Una visita a la Casa-Museo de Henry Moore en Inglaterra

 
Por Antonio Salgado Pérez  (Publicado en el Diario de Avisos el 26 de julio de  2020).
 
 
          Manifestar, en determinados círculos británicos, que en Tenerife tenemos una escultura de Henry Moore conlleva un emblema de distinción. Y si, además, añadimos, haciéndonos eco de las palabras del afamado Martín Chirino, que “Tenerife posee la mayor muestra de esculturas en la calle de España”, pues miel sobre hojuelas.
 
          ¿Qué tinerfeño no ha admirado, en su tradicional ubicación en la actual Rambla de Santa Cruz, a El Guerrero de Goslar, del citado Moore? Tal escultura está realizada en bronce y posee unas dimensiones de 170x360x181 centímetros. Se trata, según los técnicos, de una figura antropomorfa recostada, interpretada a través de la síntesis y la capacidad de abstracción, en la que el autor ha jugado con las superficies curvas, cóncavas y convexas, relacionándolas con aristas y perfiles. Por cierto, dicha obra estuvo durante seis meses en el TEA (Tenerife Espacio de las Artes) “dialogando” con una pintura de Óscar Domínguez, en la que también se esboza una figura reclinada en un sofá. El Guerrero de Goslar es un ejemplar especialmente representativo de la Exposición Internacional de Escultura en la Calle de 1973, fruto de la iniciativa convergente entre diversas entidades públicas y privadas -como CajaCanarias, entre otras-, y a instancias de miembros de la intelectualidad artística de Tenerife como, por ejemplo, el arquitecto Carlos Schwartz. Hay que advertir que, en esta I Exposición, Santa Cruz contó con la obra Working model for reclining figure (1963-65), pero no pudo quedarse dado que Henry Moore la había prometido con anterioridad a la Tate Gallery londinense. Se hicieron nuevamente gestiones y el 6 de julio d 1977, y gracias a su generosidad, se colocó en la entonces rambla del General Franco El Guerrero de Goslar, escultura que, dentro de nuestras limitaciones sobre tal arte, siempre nos ha llamado la atención por una serie de datos visuales, que hace algunas semanas se incrementaron al tener la oportunidad de visitar, gracias a los desvelos de Kath Moore, y en el Reino Unido, la villa de Much Hadham, al este del condado de Hertfordshire, antiguamente denominada Great Hadham y que está situada  entre las ciudades de Ware y Bishop’s Storford. Recordar que Henry Moore nació en la localidad de Castleford, en el condado de Yorkshire, en 1898; y murió en el ya citado Much Hadham, en 1986.
 
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Pues bien, en Much Hadham se encuentra la villa de Perry Green, con apenas doscientos habitantes. Allí está “El paraíso de Henry Moore”, léase el museo al aire libre de sus excepcionales esculturas. Llegar a Perry Green resulta tan difícil como encantador. Es un destino lejano, solitario, escondido, de un evidente bucolismo, donde la campiña británica, en su época primaveral, nos sorprende con exuberantes magnolias, increíbles camelias, fragantes narcisos y esbeltos tulipanes, todo ello entre trebinas, muérdagos y una explosión rosácea del cherry blossom o de aquellos émulos de nuestros almendros en flor. 
 
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          Henry Moore, considerado como uno de los grandes artistas de su época, tuvo una vida azarosa que incluso, le llevó a participar, durante la Primera Guerra Mundial, como integrante del Regimiento 15 de Londres, en la batalla de Cambray, en ,la que sufrió heridas de consideración cuando solo tenía diecinueve años. En 1970, su estudio en la localidad británica de Hampstead fue bombardeado durante la Segunda Guerra Mundial y, por ello, tuvo que mudarse a la referida Perry Green, que fue desde entonces su “cuartel general” y, donde ahora, y entre otros múltiples detalles, el guía nos señala papeles y más papeles esparcidos por el suelo de lo que fue su despacho para explicarnos la habitual “desorganización del escultor”. Allí proliferan maquetas de yeso, dibujos, bocetos, litografías, acuarelas, aguafuertes, etc. Y para entrar en sus antiguos aposentos nos exigen calzarnos “patucos” para cuidar la moqueta y, de paso, observar la generosa biblioteca en la que nos llamó la atención, primero, que todas las fotos, en blanco y negro, muestran a Moore en plena juventud, y, segundo, un libro de Nathan Fleischer sobre pugilismo. Y nos aclararon: “Es que Moore no solo practicó boxeo, sino también que, más tarde, fue entrenador en el Ejército”
 
          Antes de acceder a las 25 hectáreas donde se exhiben algunas de las obras de este genio, nos encontramos con una pequeña tienda de souvenirs; un bar y unos servicios liliputienses, así como una terraza con bancos y mesas de madera rustica. Y luego, en aquella amplísima zona de hierba cortada y espesa, sobre aquel cuidadísimo césped, se observa que la contribución que hizo Moore al arte está vinculada fundamente a su particular concepción de la naturaleza: “La figura humana es lo que más profundamente me interesa”.
 
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          La escultura al aire libre está clasificada como obra de arte en el caso de Henry Moore, que siempre ansió, y lo consiguió con creces en este idílico entorno, que sus creaciones estuviesen situadas en contacto con la naturaleza, con el paisaje, con el cielo, el campo, la hierba y con un par de árboles… Para el artista, la escultura tenía que ser de libre acceso, capaz de ser vistas de lejos, evitando “cortinas de muros de cemento, hormigón o vidrio en la parte de atrás, así como escondidas en remotas esquinas de parques urbanos”.
 
          Desde su llegada a Perry Green, en 1940, los jardines siempre fueron primorosamente cultivados por la mujer de Moore, Irina, que, incluso, expandió su estilo a terrenos colindantes. De la treintena de obras -algunas de las cuales ilustran este artículo- que pudimos contemplar en las denominada The Henry Moore Foundation, muchas se exhiben de forma permanente y otras, por periodos cortos y de forma itinerante, cumplen programaciones establecidas por la citada entidad en diferentes partes del mundo. 
 
          Tras esta visita, quien suscribe observará con más admiración si cabe a nuestro Guerrero de Goslar, que descansa, como hubiese deseado Moore, al aire libre, bajo ese incomparable “túnel vegetal” formado por el eterno verdor del laurel de Indias, que descontamina y vigoriza a este reclinado guerrero que, por cierto, tiene otros seis gemelos en diferentes partes del universo; el primero, precisamente, en Goslar, antigua ciudad imperial de la Baja Sajonia y residencia favorita de los primeros emperadores del Sacro Imperio Romano. 
 
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