Las Casas Consistoriales de Santa Cruz de Tenerife
Por José Manuel Ledesma Alonso (Publicado en El Día el 30 de junio de 2019)
A los diez años de la proclamación de Santa Cruz como Villa exenta de La Laguna, los regidores municipales consideraron que deberían contar con una Casa Consistorial en la que pudieran desarrollar sus funciones con dignidad, pues hasta ese momento las sesiones se celebraban en casa del Alcalde Real o en las Iglesias, cuando la importancia del tema precisaba un espacio mayor para acoger a los vecinos. Por ello, en enero de 1813, alquilaron una casa en la esquina de la calle San Francisco con la del Castillo, frente a la plaza de la Constitución, hoy la Candelaria.
Primera Casa Consistorial (Plaza de la Candelaria)
Como en el centro de la citada Plaza estaba la fuente de la Pila, su primera determinación fue trasladarla al muro que estaba junto al castillo de San Cristóbal, con el fin de evitar los escándalos que producían las aguadoras y el lodazal que se formaba con el agua derramada.
Ante la escasez de las exhaustas arcas municipales, para poder pagar los 20 pesos mensuales de alquiler, tuvieron que realquilar habitaciones al comerciante José White, a la Diputación Provincial, al Real Consulado, a la Junta de Sanidad, e incluso al Jefe Superior Político.
Como el citado lugar se había convertido en un patio de vecinos, doce años más tarde, el Ayuntamiento de la Villa se instalaría en la que sería su segunda Casa Consistorial, situada en la plaza de la Iglesia, lugar donde el 13 de diciembre de 1826 celebraron la primera sesión municipal.
Segunda Casa Consistorial (Plaza de la Iglesia)
Como esta vivienda la había legado a la Iglesia de la Concepción el canónigo Francisco Vizcaíno, con la condición de que con su alquiler, 105 pesos anuales, se pagaran los sueldos de un maestro de primeras letras y un médico de pobres, sería el Ayuntamiento quién se encargaría de abonar los estipendios.
La presencia del Ayuntamiento en este lugar haría que la plaza de la Iglesia, antigua calle Grande o Ancha, adquiriera la categoría de Plaza Mayor de la Villa y que en ella se celebraran los actos y conmemoraciones cívicas.
En 1835, cuando los religiosos volvieron a ser expulsados del ex convento de San Pedro de Alcántara, en la plaza San Francisco, el Ayuntamiento volvió a solicitar sus dependencias para instalar allí la Casa Consistorial, ya que por R. O. de 20 de agosto de 1822 se le había cedido provisionalmente y en ella habían hecho diversas obras. La primera sesión en esta tercera Casa Consistorial se celebraría en agosto de 1837.
Tercera Casa Consistorial (Plaza de San Francisco)
En los años siguientes, el Ayuntamiento continuaría realizando diversas obras en este antiguo convento, hasta que, el 1 de julio del año 1900, el Estado, a través de la Junta de Enajenación de Conventos Suprimidos, se lo cedió definitivamente al Municipio para que fuera utilizado como Casas Consistoriales, compartiendo espacio con el Juzgado, la Diputación, el Museo, la Biblioteca, la Cárcel, el depósito de cadáveres, el acuartelamiento del Batallón de Canarias y las Escuelas de Náutica, Comercio, Instrucción Primaria, Segunda Enseñanza, y Dibujo.
Debido al hacinamiento que se producía en este lugar, el Ayuntamiento tomó la decisión de construir un Palacio de Justicia, y adquirió un solar en la calle Viera y Clavijo, esquina con la calle Méndez Núñez. La escritura se formalizó en agosto de 1899, ante el notario Rafael Calzadilla.
Cuarta Casa Consistorial (Esquina Calles Viera y Clavijo y Méndez Núñez)
Los planos para el Palacio de Justicia, actual Casa Consistorial, realizados por el arquitecto municipal Antonio Pintor, conforman un edificio tradicional canario, con un patio central al que circunda una galería que da acceso a los espacios útiles. El patio sería cubierto para destinarlo a la celebración de los juicios orales.
En la obra, adjudicada al contratista Gaspar E. Fernández en el año 1900, se utilizó por primera vez el cemento, pues el tradicional terrado de barro y paja sobre vigas de madera del techo fue sustituido por una bóveda sobre vigas de hierro rellenas con mortero de cemento Portland. Igualmente, para decorar el salón principal, la escalera de acceso y el vestíbulo, se trajo mármol de Génova, trabajos adjudicados al industrial local Francisco Granados Calderón.
Para un espacio que pretendía acoger a la máxima institución de la ciudad, la decoración fue un capítulo importante, por lo que contrataron a los mejores artesanos, quienes, en los elementos ornamentales no escatimaron en relieves, volutas y dorados.
Las maderas de las puertas, marcos para las ventanas, caja de la escalera y pasamanos fueron hechas de roble, importado de Hungría; los huecos y zócalo del salón se hicieron de caoba, y las paredes se forraron de nogal. El diseño de las tres puertas de acceso al edificio y el de la baranda de la escalera principal son obra del arquitecto Antonio Pintor, la mano de obra corrió a cargo del carpintero José Ruiz. Los cristales de las puertas, los antepechos de ventanas altas, balaustradas, y el parquet del salón, se mandaron a pedir a Johannes Schuback, de Hamburgo.
Como en principio el Salón iba a ser la Sala de Audiencias del Palacio de Justicia, se le dotó de cuantos elementos decorativos pudieran dar prestancia y dignidad a esta Institución, razón por la que el motivo alegórico del techo representa La Verdad venciendo al Error, del prestigioso pintor palmero Manuel González Méndez. Este ciclo iconográfico, dedicado al elogio de las virtudes del Buen Gobierno lo completaría el pintor asturiano Juan Martínez Abades con los 20 óleos que adornan los lunetos de la escocia; aunque tuvo que modificar las alegorías de Agricultura, Trabajo, Religión, Caridad, Navegación y Patria, así como el fondo verde de la pintura y el arco-iris de la Paz, puesto que, en 1906, el Salón ya no estaba destinado a Audiencia. Sólo quedaron incompletos los arcos ciegos del piso superior, donde se pesaban ubicar retratos de hijos ilustres del país.
Uno de los elementos más distintivos del Salón de Plenos, lo constituyen las tres vidrieras modernistas que se encuentran en el testero principal, inauguradas el 25 de julio de 1908. Fabricadas en los talleres de vitrales de Eudaldo Amigó, en Barcelona, según diseños de Enric Monserdá, conmemoran dos hechos muy importantes para la Historia de Santa Cruz de Tenerife: la derrota de Horacio Nelson en 1797, y el heroico comportamiento de la población durante la epidemia de fiebre amarilla de 1893.
Los dieciséis fanales para la iluminación del Salón y las dos grandes arañas que penden del techo se le encargaron a la firma Frankfurter & Liebermann, de Hamburgo, puesto que la única luz natural que recibe el Salón la proporcionan dos claraboyas situadas en el techo, decoradas con cristales por la firma Eudaldo A. Amigó y Cía., de Barcelona.
El frontón que corona la fachada principal -Alegoría del buen gobierno- fue realizado en piedra artificial por Arturo López de Vergara, siguiendo el boceto realizado por Eduardo Tarquis y Teodomiro Robayna, quién sería el encargado de hacer los quince adornos de cemento para las ventanas exteriores.
La primera sesión celebrada en el llamado Salón de Plenos del Palacio Municipal y de Tribunales Superiores fue el 31 de enero de 1912, aunque con mobiliario provisional, piso de cemento, y las dos banderas arrebatadas a los ingleses en las paredes para disimular la falta de acabado.
Al año siguiente, el Ayuntamiento ocuparía la planta baja, mientras la Audiencia se instalaba en la planta principal, donde además estaba la Escuela de Comercio y la Escuela de Náutica.
En el Pleno Municipal del 8 de Abril de 1920, los albaceas de don Imeldo Serís Granier, ofrecieron a la Ciudad el Palacio de Villasegura, en la avenida 25 de Julio, para que fuera utilizado como Institución de Enseñanza, según sus últimas voluntades, siendo destinado a Escuela de Náutica y Escuela de Comercio, quedando todo el edificio a disposición del Ayuntamiento de Santa Cruz de Tenerife.
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