La victoria vencida* (Relatos del ayer - 3)

 
Por Jesús Villanueva Jiménez (Publicado en la revista NT de Binter en su número de Agosto de 2016)
 
 
          María daba el pecho al hijo recién nacido. Junto a su madre se acurrucaba María del Pino, que a poco cumpliría los tres añitos. De pronto se abrió la puerta, doña Asunción, la suegra, entró en el cuarto. Lloraba, apenas podía articular palabra.
 
          -Se han ido, María, se han marchado los piratas, gracias a Dios -explicaba la anciana, santiguándose dos veces, abrazando a la nieta que la miraba con ojos inquietos-. Han saqueado y prendido fuego Las Palmas… antes de partir. ¡Los muy canallas!… Un mensajero ha traído la nueva a Santa Brígida.
 
          -¿Y su hijo? ¿Se sabe algo de Manuel?-preguntaba María, con el corazón encogido y un nudo en la garganta.
 
          -Será lo que quiera Nuestro Señor -ni pudo ni supo qué otra cosa decir.
 
          Corría el mediodía del jueves 8 de julio de 1599, décima tercera jornada desde el avistamiento frente a las costas de Las Palmas de la armada de 74 galeones del almirante holandés -corsario a la sazón- Pieter van der Does, al mando de diez mil hombres de guerra, que recaló en la bahía de las Isletas al alba del 25 de junio. La mañana del 26 se inició el combate con gran cañoneo enemigo. Aun con escasa artillería, los isleños consiguieron repeler por tres veces el intento de desembarco invasor, hasta que éste logró tomar tierra con 150 chalupas el 27. La diferencia de fuerzas a favor del corsario hizo retroceder a los españoles hasta las murallas de Triana, el fuerte de Santa Ana y el cerro de San Francisco. Herido de gravedad el gobernador Alonso de Alvarado, se hizo fuerte la defensa en la Villa de Santa Brígida, ya al mando del teniente Antonio Pamochamoso. El 3 de julio, engañados por lugareños, penetró un contingente holandés en Monte Lentiscal, hasta el cerrillo del Batán, donde soldados y milicia campesina -a la que pertenecía Manuel-, a sangre y fuego, dieron buena cuenta de la horda corsaria. No imaginó el holandés hallar en la isla tan arrojada brega de aquellos hombres encorajinados y audaces. Tal fue la bravura de los canarios, que, ante las muchas pérdidas sufridas y la incierta conquista, Van der Does ordenó la retirada. 
 
          María salió a la calle, angustiada, con el pequeño en brazos y la hija de la mano, detrás doña Asunción, escudriñando ambas, con los ojos acuosos y la angustia en el pecho, entre los paisanos que regresaban de la guerra. Manuel, que las vio primero, se abrió paso entre la multitud. Bajo un sol de justicia, algunas mujeres lloraban ante la noticia de sus hombres caídos en combate; otras también lo hacían, pero éstas de emoción y alegría, como María y doña Asunción, que abrazadas a Manuel, entre lágrimas reían.
 
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*Así llamó a la decisiva victoria de El Batán uno de los protagonistas de aquellas jornadas, el poeta Bartolomé Cairasco de Figueroa (Las Palmas de Gran Canaria, 1538-1610), al ser doblegado Van der Does cuando ya se creía vencedor.