La breve escala en Tenerife de la Comisión Científica destinada a Panamá, a bordo del vapor "Magallanes", en 1886

 
Por Miguel Ángel Noriega Agüero  (Publicado en asotavento.com el 12 de febrero de 2016).
 
 
          Arrancaba el año 1886 y el empresario francés Ferdinand de Lesseps, quien había sido el promotor del Canal de Suez dos décadas antes, anunciaba a bombo y platillo la llegada de nuevos y grandes inversores a su flamante y magna obra: el Canal de Panamá. Se busca así capital que permita acelerar y finalizar la construcción de tal proyecto. De Lesseps necesitaba imperiosamente ayuda económica y no cejó en su empeño. Para ello, el galo invitó a gobiernos y empresas de varias naciones (Francia, Inglaterra, Alemania, Holanda y EEUU) dejando de lado a nuestro país. España, país al que pertenecieron antaño esas tierras centroamericanas, la cuna de Vasco Núñez de Balboa, era dejada de lado en las inversiones y negocios ligados al futuro canal.
 
          Poco hizo el gobierno de turno y demás clases dirigentes de la nación, a pesar del martilleo con el que la prensa del momento mostraba su pesar y ofensa por tal desconsideración. Únicamente un valenciano, un influyente banquero, político y ex alcalde de la capital del Turia, José Campo Pérez, primer Marqués de Campo, logra hacer frente a tal agravio nacional ofreciendo su dinero, empeño y uno de sus buques para la organización de una expedición a Panamá que represente a nuestro país y vele por nuestros interés, además de para conocer la idoneidad o no de la inversión en tal empeño. De hecho se llega a publicar en los periódicos de inicios de 1886 la carta que este envía el 27 de enero a Práxedes Mateo Sagasta, entonces Presidente del Consejo de Ministros.
 
          La prensa del momento no ceja en halagos hacia el Marqués de Campo, valorando su patriotismo y aporte de capital y medios con el objetivo de sufragar una expedición que cruce el océano para representar a España y sus intereses y regrese después aportando valiosa información.
 
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          Tras unas semanas de organización logística, de personal y burocrática, finalmente se crea una comisión científica compuesta por civiles y militares de gran valía. De entre los nombres de los hombres que formaban parte de ella destacan: Eliseo Sanchís y Bessada, brigadier de la Armada que actúa como jefe; Guillermo Brokman, Ingeniero de caminos, canales y puertos; Mariano Dusmet y Aspirós, capitán de artillería; José Luis Retortillo, abogado; Federico Aramburu, ingeniero; Francisco Javier Betegón, periodista; Manuel Cano y León, capitán de Ingenieros; Juan de Madariaga, capitán de infantería; Pedro Sánchez de Toca, capitán de navío; Nemesio Vicente Sancho, Ingeniero de la Armada; Fco. María Rivero, Cónsul de Guayaquil; Tomás Campuzano, dibujante; Luis Hugelmann, Secretario; y Francisco Peris Mencheta, Cronista. (José Campo no participa de este viaje ya que tenía en esos momentos 76 años de edad).
 
        Ya un mes antes a la partida hacia América, la expedición estaba preparada y el programa del viaje detallado. Se presupuestaron unas 200.000 pesetas del momento para costear todos los gastos; todo ello salió del bolsillo del levantino Campo Pérez. Este dispuso para efectuar el trayecto uno de sus buques, el Magallanes, un vapor de fabricación escocesa, de 2.638 toneladas, que hasta su compra por el Marqués de Campo en 1875, era conocido como China. (José Campo lo tendría hasta 1889 año en que lo vende a un naviero alemán).
 
          Gran parte de los miembros de la comisión científica acudieron a Vigo, lugar de partida, en tren desde Madrid. Allí estaba el vapor en cuestión que acababa de llegar de Santander, en donde se encontraba previamente. La salida estaba prevista para el 9 de marzo, pero un fuerte temporal retrasa una jornada la partida, saliendo finalmente al amanecer del miércoles 10.
 
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Vapor Magallanes, cuando portaba bandera estadounidense y se llamaba China
 
          La mañana del 14 de marzo el Magallanes fondea en la rada santacrucera siendo utilizados, durante las pocas horas en que estuvo en este puerto, los servicios de la consignataria Ghirlanda Hermanos. Así relata la prensa local la parada en la isla de casi media jornada del vapor y la comisión que lleva a bordo.
 
          “La Opinión (15 de marzo de 1886)
 
                    Ayer por la mañana dió fondo en nuestro puerto el vapor español Magallanes, propiedad del Sr. Marqués de Campo, cuyo buque conduce la Comisión científica española que lleva la misión de visitar las obras del istmo de Panamá, en donde actualmente se halla su ilustre Director Mr. de Lesseps.
 
                    (…) Deseamos á todos un rápido y feliz viaje y tendríamos la mayor satisfacción en que la honrosa misión que se les ha confiado resulte beneficiosa para los intereses de la ciencia y el comercio español.”
 
          Como vimos en líneas anteriores, uno de los miembros de la comisión era Francisco Peris Mencheta, quien actuaba como cronista oficial de la expedición. Este periodista valenciano, de muy buena confianza del Marqués de Campo y considerado uno de los mejores reporteros del momento (él precisamente es uno de los precursores de tal disciplina periodística), tenía por encargo la anotación de todo lo que aconteciera en el viaje, siendo, además, quien enviaba telegramas que informaban del transcurso del periplo. Por ejemplo, desde Tenerife envía este que fue publicado en prensa:
 
          “La Correspondencia de España (15 de marzo de 1886)
 
                    Santa Cruz de Tenerife, 14
 
                    El Magallanes sigue su viaje en excelentes condiciones.
 
                    La salud es inmejorable á bordo.
 
                    Los individuos de la comisión científica al Panamá saludan, por mi conducto, á sus familias y amigos. 
 
                    Mencheta”
 
          Gracias a su buen hacer de este cronista vió la luz ese mismo año de 1886, poco tiempo después del regreso de la comisión, un libro que detalla los pormenores del viaje, desde su salida, incluidos preparativos previos, hasta su vuelta a España. Esta obra es: De Madrid a Panamá : Vigo, Tuy, Tenerife, Puerto-Rico, Cuba, Colón y Panamá : crónica de la expedición enviada por el Excmo. Sr. Marqués de Campo / escrita por D. F. Peris Mencheta ; ilustrada por T. Campuzano ; con un prólogo del Sr. D. J. Navarro Reverter (Editori Antonio de San Martín, Madrid, 1886) (obra digitalizada en Biblioteca Digital de la Comunidad de Madrid.)
 
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          Y es en esta obra de Peris Mencheta en la que se detalla la llegada la isla, las horas que pasan en la ciudad de Santa Cruz de Tenerife y su puerto y la salida del buque rumbo a Puerto Rico. Así, en la noche del 13 de marzo ya el vapor se acerca a la isla y, como ya ocurriera con otros cuadernos de a bordo o diarios de otros viajeros y expediciones, se hace mención a la agreste costa de Anaga como indicador de la pronta llegada a puerto:
 
                    “A las diez de la noche se vislumbró la luz de la punta Nordeste de la isla de Santa Cruz de Tenerife y á la una de la madrugada el faro del puerto, moderándose el andar del buque á fin de aguantar frente á la rada hasta el amanecer, que llegó el práctico. Fondeamos á un tercio de milla del muelle á las seis y cuarto de la mañana, y á las siete nos encontrábamos recorriendo las calles de la capital de las islas Canarias.
 
                  Santa Cruz de Tenerife es la más importante de las islas Canarias, tanto por su situación geográfica y estratégica y el desarrollo de su comercio, como por residir en ella el Capitán general, el Gobernador civil, el Delegado de Hacienda y cuanto constituye la vida oficial, si se exceptúa la Audiencia del territorio, que radica en las Palmas (Gran-Canaria).”
 
 
          Tras encuadrarla histórica y geográficamente dentro del contexto físico y político-administrativo, prosigue su descripción de Santa Cruz y su puerto, explayando sus comentarios sobre el castillo de San Cristóbal y el papel jugado por esta y otras fortificaciones durante la Gesta del 25 de Julio de 1797:
 
                    “La ciudad se parece en conjunto á Gibraltar, si bien tiene varias particularidades que recuerdan á Mahón.
 
                   El aspecto del muelle es agradable; son espaciosos y están bien conservados sus almacenes y oficinas, algunas de las cuales lindan con el castillo de San Cristóbal, fortaleza artillada con piezas que deberían haber sido reemplazadas algunos años há con otras que respondan á la importancia de la plaza y á los adelantos modernos. ¡Increible parece que se mire con tal indiferencia la defensa de nuestras costas y de nuestros puertos! También en Tenerife se notó la tendencia del Gobierno á aumentar la artillería que la defiende, cuando hubo temores de que no se resolviera tan acertada como felizmente se resolvió la prioridad de la ocupación de Yap; pero después no ha vuelto á hablarse del asunto. Siempre lo mismo!
 
                    Posible es que desde el periodo de nuestras contiendas con la Gran Bretaña, cuando despues del frustrado bombardeo de Cádiz envió el gobierno inglés la escuadra que mandaba Nelson con instrucciones de ocupar á Santa Cruz de Tenerife, ninguno de nuestros gobernantes haya pensado en que el hecho podria repetirse por la misma nación ó por otra tan audaz y tan poderosa como ella, y que convenia estar prevenidos para cualquier acontecimiento que pudiera ocurrir en el transcurso del tiempo.
 
                   Mucho puede la lealtad, el amor pátrio y el valor de un pueblo unido á las fuerzas que lo guarnecen; mas dadas las condiciones de la actual Marina de guerra, no lograría la plaza que nos ocupa hacer llegar sus proyectiles á los buques enemigos, que con los suyos reducirian á escombros la población en poco tiempo. Póngase la plaza en condiciones de defensa iguales á las que tenia en 1797, comparadas con las de la escuadra mandada por Nelson, y podrá repetirse, si desgraciadamente llega el caso, aquella brillante y heróica jornada que tanto enaltece á Santa Cruz de Tenerife y que tan dolorosa fué para el citado almirante, su segundo Andrews, el capitán Bowen y las fuerzas a su mando.”
 
          Y pasa a explicar la trama urbana de una ciudad que tenía casi veinte mil habitantes (según censo de 1877, 16.689 habitantes) y en la que según Perís Mencheta posee un clima “tan templado y benigno, que en los meses de diciembre y enero, los peninsulares sienten calor y no pueden usar trajes ni abrigos de invierno.”
 
                   "Junto al baluarte de San Cristóbal está la plaza del Gobierno, y en ella el palacio del Gobernador civil, la casa donde nació el ilustre caudillo de la gloriosa campaña de Africa, don Leopoldo O’Donnell, y el monumento que representa la Aparición de la Virgen de la Candelaria á los menceyes; es de mármol de Carrara y mide unos diez metros de altura.
 
                    El comercio ocupa casi todas las casas de dicha plaza, así como las de la calle del Castillo que en ella desemboca y conduce á la Capitanía general.
 
                   Esta calle es la mejor de la ciudad y la única que está bien empedrada. La plaza de la Capitanía la forma un cuadrilátero de más de 60 metros de frente, embellecida con plantaciones de pinos, sauces y plátanos. El palacio del Capitán general es un edificio nuevo, espacioso y elegante.
 
                Las calles son rectas y limpias, y se ven en algunas de ellas edificios excelentes. Los paseos son muy lindos, especialmente el de la plaza del Príncipe, punto de reunión en los días festivos y los jueves de hermosas niñas y de apasionados galanes, que allí concurren con motivo de amenizarle una banda de música. En él vimos á varias familias distinguidas, al Gobernador civil á la sazón, nuestro amigo D. Rafael Sarthou, á quien habíamos tenido el gusto de saludar anteriormente en su despacho; al Secretario del Gobierno Sr. Carreras, al Delegado de Hacienda y á otros funcionarios.
 
                     También estaba en el paseo el coronel de caballería Sr. Bermejo, desterrado por sus opiniones políticas.
 
                 Los templos son poco notables y no reunen ningún mérito artístico; el Hospital es bastante regular; el Casino bueno y elegante; el teatro no responde á la importancia de la localidad; los mercados dejan mucho que desear, y las fondas, si no son de primera, es esmerado el servicio y los precios baratísimos.”
 
          Se adentra Perís en los aspectos socio económicos de la vida en la isla de esta manera:
 
                    “La vida es baratísima en la capital de las islas Canarias. (…) La franquicia mercantil que disfruta favorece el desarrollo de su comercio.
 
                  La industria del pais hace algunos años estaba circunscrita á la cochinilla., que alcanzó precios fabulosos y que puso el estado económico de las islas en situación próspera y brillante; pero el descubrimiento de procedimientos químicos que la suplen abarató el producto, llegando á hacer casi nula la demanda, y de ahí el empobrecimiento de aquellas islas.
 
                 Ahora se cultiva el tabaco con bastante éxito, y hay fundadas esperanzas para creer que dentro de poco tiempo renacerá con la nueva industria la prosperidad y la riqueza de la provincia.
 
                    Se cultiva además las caña de azúcar, y como el suelo es feracísimo, vá dando bastante buenos resultados y constituye también una esperanza para el porvenir.”
 
          Tras estas líneas dedicadas a la descripción urbana, social y económica de Santa Cruz de Tenerife, pasa a relatar algunos aspectos ligados a las villas de La Laguna, en la que residen las familias más ilustres del país, la aristocracia canaria, casi toda arruinada, La Orotava, “al pie del Teide”, y Garachico, localidad y puerto que “no han recobrado, a pesar del tiempo transcurrido (desde la erupción que asoló la villa en 1706), su antiguo esplendor.”
 
          Finaliza la breve estancia en la ciudad de esta expedición con un buen sabor de boca, interpretado por las palabras que dedica a ello Perís Mencheta:
 
                “Los expedicionarios nos ausentamos de Tenerife altamente satisfechos, sintiendo que el itinerario de nuestro viaje no nos permitiera aceptar los agasajos que se proponían dispensarnos el Gobernador civil Sr. Sarthóu, el presidente del Casino y los de otras corporaciones.”
 
          Y el Magallanes leva anclas a las cinco de la tarde del domingo 14 de marzo y enfila proa hacia Puerto Rico, a donde llegarían diez días más tarde. Durante esa semana y media en la que el Magallanes cruza el Atlántico se viven momentos de alegría, debido a los festejos que se hacen a bordo en honor de la festividad de San José, santo del propietario de la nave y mecenas de la expedición.
 
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Francisco Peris Mencheta
 
          Pero, tres días más tarde de aquella festiva jornada de banquetes y brindis, durante la madrugada del 22 de marzo, uno de los camareros del buque, Segundo Vázquez Baliño, rompió el silencio de la noche con unos terribles gritos de dolor y angustia ante la imposibilidad de poder respirar. Ni la ayuda del médico de Comisión, Luis Vidal, ni las atenciones que también le dieron el practicante, el mayordomo y otros tripulantes pudieron salvar la vida del malogrado Segundo que muere minutos más tarde, justo antes de que llegara el cura a darle la extremaunción.
 
          Toda esa jornada fue inundada por una profunda tristeza que llegaba desde el Capitán de la nave hasta el último marinero. A la noche siguiente se procede a honrar al difunto con un responso y un entierro en el mar que Perís Mencheta describe así:
 
                    “Hallábase éste colocado sobre una tabla y tenia fuertemente atados á las piernas dos gruesos lingotes de hierro, á fin de que al ser echado al agua se precipitara en la profundidad del mar, que en aquellas latitudes no bajará de 2.500 metros.
 
                    (…) La oficialidad del buque y la Comisión expedicionaria se colocaron en el puente, y la marinería en los sitios designados por el capitán.
 
                 Al empezar el responso, el contramaestre Jaime, marinero viejo, muy apreciado por lo inteligente é infatigable, avisó con una campanada que era llegado el momento de orar por aquél cuyo cuerpo iba á ser sepultado.
 
                    Terminada la oración, mandó el capitán que parase la máquina, en señal de respeto, y enfrenado el andar, dió comienzo el fúnebre acto.
 
                   Cuatro fornidos marineros levantaron el cadáver y le pusieron sobre la mura de babor; un segundo después se oyó el choque del cuerpo inerte arrojado al agua, y desapareció con la velocidad que lanzan sus proyectiles las piezas de cien toneladas.
 
                    La sepultura no puede ser más majestuosa. ¡Pero qué triste debe ser morir en tales circunstancias!”
 
          La expedición llegó al día siguiente a Puerto Rico. Después vendrían otros destinos como La Habana (Cuba) y Colón (Panamá) y tras ello la visita a la zona del istmo en donde se proyectaba la construcción del canal. En el regreso de la Comisión se pasó de nuevo por la capital cubana para volver a España, al puerto desde el cual se zarpó (Vigo), el 16 de mayo. En total más de dos meses de un viaje que recorrió alrededor de 11.000 millas náuticas. Al día siguiente, 17 de mayo de 1886, histórica jornada en la que vino al mundo Alfonso XIII, buena parte de la Comisión llega a Madrid en donde son recibidos y felicitados por el Marqués de Campo.
 
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Trabajos en las comisiones científicas en el Canal de Panamá
La Ilustración Nacional : revista literaria, científica y artística. Tomo IV Año VII Número 12 - 1886 abril 30
 
          Por cierto, el honorable francés de Lesseps dejaría de portar esa noble distinción sólo tres años más tarde, cuando salta a la luz el conocido como “el Escándalo de Panamá”. El proyecto del canal había entrado en barrena. La corrupción, la pésima administración de los trabajos, los gastos excesivos y las dificultades de financiación provocaron una tremenda crisis a esta obra, originando la quiebra de la compañía, la ruina para decenas de miles de accionistas y la toma del proyecto por parte de EEUU, finalizándose la construcción del canal en 1914.
 
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