplo se podría definir de múltiples maneras pero no encontramos mejor forma de hacerlo que proclamarlos como unos auténticos héroes, ayer, hoy y siempre. «Semper honos nomenque tuum laudesque manebunt, Tu honor, tu nombre y tu gloria perdurarán eternamente» [Virgilio: Églogas y Eneida].
 
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 Lápida de Luis Román Machado en el cementerio de San Juan (La Laguna)
 
 
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