A Cervantes y Shakespeare en su día (del Libro)

 
Por Carlos Hernández Bento  (Publicado en el mejicano Diario de Colima el 23 de abril de 2017).
 
 
 
ACCIÓN PRIMERA
 
          Llegadas las fiestas cervantinas, arribé a la villa que dicen de Alcalá de Henares, la cual dista unas seis leguas de la de Madrid. Buscaba la casa natal de don Miguel de Cervantes, cuando para mi fortuna topé, no con la iglesia, sino con la dicha casa y con don Quijote y Sancho, hijos de su divino ingenio, quiénes con grande celo velaban su puerta. A un lado el alto (de miras) y al otro el bajo; a mi derecha el flaco, que no tiene ni una onza de carne para el bocadillo, y a mi izquierda el gordo (de vista), pues sólo ve lo que le señalan sus narices; el uno que perdió la olla y el otro que pierde salva sea la parte, por encontrar la dicha olla… o lo que se cuece dentro, que no será lo mismo, aunque viniere a ser igual.
 
Yo mismamente:
                   
                    “¡Salve, vuesas mercedes! Vengo de un lugar más lejano en el tiempo que en la distancia, a traer excelentes nuevas para su señor padre y criador, don Miguel de Cervantes Saavedra, quién en buena hora de espléndido día y para honra y fortuna del mundo, salió (o entró, según se vea) al ajetreo de aquesta vida por aquesta puerta que agora mesmo guardáis. A buen seguro sé cosas que él gustará de saber y que, entiendo yo, que muy justo y conveniente sería que las tenga en conocimiento.
 
                        El libro que sobre vuesas mercedes versa y que él sólo pudo ver como "best seller" de sus años, con el correr de los siglos devino en clásico universal y joya de la humanidad. Para explicarme mejor, vendría a ser algo así como la diferencia que hubiere entre su monedero y su corazón.
 
                    Con mucho gusto también, véngole a hablar de un primo de su mismo oficio y altura que tiene allende los mares, en la Ingalaterra, y que, no estando yo muy seguro que a conocerlo llegara, muy bueno sería que así lo hiciere… y que lo frecuentare. Pues de grandes encuentros, y mejores tratos, es de esperar que grandes cosas nacieren. Su nombre: William Shakespeare.”
 
Don Quijote y Sancho (al unísono): "¡Vuestra merced, pase!"
 
 
ACCIÓN SEGUNDA
 
Yo mismo:
 
                    “Maestro, a sus pies y aún más abajo. Mi nombre completo es Carlos Fernando Hernández Bento, y hasta aquí me he llegado de otra parte y otro tiempo... desde las Islas de Canaria, soy nacido en el siglo XX y vendré a morir en el XXI, a menos que los bárbaros adelantos de la Ciencia lo impidan.
 
                    El ser alguien venido del futuro me permite platicarle de lo que ha sido de su gran obra. Su Don Quijote de la Mancha será honra de la Humanidad, pasado a cualquier lengua culta y, no se sonroje si le digo, que será el más vendido del mundo junto a la mismísima Biblia, Verbo de verbos para muchos, y que no habrá ser humano que se precie y que tenga un mínimo de posibles, que no cuente con un ejemplar en su casa. Don Miguel, agárrese fuerte a la butaca, pues me es fuerza decirle que el castellano llevará el mote de “Lengua de Cervantes”, tal es la dimensión de su legado y tal la imperiosa necesidad que tenía de llegarme hasta su tiempo y casa natal para comunicárselo. ¡Es de justicia que lo sepa!
 
                    A don Quijote y Sancho acabo de platicarles, también, sobre la necesidad de que vuestra merced tenga conocimiento de William Shakespeare, otro Príncipe de las Letras, por más señas inglés, cuyas obras son reflejo y espejo de lo que somos los seres humanos. Y lo hace con una ligereza en el verbo, una riqueza en la expresión, una acidez en el humor, un amor en el más amplio de los sentidos, un… un… que sólo ha podido igualar alguien como vuesa mismísima merced.
 
                    Creo, por tanto, a mi estrecho entender, que sería, no bueno sino imprescindible preparar un encuentro entre vuestras mercedes, a fin de que platiquen de lo que hayan de platicar, que yo ya en eso ni entro ni salgo.
 
                  Por lo demás, tráigole una traducción de las obras completas de dicho William Shakespeare, para que pueda hacer tan conveniente lectura, que si, como burdamente dicen en mi tierra, “al pájaro se le conoce por la cagada”, al escritor, por esa regla de a tres, se le ha de conocer por lo que escribe (digo yo).
 
                    No tema que el libro del que le hago entrega sea una traducción, don Miguel, pues tal es la inspiración, tanta la fuerza con la que este hombre escribe, que muy mal habría que hacerlo al mudarlo de lengua para que el lector no se sintiese igualmente abrumado y sorprendido hasta la médula y tuétano con su discurso. De muy buena tinta sé que don William ha leído su obra con mucho goce y aprovechamiento, tal es lo que le cuento, que del personaje Cardenio de su Quijote sacó asunto para una su comedia a la que tituló... Cardenio.”
 
Don Miguel:
 
                    "¡Con asombro de mirarte, con admiración de oírte, ni sé qué pueda decirte, ni qué pueda preguntarte! (Don Miguel, como para sí: ¡Estas mis últimas palabras me suenan de algo!)* … Bueno hijo, cuéntame alguna otra cosa que aún no me hayas platicado. Ardo en deseos de saber, aunque por encima fuere, qué será cuando yo muera de aquesta que llamas “mi” lengua y cómo habrá de ser la Literatura que genere."
 
Otra vez yo:
 
                    "Señor de las Letras, Príncipe del Ingenio, tras vuestra merced aparecerá en escena el gran Calderón de la Barca, autor de La Vida es Sueño, sublime como pocas, con él se cerrará el que llamarán Siglo de Oro, del que vuestra merced será bandera. Luego vendrá la frialdad anodina del siglo XVIII. En el XIX aparecerán las formas del Romanticismo: la viveza de Espronceda, el Don Juan Tenorio, de Zorrilla, la intimidad de Bécquer o Rosalía de Castro; Benito Pérez Galdós, canario como yo y monstruo en cuantiosa calidad de la novela (género al que dio inicio su Don Quijote, ¡cuán lejos ha llegado!). Hacia el final de ese siglo y comienzos del XX, surgirán dos generaciones extraordinarias: la del 98 y la del 27, plagadas de escritores y poetas de primera fila, entre ellos: Valle Inclán, Machado, el nicaragüense Rubén Darío, García Lorca o Miguel Hernández, que en conjunto constituirán lo que se dará en llamar: Edad de Plata.
 
                Luego, don Miguel, vendrá la explosión de la Literatura hispanoamericana (la de las Indias, para que mejor entienda)… ¡Qué pléyade, don Miguel, qué pléyade! No sabe uno a do mirar… Aparecen argentinos como Borges o Cortázar, chilenos como Pablo Neruda o Gabriela Mistral, el colombiano García Márquez, el peruano Vargas Llosa, o mexicanos de una talla inmensa como Juan Rulfo, Carlos Fuentes u Octavio Paz, precedidos de Amado Nervo, un poeta muy fino. Perdóneme, señor, comprenderá que son muchos siglos y que le hablo desde lo que me es grato y agora mesmo alcanzo a recordar… Pero… ya va bien para un artículo de periódico, ¿no cree?"
 
(En estas y otras pláticas quedamos los dos).
 
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* ¡Imposible! “¡Con asombro de mirarte…”. Pasaje de la Vida es Sueño de Calderón, obra escrita después de la muerte de don Miguel.

 

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