La quena sabandeña

 
Por Antonio Salgado Pérez  (Publicado en El Día el 22 de noviembre de 1986).
 
 
          En el Club Náutico, con salitre y murmullos de olas, todos pasamos una inolvidable velada sabatina de la mano, primero de Añoranza; luego de Los Sabandeños. La excelente megafonía y las naturales condiciones acústicas del recinto coadyuvaron a que María del Carmen Mulet volviera a emocionarnos con su Arroró de las flores, oído con ese silencio y recogimiento, cuyo tándem tanto agradece la carismática intérprete. A continuación, para alegrar un poco el ambiente el Sorondongo de la Alborada, con letra de un poeta muy querido por el quinteto: Fernando Garcia Ramos. Si existió la Callas y existe la Caballé nosotros, los canarios, tenemos a la Mulet, cuyos compañeros, y en homenaje a Los Sabandeños, nos brindaron un rosario de compases sudamericanos, con un bordado popurrí orlado con encajes de valses criollos y estampas cuyanas y con la fragancia que despedía El jardín de la República, donde María del Carmen Mulet dominó su “garganta trasnochada”  con ese don natural que solo poseen los privilegiados y que acentuó en su actuación postrera al ofrecernos esas Folías de la ternura que gestó en el numerosísimo público muchos nudos en las gargantas y humedeció muchas miradas.
 
          Ernesto Salcedo dejó dicho que dentro de nuestro folklore había dos épocas: antes y después de Los Sabandeños. Es una opinión que tanto Elfidio como Quique se han encargado, en los últimos veinte años, de mantenerla viva y palpitante. Los que han universalizado la manta esperancera no creo sean meros cantores del folklore isleño, como ellos, con evidente modestia, suelen etiquetarse. El pasado sábado jugaron con nuestros sentimientos…: nos entristecieron con Malagueñas a la madre; convirtieron el Club Náutico en Kinder con los compases de Don Gato; nos hicieron corear aquella popular copla de Veremundo Perera, La farola del mar; nos trabaron la lengua con La porra del Guerra sin concomitancias políticas; nos hicieron ir de tenderete con el pegadizo estribillo televisivo y tras brindarnos Pájaro campano, un clásico de la música paraguaya, enmudecieron el local con la aparición de la quena, esa increíble flauta de los indios del Perú, Bolivia y el norte argentino “que desprende sonidos lúgubres” y que según algunas fuentes consultadas “se hace por lo común, de un fémur abierto por ambos extremos, con cinco agujeros en la dirección de la embocadura y otro en una cara…”.
 
           La quena sabandeña, en efecto, entrecortó respiraciones, ya que aquel canto melancólico -no lúgubre- que se hace al son de este instrumento, nos llegaba a todos como algo diferente, esotérico y lejano, tañido por una de las numerosas promesas-realidades que los de Sabanda se ha encargado de fomentar, cultivar y estimular dentro se su -parece- inagotable carrera.
 
          A pesar de los sones de epílogo del “Islas Canarias” este orgullo canario que responde por Los Sabandeños no lograron borrar de nuestros sentidos los sonidos de aquella quena entre lúgubre, enigmática y lejana. 
 
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