Vivencias de un tinerfeño en Inglaterra (1974-2004) (I)

 
Por Antonio Salgado Pérez (Retazos de su libro Bye, bye! Vivencias de un tinerfeño en Inglaterra (1974-2004), publicado en 2006.
 
 
 
 
A modo de prólogo
 
          Estamos en la línea de Néstor Luján: creemos que la juventud siempre puede aportarnos cosas nuevas. Estamos a su lado porque no es que nos fascine, pero sí nos interesa -como padres- la esbeltez de su inconformidad. La juventud se renueva cada año y los jóvenes no tienen tiempo de aburrirse, ni adoptar posiciones estériles.
 
          Un escritor francés decía que si los hijos cumplieran las esperanzas que ponen en ellos quienes le dieron la vida, sólo existirían dioses en la tierra, y pensamos que un mundo de dioses, diosecillos y héroes, sería literalmente insoportable. Quizá es mejor rodeado de hombres imperfectos, diversos, amargos y a veces espléndidos humanos que es lo que, en definitiva, hemos observado cuando, sin la faceta de tutor o docente, tuvimos la oportunidad de convivir muy estrechamente con algunos de estos estudiantes tinerfeños y de otras periferias que escogían sus veraneos para estudiar el idioma británico. Viéndoles, observándoles, oyendo sus conversaciones, sus opiniones y charlas con sus compañeros, con sus profesores, con personas mayores, uno se percató de que no todo era podredumbre y cieno, como apuntaba aquel poeta romántico que respondía por Gustavo Adolfo Bécquer.
 
          Cuando uno lee sucesos tan precoces que enervan nuestra sensibilidad; cuando los medios de comunicación transmiten el pavoroso panorama de una delincuencia juvenil inmersa en el vicio y minada por la droga, uno mira y remira a su alrededor y observa, en efecto, que no todo está salpicado con el lodo de la degradación humana.
 
          Estos jóvenes, incluso niños, instintivamente, solían repudiar la violencia. Podrían acalorarse, pocas veces insultarse, pero muy raramente llegaban a la agresión, a la pelea callejera. Ellos se embelesaban con el ritmo y gozaban del deporte, cultivaban los poros laboriosos. Muchas veces nos hacían recordar a los seres felices y plenamente realizados que nos describe el doctor Wayne W. Dyer en su libro “Tus zonas erróneas”, que por otra parte constituye la mejor sesión de terapia para los depresivos y angustiados.
 
          En aquellos jóvenes, en aquellos niños, por supuesto, los había tímidos, que no quería decir  que habían vivido en el ridículo: algunos se sentían culpables, que podía ser secuela de celos familiares; otros, sin embargo, se mostraban pacientes, huella de una tolerancia hogareña; y había quienes a cada momento lucían un sello de valorar las cosas, sedimento del elogio en sus lares. Como en ningún otro momento, allí, en Gran Bretaña, lejos de sus padres y familiares, el autor recordaba aquellas acertadísimas sentencias de que si un niño vive con aprobación y estímulo, nos ofrecerá confianza en sí mismo y si se le brinda aceptación y amistad, aprenderá a encontrar amor en el mundo…
 
          La base fundamental, para nosotros, siempre seguirá siendo la salud. Un niño, un joven saludable, es un”long-play” de alegría y un conjunto de fibras dispuestas a la distracción, al retozo y a la algarabía. Y sentían e interpretaban la responsabilidad cuando se les llamaba a capítulo; cuando, entre otras cosas, comprendían, por ejemplo, que aquel viaje a Inglaterra, lejos de ser turístico, debía ser jornada de estudio y laboriosidad que compensaba el sacrificio económico de unos padres a los que la experiencia les había alertado de lo positivo que resultaba el conocimiento de un idioma como el inglés con 320 millones de hablantes, sólo superado por el chino( 490 millones); después, el español (230 millones), ruso (140), alemán (98), portugués( 77), francés( 62) e italiano, con 50 millones de hablantes más importantes, según estadísticas consultadas en el año 1985.
 
          El viaje a Inglaterra podía convertirse para el alumno –si se sometía a las normas establecidas por las diversas organizaciones- en una estancia muy convincente desde el punto de vista pedagógico. Y necesaria, para que la lejanía se convirtiera en normal convivencia con una familia británica que, de la noche a la mañana, era quien iba a guiar sus pasos y quién ayudaría, con la charla y el interés de la conversación, a que el idioma tomase carta de naturaleza y familiaridad para los neófitos y aspirantes a dominarlo en aquellos parajes ingleses.
 
          Con algunos de aquellos alumnos convivimos durante tres décadas en los veranos de los años comprendidos entre 1974 y 2004, lejos de aquel Londres donde el humo había desaparecido, y con él mucho de su misterio romántico, de su camuflaje…
 
          ¿Para qué hemos rememorado en este tomo vivencias que, en forma de crónicas viajeras, ya han visto, de alguna manera, la luz pública, en los periódicos tinerfeños “La Tarde”, “El Día”, “Diario de Avisos” y “Jornada”? En realidad no lo sabemos. Suponemos que alguien las leerá. Entre ellos los que un día por distintas organizaciones aunque con similares objetivos, protagonizaron estas andaduras que marcaron y siguen marcando toda una época en nuestras corrientes estudiantiles. Aquellos alumnos, posiblemente, al hojear estas páginas, puede que detengan su atención hacia aquel lugar, hacia aquel paisaje, hacia aquella localidad con fama o con popularidad; en fin, puede encontrar otra vez, aquel parque, aquel espectáculo, aquella fiesta, museo o teatro donde estuvo con sus compañeros, con sus amigos o, simplemente, con la familia anfitriona que le acogió en su breve estancia.
 
          Dicen que en ciertas ocasiones escribir es una necesidad y una delicia. El autor sintió esa irrefrenable sensación de comunicar a los demás unas vivencias y, de paso, tuvo la íntima satisfacción de sentir placer escribiéndolas.
 
1. Estudio, cultura y entretenimiento
 
          Por espacio de cuatro semanas las líderes de los grupos estudiantiles se convertían no solo en tutoras, amigas o consejeras, sino incluso en madres. ¿Cuál era el objetivo primordial de aquellos viajes a Gran Bretaña, que se venían prodigando desde hacía varios años desde Canarias? Sencillamente, el aprendizaje del idioma inglés en su propio ambiente, compartiendo la estancia con un matrimonio nativo, al que, normalmente, se le prefería con hijos para que éstos sirviesen de fácil nexo con sus invitados españoles. Se pretendía que ningún alumno fuese a Inglaterra a pasar, lo que se dice en términos coloquiales, “un mes de vacaciones”. Se intentaba por todos los medios conseguir un triple objetivo: estudio, cultura y entretenimiento. 
 
          Con una ubicación ya definida de antemano, en un viaje de estas características la organización solía incluir en el precio de la plaza los siguientes apartados:
 
               - Vuelo Canarias- Londres- Canarias.
 
               - Traslados en el Reino Unido.
 
               - Estancia en régimen de pensión completa con familias seleccionadas previamente.
 
               - Una profesora/tutora para acompañar a cada grupo en todo momento.
 
               - Material didáctico.
 
               - Tres horas de clase de inglés diarias con profesores nativos titulados y licenciados en Filología Inglesa, con un máximo de quince alumnos por clase.
 
               - Seguro de enfermedad por el Seguro Social Británico.
 
               - Diploma de estudios realizados.
 
               - Deportes organizados en cada centro: natación, patinaje sobre hielo, tenis, fútbol, bolera americana, pimpón, baloncesto, voleibol y otros.
 
               - Una excursión semanal con día completo a lugares de interés: Londres, Windsor, Oxford, Cambridge, etc.
 
               - Una excursión de medio día semanal a lugares de interés local (museo, centro comercial, ayuntamiento…etc.)
 
               - Reuniones sociales para que los alumnos se divirtieran con las familias anfitrionas.
 
          Ante este variado panel de traslados, excursiones, esparcimientos deportivos y visitas a localidades famosas y renombrados museos y salas de arte, el autor de estas vivencias recuerda, en el túnel del tiempo, que en los umbrales de su bachillerato escolapio, allá por la década de los cincuenta, sus padres no le dejaron concurrir a las populares fiestas de Candelaria porque, entre otras cosas, “tenía tos, el cielo estaba nublado y, por encima de todo, el viaje era muy largo…”.
 
          Las guaguas, igualmente, no les inspiraban confianza y menos la angosta carretera, hoy postergada por la autopista del Sur. En aquella época, cuando ya habían quedado atrás las cartillas del racionamiento y la tuberculosis sólo era una pesadilla trasnochada, las distancias se antojaban como un peligro añadido, de forma mucho más acentuada para el isleño, que ir a Las Palmas, en barco, claro, era una conquista; ir a la Península, un lujo; y al extranjero sólo cuando surgía una operación quirúrgica excepcional o cuando los plátanos y tomates habían sido tan prósperos que ahora sí que podían enviar al hijo a visitar, primero, París, y luego, Londres, donde estaban sus intermediarios de explotaciones fruteras, que primero vio Nijota y luego pusieron música Los Sabandeños.
 
          Ahora, cuando las distancias prácticamente no existen; cuando ya apenas se escriben cartas porque el teléfono y el móvil han roto casi por completo la comunicación epistolar; cuando Canarias y Gran Bretaña están sólo a un frugal desayuno y un refrigerio aéreo, visitar Inglaterra resulta más cómodo que ir a Candelaria en guagua y por aquella carretera angosta y festoneada de curvas en los albores de la década de los cincuenta del pasado siglo.
 
          Hoy, con los adelantos pedagógicos, con la universalización de la enseñanza del lenguaje británico con profesores nativos y compartiendo la estancia con matrimonios de idéntica vitola idiomática, ir al Reino Unido resulta fácil para alumnos de todas las edades y de todas las idiosincrasias que puedan aportarse. Y difícil al bolsillo, aunque la mayoría de los padres hayan convertido estos viajes en una rentable inversión, desde el punto de vista pedagógico.
 
          ¿Pero, qué debe llevar un alumno a Inglaterra? ¿Qué sugerencias se le suelen inculcar no sólo a éstos, sino a sus tutores para que el viaje resulte lo más positivo y cómodo posible?
 
          Por ejemplo, una de las organizaciones aconsejaba, en los albores de la década de los años 70 del siglo pasado, que las ropas a utilizar durante estos cursos fuesen, por ejemplo, para chicas, vestido o traje; tres o cuatro faldas o pantalones; tres o cuatro blusas; un pantalón vaquero; uno o dos jerséis; un impermeable, un chubasquero y un paraguas; cuatro pares de calcetines y medias; dos pijamas o camisones; un par de zapatillas; una bata; cuatro o cinco juegos de ropa interior; un pantalón o falda de deporte; una o dos camisetas de deporte; uno o dos bañadores; dos pares de zapatos; pañuelos y artículos de aseo.
 
          Para los chicos se aconsejaba: un traje o una chaqueta; dos o tres pantalones; tres o cuatro camisas; un pantalón vaquero; uno o dos jerséis; un impermeable, un chubasquero y un paraguas (aunque estemos en verano; pero es que vamos a residir en Inglaterra); cuatro pares de calcetines; dos pijamas; un par de zapatillas; cepillo y peine; tres o cuatro juegos de ropa interior; un pantalón de deporte; una o dos camisetas de deporte; un par de zapatos de deporte; uno o dos bañadores; dos pares de zapatos; pañuelos y artículos de aseo.
 
          También se recordaba a los expedicionarios que según los reglamentos de las compañías aéreas, el peso del equipaje no debía pasar de veinte kilos; y que era imprescindible disponer de pasaporte individual vigente y en regla. No era necesario visado consular para Inglaterra. Y se recomendaba que todos los artículos, como raquetas de tenis – por aquel entonces ya muy de moda-, cámaras fotográficas etc., debían llevar el nombre del propietario y no llevar más de una maleta grande y un bolso de mano, confeccionando una lista con todas las cosas que llevaba en la maleta y pegándola en el interior de ésta.
 
          Las despedidas tenían lugar de madrugada, cuando las calles de Santa Cruz estaban desiertas, cuando su tranquilidad ambiental intranquilizaba un poco y cuando el airecillo mañanero ayudaba a relajar la mente, un poco sobresaltada por los preparativos del viaje. ¿Qué madre pudo conciliar el reparador sueño? ¿Qué alumno pudo dormir aquella noche? La nocturnidad había tenido un protagonista muy especial: el despertador.
 
          En las despedidas surgía, con más o menos intensidad, una lágrima, un sollozo, un gesto, una mirada húmeda, un abrazo. Afloraba el “nudo”, el inconfundible consejo maternal; los padres solían ser reservados y escasamente efusivos.
 
          Ya resultaba anacrónico el flamear de pañuelos y el aspaviento de brazos y manos ante una excursión casi infantil, barbilampiña, con edades comprendidas entre los nueve y los quince años, con reminiscencia de una adolescencia que se despedía a bordo de los autobuses con más aplomo y entereza, si nos apuran, que sus progenitores, que observaban, con más extrañeza que admiración, que el lloriqueo entre los más pequeños sería un especie de vergüenza que éstos se encargaban de erradicar y que, por encima de todo, lo que les entusiasmaba era la ilusión del viaje, abrir sus ojos a lo desconocido, divertirse con los suyos, verse inmersos en sus ambientes, donde predominaba la franqueza y la espontaneidad.
 
2. "Montaña rusa" en el avión
 
          El túnel de DC-9 se parecía en pleno vuelo al bullicioso recreo de cualquier colegio. Y hasta tenía ribetes de “kindergarten”. Ya empezaban a escribirse cartas con cierto sentido de comunicación en este mundo tan perfectamente incomunicado entre los humanos, entre los mayores.
 
          Apenas tiene once años. En pleno vuelo nos confiesa:
 
          -¿Sabe? Mi hermano, que también viaja con nosotros, es el novio de aquella niña – y me señala con encomiable cautela-. Pues bien. Mis padres me dijeron que lo cuidara, que no le perdiera de vista por si las moscas…
 
         Tenemos que confesar que después de haber volado, con cierta frecuencia, jamás lo habíamos pasado de forma tan jacarandosa como en aquella ocasión. Porque aquello tenía aspecto de carnaval infantil; de una bien organizada murga, de insólita peregrinación sin concha pero sí con todo bagaje de modulados decibelios, donde la hosquedad de algún que otro viajero y carca de turno ponía el contrapunto, máxime cuando tal caravana, invitada muy gentilmente por el comandante, fue pasando por la privilegiada y discriminatoria “primera clase” en ansioso descubrimiento ante aquel laberinto que constituía el panel de mandos ubicado en la cabina frontal.
 
          -El comandante me dio la mano.
 
          Estaba tan orgulloso y ufano como si hubiese estrechado nudillos con sus héroes de cromos. Nos lo dijo la misma criatura que tras no comer la carne que le pusieron en el almuerzo, me explicó:
 
          -Es que ayer mi padre dijo en casa que una vez en el avión hubo una intoxicación general con el jamón que pusieron durante el viaje…
 
          Huelga decir que los pequeños jaboncillos del cuarto de aseo se esfumaron; que el olor de Lavanda inundó aquel luminoso y refrigerado túnel y que cuando la dentífrica azafata anunció aquello de que “a la derecha pueden ver todos ustedes la ciudad de Cádiz”, el avión pareció escorarse como unos 180 grados, aparte de que los baches o “chupones” surgidos en pleno vuelo más que sufrir los gozamos, porque cada “bajada” era coreada como si estuviéramos divirtiéndonos en una “montaña rusa”.
 
          Podemos considerar como anécdota cuando uno de los niños se interesó por el nombre del avión y al desconocerlo el miembro de la tripulación, alguien del grupo le sacó del apuro, diciendo:
 
         -Se llama “Ciudad de Barcelona”.
 
          Y cuando el citado DC-9 tomó impecablemente la pista de Barajas el gremio estudiantil premió la operación con una unánime ovación, que luego hicieron extensiva al resto de la tripulación y a las azafatas, que la verdad sea dicha, jamás incordiaron la espontaneidad de aquella masa ni frenaron sus peculiares instintos, a pesar de que en la “primera clase” alguien masculló lo de que “he pagado el billete para viajar con la mayor tranquilidad posible”…
 
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