Los conciertos en las escaleras de Praga
Por Antonio Salgado Pérez (Publicado en El Día el 31 de agosto de 2019).
Desde el puente Carlos al río Moldava de Praga
Llegan a agobiarte con la proliferación de ofertas. En cada rincón de la ciudad, desde la zona del castillo, desde Mála Strana (Barrio Pequeño), pasando por la Staré Mésto (Ciudad Vieja), Nové Mésto (Ciudad Nueva) y hasta Josefov, el Barrio Judío de Praga, diferentes grupos de personas de todos los estilos y vestimentas, te asaetan, en el sentido más musical de la palabra, con una diversidad de programas de mano que, francamente, te captan desde el primer momento porque, dentro del perenne clasicismo de las composiciones, predominan aquellas más populares y conocidas. Es increíble la cantidad de cosas que se pueden llevar a cabo en esta ciudad. Resulta imposible pasar por delante de una iglesia, de un palacio, de una capilla, de un museo o de otras nobles parcelas de esta seductora Praga sin encontrarnos con el anuncio de algún concierto.
Un trío de alcurnia musical
Aunque la Primavera de Praga sea la principal manifestación de la temporada musical de esta "capital mágica de Europa", como la definió André Bretón, también es verdad que cada día se celebran un sinnúmero de conciertos de música clásica, tanto en locales prestigiosos, como ya hemos dicho, como en el interior de pequeñas iglesias de barrio. Y es que la vida de los praguenses está íntimamente ligada a esta clase de música, donde su trío de alcurnia está representado en Antonin Dvorak, Bedrich Smetána y Leos Janacek.
Museo Nacional de Praga
El peldaño más apetecible
En uno de estos lugares, concretamente en el Museo Nacional de Praga tuvimos la gratísima oportunidad de acudir a lo que se publicitaba como Concert on the stairs, es decir que, insólitamente, íbamos a sentarnos en simples escalones en vez de las habituales butacas. Valió la pena el cambio y la experiencia. En aquel enorme edificio que, según los locales, "no alcanza todo su esplendor hasta que es iluminado por el alumbrado nocturno", tras depositar una módica cantidad, y acceder por espectaculares escaleras de alfombrado rojo y entre descomunales candelabros dorados, alguien, muy amable, nos facilitó un mullido cojín al tiempo que con una agradable sonrisa nos indicó que de aquella empinada escalera podíamos elegir el peldaño que más nos apeteciera para presenciar la sesión musical, que se iba a ofrecer desde el amplio rellano.
Clásicos populares
Tres violinistas y dos cellistas, todos muy jóvenes; y una pianista, veterana, que luego era la que ceremoniosamente era la primera en levantarse para recoger los sinceros aplausos 'de aquel público enfervorecido, componían el sexteto de intérpretes que, como hemos apuntado, iban a desarrollar unas composiciones tan clásicas como populares.
El “Conservatorio de Europa”
¿Cómo no íbamos a entrar en aquel Museo Nacional si en el programa había compositores de la talla de Bach, Vivaldi, Mozart, Dvorak, Liszt, Chopin, Saint Saens, Gounod...? ¿Cómo evitar en este "Conservatorio de Europa" que es Praga, oír Las Cuatro Estaciones, el Rondo Alla Turca, La muerte del cisne o el Ave María, etcétera, en una sola sesión de cerca de dos horas "que se pasaron volando", con el complemento de una excepcionales condiciones acústicas?
Cultural y romántica
Música, música por todos los rincones de esta Praga cultural y romántica que para satisfacer a otros melómanos, allá, en el Centro de Conciertos Franz Kafka, ofrecían, en una misma sesión, piezas de los musicales más renombrados: Jesucristo Superstar, West SideStory, El fantasma de la ópera, Hair, Los miserables, Evita...
¿Quién podría ofrecer más, todos los días del año, y con idéntica calidad, según los expertos en la materia, sino en esta Praga que, según Goethe, "es una piedra preciosa engastada en la corona de la Tierra"
El delirio de Frank Kafka
Para tener un "día redondo" en Praga, lo primero que hay que hacer es madrugar. Y contemplar, al amanecer, desde el robusto y singular Puente de Carlos IV, la incomparable galería de esculturas al aire libre, que adquieren un aspecto casi místico, donde se aumenta la magia de la imagen con la sólida cúpula de la iglesia de San Francisco y las torres de la del San Salvador, junto a este puente que luego, horas después, al mediodía o al atardecer, se convierte en un peculiar hormigueo de turistas que, con escasa fluidez, pugnará por abrirse paso entre aquella legión de caricaturistas, pintores, artistas de marionetas, músicos ambulantes, cuartetos de jazz, incluso sopranos de increíbles tonalidades, sin micrófonos ni megafonía, pero sí acompañada con violines celestiales. Calidoscópica visión de un lugar entrañable, que siempre nos está regalando sus panorámicas; muy enraizado con el pueblo checo; punto de reunión y encuentro; punto de unión entre la Ciudad Vieja y MálaStrana, un dúo arquitectónico que nos hace brotar el primer sentimiento de conjunción de esta Praga, delirio de Frank Kafka, donde parece como si sus callejuelas nos asaltasen para pedirnos de forma muda que las recorramos y las descubramos.
Puente de Carlos IV
Aquellas “ infinitas caricias”
En Puente Carlos, así, a secas, que es como lo llaman familiarmente los locales, hay estatuas donde la tradición dice que, tocándolas, te dan suerte. Y la gente, en tropel, ha ido a buscarla comprobando, de paso, la negrura que les han proporcionado las “infinitas caricias" sobre sus respectivas superficies, asentadas en esta maravilla praguense, en este solicitado "souvenir", de quinientos metros de largo por diez de ancho, apoyada en enormes pilares de gres que frenan la corriente del ahora tranquilo Moldava, el río romántico que serpentea por esta capital que, junto a París, Viena y Roma, ha llegado a convertirse en uno de los espacios monumentales y culturales más importantes del mundo.
Río Moldava
Con música de acordeón
Al bajar por otras demarcaciones, y ganar la orilla del Moldava, siempre festoneadas de otros puentes, no hay que perder la ocasión de introducirse en una de las múltiples barcazas "con aire acondicionado" que lo circundan. Y con música de acordeón, tecleada por un viejo marino, y libando, en el protocolo de bienvenida que otorga la reducida tripulación, un típico licor de hierba de la República Checa, se puede comprobar la mansedumbre del río, caprichoso en meandros, donde un enjambre de cisnes, tan elegantes como hambrientos, nos transportan, entre aquella suave neblina que nos envuelve, a un episodio como de Cenicienta, donde aquí, evidentemente, la carroza se convierte en navío.
Castillo de Praga
Una arquitectura de ensueño
Desde nuestra embarcación, y ahora con la atmósfera más nítida, casi palpamos el musgo de los edificios humedecidos por este caudal de agua; árboles desnudos, de ramajes oscuros, fúnebres, con sed de primavera. Arquitectura de ensueño. Gran morada señorial de piedra con un tándem excepcional e inconfundible: castillo de Praga y catedral de San Vito. Iglesias, torres, agujas, cuyas siluetas proporcionan a la capital un marco que pocas ciudades atesoran. Basta un poco de sensibilidad estética e histórica para no olvidar jamás estas imágenes. Ahora es fácil comprender como aquel praguense universal que respondía por Kafka hablaba de ella como “un espacio que no le dejaba escapar". Así es, en efecto, su capacidad de impregnar a quien la siente, vive o visita.
Catedral de San Vito
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