La anhelada instrucción pública (1) (Retales de la Historia - 264)

 
Por Luis Cola Benítez  (Publicado en La Opinión el 15 de mayo de 2016).
 
 
          La instrucción pública, referida a la enseñanza elemental comúnmente conocida como “primeras letras”, no había llegado a Santa Cruz al comenzar el siglo XIX. Si descartamos los esfuerzos por crear escuelas de los dos conventos de frailes establecidos en la villa, franciscanos y dominicos, que no siempre alcanzaron la deseada continuidad, sólo nos quedan los entusiastas proyectos de algunos maestros vocacionales que una y otra vez intentaban sobrevivir dependiendo de los contados ciudadanos que podían permitirse pagar la enseñanza de sus hijos, ilusionada  intención que solía terminar, más pronto que tarde, con el cierre de la escuela por propia consunción. Protagonista de esta clase de episodios fue el presbítero Vicente Gorás en 1803.
 
          Transcurren un par de años cuando en 1805 se recibe de la Real Audiencia una petición de informes sobre el estado de la enseñanza en el municipio, y el síndico personero los recaba, a su vez, de los alcaldes de barrio. A los tres meses el Real Consejo reitera su petición sobre la situación de las escuelas y el síndico expresa que no es de extrañar la tardanza en las contestaciones “en un vecindario donde nunca las ha habido estables, sino temporales por virtud, condescendª o provecho particular.” Es la época en que se admite y aprueba una solicitud para maestro de Juan Pousaine, al que se cita para pasar examen.
 
         En 1813 Fr. Josef Ramón de Sariviarte, prior de los dominicos, informa al Ayuntamiento que procede a abrir una escuela gratuita de primeras letras, escuela que comienza con evidente éxito y que a los pocos meses amplía hasta el centenar de alumnos, todo a cargo de la comunidad. Solicita ayuda en forma de material escolar y pide al Ayuntamiento que haga traer de Cádiz “libros del mejor carácter. Gramáticas Castellanas, Fábulas de Iriarte, Catecismos” y otros "…considerando que una Cátedra de Latinidad, estable y metódica, de que carece esta Villa, es un proyecto muy conveniente.”
 
          Parece que el ejemplo cunde cuando el clérigo Juan Pérez Sánchez, de la iglesia del Pilar,  pide licencia para establecer otra escuela  para niños  pobres en una casa de la Plaza de la misma iglesia, petición que lleva a recordar la existencia de un expediente de “cierta donación hecha por el Dr. D. Franco Vizcaíno a favor de un maestro de primeras letras y Médico” y se acuerda traer el expediente a próxima sesión. Entonces, ante una R. O. de S. M. para fomentar la instrucción pública, los regidores Francisco Xavier Fernández, Josef Guezala y Josef Calzadilla Delahanty, se dirigen al presidente, regente y oidores de la Real Audiencia, y exponen “…que en esta Villa, Pueblo de los mas principales de las Canarias, donde residen los Sres. Comandanta General e Intendente de estas Islas, las oficinas anexas y dependientes de estos dos importantes y primeros ramos de la administración pública, el más frecuentado de extranjeros por ser el Puerto y Plaza principal, no tiene una escuela pública de primeras letras, ni fondo alguno con que poder contar para dotar las correspondientes a una población de cerca de dos mil vecinos. Estos y el Ayuntamiento con ellos lloran tanto más esta falta, quanto mayor es el ansia que tienen de dar a sus hijos la primera educación.”
 
           Añade el Ayuntamiento que algunos particulares han abierto escuelas privadas sin tener la preparación adecuada, en casas miserables y faltas de ventilación, buscando sólo un medio de vida y menos mal que los religiosos de los dos conventos han comenzado a dar clase a los niños. Se pide gravar para este fin el consumo de licores y alquileres de casas del Pueblo, “con una ligera imposición de dos mrs. en quartillo de vino, quatro en el de aguardientes y demás licores y lo mismo por peso corriente en el alquiler de las casas.”
 
          Pero la Real Audiencia parece no darse por enterada y ante su insistencia se comisiona a Matías del Castillo, Josef Calzadilla y Francisco Escolar para que informen, información que hay que repetir a finales de 1816. Por si fuera poco, el año siguiente se recibe desde La Laguna idéntica petición sobre establecimientos y escuelas de primeras letras a través, en esta ocasión, del marqués de Villanueva del Prado. Entretanto se dan por particulares varias peticiones de licencia para establecer escuelas, repetidas peticiones que evidencian lo poco que se sostenían estas iniciativas privadas.
 
          Por un estadillo de 1822 sobre el estado de la instrucción primaria en Santa Cruz, sabemos que había cuatro escuelas de niños y seis de niñas, que abrían o cerraban a voluntad de los maestros, que no tenían asignación fija, excepto 72 pesetas al año para un solo maestro, que era la mitad de la renta de la casa de la Plaza de la Iglesia, procedente del legado de Francisco Vizcaíno, siendo la otra mitad para médico de pobres.
 
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