Camino de Santiago: El hondo suspiro de la conquista (y 5)

 
Por Antonio Salgado Pérez  (Publicado en el Diario de Avisos el 29 de agosto de 2005).
 
 
          Como atinadamente se apuntó en su día, el Camino de Santiago es un fenómeno social porque consigue congregar a personas movidas por razones religiosas, por motivos de soledad, meditación o simple contacto con la naturaleza y el arte. Es también un acontecimiento cultural al reunir un mosaico de estilos arquitectónicos que son testigos de la historia de España. Cada edificio que encontramos a nuestro paso conforma el reflejo de una grandeza pasada que aún hoy nutre el orgullo de los pueblos y de las ciudades.
 
          Existen obviamente, caras y cruces en esta aventura milenaria. Pero nosotros, como las abejas, parece que solo hemos gozado néctares, traducidos, por ejemplo, en la carga de solidaridad, de convivencia, que otorga este Camino, que resulta de una gran autenticidad, así como las comunicaciones, las señalizaciones, y los paisajes que, junto a la gastronomía, forman un cuarteto para el recuerdo.
 
          Si Jerusalén representa el nacimiento de Jesucristo y Roma la capital cultural y religiosa del Vaticano, el Camino de Santiago es, a ojos de todo el mundo, un peregrinaje de leyenda y magia forjado dese el año 840 por el andar incesante de los amantes de esta ruta. Más de mil años después, comienza a marcarse con flechas amarillas el Camino, desde Roncesvalles al Obradoiro, de la mano de Andrés Muñoz y del sacerdote Elías Valiñas, autor de un libro ad hoc, de anaquel. Y en los albores de la década de los 90 del pasado siglo, esta Ruta Jacobea comienza a ser conocida por sus valores históricos, monumentales y paisajísticos, provocando que varios millones de personas visiten la catedral de Santiago de Compostela.
 
          Un autobús como apoyo no está de más, principalmente cuando es un grupo numeroso, como era nuestro caso. Esto nos permitía no solo liberarnos del peso y la incomodidad de la mochila sino que, de vez en cuando, el agua fresca y las cerezas, que transportaba, nos garantizaban el necesario avituallamiento. 
 
          Y allá arriba, como final de etapa, el poblado de piedra de O Cebreiro. Pocos mantienen como éste su fuerza evocadora. Es el pórtico de acceso a Galicia. Es una zona donde abundan las nieves, la niebla y la ventisca, pero nosotros disfrutamos de un día primaveral, único. Allí se apiñan algunas pallozas con techos de paja y planta aproximadamente circular, recordando las viviendas de los primitivos celtas. En la palloza, donde el colmo o paja de centeno está debidamente cosida con retamas, convivían hombres y animales, y el humo del fogón impermeabilizaba la cubierta.
 
          O Cebreiro es uno de los jalones más interesantes del Camino. Tiene un marcado carácter prehistórico, medieval. Corona las montañas del macizo galaico-leonés marcando la línea divisoria de aguas del Atlántico y Cantábrico.
 
          Desde aquellas alturas el paisaje resulta realmente grandioso. Cuando el peregrino llega a este poblado de apenas nueve hogares, parece exhalar un profundo suspiro de conquista, de satisfacción, de haber superado el reto impuesto desde el principio. Y este íntimo estado de ánimo me anula el cansancio, se complementa visitando el santuario de Santa María la Real, edificio antiquísimo, en aparejo menudo y pizarroso. En su interior, donde se emiten unos tenues cantos gregorianos, permanecen los vestigios del Santo Milagro, la transformación en carne y sangre de una Sagrada Forma. El mismísimo Richard Wagner encontró en la narración de los peregrinos, divulgadores del también denominado Santo Grial, tema para su Parsifal.
 
          En O Cebreiro, Conjunto Histórico-Artístico Nacional, donde la visión se convierte en magia, hay una leyenda escrita que dice: “Cuenta que un peregrino alemán, perdido en los parajes del río Valcarce, envuelto en un densa niebla, se para y escucha, a lo lejos, en lo alto, el son de una gaita, tañida por un pastor, cuyas notas sonoras le atrajo hacia el Santo Grial”
 
          Pues bien, este incipiente seguidor de la Ruta Jacobea, intentando llegar al aludido O Cebreiro, y por una circunstancia muy especial, se quedó solo, inmensamente solo, durante unos ochenta interminables minutos. Y durante ese periodo de tiempo no oyó ni gaitas ni pastores. Pero sí sufrió y gozó lo que bautizaríamos como “la soledad del peregrino”. Y entre el rumor del agua, entre centenarios y generosos castaños, subiendo por aquella serpenteante carretera, el Santo Apóstol se acordó de este humilde caminante enviándole como del cielo el tranquilizador ruido del ya familiar autobús, que dirigido por nuestro “ángel tutelar”  y cicerone José Ramón Mato y conducido por ese ejemplo de profesionalidad y mesura en el volante que responde por Roberto, venía en mi salvación. Nunca me he visto más respaldado.
 
          Y seguí caminando, impulsado, como siempre, por ese “hechizo”, por ese encanto especial que atesora el Camino de Santiago que nos proporciona una peculiar gastronomía, una vinculación cultural y una convivencia y espiritualidad muy, pero que muy, difícil de explicar. Cuando llegué al O Cebreiro exhalé, como todos los miembros de la Asociación Tinerfeña de Amigos del Camino de Santiago, el hondo suspiro de la conquista.
 
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