En la catedral de Estrasburgo

 
Por Antonio Salgado Pérez  (Publicado en el Diario de Avisos el 20 de agosto de 2001).
 
 
          Por un franco te iluminan el altar mayor y un púlpito de ensueño, que han tenido que vallar para evitar más mutilaciones en las increíbles estatuillas que lo adornan. Nos encontramos dentro de una de las maravillas del gótico que existen en el Viejo Continente. Nos encontramos en la catedral de Estrasburgo, cuya grandiosa figura rosada parece, desde el exterior, vibrar con el hormigueo de los pináculos y las decoraciones que cubren el vetusto edificio, que domina majestuosamente las calles y los habitáculos del antiguo centro de esta ciudad que desde 1949 fue elegida como sede del Consejo de Europa y desde 1979 brinda su hospitalidad al Parlamento de los países que integran la Unión Europea. 
 
          Pero allí, en Estrasburgo, el auténtico imán es esa mencionada catedral, de atrevidas bóvedas ojivales sustentadas sobre airosos pilares donde la policromía de sus vidrieras crean calidoscópicas tonalidades. Este hito arquitectónico, cuyo emplazamiento data desde el año 550, fue erigido sobre las ruinas de un templo dedicado a Mercurio. Y ha estado sometido constantemente a sucesivas reformas, que se aprecian, donde siempre se puso a prueba el celo y el cariño que la ciudad ha mostrado por la conservación y enriquecimiento de su edificio más emblemático, significativo y amado.  
 
          Posee una atrevida esbeltez, ejemplo soberbio de osadía y habilidad técnica de este estilo de ornamentación exuberante. Con sus 142 metros fue, hasta el siglo pasado, la obra más alta de Occidente, por ello puede verse, como gran referencia, como una auténtica atalaya, desde cualquier punto de esta ciudad gala y, sobre todo, si llegamos frontalmente por la Rue Mercerie, una antigua calle medieval cuajada de pintorescas viviendas, desde donde la catedral comienza a fascinarnos con su adornadísimo portal y el gran rosetón, donde pueden apreciarse, con detenimiento, interés, muchas visitas y tiempo, mucho tiempo, a profetas, leones, escenas salomónicas, de la Pasión e, incluso, un pequeño desfile de "vírgenes juiciosas" ,al socaire de Cristo; y "vírgenes insensatas" , seducidas por el tentador... Y en el interior del templo, como pura anécdota, a los pies de una balaustrada, nos encontramos, entre tantísimos detalles, con una muestra del fresco naturalismo que poseían los escultores nórdicos de la época: se trata de un perrito acurrucado que, según una tradición popular, se reconoce como el animalito que tenía la costumbre de dormirse durante los interminables sermones de su amo, un famoso predicador de la época... 
  
          Imperdonable seria visitar esta gélida -en invierno- ciudad de Estrasburgo y no gozar -y nunca mejor empleado este verbo- la misa dominical de las 11.00 horas, donde un gentío, con tanto fervor como convicción y curiosidad, se extasía y emociona con los sones de aquel coro, auténticamente celestial, compuesto por un centenar de voces y con aquel hermosísimo altar repleto de sacerdotes impartiendo las ceremonias de la genuflexión, bendición, lavatorio y el ósculo de paz, envueltas en un rito de enorme solemnidad Son escenas para no olvidar. 
 
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