Todo sobre cráneos

 
Por Alastair F. Robertson  (Publicado en inglés en el número 620 de Tenerife News el 22 de febrero de 2019. Traducción de Emilio Abad).
 
 
          Hablando de cráneos, si me muestran un esqueleto soy capaz de decir, como cualquier otra persona, “esto es un esqueleto”. Si lo que me muestran es una tibia, un peroné o un húmero, puede que mis conocimientos de anatomía se vean un poco  puestos en entredicho. Pero muéstrenme un cráneo, y sé con exactitud lo que es y donde se ubica. Es la parte del esqueleto que fascina a la gente más que cualquier otro hueso del cuerpo.
 
          En el Museo de la Naturaleza y el Hombre de Santa Cruz hay una caja expositora que contiene treinta y dos cráneos. La única explicación que se hace de ellos es que son cráneos de guanches, los primitivos habitantes de Tenerife.
 
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           Dicho sea de paso, la mayor parte de los cráneos carecen de dientes. La causa no es que correspondiesen a personas de edad avanzada, porque la mayoría de los guanches morían antes de cumplir los 40 años, sino que se podían haber desprendido a lo largo del tiempo, o se arrancaron como recuerdos. Un visitante inglés a Gran Canaria en 1884 dejó constancia de la gran demanda de cráneos guanches y muchas tumbas eran saqueadas para conseguirlos.
 
          Hacia finales del siglo XIX, después de que se hubiese aceptado la teoría de la evolución y la era de la razón y la ciencia se consolidase, hubo un resurgir del deseo de conocer los orígenes del hombre, que aunque, naturalmente, llevó a importantes investigaciones científicas, también dio origen a extrañas teorías, de entre las que la más destacada fue, probablemente, la del “Hombre de Piltdown”. El engaño consistió en que al juntar trozos de un cráneo aparecidos en Piltdown, Inglaterra, en 1912, parecía descubrirse una nueva especie de antropoides pre-humanos. Y aunque el Hombre de Piltdown había sido siempre contemplado con escepticismo por algunos, no fue hasta 1953 cuando se demostró con certeza que se trataba de un fraude. Durante 41 años se había engañado a la gente -o a parte de ella-  con la teoría de que posiblemente era el “eslabón perdido”.
 
          Pero antes de la aparición del cráneo de Piltdown estuvo el tema de la frenología. El diccionario la define como “el estudio de la conformación exterior del cráneo como posible indicador del desarrollo y situación de órganos relacionados con diversas facultades mentales.” En otras palabras, que el carácter y las posibilidades mentales de una persona podían determinarse examinando las protuberancias, bultos  y forma general de su cráneo. Esta “ciencia” fue popular entre 1810 y 1840, quedando a partir de esta fecha totalmente desacreditada, pero renaciendo en los primeros años del siglo XX por algunos “investigadores”, como los seguidores de Nietzsche, que trataban de encontrar diferentes tipos raciales, especialmente con el objetivo de llegar a determinar la superioridad racial (es decir, la de su propia raza).
 
          Las Islas Canarias han tenido su cupo de cuestionados y cuestionables autores de teorías que si bien fueron aceptados en su época, hoy son mirados con total desconfianza.
 
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          En 1892 un viajero a Tenerife regresó a Canadá con una pequeña colección de cráneos guanches y una momia. Como en aquellos tiempos estaba de moda medir los cráneos, así se hizo con estos y en 1895 surgió una teoría que se publicó en las Transactions del Instituto Victoria de Londres, firmada por Sir  J. Williams Dawson, de la Universidad McGill de Montreal y en la que, basándose en esas mediciones, encontraba una fuerte relación entre los guanches de las Islas Canarias y los nativos de la costa oriental de Norteamérica. (¡No me digas!).
 
          El francés Rene Verneau (1851-1938) fue un antropólogo pionero que visitó las Islas Canarias varias veces entre los 1880 y 1890, cuando la economía del Archipiélago estaba controlada por los intereses financieros británicos. Encontró características  comunes entre los guanches y el hombre de Cromañón, cuyos restos se habían descubierto en la zona de Dordogne, al sudoeste de Francia en 1868. Pero las investigaciones de Verneau podían no haber sido puramente académicas, porque condujeron a que se planteasen teorías sobre tipos raciales que coincidían con objetivos políticos. Después de 1910 viajó al Norte de África en busca del hombre de Cromañón, lo que pudiera establecer un lazo racial con Francia, mientras, como es sabido, sucedía también que el gobierno francés miraba con fines colonizadores esa parte norteafricana, de modo que un enlace racial podía contribuir a justificar las reclamaciones imperiales. Quizás las Islas Canarias eran una causa perdida, en lo económico y lo político, para la influencia francesa.
 
          El primer estudio importante lo realizó el antropólogo y médico norteamericano Earnest Albert Hooton (1887-1954) con su obra Los primitivos habitantes de las Islas Canarias, un gran volumen de 400 páginas publicado en 1925. Entre otras cosas, rellenando los huecos existentes entre los pocos hechos conocidos, presumía la existencia de una clase aristocrática compuesta por  nórdicos de rubios cabellos que eran los señores o menceyes. De vuelta a los EE. UU. siguió adelante y desarrolló una teoría de tipos raciales, clasificando los seres humanos en “razas primarias” y “subtipos”, que se referían en particular a los negros, diseñando estereotipos raciales que son rechazados hoy en día, pero que entonces eran aceptables en determinados ambientes.
 
          De forma parecida, la doctora Ilse Schwidestsky (1907-1997) apoyó en Alemania, en las décadas de 1930 y 1940, una de las principales teorías raciales de los nazis.,pero se redimió posteriormente cuando, según leemos en Wikipedia, se convirtió en un faro de luz durante “el resurgimiento de la antropología alemana después de la guerra y su reincorporación a la ciencia internacional.”
 
          Su apogeo en la investigación y en sus prolíficas publicaciones se situó entre los 1960 y 1980. En 1963 su estudio titulado La población prehispánica de Canarias: Una investigación antropológica se publicó en español y alemán. ¿Se había liberado de sus anteriores influencias?
 
          Bueno, ¿y qué pasa con los cráneos guanches?  ¿Influyeron en la posición que ocupan los guanches en la liga humana aquellos estudios sesgados? No lo sé, pudo ser así en el pasado, pero en absoluto ahora. Hoy se acepta que los guanches descendían inicialmente de tribus bereberes del Norte de África, del tipo Cromagnon (¡Verneau tenía razón!), que llegaron a las islas alrededor del primer milenio antes de Cristo y que, con el paso del tiempo, se mezclaron con otras gentes del tipo mediterráneo. José Luis Concepción, en su libro Los Guanches: supervivientes y descendientes, escribió que “según la doctora Schwidestsky, el tipo Cromañón se caracteriza claramente por su cara ancha y su largo y estrecho cráneo, mientras que el tipo mediterráneo lo es por sus facciones delicadas y el cráneo ancho y corto.” Esto encaja con los testimonios escritos que nos han llegado de los primeros marinos, que señalaban que básicamente existían dos tipos de canarios, uno de piel blanca (Cromañón) y el otro de piel más oscura (mediterráneo).
 
          Por cierto, los hombres de Cromañón tenían una mayor capacidad cerebral que la que tenemos nosotros, los homo sapiens. ¿No tiene la sensación de que estamos situados en el segundo peldaño de la escalera de la superioridad racial? (No obstante podemos consolarnos con el pensamiento de que el desarrollo mental y la capacidad cerebral no están relacionadas, aunque para algunos el tamaño sí importe).
 
          Y para terminar, en el periódico Daily Mail, en su número del 29 de enero de 1934, se publicaba un artículo titulado “Cómo los chicas pueden elegir el hombre ideal: Conócelo por la forma de su cabeza. Rechaza al hombre de cráneo plano” La doctora Ida Spellman, bibliotecaria de la Sociedad Frenológica Británica, había pronunciado una conferencia en el Real Colegio de Cirujanos en la que aconsejó a las chicas que eligiesen hombres de cabezas “bien proporcionadas”. Perdonen un momento mientras me echo una ojeada en el espejo.
 
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