220 Aniversario de la estancia de Humboldt en Santa Cruz de Tenerife
Por José Manuel Ledesma Alonso (Publicado en El Día el 16 de junio de 2019)
Alexander von Humboldt
Alexander Von Humboldt (Berlín, 1769-1859), estudió Ciencias Económicas en Hamburgo, y Ciencias Mineras en Freiberg (Sajonia), llegando a desempeñar el cargo de primer consejero del Ministerio de Minas en Alemania.
En 1796, con la fortuna heredada de su madre, se dedico a viajar por Europa para satisfacer su curiosidad intelectual, ya que era un hombre de formación universal que dominaba la geología, botánica, y zoología, así como la geografía física, la oceanografía, la meteorología, y hablaba con fluidez varias lenguas, entre ellas el español. También tenía una buena formación académica en dibujo y grabado en cobre, que utilizaría para poner la representación artística al servicio de la ciencia.
Humboldt llegó a Madrid en febrero de 1799, en compañía de Aimé Bonpland, médico y botánico francés, entablando amistad con el lanzaroteño Rafael Clavijo y Socas, director del Real Gabinete de Historia Natural, quien le consiguió una audiencia con el rey Carlos IV y la reina María Luisa de Parma, a los que les expuso el viaje científico que pretendía realizar a las posesiones del Imperio español en América.
Los pasaportes que le concedió la Secretaría del Estado y el Consejo de Indias le autorizaban a utilizar con absoluta libertad sus instrumentos físicos y geodésicos, realizar observaciones astronómicas, medir las alturas de las montañas, recoger muestras del suelo, y verificar cualquier trabajo que estimara oportuno para el fomento de la ciencia, motivo por lo que llevaba gran número de instrumentos y aparatos de física, geodesia y astronomía con la más avanzada tecnología de su tiempo.
El 5 de junio de 1799 salieron del puerto de La Coruña, en la corbeta española Pizarro, correo marítimo que mensualmente realizaba la ruta Cuba-Méjico, con escala en Santa Cruz de Tenerife.
Según se acercaban a la Isla, estudió la altura del Teide para analizar las razones de su visibilidad a determinadas distancias, pues la navegación de la época solía utilizar el Pico como baliza natural.
La corbeta Pizarro en el Puerto de Santa Cruz (Grabado de 1799)
Mientras esperaba que se realizaran los trámites para poder desembarcar, llevó a cabo varias observaciones para determinar su situación geográfica y el meridiano magnético, estableciendo que la longitud del muelle de Santa Cruz era 18º 33´10´´.
A su llegada, el miércoles día 19, fueron recibidos por el general José Perlasca, sucesor del célebre general Gutiérrez, quien les facilitó todo lo necesario para que pudiera recorrer la Isla, e incluso que el barco permaneciera en el Puerto más días de lo que se acostumbraba para avituallarse. Durante su estancia pernoctaron en la casa de José Tomás de Armiaga y Navarro, coronel Jefe del Batallón de Infantería de Canarias. Por la tarde salieron a herborizar por el barranco de Tahodio, llegando hasta los riscos de Anaga.
Como el principal objetivo de la estadía en Tenerife radicaba en poder conocer el Teide, primer volcán que tuvo ocasión de estudiar, al amanecer del día siguiente salieron hacia el Puerto de la Orotava (Puerto de la Cruz), desde donde emprendieron la excursión al Teide, acompañados de Mr. Le Gros, vicecónsul de Francia; Lalande, secretario del consulado francés en Santa Cruz; y Cornelio Mac Manar, encargado del Jardín de Aclimatación de Plantas de La Orotava; además de varios guías y ayudantes.
Mientras ascendían a la cumbre observaron como las diversas especies botánicas variaban según la altitud, encontrándose con la vegetación xerófila de la zona inferior; la laurisilva y el fayal bresal en el monte verde; el pinar; las retamas y codesos por encima de los dos mil metros; y la violeta del Teide, entre la piedra pómez del volcán. Con todo ello llevaron a cabo la descripción y clasificación de los pisos de vegetación, el estudio más importante que hasta entonces se había hecho en el campo de la Historia Natural del Archipiélago.
Llegados al Teide pudieron comprobar que los conos de los grandes volcanes se formaban a partir de material magmático arrojado por el cráter, procedente de las profundidades de la Tierra. Este análisis de la naturaleza geológica del Teide, comparado con los otros volcanes que estudiaría en Latinoamérica (Chimborazo, Popocatépetl, etc.), darían lugar a una nueva ciencia: la Vulcanología.
Sus estudios de botánica y geología, que no pudo completar debido a que sólo permaneció seis días en Tenerife, tendrían un gran impacto en la comunidad científica de su época, los continuarían el alemán Leopoldo Von Buch y el noruego Christian Smith.
En el tomo I de su obra Viaje a las Regiones Equinocciales del Nuevo Continente, relata algunas impresiones de su visita a Santa Cruz.
“Cuando nos acercábamos a la isla de Tenerife nos situamos en la proa del barco para gozar del majestuoso espectáculo que ofrecía el muelle, recientemente construido con sillares basálticos, y que se encontraba junto a un paseo público plantado de álamos. Es muy importante y puede considerarse como una gran escala, al estar situado en el camino de América y de la India.
Lo primero que atrajo nuestras miradas fue una mujer cenceña de gran estatura, atezada en extremo y mal vestida, a quien llamaban la Capitana. La seguían otras mujeres, cuyos trajes no eran más decentes que el suyo. Todas pedían con insistencia la autorización de subir a bordo de la Pizarro, permiso que naturalmente les fue denegado.
La Capitana es una jefa escogida por sus compañeras, sobre las que ejerce una gran autoridad. Impide cuanto puede perjudicar el servicio de los bajeles, pues cuida que el servicio de los navíos no sufra estorbo y obliga a los marineros a volver al bordo a la hora fijada. En este puerto, tan frecuentado por los europeos, la licencia de las costumbres tiene todas las apariencias del orden; por ello, los oficiales se dirigen a ella cuando se abrigan temores de que alguna persona de la tripulación se ha ocultado para desertar.
Santa Cruz es una ciudad bastante limpia, con una población que se eleva a 8.000 almas. Sus habitantes se reúnen todas las tardes en el muelle para tomar el fresco. Tiene un famoso monumento de mármol de Carrara, de treinta pies de alto (9,15 m), dedicado a Nuestra Señora de Candelaria. En sus estrechas calles transversales, entre los muros de los jardines, las hojas colgantes de las palmeras y de las plataneras forman pasajes arqueados y sombríos que son un refresco para el europeo que acaba de desembarcar y para el que el aire del país es demasiado caluroso.
No me detendré a describir los templos, ni la biblioteca de los Dominicos, pues apenas se eleva a algunos centenares de volúmenes, ni tampoco me causó impresión ver el gran número de frailes y eclesiásticos seculares que todos los viajeros comentan”.
También, desde el puerto de Santa Cruz, le escribe una carta a su hermano Wilhelm.
"Hoy, 25 de junio de 1919, me voy de Tenerife casi en lágrimas, me hubiera gustado establecerme aquí y apenas acabo de dejar la tierra de Europa. Si tú pudieras ver esos campos, esos seculares bosques de laureles, esos viñedos, esas rosas!..."
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