"La dama de las flores" y José Luis García Pérez

 
Por Antonio Salgado Pérez  (Publicado en El Día el 28 de enero de 1995).
 
 
          Hace muchos años, en la Prensa local, se publicó un artículo que nos llamó la atención. El autor, que había “descubierto” un bellísimo museo tinerfeño en la localidad londinense de Kew, intentaba destacar -y lo lograba- ese puesto que la Isla tenía en aquel rincón británico, fruto de uno de esos tantos viajeros que a lo largo de los siglos nos habían visitado, siempre arrastrando con ellos su libro de notas, su pincel o su cámara fotográfica. Aquel rincón estaba -y está ubicado- en el interior del famosísimo Royal Botanic Gardens en la localidad de Kew (Londres). El autor de aquel artículo era el profesor -hoy catedrático- José Luis García Pérez, que a través de aquellas columnas nos invitaba a conocer la interesante trayectoria de Marianne North (1830-1890), que perteneció a ese grupo de mujeres victorianas que habían elegido Canarias como lugar de trabajo e investigación. 
 
          Y allá, en Kew Gardens, están colgados casi una treintena de cuadros dedicados a la flora de Tenerife. Y, con un poco de imaginación, casi puede olerse la fragancia de nuestros brezos y de nuestros pinos, amén del goce visual que supone estar entre tantos dragos, palmeras, buganvillas, cipreses, mirtos, aloes, tajinastes…
 
          Ahora, José Luis García Pérez, que sigue atesorando la difícil facilidad de la amenidad, acaba de ofrecernos en su último libro, Tenerife en un rincón londinense, páginas de acentuado carácter histórico, producto de un extraordinario ensamblaje de la prolija bibliografía consultada, donde su análisis se centra en la figura de Marianne North, una adinerada pasajera del siglo pasado, sin apenas preocupaciones políticas, que realizó en Tenerife una magna y curiosa obra, a pesar del corto periodo de tiempo que nos visitó: invierno y parte de la primavera de 1875.
 
          En este nuevo libro de José Luis descubrimos, una vez más, el valor práctico de lo pequeño -small is beautiful- ya que en apenas un centenar de páginas, el autor, avalado por los generosos mecenazgos del Cabildo Insular de Tenerife y CajaCanarias, capta totalmente nuestra atención en las extraordinarias vivencias de Marianne North, pionera en adquirir independencia, preludio de los grandes movimientos por la emancipación femenina y la lucha por el sufragio.
 
          Esta viajera, intrépida y relevante, no realizaba sus periplos por placer, sino para trabajar, arrastrando sus caballetes por todo el mundo. Por todo el universo, en efecto, ya que en sus sesenta años de existencia recorrió los cinco continentes, donde buscó siempre la soledad, situación que acrecentaba su inspiración, sin rozar siquiera la incomunicación, pues como el resto de sus compatriotas  mostraron afabilidad y “déjame entrar” con el pueblo isleño.
 
          Aquí, en Tenerife, y como nos indica José Luis García Pérez, Marianne encontró belleza y hospitalidad, quedó embelesada de la vestimenta canaria: sus característicos sombreros, la blanca manta canaria anudada al cuello, sus pañuelos en  la cabeza o la mantilla femenina. Se enamoró de la Rambla de Castro, en Los Realejos, donde pintó y apreció su flora, porque fue precisamente el conjunto de plantas lo que, en realidad siempre persiguió Marianne, cuyo objetivo difuminaba el paisaje. Así nos lo da a entender en la introducción de este importante tomo de Wolfredo Wilpret que cataloga la obra de esta artista británica como un tesoro botánico, donde el comentario que Marianne hizo de sus cuadros aún mantienen el frescor y el rigor de unas observaciones absolutamente válidas. Y también hace resaltar, con cierto remordimiento, el ínclito ecologista, los paisajes silvestres, con imágenes de plantas que adornan jardines bellísimos, muchos de ellos desgraciadamente desaparecidos…
 
          En esta citada introducción, igualmente small is beautiful, y al referirse a los dragos plasmados por la visitante extranjera, que hace con gran precisión alusión a la longevidad de este especie -escasamente superior a los trescientos años-, Wolfredo Wilpret señala: "Cuestión controvertida ya que la exagerada estimación sobre su edad realizada por Alexander Von Humboldt sin base científica  alguna se ha venido arrastrando hasta la fecha alentada por la ignorancia de muchos y el afán de hacer perdurar un error histórico con el único afán de exagerar con falsos fines propagandísticos el mito de un vegetal extraordinario."    
 
          Muchas reflexiones surgen con la lectura del libro de José Luis que, por cierto, puso muchos nudos en las gargantas y humedeció miradas cuando, en la presentación de su última obra, nos relató su anécdota juvenil de los “discos dedicados”. Muchas reflexiones, en efecto, sobre los avatares de esta mujer de alto nivel social y cultual, de carácter imperioso y autocrítica, pero que supo hacer muy buenas amistades en Tenerife, donde todos la conocían como “La dama de las flores”. Ella supo halagar los oídos de los isleños: "Nunca olí rosas tan fragantes como estas…"
 
          En las mencionadas páginas puede comprobarse lo que Marisa Tejedor nos dice en el prólogo: "la sensibilidad y el rigor que caracteriza el autor, excelente comunicador, que nos proporciona un inmejorable análisis de aquellas primeras mujeres que recalan en Canarias, trotamundos, cargadas de ilusión y ataviadas pintorescamente, si tenemos en cuenta aquellos bloomers (largos pantalones bombachos que asomaban por debajo de la falda) que vinieron luciendo."
 
          Si un texto que nos brinda el autor atesora la difícil vitola de la amenidad y nos abre las puertas de la historia y costumbres de la época victoriana, las reproducciones de los cuadros de Marianne, realizadas impecablemente por Litografía Romero, le otorgan a la publicación un aire fresco, virginal y multicolor, tres conceptos que siempre persiguió esa inquieta turista, muy amiga de Charles Darwin, que pintó las flores de todo el mundo, -cuatro especies llevan su nombre- y que posiblemente se mantuvo célibe para demostrar a una encorsetada sociedad que el matrimonio no era el único porvenir femenino. 
 
 
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