Diccionario Biográfico de Literatos, Científicos y Artistas Miliares Españoles

 
Por Antonio Salgado Pérez (Publicado en el Diario de Avisos el 13 de septiembre de 2001).
 
 
 
          Hace algunos años nos deleitó con Calles y plazas de Santa Cruz de Tenerife y ahora lo acaba de hacer con Diccionario Biográfico de Literatos, Científicos y Artistas Militares Españoles. Juan Arencibia de Torres, su autor, sigue ofreciendo el árbol de su amistad dispuesto para todos. Este escritor que, día a día, en Diario de Avisos, nos brinda esas tres columnas, tan sucintas como enjundiosas, bajo el rótulo de Paisaje Canario; este polifacético comentarista, erudito y hombre para la historia, ya nos había demostrado, y lo seguiremos recalcando, la dignidad y solvencia que hoy prodiga en su último tomo, en aquel lejano y casi gélido acuartelamiento de la I.P.S. de Los Rodeos donde, junto a Pérez Abreu, constituían todo un dúo de paradigma castrense. Ahora, en su jubilación, se ha convertido -¡qué paradoja!-, en un personaje hiperactivo en el mundo de la investigación humanística e histórica, un “todoterreno” que busca, con indesmayable tesón, el detalle y el rigor.
 
          En su último libro, de casi trescientas páginas, Arencibia estampa esta dedicatoria: “A todos los militares españoles que, a lo largo de la Historia, han compaginado sus deberes castrenses con el cultivo de las Letras, las Ciencias y las Artes”. Y deteniéndose uno en este millar de calidoscópicas biografías nos da la impresión que, años atrás, en el Ejército se dedicaba mayor atención al pensamiento. El autor, meticuloso e intentando por todos los medios acertar en la investigación, hace justicia a los méritos de cada uno; intenta, y estimamos que logra, sacar del anonimato cultural a quienes solo parecían ofrecernos otra clase de actividad, de matiz lineal y casi rutinario. Las simples semblanzas de los personajes que brotan de estas páginas biográficas arrojan la suficiente luz para enjuiciar la aportación de los militares a la cultura española, que es independiente de la realizada por el Ejército como institución. 
 
          Quizás, como analiza el propio Juan Arencibia en el prólogo, “El criterio de selección puede no haber sido el más acertado”. Pero lo que sí está claro es que este trabajo, dentro de su rigor, contiene una evidente amenidad y curiosidad, que se acentúa cuando, por ejemplo, nos detenemos “en los nuestros”, es decir, en los tinerfeños donde, muchas veces, descubrimos la versatilidad de estos militares de cercanías, desde las fibras musicales de Francisco González Ferrera y Juan Padrón Rodríguez -que estrenó, en 1880,  los Cantos Canarios de Teobaldo Power-, hasta las excelencias pictóricas de Francisco Bonnin Guerín, Antonio González Suárez, Manuel Picar Morales, Felipe Verdugo Bartlett, Jorge Hodgson Lecuona y Esteban Arriaga y López de Vergara. 
 
          Arencibia, con su fibra escrutadora, investigadora, no soslayó, en esta primera selección -porque, de seguro, habrá otro muy pronto- a otros tinerfeños que se destacaron en el campo de la Literatura, como aquella pléyade de poetas, escritores y periodistas que respondieron por Rafael Martín Fernández-Neda, José María Pinto de la Rosa, Ricardo Ruiz Benítez de Lugo, Rafael Díaz-Llanos Lecuona, Andrés de Lorenzo Cáceres de Torres, Antonio Marti y Martín Fernández –hijo predilecto de la Provincia-; Blas Pérez González -que llegó a ministro de la Gobernación-, Manuel Verdugo Bartlett, así como el historiador Dacio Darias Padrón; y grandes propulsores de la cultura isleña, como Francisco Santos Miñón que, junto al ya citado Esteban Arriaga, aún están entre nosotros.
 
          El tomo de Arencibia no solo va dirigido a la rama castrense sino, como hemos comprobado, a los que, de una u otra manera, evidenciaron sensibilidad por ciertas y determinadas facetas artísticas y culturales, compatibilizándolas con su nexo en el Ejercito. También, en estas páginas de militares surgen nombres tan evocadores como universales: Garcilaso de la Vega, Cervantes, Calderón de la Barca, Lope de Vega, Duque de Rivas y, obviamente, aquel portuense escritor, pedagogo, académico y científico de fama mundial, Agustín Betancourt y Molina. 
 
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