El cabrerillo de San Sebastián (Relatos del ayer - 26)

 
Por Jesús Villanueva Jiménez  (Publicado en la Revista NT de Binter en su número de agosto de 2018).
 
 
          El cabrerillo, un chiquillo de catorce años,  desde la cumbre que abriga al sur la bahía de San Sebastián de La Gomera, divisó el barco que esa mañana había fondeado a poco de la orilla. En un bote a remos, unos señores muy bien vestidos desembarcaron y se dirigieron hacia la Casa Señorial, que junto con la Iglesia de la Asunción y la Torre de los Peraza, era el edificio de más porte del pueblo y de la isla. No pudo con la curiosidad y se acercó a la carrera hasta la playa. A mediodía, con el lustroso sol de mediados de agosto sobre sus cabezas, un grupo de lugareños se había congregado en la playa para observar desde más cerca aquella nave de tres palos. ¿Quiénes serían aquellos navegantes tan agasajados por las autoridades de la Isla, que hasta doña Beatriz de Bobadilla y Ulloa, señora de La Gomera y El Hierro, les recibió y mandó a atender sus necesidades? 
 
          El cabrerillo, tímido como era, sólo puso el oído para enterarse de lo que buenamente pudiera. Una grave avería en el timón -habían saltado los hierros- había llevado hasta la isla la nave, gracias a la pericia de su capitán, que pudo reparar a duras penas el fundamental aparejo para alcanzar aquella bendita tierra española varada en la inmensa mar océana, en busca de reparación definitiva. Cada día bajó a la playa el cabrerillo a ver de cerca la nave, una moderna carabela le dijeron que era, lo último en navegación. Diez días llevaba en la rada, cuando otra carabela igual arribaba a San Sebastián. Más hombres bien vestidos bajaron a tierra. A uno de ellos le llamaban «almirante», y también fue recibido por doña Beatriz. Varios días tardaron en conseguir los materiales con que reparar debidamente el timón, más una vela nueva, cuadrada ésta, para el palo mayor de la otra carabela, que la llevaba medio rota. Al fin, las dos carabelas partieron de San Sebastián el 6 de septiembre del año de Nuestro Señor de 1492.
 
          Más tarde supo el cabrerillo que aquella carabela reparada en La Gomera se llamaba Pinta, y su capitán, un navegante de gran reputación, Martín Alonso Pinzón; la otra, Niña, y el hombre a quien llamaban «almirante», Cristóbal Colón, experimentado marino auspiciado por los mismísimos Reyes Católicos, principalmente por la reina Isabel de Castilla, para abordar una gran empresa, y que habían zarpado de Puerto de Palos de la Frontera, el 3 de agosto de ese año. Y supo también que la Pinta y la Niña se dirigieron hacia el puerto de El Real de Las Palmas, capital de la isla de Canaria, donde aguardaba la nao Santa María, la capitana de la flotilla, donde reembarcó Colón, y que de inmediato la Pinta, la Niña y la Santa María se adentraron en el Atlántico, y que el 12 de octubre de 1492 descubrieron lo que resultó ser un Nuevo Mundo, la más grande aventura que hasta esa fecha había protagonizado el hombre. Imagino que el cabrerillo no fue consciente de la transcendencia enorme de lo que había presenciado.
 
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