Manuel Iradier, alavés aventurero de espíritu africano

 
Por Miguel Ángel Noriega Agüero  (Publicado en El Día / La Prensa  el 17 de abril de 2016).
 
 
Las escalas en Canarias en sus viajes de exploración y conquista a Guinea Ecuatorial
 
 
          El 6 de julio de 1854 nacía, en pleno centro de Vitoria, el niño Manuel Iradier, hijo de Pedro Valentín y Amalia Balbina, quienes le dejarían huérfano en plena infancia al fallecer ambos unos años más tarde. Llegaba al mundo un inquieto muchacho, lector empedernido y precoz aventurero, que desde muy joven ya tenía claro su sueño: viajar y conocer otras tierras, otras gentes, otras culturas. Un par de décadas más tarde, apenas dos años después de toparse en la ciudad tanzana de Ujiji al mítico Doctor Livingstone, el explorador y periodista británico Henry Stanley se encontraba en España cubriendo para el New York Herald la Guerra Carlista, que por tercera vez asolaba nuestro país.
 
          Las vidas de ambos aventureros se cruzarían en la jornada del 3 de junio de 1873 en un hotel vitoriano, en el cual se alojaba el galés (Nota 1). El joven Manuel, un soñador de casi 19 años, solicita unos minutos de su tiempo al periodista. Su intención, contarle los trazos principales de un pretencioso viaje con el que pretendía cruzar África de sur a norte, nada más y nada menos que doce mil kilómetros, desde el Cabo de Buena Esperanza a Trípoli. Stanley recibe sorprendido las soñadoras ideas de Iradier, quien disponía de pocos recursos económicos para tal empresa, aconsejando al alavés con la propuesta de un recorrido alternativo, pero no menos interesante: la exploración del Golfo de Guinea y sus costas y de ahí adentrándose hacia el interior a través del Río Muni.
 
          El 14 de octubre de 1874 Iradier propone el nuevo proyecto a la Junta de “La Exploradora”, una sociedad viajera fundada, entre otros, por él mismo, y a la que cuatro años antes había planteado el itinerario inicial, que, como hemos visto, se vio reemplazado tras las recomendaciones de Stanley. Se daba el pistoletazo de salida, de esta manera, al primero de los dos viajes que el inquieto joven gasteiztarra emprendería por tierras (y aguas) africanas. Comenzaba así la intensa vida de Manuel Iradier y Bulfy, uno de los africanistas más destacados de nuestro país.
 
          Y unida a sus viajes y exploraciones irá la también vitoriana Isabel de Urquiola (2), nacida dos días después que Manuel. Tremendamente enamorados, ambos se casan en la Iglesia de San Pedro de la capital alavesa el 16 noviembre de 1874 y exactamente un mes después comienzan un intenso viaje que, sin duda, marcará sus vidas. Les acompañaba la hermana de Isabel, Juliana, dos años menor que ella. De este modo, el 16 de diciembre los tres jóvenes salen de Vitoria y en Miranda de Ebro toman el tren correo que les llevará a Cádiz, previo paso por Burgos y Madrid, entre otros transbordos más. Portaba el trío de valientes unas 10.000 pesetas, aportadas íntegramente por el propio Iradier, diferentes herramientas y utensilios para mediciones y cálculos, así como ropa y demás pertenencias.
 
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Manuel Iradier
 
          Dos días después de la Epifanía de 1875 zarpan de Cádiz, a las siete de la mañana, a bordo del buque África, con buen tiempo y viento del nordeste, que horas más tarde cambia suroeste. Los balanceos del barco no cesan y el viaje se vuelve desagradable. Todos mareados, incluido los camareros, olores nauseabundos y cucarachas paseando a sus anchas. Iradier sorprendido de las penurias del crucero alega que “no se comprende como siendo las Canarias una provincia española carece de relaciones seguras y cómodas con la península. (…) La navegación se haría más rápida y la seguridad y la tranquilidad de los pasajeros sería mayor”. (3)
 
          Unas horas antes de arribar a Tenerife, de entre un claro de unas densas nubes situadas al suroeste, se les aparece el Teide. La isla estaba cada vez más cerca y con ello la primera de las escalas de su viaje rumbo al Golfo de Guinea. Para Iradier, Tenerife “brota del seno de las aguas” apareciendo ante él como “un cuadro sublime”. A su paso frente a las costas de Anaga, se queda asombrado ante ese agreste litoral que describe como “escombros amontonados como por mano de un gigante”. Los destellos de La Farola, cada vez más resplandecientes, les delatan que Santa Cruz está cerca, fondeando frente a la villa y plaza, el martes 12 de enero, a las siete y media de la tarde.
 
          La llegada del África trajo una buena nueva a la población de Santa Cruz y del resto de la isla. Un cañonazo mandado disparar por el capitán del buque, seguido de varios cohetes y las luces de unas bengalas, alertaban a las gentes que se encontraban frente al litoral chicharrero de que el navío traía noticias. Y es que gracias a la tripulación y viajeros del vapor, llegó a oídos tinerfeños la primicia de que España contaba desde hacía varios días con un nuevo rey, el joven Alfonso XII.
 
          Apenas tres horas estuvo el vitoriano en suelo tinerfeño. Dedicó ese tiempo a tomar algo en un café de la entonces plaza de la Constitución (actual plaza de La Candelaria) y a callejear. Esto le sirvió para realizar unas sencillas anotaciones en su diario que fueron las siguientes: “Los canarios se parecen á los vitorianos en que dan á las palabras un tono musical. Cuando el calendario anuncia Luna, no se encienden los faroles públicos en Santa Cruz; estos no son de hidrógeno carbonado. Las casas son muy bajas en general. De ordinario las calles están mal adoquinadas. Los comercios se cierran muy temprano. A los mozos de café no se les dá propina. Las naranjas valen baratas. Hace calor y me ha parecido sentir algún mosquito”.
 
          Y completado ya el amanecer del 13 de enero, a las ocho y cuarto de la mañana, ponen rumbo a la vecina isla de Gran Canaria, a donde llegarían siete horas más tarde. Durante el trayecto entre ambas islas, al ver desde el mar el abrupto relieve tinerfeño, Iradier se pregunta por el sobrenombre del archipiélago: “Piedras y más piedras, dije, ¿Por qué los antiguos llamaron á estas islas Afortunadas, cuando su aspecto es tan triste y tan conmovedor? (…) Si las Canarias en la época en que fueron descubiertas por los pueblos de occidente tenían el aspecto que hoy presentan, las debieron llamar Afortunadas por su dulce clima, por la felicidad en que vivía el pueblo que las habitaba ó por aquello de que cada uno habla de la feria como le vá en ella”.
 
          Una vez arribado a Las Palmas se aloja de manera provisional en la “Fonda del Herreño”, hasta que unos días más tarde se instala en una pequeña casita, rodeada de cactus y palmeras, enclavada cerca de la capital grancanaria. Manuel, su esposa y su cuñada, pasarían en ella casi tres meses y medio. Este periodo le sirvió para poder realizar pruebas y ensayos instrumentales, además de para aclimatarse. Y, claro, Iradier aprovechó esas catorce semanas de estancia en Gran Canaria para conocerla de costa a cumbre, desde La Isleta hasta el Pico de las Nieves, pasando por Teror, Arucas, Artenara y San Mateo. Le permite esto poder anotar en su diario las principales características físicas y humanas de esta isla canaria, de “clima sano y delicioso”, en la que “la cochinilla se exporta en grandes cantidades” y en la que viven gentes “de sencilla honradez y buenas costumbres”. Visita, como es lógico, la capital, habitada según Iradier, por unos 16.000 habitantes y cortada en dos por el cauce de un barranco (el de Guiniguada). En ella, en la cual el explorador llega a ver tres ejecuciones mediante la horca en una de las plazas, queda admirado por la Catedral, y refleja en sus anotaciones que el teatro y el mercado están en obras. Además, el vitoriano denuncia el mal emplazamiento del muelle, obra de un ingeniero al que se le acusa en la villa de “haber obedecido á sórdidos consejos venidos de Santa Cruz”.
 
          Resulta interesante la descripción que Iradier realiza de los grancanarios con los que se topa en su acontecer por la isla. Así, en su obra África: viajes y trabajos de la Asociación Euskara La Exploradora, detalla de esta manera los aspectos que a primera vista más le sorprenden: “Ellos son altos, de buenos ojos, se dejan el bigote ó toda la barba que generalmente es negra, usan zaragüelles, llevan un cuchillo al cinto y cubren su cabeza con un sombrero ancho (cachorra). De estos detalles el cuchillo es lo que más debe inquietar, sin embargo esta arma en manos de un canario es menos peligrosa que los cuernos de los bueyes; sólo la usan para cortar cuerdas, picar tabaco ó podar las tuneras en donde se cría la cochinilla. Ellas son hermosas y á juzgar por lo que he visto, su cerebro debe estar como en las razas del Norte, superiormente organizado que el del hombre. (…) Son algo aficionados y aficionadas al ron, y el principal alimento de que hacen uso es el gofio y papas, putpurrí de harina de maíz mojada en agua; también el bacalao salado es su plato favorito. Son de buen trato y afables y de tan buen humor que hasta los hombres cargados de hijos se divierten en lanzar al viento cometas por las calles. Es común entre ellos el andar sin zapatos y la suela natural que se les forma en los pies sufre las cortantes piedras mejor que la de nuestros calzados”.
 
          Y pasados tres meses en Gran Canaria, el 25 de abril de 1875, Iradier y sus dos compañeras de viaje, parten de Canarias rumbo al sur, el destino final y objetivo principal de su odisea. De esta manera, a bordo del Loanda, buque de la compañía British African Steam Navigation llegan a la isla de Fernando Poo, actual Bioko, el 16 de mayo. Apenas unas horas estuvo Iradier y familia en Santa Isabel, hoy Malabo, tiempo que dedican a conocer al Gobernador Diego Santiesteban Chamorro, entre otras personalidades. Al día siguiente recalan en la pequeña isla de Elobey Chico, que, con apenas 19 hectáreas de superficie y sin agua potable, será desde ese momento su nuevo lugar de residencia y base de operaciones. Llegó a decir Iradier: “El cúmulo de riquezas que produce no las aprovecha la metrópoli. No tenemos recursos ni para pagar a los trabajadores de color…, el hospital está en ruinas … y España nos tiene abandonados…”.
 
          Isabel y Juliana serán quienes permanezcan de manera permanente en el islote, mientras que Manuel realiza varias incursiones a través de las cuencas de los ríos Aye, Utongo, Bañe y Muni. Pero los éxitos en cuanto a exploraciones, investigaciones y estudios no van acompañados de salud y calidad vida en Elobey. Tanto su mujer y cuñada como él mismo se ven sometidos por las fiebres y la malaria, pasando a vivir unos meses horribles e infernales en esa reducida e insalubre superficie de terreno frente a la desembocadura del Muni. Iradier llega a describir su situación física como la de “el esqueleto de un cadáver” con los ojos “hundidos y apagados”, las uñas sin rodete y el pelo cayéndosele a mechones.
 
          Por si fuera poco, el 18 de enero de 1876 Isabel da a luz a su primera hija, de nombre Isabela (considerada como la primera española nacida en esa zona africana). La situación familiar se agrava en esos momentos, al llegar al islote una recién nacida a la que se le avecinan idénticos males que los de sus padres y tía. De esta forma, cuatro días más tarde del parto los cuatro españoles abandonan Elobey Chico y se instalan en Santa Isabel de Fernando Poo. “Salía de la región del salvajismo y entraba en la civilización”, relata Iradier. Desde aquí el joven aventurero continuaría, a pesar de su mala salud, con sus exploraciones tanto fuera como dentro de la isla. Así, incluso llega a coronar el volcán Santa Isabel (3.011 msnm) (4), actualmente llamado Basilé (5), en cuya cima se encuentra una botella con anotaciones en su interior de los nombres de anteriores visitantes de la cumbre, entre ellos Richard F. Burton.
 
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          Pero las malas condiciones de salud de los cuatro no mejoran, al contrario, y lo peor estaba aún por llegar (6). El 28 de noviembre de 1876 muere la bebé Isabela, a consecuencia de las tremendas fiebres que padecía desde recién nacida (7). Este hecho marcaría desde ese momento la vida de los tres alaveses al perseguirles de por vida la culpa de la muerte de la pequeña. Por esa razón, Manuel consensúa con su cuñada y su esposa, que estaba embarazada de nuevo, quedarse solo en la isla y que ambas hermanas se trasladen a Canarias, huyendo de la penosa salubridad de Bioko.
 
          Y es aquí en donde nace la segunda de las hijas del matrimonio. Bien entrado el año 1877, viene al mundo Amalia en Santa Cruz de Tenerife, en donde Isabel y Juliana residían. En junio Manuel regresa de Fernando Poo y el 24 de noviembre parten de Tenerife poniendo rumbo a Cádiz, a donde llegarían unos días más tarde. Finalmente, el 10 de diciembre llegan (¡por fin!) a Vitoria.
 
          Siete años más tarde, Iradier emprende, ya sin sus anteriores compañeras de viaje, la segunda y última de sus expediciones. En esta ocasión, las intenciones son otras. Además de la exploración el objetivo pasa por la conquista y anexión a España del mayor número de superficie de terreno de esa región ecuatorial, incluyendo costas y zonas interiores. Para esta tarea contaba con el apoyo de la Sociedad de Africanistas así como de la Sociedad Geográfica Española, y, sobre todo, con mayores recursos económicos que en el anterior proyecto. Llegó a reunir 27.352 pesetas (8), de las cuales 5.000 son aportadas por el médico asturiano Amado Ossorio y Zabala (1851-1917), a condición de que pueda acompañarle en el viaje (9).
 
          Y así, Iradier y Ossorio comienzan este segundo viaje en pleno verano de 1884, marchando de Vitoria a las seis de la tarde del 12 de julio rumbo a Madrid. Los dos integrantes de este modesto equipo debían de haber puesto inicio al viaje en primavera, pero el proyecto sufrió retrasos no esperados antes de iniciarse la aventura. Unos días más tarde regresan a la capital alavesa para modificar su recorrido, llegando a Barcelona, en donde el 25 de julio toman un barco que les llevará a Cádiz, previa escala en Málaga. De la “Tacita de Plata” parten hacia Tenerife el 2 de agosto. Casi un mes después de su salida de Vitoria por fin se adentran en el océano y enfilan proa al Golfo de Guinea.
 
          Pero los imprevistos no cesan. Llegan a Santa Cruz de Tenerife en plena madrugada del 6 de agosto, en donde debido a cuarentenas no pueden más que fondear frente a la costa chicharrera durante seis días, haciendo más tarde un periplo de varias jornadas por las aguas del archipiélago antes de retornar hacia el norte y hacer trasbordo en Madeira, tomando otra nave que les llevaría, ahora sí a Fernando Poo. Esa navegación entre islas, que hacían a bordo de un buque inglés al que se le impidió, como hemos visto, la escala en las Canarias, les hace recalar en el Puerto de la Cruz el 12 de agosto, horas después de abandonar el litoral chicharrero. Al día siguiente llegan a La Palma y de ahí se dirigen a Las Palmas en donde fondearían el 14 de ese mes. Dos días más tarde navegan hacia Lanzarote, isla que dejan el día 18, para desde ahí llegar a Madeira. En Funchal permanecerían tres días y ya en un nuevo navío, de nombre Lagos, regresan de nuevo a Tenerife. Recalan en Santa Cruz al amanecer del 24 de agosto y apenas la mañana de ese día dura la estancia de Iradier y Ossorio en la rada de la capital canaria (10).
 
          Tras 31 escalas en sendos puertos y fondeaderos de la costa occidental africana, llegan, por fin, a Fernando Poo a las seis de la mañana del 28 de septiembre. Permanecen en esta isla 15 días, para el 14 de octubre, a bordo del vapor inglés Quinsembo llegar a Elobey Chico, comenzando, ahora sí, este nueva aventura por la cuenca del Muni.
 
       Además de las tareas de anexión a España de las tierras ocupadas por diferentes etnias que habitaban la cuenca del Muni, realizaron trabajos de investigación astronómicos, antropológicos y naturalistas. De hecho, fueron los descubridores de tres especies de mariposas, que bautizaron con los nombres Oxyrrheppes Iradieri, Playphullum Ossoriori y Mustius Zabalius Guineensis.
 
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Iradier sentado en el centro a derecha
 
          Pero unos meses más tarde, Iradier, asolado por las fiebres y con el estómago e hígado muy dañados, abandona la expedición para partir en solitario de Fernando Poo la noche del 28 de noviembre (Ossorio siguió en la zona y continuará con el proyecto dos años más). Llevaba consigo la documentación y planos que certificaban la incorporación a España de aquellos territorios. En total el vitoriano llegó a reunir actas firmadas por 101 jefes indígenas de diferentes tribus (pámues, bundemus, bijas, vicos, itemus, velengues, etc), lo que implicaba anexionar a nuestro país unos 14.000 kilómetros cuadrados de tierras ecuatoriales guineanas.
 
          Ya en su viaje de vuelta a la Península Ibérica, el 20 de diciembre Iradier ancla en Santa Cruz de Tenerife. Desde la capital tinerfeña, y gracias al cable telegráfico puesto en servicio unos meses antes (11), envía un mensaje a Francisco de Coello, presidente de la Sociedad de Africanistas dando la noticia de sus logros. El telegrama decía así: “Obtenido Sociedad catorce mil kilómetros cuadrados territorio interior frente Coriseo incluso Sierra Cristal. Pactado diez tribus. No posible más en latitud por evitar conflicto internacional y en longitud por fiebres. País gran porvenir. Ossorio queda estación con recursos. Iradier”.
 
          Apenas diez días más tarde, el viajero alavés llegaba a Madrid y unas semanas después a Vitoria. Finalizaba así este segundo periplo de Iradier por tierras africanas. Tanto este viaje como el primero quedarían plasmados, en 1887, en una obra suya de gran valor, relatada a modo de diario y acompañada de toda clase de datos, mapas y dibujos: África. Viajes y trabajos de la Asociación Euskara La Exploradora. Reconocimiento de la Zona Ecuatorial de África en las costas de occidente: sus montañas, sus ríos: sus habitantes; clima, producciones y porvenir de estos países tropicales. Posesiones españolas del Golfo de Guinea. Adquisición para España de la nueva provincia del Muni.
 
          Volcados en su hijo Manuel, que había nacido en 1888 (12), la pareja Manuel-Isabel se distancia sentimentalmente, a pesar de seguir conviviendo juntos en varias ciudades del país, a donde era destinado Iradier para ocupar varios cargos burocráticos y empresariales (13). Él llega incluso a tener una amante, Petra, el ama de cría de su hijo, y ella, abatida y huraña, sufre enormemente durante los últimos años de su vida.
 
          Pero, a punto de finalizar el XIX, de nuevo la calamidad aparece en la familia Iradier-Urquiola. Amalia, la niña nacida en Tenerife durante el forzado exilio de Isabel y su hermana debido a las penurias sanitarias en Bioko y Elobey, fallece el 21 de abril de 1899. La joven tomó la decisión de suicidarse, arrojándose desde el balcón de un segundo piso en su casa familiar, el día antes de su boda (14). Al parecer, Amalia, al igual que sus padres y su tía (15), padeció de fuertes fiebres con dolorosas consecuencias para su salud física y psíquica. Esta muerte supuso para Manuel e Isabel una desgracia y lamento eternos, al unirse a la pérdida de su primera hija en Fernando Poo 23 años antes.
 
          Ambos mueren en el verano de 1911 relativamente olvidados (más ella que él) y continuamente martirizados por todo lo acaecido en el continente africano años antes (igualmente más Isabel que Manuel). El Muni había sido una ofuscación para él y una condena para ella. (16)
 
          Así acaba la vida de un inquieto aventurero, gracias al cual una buena parte de la región del Muni pasó a ser posesión española, sin derramamiento de sangre y con procederes más respetuosos con las etnias del lugar que lo que otras naciones europeas solían llevar a cabo en África. Un alavés de nacimiento y africano de espíritu que en la ida y en la vuelta de sus dos expediciones al golfo guineano siempre hizo escala en Canarias, archipiélago clave en las comunicaciones entre Europa y las costas ecuatoriales africanas durante buena parte del siglo XIX y comienzos del XX.
 
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NOTAS
1.La antigua Fonda Pallarés, en la calle Postas.
2.Para conocer más de esta vitoriana les recomiendo la obra de Cristina Morató Las reinas de Africa: viajeras y exploradoras por el continente negro, Plaza y Janés, 2003.
3.Iradier y Bulfy, Manuel: África: viajes y trabajos de la Asociación Euskara La Exploradora.
4.13 de abril de 1877
5.El Pico Basilé, antes conocido como Santa Isabel, es el punto más alto de Guinea Ecuatorial. Este volcán es la cuarta montaña con mayor altitud de todas las islas del Atlántico (la primera es el Teide, seguido del Gunnbjörn (Groenlandia, Dinamarca) con 3.694 metros y el Pico Duarte (República Dominicana) con 3.098 metros (la mayor altitud en las islas caribeñas)).
6.Iradier relata esos meses en Santa isabel de la siguiente manera: “Cuando llegué a Fernando Poo, quemado del sol, demacrado, destrozado, tembloroso, creí que había terminado la época de los sufrimientos y comenzaba la de las compensaciones. 66 ataques de fiebre sufrí en Santa Isabel, 37 mi esposa, 16 mi cuñada y 15 mi hija. (…) La muerte nos acechaba”.
7.Quedó enterrada en la isla, “al pie de un gigantesco caobo”.
8.Recibió ayuda económica hasta del rey Alfonso XII (3.000 pesetas), así como de aristócratas, familias adineradas vascas e incluso de bancos.
9.Se les uniría a la expedición el Capitán de Fragata José Montes de Oca y Aceñero, que ocupaba el cargo de Gobernador de Fernando Poo.
10.La comunicación en ese momento con Fernando Poo era por medio de vapores ingleses que salían cada semana desde Liverpool, haciendo escala en muchas ocasiones en Madeira y/o Canarias.
11.La llegada del cable telegráfico submarino a Tenerife se produjo el 6 de diciembre de 1883.
12.Falleció en Madrid el 18 de septiembre de 1958.
13.Se dedica, además, a realizar inventos muy útiles y prácticos, pero con diferentes resultados comerciales (un nuevo procedimiento tipográfico destinado a reducir los tiempos de imprenta, un avisador de incendios, un contador automático de agua y un fototaquímetro, entre otros).
14.Uno de sus tíos también se había suicidado de la misma manera años antes.
15.Falleció en 1880 debido a las fiebres contraídas en África.
16.El 19 de agosto de 1911, muere Manuel Iradier (en Balsaín, Segovia), siendo enterrado en La Granja para posteriormente trasladar sus restos a Vitoria, y el 15 de septiembre de 1911, fallece Isabel de Urquiola, quien está enterrada en Madrid.
 
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