Moscú, el Kremlin y Penélope Cruz (II)

 
Por Antonio Salgado Pérez  (Publicado en El Día el 4 de octubre de 2008).
 
 
“No use el agua del grifo ni para cepillarse los dientes”
 
 
          Resulta impactante acercarse a Rusia. Sus diecisiete millones de kilómetros cuadrados, que equivalen a treinta y cuatro veces la superficie de España, no pasan, precisamente, desapercibidos. Y menos esos once distintos horarios que posee. Del aeropuerto de Barajas al de Moscú se tardan, aproximadamente, cinco horas, donde el avión se enfrenta a tres mil quinientos kilómetros, que se pasan de forma desahogada si tenemos en cuenta los once mil kilómetros que, desde Madrid, existen, obviamente, por aire, hasta Tokio. 
 
          Tras los tallarines, la lechuga y sus dos inevitables aceitunas negras repasamos, en ruta, la denominada información técnica del viaje a Rusia, donde se nos recuerda que un euro vale 36,65 rublos, que en el mes de junio la temperatura mínima es de doce grados y la máxima de treinta y siete y que, en lo concerniente a la salud, no use el agua del grifo ni para cepillarse los dientes, o sea, lo más opuesto al agua Voos, el agua natural sin filtrar más pura del mundo, procedente de los acuíferos de los fiordos de Noruega, no tan lejos del río Moscova soviético. 
 
Las caprichosas piquetas de Stalin y Kruschov
 
          Para muchos, el Kremlin (“Ciudad amurallada”) es la primera parada oficial obligada de cualquier viaje a Moscú. Es la mítica sede del poder ruso desde tiempos inmemoriales; la parte más antigua de la ciudad. Aquí fueron coronados los zares, se erigieron las más prestigiosas catedrales -de las que ya nos hemos ocupado en anteriores espacios- y se encuentran los tesoros más fabulosos del país, que permiten comprender el porqué de la grandeza del orbe. Es centro político e histórico de Rusia. Desde su fundación, en el siglo XII, guarda también muchos secretos, igual que sus iglesias, templos y campanarios custodian frescos, pinturas e iconos de incalculable valor. Aquí, en la antigua catedral de la Dormición, principal templo del país, fueron coronados todos los monarcas rusos. A Moscú venían a celebrar sus victorias militares Pedro I y Catalina II. Fue Moscú la ciudad que se inmoló en 1812 y determinó el final del gran ejército de Napoleón. En la actualidad, es la residencia oficial del Jefe de Estado ruso, Vladimir Putin. El Kremlin, que tampoco se salvó de la caprichosa piqueta de Stalin o Kruschov, se abrió parcialmente al público en 1957. Contra todo criterio estético y urbano, en 1961 se construyó en su recinto el descomunal Palacio de Congresos, el clásico e inevitable “mamotreto” que todos, en sus respectivas demarcaciones, y de una forma u otra, hemos padecido…
 
Moscú bate el record de millonarios
 
          En 1918, Lenin hizo que el poder retornara al Kremlin. Fue un periodo negro desde el punto de vista arquitectónico. Venerables iglesias y monasterios antiguos se demolieron para dejar espacio para edificios comunistas “de prestigio”, como el citado Palacio de Congresos, que vino a ocupar el antiguo emplazamiento del monasterio Chudov. Y en el ecuador de la década de los 30 del siglo pasado, las águilas de las torres, que databan de la época imperial, se sustituyeron por estrellas rojas de cinco puntas, de una tonelada y de rubíes artificiales.
 
          Hubo un tiempo en que en la Plaza Roja de Moscú desfilaban tanques y militares. Hoy lo hacen, por ejemplo, jovencitas, luciendo increíbles y puntiagudos tacones, que aspiran a ser Paris Hilton. El poder adquisitivo -de unos pocos- permite exhibiciones de lujo en Moscú como en ningún otro hogar. En toda Rusia hay 88.000 millonarios, 44 de los cuales figuran en la lista de millonarios de Forbes. Si el mencionado Lenin -ahora embalsamados en estos lares y observado por colas de anaconda- levantara la cabeza…
 
Lo “dorado”, signo de poder
 
          El característico bosque de cúpulas del Kremlin, con sus perfiles dorados y bulbiformes, constituye una de las particulares de la arquitectura religiosa rusa. Por estos contornos proliferan los halcones, que son utilizados para perseguir y aniquilar a los pájaros “muy amantes de picotear y destrozar el dorado de las citadas cimas” que según algunos, son “signos de poder” y para otros, “Dios nos está viendo porque las cúpulas están doradas”. Y hablando de cúpulas, recordar que al intentar recubrir algunas de estas de oro y mercurio, tal operación, por la letal aleación, costó otrora otras vidas. 
 
Dos “ganchos fotográficos”
 
          Con sus murallas que oscilan entre los cinco y diecinueve metros de altura, al Kremlin se le considera como uno de los mejores ejemplares de fortaleza conservado entre los modelos del arte de la fortificación de la Europa medieval. Entre las citadas murallas se encuentran, y como auténticos polos de singular atractivo fotográfico para los turistas, el denominado “Zar de los Cañones”, tan grande como inofensivo, ya que jamás se disparó. Esta enorme boca de fuego de calibre 86 fue fundida en 1586. El diámetro exterior del tubo mide 1,20 m. y el peso total está alrededor de las cuarenta toneladas. Constituye un genuino testimonio de la habilidad y técnicas de la armería rusa de la época. Las cuatro bolas que posee son puramente decorativas, pero cada una pesa una tonelada. Y el otro “gancho fotográfico” es la aledaña “Zarina de las Campanas”, fundida en 1737. El agua fría provocó grietas en el metal, todavía caliente, y se desprendió un fragmento de once toneladas por lo que también se la conoce por la “Campana quebrada”. Tal artilugio hace pensar en la importancia que las campanas han tenido siempre en la cultura rusa.  
 
Recién casados, entre amargor y dulzura
 
          Por estos alrededores también se encuentra la Tumba del Soldado Desconocido, ante la cual arde la llama eterna de la gloria. Una costumbre nacida en los años de la postguerra que se ha convertido en curiosa y festiva tradición. Los recién casados acuden el día de su boda a ese lugar sagrado y depositan flores “dando así las gracias a quienes cayeron defendiendo sus vidas y sus libertades”. Para el turista resulta divertido presenciar, con cierta frecuencia, y de forma especial los fines de semana, a numerosas parejas de recién casados que, en ciclópeas limusinas y acompañados de familiares, amigos y afines, dan sus grandes paseos por estos contornos antes y después de la referida ofrenda floral, entre las sonrisas y los aplausos de los viandantes. La referida comitiva, en alta voz y repetidas veces, exclama a la pareja gora, gora!, que significa “amargo”, con  el deseo de que el nuevo matrimonio tenga “una vida lo más dulce posible”; y, por supuesto, surge el vodka y el Natarobia!, que con esta frase se brinda por estas tierras. 
 
Penélope, “como un abedul”
 
          Ahora, y en los aledaños del Kremlin, proliferan los McDonald’s, donde los moscovitas y turistas abarrotan sus estandarizadas instalaciones. La huella española más acentuada nos la ofrece la guapísima Penélope Cruz, cuyo sonriente semblante anuncia un cosmético de postín en enormes carteles publicitarios, donde el complicado alfabeto cirílico de los rusos no tiene cabida. Intuimos que muchos nativos llamarán “abedul” a Penélope, ya que aquí, concretamente en Moscú, es el piropo más sofisticado que puede recibir una dama, cuando esta, como el mencionado árbol, posee, entre otros atributos anatómicos, una cintura de avispa. 
 
          Esta gente se va de vacaciones al Báltico, al Mar Negro. Aquí, en Moscú, que presume de tener siete colinas, no hay playas, aunque esta capital de doce millones de habitantes y cuatro de coches sea “un puerto de cinco mares” por su acceso por los ríos a aquellos. También veranean en su campiña, en sus dachas, chalecitos rurales con un sello inconfundible. 
 
Termómetros enloquecidos
 
          Predominan los pisos de treinta y seis metros cuadrados porque más grandes, en invierno, “sería muy difícil calentarlos” debido a las bajísimas temperaturas. No hay que olvidar que por estas latitudes y en los rigurosos meses de invierno el termómetro, “auténticamente enloquecido”, llega a marcar los treinta y pico grados bajo cero… De mayo a octubre no suele emplearse la calefacción.
 
          Resulta tarea difícil ver en Moscú un coche limpio. Y menos los trolebuses, que son, para más befa, viejos y oxidados. Ya es casi un souvenir para los turistas presenciar “la marcha atrás” que realizan, con evidente pericia, la mayoría de los vehículos ligeros en busca desesperada por evitar los constantes atascos.
 
          Coches, trolebuses, tranvías, autobuses parecen reñidos con la limpieza. Intuimos que todo el esplendor del transporte moscovita se ha concentrado en el subsuelo, en el Metro, que merece un capítulo aparte. 
 
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