Aquellos primeros pasos en las Escuelas Pías
Por Antonio Salgado Pérez (Publicado en El Día el 6 de marzo de 2015).
Ante unas Bodas de Brillantes (1940-2915)
Curso 1947-1948. Colegio del Niño Jesús, de Primera Enseñanza, de las Escuelas Pías. A la derecha, el vicerrector, Padre Luis Rosales.
La foto nos la envió, hace ya mucho tiempo, Fernando, un amigo de la infancia, de aquel lejano, muy lejano, Colegio del Niño Jesús, de Primera Enseñanza, de las Escuelas Pías, que estuvo ubicado en la calle 25 de Julio, de Santa Cruz. Esta instantánea que, en 1948, plasmó la cámara de Adalberto Benítez, la hemos vuelto a mirar una y otra vez. Y la sonrisa, siempre, acompañó a la visión. Este documento gráfico, igualmente, lo han visto varios compañeros de la época y, en efecto , se han reído, entre otras cosas, de nuestros elaborados peinados, de raya a un lado . Y para nuestra satisfacción y orgullo, también nos han dicho que viendo tal documento gráfico les ha dado la impresión de estar frente a pequeños “gentlemen”, pues la disciplina-que se intuye-; la elegancia- que se aprecia- y la limpieza, constituía el tríptico típico de una época distante.
Edificio del Colegio del Niño Jesús.
Observen el “tráfico” de la calle Méndez Núñez, aledaña a 25 de Julio, donde estaba la entrada principal del centro docente.
La foto del Curso
¡Cómo no íbamos a estar “emperchados” si un día antes, el Padre Luis Rosales el vicerrector del colegio, nos había dicho:”Mañana haremos la foto del Curso y, después iremos al cine”. ¡Cómo no íbamos a estar contentos y bien presentados si era domingo, el día del “matinée” infantil, donde tendríamos la oportunidad de ver en la pantalla a Fu-Manchú, Tom Mix, Buffalo Bill, El Hombre Invisible , Tarzán , Chita, et. ¡Cómo pateábamos aquellos suelos de madera cuando el “chico salvador” aparecía en pantalla, persiguiendo a “los malos de la película”, que casi siempre eran los indios del pintorreado Toro Sentado.
Luego, a la salida de la sala cinematográfica, nos atiborrábamos en los “carritos” de La Rambla con cucuruchos de papel que contenían chufas, algarrobas, tamarindos y “pilurines” .
En fila india, cogidos de la mano y en parejas
Con esta foto, tomada, como ya hemos apuntado, en el patio del Colegio, en 1948, por el experto Adalberto Benítez, nos ha surgido la remembranza de aquellos lejanos años donde el sacerdote escolapio, Padre Carlos Izco , nos llevaba, al mediodía, en fila india, cogidos de la mano, por parejas, a nuestros respectivos domicilios. Nuestro grupo partía, en su primer tramo, de la calle Pérez de Rozas hasta la Rambla del General Franco. Y en tal trayecto pasábamos por el Centro Farmacéutico, que nunca nos olió a medicina; y por la Clínica Barajas, que presumía de un frondoso patio arbolado y que eran expertos en todo lo relacionado con la garganta, nariz y oídos; y la Clínica García- Estrada, muy experta en paritorios y, enfrente, casi pegada, la Clínica Bañares, especializada en urología; más arriba, en la calle Benavides, estaba emplazada una de las primeras estaciones de servicio (“gasolineras”) de la Isla. El Padre Carlos no tenía problemas en cruzar, con todos nosotros, la Rambla, porque el tráfico de vehículos casi no existía. Así podíamos echarle una miradita a los escaparates de la Dulcería La Gloria y extasiarnos con sus artísticas tartas y pasteles. Y nos adentrábamos en la calle General Goded donde habitaban Domingo Pérez Minik y su esposa y, al lado, el estanquito de Doña Jacinta, que tenía de todo y, enfrente, la trasera de los talleres de las guaguas denominadas “Exclusivas”; cruzando la calle Gómez Landero, y a la izquierda, estaba el edificio que acogía la Gaceta de Arte, que tutelaban dos intelectuales, Eduardo Westerdahl y el citado Minik, que era un pseudónimo; el finalizar la calle General Goded, se encontraba la casa-mansión que albergaba el consulado de Francia y, subiendo un poco, el erguido torreón de la Eléctrica, siempre mirando, con orgullo de vencedor, a Horacio Nelson. Allí, el Padre Carlos se quedaba solo al despedir al último alumno, que vivía en General Sanjurjo.
Nuestros ídolos futbolísticos
Por aquella lejana época, nuestros ídolos futbolísticos no eran los Zarra, Gainza, Panizo, Basora ,Ramallets, etc, que Matías Prats, con su inconfundible voz, había mitificado a través de las ondas. Nuestros auténticos ídolos del balompié (así se escribía algunas veces) eran los integrantes del equipo de las Escuelas Pías, “los mayores”, que tan dignamente nos representaban en el torneo denominado Galardón de Centros de Enseñanza, que organizaba el Frente de Juventudes. Era un equipo formado por un portero, tres defensas, dos medios volantes y cinco delanteros (dos extremos, dos interiores y un centro delantero). Aún recordamos, con alborozo, las increíbles “palomitas” de aquel guardameta palmero que todos conocíamos por Isidro. Y la finura, en fintas, de Ernesto Tudela; la velocidad de Acordagoicoechea, Mesa y Nazario; la fortaleza física de Ricardo Viejo y Juan Antonio Jiménez; y los impecables remates de Borges, Cobiella y José Ángel. ¡Cómo aplaudíamos cuando en diferentes campos de fútbol, nuestros ídolos doblegaban a rivales de la categoría de San Ildefonso, Instituto o Tinerfeño Balear. Este último equipo tenía en el bullicioso Generoso a un delantero del perfil del actual Messi!
Nuestros ídolos futbolísticos; al frente, Isidro, el extraordinario guardameta.
Pero no solo este deporte sustentaba las fibras escolares pues también se venían cosechando grandes triunfos en atletismo, gimnasia educativa, natación, tracción de cuerda, ciclismo y ajedrez y, en el citado Galardón de Enseñanza, había un capítulo especial para los coros, recitados, exposición de arte y obras teatrales.
El silbato del Padre Ramón
Allá arriba, rompiendo el aire sereno de la mañana, sonaba la señal, el silbato del Prefecto, el Padre Ramón. Era un aviso acústico muy conocido. Era una señal que aceleraba cadenciosos pasos matinales por un sinuoso camino y por una familiar escalera de piedra.
El silbato del Padre Prefecto acelera cadenciosos pasos matinales por un sinuoso camino y por una familiar escalera de piedra.
Colegio de las Escuelas Pías. Inconfundible estructura desde todos los puntos de la capital santacrucera. Tenía de todo: palacio, castillo, colegio. Bajo las clásicas almenas, albergados en amplias y espaciosas aulas,-que tenían, como telón de fondo, el pedagógico color esperanza, innovación que desterró al sufrido azabache de las pizarras- muchas generaciones tinerfeñas tuvimos la dicha de recibir los primeros consejos, las primeras reprimendas, las bases de una futura formación y la más férrea disciplina estudiantil.
Tenía de todo: palacio, castillo, colegio…
Para nosotros, en aquellas lejanas épocas, constituía solo un recuerdo el nombre del Padre Moreno Gilabert, el primer rector que tuvo las Escuelas Pías en Tenerife, en 1940. Pero sí gozamos a otros líderes : protagonizados en la bondad del Padre Turiel; en la delicadeza del Padre Gonzalo y en la enérgica presencia del inolvidable Padre Rufino, por nombrar un trío excepcional de rectores. Como nos ha recordado el periodista Agustín M. González, “el 17 de octubre de 1940, con media docena se sacerdotes escolapios y 256 alumnos, comenzaron las clases del Colegio de las Escuelas Pías de Santa Cruz”. O sea que el próximo otoño habrá Bodas de Brillantes; y es que el Quisisana, como centro docente, cumple 75 años. Intuimos que esta efemérides ya la tendrá muy en cuenta la Asociación de Antiguos Alumnos del Quisisana, que preside Celestino Concepción con las inestimables colaboraciones de Jesús Pedreira, Jaime Merelo, Jesús G. Serrera, José Bastarrica, José Hernández y otros que, por cierto, acaban de celebrar, hace unos días, con el habitual éxito, sus actos anuales de confraternización.
El Padre Rufino Gutiérrez, de inolvidable recuerdo, exrector de las Escuelas Pías.
Con la foto que me envió Fernando hemos vuelto a recordar aquella pegadiza tonadilla de “El reloj lo hizo el relojero y el mundo lo hizo Dios…”; aquellos Ejercicios Espirituales, donde el eterno fuego del infierno hasta nos quemaba por el énfasis que ponían nuestros entrañables sacerdotes escolapios que, con el Catecismo, siempre nos recordaban aquella trilogía de mundo, demonio y carne, donde gravitaba la figura melancólica del fundador, San José de Calasanz, que inmortalizó el mismísimo Goya.
¡Qué viene la guagua de Correos!
Gracias, amigo Fernando, por brindarnos, en forma de documento gráfico algo que, de nuevo, nos ha trasladado a nuestras calles del sector de Salamanca, aún sin asfaltar, sin “piche”; cuando veíamos circular a cuatro coches seguidos era, seguro, una boda Y la pelota de trapo era la principal protagonista de aquellos partidos que, de vez en cuando, se interrumpían, con aquella exclamación de :”¡Paren, que viene la guagua de Correos”!
Los dátiles de Guarapo
¡No pases , de noche -nos recomendaban nuestras pacientes madres- por la calle de Enrique Wolfson, si quieres que no te salgan los “chupasangres” de entre las plataneras¡ Porque plataneras, muchísimas plataneras y muy poca luz era lo que resaltaba en aquella umbrosa vía que se ufanaba de su peculiar Clínica Zerolo, de curioso maderamen.
¡Qué respeto y (¿temor?) nos infundía Guarapo, aquel hombre pequeño, delgado, de pelo canoso, muy ágil y desaliñado, como en cierta ocasión lo definió el escritor Cirilo Leal Era un personaje de pocas palabras, malamente vestido, con sombrero de paja. Nunca hablaba, pero parecía que siempre se estaba riendo. Su cabaña, muy cerca del Quisisana estaba hecha de diferentes hojarascas . Todos los niños lo conocíamos. Nos dijeron que se llamaba Guarapo por las bebidas que preparaba con la savia de las palmeras, árboles que escalaba con agilidad y velocidad simiesca. En el recreo nos arremolinábamos a su alrededor para que nos diera los dátiles que guardaba en una lata..
¿Aquí se sana o se cena?
El Quisisana- se llamó así porque era un nombre de moda en Italia, relacionado con la actividad de la salud y reposo- como algunas veces lo identificamos en nuestras conversaciones, siempre estuvo, para nosotros, en las faldas de “Los Campitos”, luciendo su peculiar estructura de color cirio. En épocas pretéritas, reyes y príncipes fueron en busca de tranquilidad y aislamiento. Fue ideado por el aludido Enrique Wolfson Ossipoff, un rico hacendado judío, de origen ruso, nacionalizado inglés. Banquero, agente de seguros y consignatario de buques. Se estableció en Santa Cruz por casualidad. Y se fijó en un arquitecto de postín, Mariano Estanga, para que construyera lo que siempre ha sido uno de los edificios más distinguidos de la capital. Lo que se ideó como mansión particular terminó siendo, por determinados avatares de la vida, el Gran Hotel Quisisana -durante décadas el más lujoso de la capital, de estilo neogótico, semejante a un castillo victoriano, por expreso deseo de su propietario- , que se inauguró como tal el 5 de diciembre de 1904, como nos lo recuerda el historiador y escolapio Juan Arencibia de Torres. Y el público isleño enseguida le inventó, a aquel hotel de peculiar silueta y nombre, este chascarrillo: ¿Aquí se sana o se cena?
El Padre Luis Rosales en su clase de Aritmética
Nuestro empacho de calendario
Mis compañeros de aquella lejana Primera Enseñanza, no éramos ni mejores ni peores que los de ahora. Éramos, sencillamente, diferentes, con nuestro fijador capilar ; con nuestros pantalones cortos o “bombachos”; con el semblante expectante y tranquilo de aquellos domingos de “matinée infantil” , como epílogo y premio a nuestra habitual y anual foto del Curso, que en aquella lejana y entrañable ocasión estaba integrado por Alejandro Plasencia, Álvaro León, Antonio González, Antonio Preckler, Diego Tabares, Eduardo Hermoso, Fernando Díaz, Fernando Morales, Francisco Acevedo ,Jaime Nóbrega, José M. Padrón, José Manuel Arriaga, Joaquín Cárdenes, José Ravelo, Juan Alfredo Amigó, Juan Carlos Pisaca, Juan Manuel Reverón, Julián Pérez, Julio García, Luis Marrero, Luis Romero, Manuel Asensio, Miguel Ángel Barbuzano, Miguel Pego, Pablo Julio Roldán, Pedro García, Pedro José Fernaud, Pepito Martínez, Roberto Pérez, Teodoro Fragoso y otros compañeros que, disculpen, nuestro evidente empacho de calendario y el tiempo, ha borrado de nuestra memoria y de nuestra visión.
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