El óleo de la Escuela Municipal en la Sala de Arte de Los Lavaderos

 
Por Antonio Salgado Pérez  (Publicado en El Día el 16 de agosto de 1995).
 
 
 
          De entrada, nos captó el colorismo y la variedad. Y la perfecta ubicación de los numerosos cuadros expuestos en esa especial y entrañable Sala de Arte Los Lavaderos, que en esta ocasión acogía los nuevos trabajos realizados por los alumnos de la Escuela Municipal de Óleo, dependiente del Organismo Autónomo de Cultura. 
 
          En el díptico editado para la exposición, Ana Quintero, en una lograda síntesis, empleando un lenguaje simple y llano, con claridad y léxico sobrio, frente a los barroquismos hoy en boga, que convierte la lectura en una especie de jeroglífico; con esa frescura y naturalidad, decíamos, Ana Quintero nos explicaba, entre otros detalles, “que lo exhibido era parte de la labor realizada durante el curso y debía verse como trabajo efectuado por los alumnos que, en su día, se inscribieron en dicha etapa académica, sin conocimientos previos de la técnica del óleo, lo que nos permitirá comprobar el alto grado alcanzado por alguno de ellos.”
 
          Y ese pregonado alto grado se comprobó en la citada exposición que, según datos recabados, tuvo una gran aceptación y capacidad de convocatoria, ya que fue visitada por unas dos mil personas. 
 
          Y entre pileta y pileta, entre pared y pared, este simple aficionado se recreó, por ejemplo, con la pequeña damita, de peculiar semblante, que presentó Merchy; intuimos que Mercedes siente devoción por Guezala y por esas uvas negras y blancas, de insólitos reflejos.
 
          Gregorio González nos envuelve en la bravura del mar; luego nos sosiega con la quietud y la transparencia de otras aguas esmeraldas y parece despedirnos con el recuerdo de la fábrica del gas santacrucera, esa arqueología industrial que no perdonó ni respetó la increíble voracidad de la piqueta municipal. 
 
          Entre pileta, pared y esquina, seguimos escrutando los pliegues de Elena: el verde ventanal de Tony, que luego se embelesa con Dalí; la casita de cuento de Andersen, de Ayala; el recoleto rincón de Arroyo, que parece colapsó el tiempo. Vigencias del tipismo intimista, hogareño de May; la carita infantil con que nos deleita Manoli. 
 
          Al final de nuestro variopinto recorrido surge la ingenuidad floral de Yiyi; aquel carismático bodegón de limones difuminados de Censi; la aproximación a Martín González que nos proporciona Ofcas y las tonalidades ribereñas de Linda. 
 
          Son simples pinceladas mentales, vivencias de una visita que nos resultó agradable y alentadora. Como bien apunta la profesora Ana Quintero, “el desarrollo de una labor artística requiere el aprendizaje de unas técnicas que faciliten la expresión, y son esas técnicas, ese “oficio”, lo que tratamos de enseñar a nuestros alumnos, pretendiendo con nuestra enseñanza abrirles el camino que facilite el desarrollo de una labor artística más personal.”
 
          En efecto, y a las pruebas nos remitimos, ustedes, le han abierto el camino y ellos han sabido captar y plasmar, toda la luz y matices que nos proporciona este controvertido vocablo que responde por mundo. Que siga la buena racha emprendida. 
 
- - - - - - - - - - - - - - - - -