Más piedras que hablan

 
Por Alastair F. Robertson (Publicado en inglés en el número 586 de Tenerife News,  13-26 de octubre de 2017). Traducción de Emilio Abad.
 
 
 
          Este artículo es, en cierta forma, continuación de otro anterior publicado en Tenerife News y titulado “Si las piedras hablaran”. En él leímos cosas acerca de dos hombres que participaron en la creación del Tenerife español. En esta ocasión, las circunstancias de los protagonistas son más modestas.
 
          En Inglaterra los cementerios son lugares verdes y tranquilos, reservas de la naturaleza en miniatura, pero en Tenerife son muy diferentes, la mayoría lugares resecos y agostados, o una especie de almacenes con estanterías de compartimientos de cemento para los ataúdes, tapados también con cemento o con lápidas de mármol, como las celdillas en una colmena. Debo confesar que los encuentro algo desagradables. Si estirase la pata o la diñase en Tenerife,  preferiría la cremación, y que esparcieran mis cenizas por algún tranquilo rincón del campo.
 
          Dejando aparte estos siniestros pensamientos, leer los epitafios de las lápidas es normalmente muy interesante y, se crea o no,  hay muchas personas que lo hacen porque, al fin y al cabo, no hay nada que interese más a la gente que la otra gente. Existen dos cementerios en el Norte que nos dan una pequeña excusa para que reflexionemos.
 
          En Santa Cruz se encuentra el viejo cementerio municipal de San Rafael y San Roque, donde la parte protestante se compone de ochenta y cuatro sepulcros identificados que incluyen los de varios miembros de la muy conocida y emprendedora familia Hamilton. Las tumbas han sido concienzudamente registradas por Daniel García Pulido en su libro San Rafael y San Roque. Un camposanto con historia (1810-1916), publicado en el año 2000. De las inscripciones y la suplementaria información que el autor nos proporciona podemos extraer pequeños retazos de las vidas de algunas personas que vivieron tiempo ha.
 
          Hay hombres de negocios y comerciantes, como por ejemplo Joseph Baker, un comerciante londinense que murió en 1845, a la edad de 44 años, y su socio Thomas Clarke, fallecido tan sólo unos pocos años después, en 1848.
Y  con el maravilloso nombre de Farrow Siddal Bellamy, el director de la Compañía de Carbones de Tenerife y de la Compañía Elder Dempster, la mayor y más importante de Santa Cruz, quien con 82 años murió en 1947. Fue el impulsor de la construcción del magnífico edificio Elder Dempster en la calle Castillo y propietario del primer vehículo a motor de la isla, un Panhard francés matriculado el 4 de febrero de 1902.
 
          Encontramos cónsules extranjeros que a veces compaginaban los negocios con sus burocráticos destinos. Joseph C. Hart fue cónsul de los Estados Unidos a la vez que abogado y escritor, y falleció en 1855 a los 55 años de edad. Otro cónsul estadounidense, William H. Dabney, desgraciadamente perdió a su esposa Marianne en 1879, cuando residían en Tenerife. Y otro cónsul de los EE.UU., Harrison Briggs MacKay y Jennings, fue agente de la compañía naviera londinense Forword Brothers and Co. Murió con 45 años en 1889.
 
          Carl Gottlob Adolf Buchle fue un cónsul y comerciante alemán que falleció en 1915, a la edad de 59 años. Era socio de William Lemaitre, y fueron copropietarios del edificio Foronda hasta finales del siglo XIX. Donaron un reloj a la santacrucera iglesia de San Francisco.
 
          El cónsul danés en Tenerife, que en realidad era noruego, se llamaba Hans Peter Olsen. Fue propietario en Santa Cruz del Hotel Olsen, también llamado Alejandra, y presidente de la Asociación de Hoteleros. Murió, con 83 años, en 1950.
 
          El cónsul británico Richard Bartlett (1785-1857), recibió la medalla de la Flor de Lis, honor normalmente reservado a los franceses, concedida por Luis XVIII, rey de Francia. Antes de dirigir el consulado en Canarias (1841–1849) había sido cónsul británico en La Coruña (España) durante  varios años. Se casó en dos ocasiones, primero con Ann Kay y luego con Josefa Tarrius.
 
          Igualmente merece destacarse otro par. James Le Brun (1823-18886), también conocido como Diego, cuya familia se había trasladado desde Jersey a Tenerife en 1818. Fue un importador-exportador que poseía una gran colección de recuerdos naturales de las Islas Canarias (Me pregunto qué habrá pasado con ellos). Su hija Frances Marian también está enterrada aquí. El señor Le Brun fue socio de varios miembros de la familia Davidson, que de igual manera aquí recibieron sepultura.
 
          De vez en cuando, ingenieros de varias nacionalidades murieron mientras estaban en Tenerife, o incluso fuera de la isla.
 
          Uno de ellos fue Oskar Hans Gotz, ingeniero alemán que falleció aquí en 1909, a la temprana edad de 33 años. Cornelius Thompson, armador naval de los puertos de Londres y Aberdeen, murió en alta mar, cerca de la isla, en 1894. William Henry Lewis, jefe de máquinas del Suevic, un buque de la naviera White Star que realizaba la ruta Liverpool – Australia, falleció aquí en 1921. La mitad del Suevic había quedado entre las rocas cuando encalló en 1907; sometido a una drástica reconstrucción, volvió a ser botado en 1908. 
 
          Tres muertes relacionadas con el mar tuvieron lugar aquí en 1898. Frederick Williams era el ingeniero jefe a bordo del Trojan, un barco de la Union Line que navegaba de Inglaterra a África del Sur. Murió con 50 años en octubre de 1898 mientras el barco estaba atracado en Santa Cruz. Arthur Henry Bechervaise Fulford vino a las Islas Canarias como Superintendente Jefe de la Compañía Nacional Española del Cable Submarino, propietaria de la conexión telegráfica entre el archipiélago canario, la Península y Europa, La compañía se fundó en 1893 y el enlace por cable submarino se llevó a cabo aquel mismo año. El señor Fulford murió en 1898, con tan solo 40 años de edad. Y el tercer fallecido de 1898 fue Joseph H. Train Gray, el 9 de abril, a bordo del vapor South America, de la naviera Veloce Navigazionne Italiana, cuando en ruta desde América del Sur a Italia hizo escala en el puerto de Santa Cruz. Contaba 59 años.
 
          Todas estas notas nos proporcionan estremecedores indicios, a menudo con tientes románticos, de las vidas de gentes que en unos casos vivieron una larga vida, mientras que en otros desaparecieron trágicamente jóvenes. 
 
cementerio Custom
 
El cementerio inglés del Puerto de la Cruz
 
 
          Los epitafios no tan solo son informativos, sino que, a veces, y sin proponérselo, resultan curiosos. Por ejemplo, en el cementerio inglés del Puerto de la Cruz, donde están enterrados varios miembros de la familia Smith, antiguos propietarios del Sitio Litre, que tiene un bello jardín abierto al público, así como componentes de la familia Reid, proveedora de vicecónsules para la isla, y donde hay sepultados como si fueran ingleses muchos alemanes y escandinavos, me llamaron la atención unos cuantos epitafios:
 
          A un caballero: “Muy tranquila sin ti” ¿Sería un tipo charlatán? Otro está dirigido a “Un hombre de muchas partes”, y espero que todas funcionaran adecuadamente. Otro hombre tenia tres nombres para elegir, pero no le gustaba ninguno y prefirió ser llamado Roger. El matrimonio con una determinada señora era “Un contrato para toda la vida y más allá”, Deseamos que estuviese, y siga estando, lleno de idilio amoroso. Una señora que ya se marchó era recordada como la esposa del hombre que le dio su propio apellido ¡pero que omitió el de pila de su querida esposa! Un tipo, al que llamaré “X”, había nacido el (fecha) y falleció el (fecha); y seguían las palabras “Para siempre”. Parece ser que no se esperaba su regreso.
 
          Hay un dulce recuerdo para una señora muy anciana: “Como te hemos tenido tan largo tiempo, te echaremos más de menos”. Y uno, que deseo pudiera servir también para mí, reza así: “Tuvo una vida feliz y fue un buen hombre”. Las palabras de uno que ya partió nos dan un juicioso aviso: “No preocuparos, sed felices”. Pero mi epitafio favorito es el dedicado a “Una gran señora, amazona y madre”, por ese orden.
 
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