Originalidad del discurso político de la Ilustración española. El ejemplo de Viera y Clavijo

 
A cargo de Emilio Abad Ripoll (Pronunciada en la Sección de Filología, Facultad de Humanidades de la Universidad de La Laguna el 29 de octubre de 2015).
 
 
 
GENERALIDADES
 
          Cuando uno era estudiante de Bachillerato, hace ya desgraciadamente muchos años, en mi inolvidable Colegio de La Salle en Melilla, y nos hablaban de la Historia de España, recuerdo que se producía un vacío tras los gloriosos reinados de Carlos I y Felipe II. Poco o nada se aprendía de los de Austrias menores (Felipe III, Felipe IV y Carlos II). Nos contaban que hubo luego una larga guerra, que se llamó “de Sucesión” y que se desarrolló no solamente en suelo español, sino en buena parte de Europa. Entonces nos robaban Gibraltar, aparecía reinante la Casa de Borbón y vuelta a las andadas del vacío. De Felipe V se destacaba el centralismo estatal, de su hijo Luis I a veces ni el nombre, de Fernando VI que era muy pacífico, piadoso y que estaba muy enamorado de su mujer. Se hablaba un poquito de Carlos III (“el mejor alcalde de Madrid”, la expulsión de los jesuitas) y llegábamos a Carlos IV y Fernando VII con el tema de la invasión francesa y la Guerra de la Independencia. Y también, claro, que al siglo XVIII lo llamaron el “Siglo de las Luces”.
 
          Es decir, que casi en un vuelo se pasaba más de siglo y medio de nuestra Historia, un largo período en el que parecía que no había sucedido nada o casi nada digno de mención. Este vacío se podía interpretar de muy diversas maneras. Una: que aquellos años que algunos podían calificar de época de decadencia, de tiempos de crisis de la esperanza, de aislamiento, no merecían ser un motivo de enseñanza para la juventud. Otra: que no había pasado nada o casi nada (desde luego no había habido muchas guerras, que parecía ser el tema principal de los libros de Historia), que la vida se había desarrollado para los españoles con normalidad, y ya se sabe el aforismo anglosajón: “no news, good news” “no hay noticias, luego todo va bien”.
 
          Luego fui creciendo, y sobre todo leyendo, y me enteré de que los años finales del siglo XVII, cuando daba sus últimas boqueadas la Casa de Austria, con Felipe IV y, especialmente el desgraciado Carlos II, en España se vivieron tiempos de desesperanza, decadencia y aislamiento. Éramos aún una gran potencia, pero ya no la primera potencia del mundo.
 
          En ese contexto, y al morir sin descendencia Carlos II, se desarrolla la Guerra de Sucesión; durante los primeros 14 años del siglo XVIII España va a estar marcada por ese conflicto, que acabará en el malhadado Tratado de Utrecht (firmado un 13, de julio, del año 1713, para que digan que el 13 no trae mala suerte) que aún hoy sigue dando que hablar como consecuencia de la usurpación de Gibraltar.
 
          Empieza el reinado de los Borbones, y según muchos historiadores España se va a “afrancesar”, aunque yo creo que sólo lo haría parte de la élite. Y ese gran filósofo e historiador que fue don Julián Marías destaca que, curiosamente, los Borbones, de ascendencia especialmente francesa, se van, por el contrario,  a “españolizar”.
 
          Lo cierto es que en el reinado de Felipe V muchas cosas van a  cambiar, comenzando por la Administración, de la que luego hablaremos. Es muy importante destacar el impulso que se da a la Marina. No hay que olvidar que España en el XVIII no era sólo lo que hoy definimos con ese nombre. España era lo de hoy… y buena parte de América (del Sur, del Centro y del Norte), y archipiélagos en el Pacífico. Para articular aquellos territorios tan separados, mantener la ligazón con la metrópoli, protegerlos de las apetencias de otros, fomentar el comercio, etc. era necesario contar con poderosas flotas, que se habían visto reducidas a términos ridículos a finales del XVII.
 
          Y también es importante reseñar que empieza a desaparecer el aislamiento de la segunda mitad del siglo anterior. Lentamente algunas minorías españolas se van percatando de que nos hemos retrasado con respecto a otros países, especialmente Francia e Inglaterra, aunque a veces eso no sea totalmente cierto. Resulta que esos grupos minoritarios españoles han contactado con otros grupos extranjeros más avanzados intelectualmente que ellos, pero que también son minoritarios dentro de sus respectivos países. La realidad es que el pueblo, la gran mayoría de la gente de Francia, Inglaterra, Holanda, etc. tiene un nivel cultural prácticamente igual al de los españoles en aquellas primeras décadas del siglo XVIII, el conocido como de “las luces” o de “la Ilustración”.
 
          La Ilustración, todos aquí lo saben, fue la gran revolución cultural del siglo XVIII en Europa, un movimiento cuya fundamental característica fue la confianza absoluta en la Razón y en la Crítica para comprender  y dominar el entorno que nos rodea. Pero esa transformación en las ideas no nació ni de manera inmediata ni por generación espontánea.
 
          Efectivamente, entre 1680 y 1720, cuando culminaba la que se llamó revolución científica del XVII, se produjo en Europa lo que el historiador francés Paúl Hazard denominaría más de dos siglos después, como “la crisis de la conciencia europea”. Pensadores como Newton, Leibniz y otros propugnaban una explicación racional de la realidad, mostraban su desdén hacia la tradición y el inmovilismo y defendían que no era con revoluciones como se progresaría en las artes, las ciencias y las letras.
 
 
LA ILUSTRACIÓN EN ESPAÑA
 
Las etapas y los personajes
 
          España, al menos sus cabezas pensantes, participan en ese minoritario movimiento europeo, en aquella especie de “examen de conciencia” que va a ser el anticipo de la Ilustración, la pre-Ilstración, como ustedes quieran llamarla. 
 
          “¿Qué hemos hecho mal?” se preguntaban aquellos españoles cultos, los “novatores” como se les va a denominar en los primeros años del reinado Felipe V. La España de finales del XVII y principios del XVIII, que empezaba a dar muestras de decadencia, no gustaba a nuestros ilustrados (¿pre-ilustrados?), que trataban de cambiar el sentido de esa tendencia mediante la enseñanza y la aplicación de las que llamaron “ciencias útiles”. En ellos nace el afán, la firme voluntad de superar las deficiencias, corregir los errores y, como se dice en términos deportivos hoy en día, poner “en forma” a España.
 
          Destacan en esos momentos Juan de Cabriada, Crisóstomo Martínez y, para lo que nos interesa hoy, don Gabriel de Macanaz, quien en 1714, siendo fiscal del Consejo de Castilla redactó un Informe que, con carácter secreto se le había solicitado desde la Corte. Sin haberse hecho público, una copia fue a parar a manos del Inquisidor General, quien consiguió desterrar a Macanaz, que no volvería a España hasta muchos años después. Aunque el informe, que se tituló el Pedimento del Fiscal, no vio la luz hasta 1841 (ni más ni menos que 127 años más tarde), otras copias tuvieron que servir de guía a las reformas aplicadas por Felipe V, Fernando VI y Carlos III; es decir, el citado Informe  fue como el “Programa” de gobierno del siglo XVIII español.
 
          A grandes rasgos aquel documento resaltaba las causas del atraso y propugnaba:
 
               - El resurgimiento de la Marina. Construcciones navales en Cádiz, Ferrol, Cartagena y otros puertos de la España europea y de la España americana. Emplear como mano de obra a la gran cantidad de vagabundos y desocupados que deambulaban por las calles de España.
 
               - Vencer el desdén por el comercio. Sobraban hijosdalgos y faltaban comerciantes y hombres de negocio.
 
               - Superar los prejuicios nobiliarios. No debía ser un desdoro para el noble dedicarse a algún arte u oficio.
 
               - Simplificar la Administración. Era necesario disminuir el número de empleados públicos, pero los que lo fuesen debían ser diligentes y estar bien remunerados.
 
               - Aumentar las exportaciones. Abrirse al comercio exterior, que otros no obtuviesen los beneficios que España podía conseguir de sus riquezas.
 
               - Suprimir las Aduanas interiores entre los antiguos Reinos. Ello abarataría los precios en el interior de la Península y favorecería el intercambio de bienes y personas.
 
               - Ocupar los puestos por quienes tuviesen en mayor grado las capacidades o habilidades requeridas para su desempeño.
 
               - Recuperar la moral pública del reinado de los Reyes Católicos, es decir, acabar con la corrupción.
 
               - Que los eclesiásticos se dedicasen a su función propia y no interviniesen en otros asuntos de la sociedad civil.
 
          Y una vez prendida la semilla, y apoyándose también en las instituciones culturales creadas por Felipe V, aparece la que quizás ya debemos llamar Ilustración española.
 
          En un primer período (1720-1750), la mayor parte de él durante el reinado de Felipe V que va durar hasta 1746,  nos encontramos tres campos diferentes señoreados por importantísimas figuras. En el del ensayo y la historia crítica imperan Fray Benito Jerónimo Feijoo y Gregorio Mayans,  respectivamente. Feijoo, autor de Cartas eruditas y Teatro Crítico Universal, defiende la búsqueda de una explicación a los hechos por causas naturales, y sólo ve lícito y lógico recurrir a una intervención divina cuando las razones humanas no pueden explicar determinados sucesos o acontecimientos. Por su parte Mayans escribe Carta  a Patiño, Orígenes de la lengua española y Obras cronológicas (problemática ante la Inquisición por dudar o no admitir determinadas tradiciones religiosas españolas).
 
          Por lo que respecta al pensamiento político, social y económico destacaron Jerónimo de Ustáriz, con su Theorica y Práctica de Comercio y Marina, publicada en 1724, traducida al inglés y que influyó en los últimos gobiernos de Felipe V. Otras obras importantes se deben a Álvaro Osorio de Navia y Vigil, militar y marqués de Santa Cruz de Marcenado (Reflexiones militares, 1724), Miguel Zavala y Bernardo Ulloa.
 
          Y en el campo de la Ciencia destacan sobre todos dos oficiales de la Armada; Jorge Juan y Antonio de Ulloa, participantes en una expedición patrocinada por Francia para medir el grado de meridiano terrestre en el Ecuador (1735-1744). Su obra Observaciones astronómicas y físicas hechas en la expedición realizada de orden de S. M. a los Reinos del Perú es, según muchos, la obra científica más importante de nuestro siglo XVIII. Otros nombres destacados fueron los de Martín Martínez, en el terreno de la Medicina, y de Andrés Piquer, también en la Medicina y en la Filosofía.
 
          Fernando VI acabará su reinado en 1759, sucediéndole Carlos III, pero ya desde 1750 y hasta la primera década del XIX nos encontramos en la plena Ilustración Española, que contó con varios focos. Lógicamente, el ambiente propicio, el “caldo de cultivo” para que las ideas ilustradas enraizaran se encontraba en poblaciones en que ya existiese una base cultural importante o relativamente importante, es decir, que hubiesen bibliotecas, universidades, imprentas, burguesía culta, comunicaciones con el exterior, etc. Ello nos apunta a ciudades en el interior peninsular con tradición cultural o a localidades costeras, puertos, etc.
 
         En la costa cantábrica surgieron dos focos importantes. El primero fue el de Oviedo, donde se continuó la labor iniciada por Feijoo, con las figuras señeras de Pedro Ruiz de Campomanes (que llegaría a ministro con Carlos III) y Gaspar Melchor de Jovellanos, quien desarrolló su mayor actividad en el reinado de Carlos IV y que viviría posteriormente en Sevilla y Madrid, donde sería alcalde. El otro foco norteño fue Guipúzcoa, donde nació la primera Sociedad Económica de Amigos del País, encabezada por el Conde de Peñaflorida. Se denominó Sociedad Vascongada de Amigos del País.
 
        En la costa mediterránea destacaron también dos focos; en primer lugar Valencia, donde se continuó el trabajo de Mayans, con el marino Jorge Juan y el botánico Cabanilles como principales figuras. El primero sería luego destinado a dirigir el Observatorio Astronómico de San Fernando y a desempeñar misiones en Inglaterra. La obra magna del segundo fue su Observaciones sobre la historia natural, geografía, población y frutos del Reino de Valencia. El segundo centro ilustrado fue Barcelona, con su Academia de Buenas Letras (creada en 1754) y su Junta de Comercio de Barcelona, de funciones similares a las de las Sociedades Económicas de Amigos del País. Destacaron el jurista Josep Finestres y Antonio de Capmany, autor de Memorias históricas sobre la Marina, Comercio y Artes de Barcelona, que puede considerarse la primera historia económica de España.
 
         Y en la costa atlántica encontramos otros dos focos importantes, Sevilla y Galicia. En la capital andaluza destacó la Tertulia del Alcázar, con Pablo de Olavide, Cándido Trigueros, Antonio de Ulloa y Jovellanos. En Galicia se significaron Santiago de Compostela y los principales puertos.
 
          Por fin, en el interior sobresalieron Zaragoza, con su Real Sociedad Aragonesa de Amigos del País, y Salamanca, cuya Universidad dejó de ser un baluarte del tradicionalismo por la evolución en los estudios de matemáticas y derecho romano, y de la que salieron personajes como el militar y poeta Cadalso, el también poeta Meléndez Valdés, el jurista Ramón de Salas y el político Muñoz Torrero, figura de las Cortes de Cádiz.
 
         Madrid, el "rompeolas de las Españas",  atrajo a artistas y pensadores de todas las regiones españolas e incluso del extranjero. Campomanes y Jovellanos vinieron de Asturias, Cabanilles de Valencia, de Andalucía Cadalso, etc.
 
          Don  Julián Marías escribe en ese maravilloso libro suyo que se titula España inteligible: “Y entonces enormes esfuerzos inteligentes se aplican al mejoramiento de la nación, al aprovechamiento de sus recursos… En este sentido el siglo XVIII es admirable y mucho más creador de lo que se piensa.”
 
          Quiero destacar aquí, porque no en vano soy militar, que las iniciativas para actualizar y modernizar la enseñanza militar, que desembocaría en una pléyade de militares ilustrados, se plasmaron en la creación de centros tan prestigiosos como la Academia de Matemáticas de Barcelona (1720), la Academia de Guardias Marinas de Cádiz (1728) y de Ferrol (1776), el Colegio de Cirugía para la Armada, también en Cádiz en 1748 o la Academia de Artillería en Segovia en 1763. Debido a la presencia de unidades militares españolas en distintos territorios europeos, el contacto continuado de aquellos mandos con el exterior les imprimió un talante cosmopolita abierto a otras realidades. Su excelente preparación técnica y científica les permitió luego participar de forma fundamental en actividades tan importantes como fueron fundiciones, fábricas de armamento, astilleros, fortificaciones…Figura destacadísima fue nuestro paisano Agustín de Betancourt. Cuando vayan a Moscú o a San Petersburgo pregunten por él.
 
La relación entre la Ilustración y la Política 
 
          En nuestra patria, la Tradición (en usos y costumbres sociales, religión, relaciones con la Corona, etc.) era hasta aquel momento el motor principal de la vida. La inmensa mayoría de la población (en gran parte analfabeta o con muy bajo nivel cultural) apoyaba la Tradición, pero surgirán los “ilustrados” y se producirá un choque conceptual entre la Razón, propugnada por estos, y la Tradición, enraizada en el alma del pueblo; hecho, por otra parte, no muy diferente a lo que sucedía en otros lugares del continente europeo.
 
          Otra vez cito a don Julián Marías, y a su España Inteligible, “… la pervivencia de la vieja España durante los reinados de los Borbones, la solidez de muchas estructuras tradicionales y las resistencias a las reformas eran evidentes. Pero a la vez se advertía un enérgico sentido crítico, una voluntad de innovación.”
 
          Claro que en nuestra tierra surgió una diferencia esencial y que constituía su mayor peculiaridad: la Ilustración española hacía compatibles la Razón y la Crítica con la Tradición Cristiana. Por ello, ha sido llamada por algunos como la “Ilustración Católica” o la “Ilustración Cristiana”.
 
           Y esa etapa plena de la Ilustración española, los partidarios de las reformas encontraron un gran aliado para sus planes: En 1759, como ya hemos dicho, subía al trono Carlos III. La Ilustración española alcanzó su momento de plenitud durante su reinado, que, en conjunto, puede considerarse como el gran intento de encarrilar a España por la vía del progreso. Los hábiles ministros de aquel monarca, lograron realizar avances extraordinarios y si el proceso se vino abajo fue por causas poderosas y terribles que vinieron del exterior y de las que hablaremos dentro de unos minutos.
 
          Las doctrinas de la Ilustración, como todos conocen,  se reflejaron en política dando lugar al Despotismo Ilustrado, que aspiraba a mejorar la condición del pueblo pero sin que éste interviniera en el gobierno del país. Una idea que ha pasado a la Historia con el conocido lema de “Todo para el pueblo, pero sin el pueblo”.
 
          ¿Qué consecuencia principal tuvo esto? Muy fácil de comprender: los que apoyaban la soberanía sin límites del Rey veían en la acción de los “reformistas” ilustrados (que no contaban con el pueblo para reformar) una herramienta muy útil para que aquel omnímodo poder se perpetuase. Y los ilustrados españoles, que se movían en el entorno de la Corona, no discutían el absolutismo borbónico, antes bien, se aprovechaban de ese absoluto poder real con el fin de mejorar social, económica e intelectualmente al país, levantarlo de su marasmo e incultura. Por eso a la nuestra se la llamó también la “Ilustración Oficial”.
 
          Además, importantísimo es destacar que, quizás por vez primera en la Historia, España se dedica políticamente en primer lugar a su propia “construcción”. España existía unida desde el tiempo de los Reyes Católicos, pero con algunas limitaciones, pues pervivían los antiguos territorios, desde los que  de vez en cuando rebrotaban extemporáneos ideales y comportamientos, no para tratar de articular la diversidad, sino buscando el desmembramiento de la Patria común, como había ocurrido más de 100 años antes, en 1640, cuando Portugal y Cataluña declararon su independencia. Se habla de que en este período de la Ilustración destacó el centralismo de los Borbones, pero lo que se hizo no fue centralizar, sino “unificar”. La unidad de España se perfeccionó en el siglo XVIII y culminó en el reinado de Carlos III. Recuerden que, por ejemplo, la bandera española, el símbolo máximo de una nación, no nació hasta 1785. Es en este, tan olvidado, siglo XVIII cuando se produce la plena integración nacional. “España, sin dejar de ser variada, nunca había sido más unitaria que en aquellos años”, dice don Julián Marías.
 
          Y en ese proyecto de construcción, la Ilustración española, que a diferencia de otras, no fue destructora, se convirtió en el instrumento más eficaz de la articulación. En este sentido destacó la creación y la actuación de las Sociedades Económicas de Amigos del País, de las que en particular hablaremos dentro de unos minutos.
 
          Aspecto muy destacable fue también el del perfeccionamiento de la Administración. En los reinados de Felipe V, Fernando VI y Carlos III se produjo una extraordinaria selección de gobernantes, (Esquilache, Aranda, Campomanes, Floridablanca, Grimaldi…) con un gran acierto, con apenas fallos en los nombramientos y designaciones. En muchos aspectos se buscó la "excelencia" y por ello se movilizaron los mejores españoles. 
 
          Pero, coincidiendo prácticamente con el final del reinado de Carlos III (diciembre de 1788) y el inicio del de su hijo, Carlos IV, ocurrió un hecho trascendental: el desencadenamiento de la Revolución Francesa. Desde 1788 había empezado la agitación en el país vecino, y en España, especialmente bajo las directrices de Floridablanca, se produjo una especie de “parón”, o incluso de marcha atrás, en el reformismo de la política española, que, a partir de esos momentos, se aferrará al inmovilismo absolutista. Comenzaron a rechazarse todas las innovaciones y proyectos, intentando “vacunar” al pueblo español contra el “contagio” revolucionario, y de rebote, también contra las ideas ilustradas. Para ello se estableció una severa censura de noticias, se prohibió la entrada de libros franceses y la salida de estudiosos e intelectuales…
 
          Podemos pues decir, entrando en el debate acerca de si la Ilustración española fue un mero maquillaje del Absolutismo, o un movimiento con las mismas características que otras europeas, que la nuestra fue una Ilustración “interrumpida”, pues, como consecuencia de lo expuesto, muchos grandes proyectos, que de haberse llevado a cabo hubieran sido muy beneficiosos para España, quedaron tan sólo en eso, en proyectos.
 
          Y, claro está, el Despotismo Ilustrado entró en crisis, pero su hueco lo llenó una nueva generación con ideas liberales en buena medida derivadas también de la Ilustración, de cuyas fuentes bebía, aunque existiera una diferencia fundamental: antes -con el Despotismo Ilustrado- el Monarca era (lo hemos dicho) la palanca o el nervio de la reforma necesaria para poder llevar a cabo sus proyectos. Ahora el Rey ya no era absolutamente necesario. Empezaba a dominar, a imponerse, un nuevo pensamiento, que pronto se convertirá en axioma para los liberales: “Es la Nación la que debe decidir qué cosas deben modificarse, y cómo hay que hacerlo”. Un liberalismo que, en nuestra Patria, a veces -muy pocas- fue radical, pero que propugnaba la conveniencia de que el poder del Monarca fuera limitado por una Constitución, por si el Rey caía en manos de un valido poco escrupuloso o poco responsable.
 
          Además, ese liberalismo iba socavando el Antiguo Régimen, aplicando el pensamiento y la política de la Ilustración a revisar y desprestigiar o limitar a las instituciones que eran soporte y base de aquél: señoríos, mayorazgos, exenciones tributarias, derechos jurisdiccionales, etc. Lo que con la Ilustración se preveía modificar, no hay más que acercarse a la figura de Campomanes, con tranquilidad y a medio plazo, los liberales lo quisieron imponer deprisa, a corto plazo. En consecuencia, y en definitiva, la ideología liberal entraba en clara confrontación con los principios esenciales del Antiguo Régimen.
 
          Don Antonio Morales en su trabajo titulado “El Estado de la Ilustración”, incluido en el tomo XXX de la Historia de España dirigida por don Ramón Menéndez Pidal, escribe que “la verdadera revolución del XVIII en España, como en Europa, la constituye la destrucción del ánimo necesario para continuar el Antiguo Régimen, producido especialmente, aunque sin olvidar las especiales circunstancias del país, por los conflictos acarreados por la Revolución Francesa.”
 
          ¿Y cuales eran esas “especiales circunstancias” de España? En el Antiguo Régimen la organización estatal se fundamentaba en el absolutismo real. El Estado estaba representado por la figura del Rey, al que se guardaba una acendrada lealtad y un respeto casi religioso. Y si eso continuó siendo así en el reinado de Carlos III, en el que la Nación experimentó un resurgimiento cultural y económico importantísimo, no lo fue, ni mucho menos, en el de su sucesor, en el que el prestigio mítico de la Monarquía iba a resquebrajarse.
 
          En ese mismo trabajo de don Antonio Morales se expone la idea de que las crisis internas de las monarquías se producen en “reinados sin Rey”, es decir, cuando el Monarca es dirigido por un valido o privado, pues ello equivale a una dejación por parte del Rey, a una desvalorización de su superior poder que pone en duda su autoridad. Y eso es lo que ocurrió en el reinado de Carlos IV y la privanza de Godoy.
 
España y la Revolución Francesa
 
          A partir de 1789, y a lo largo de una década, un conjunto de movimientos revolucionarios, bajo el famoso lema de "Libertad, Igualdad y Fraternidad" iba a poner fin en Francia al Antiguo Régimen. 
 
          Tanto esa Revolución como el periodo napoleónico que la seguirá tendrán una importancia primordial sobre la política española. Ya hemos hablado del frenazo en los avances reformistas; y España además se unió a la alianza “legitimista” de las monarquías europeas contra la República Francesa, que desembocó en la Guerra contra la Convención (o del Rosellón), momento en que todavía nuestro Rey contaría con un claro apoyo popular. Se produce también una crisis de conciencia entre los ilustrados españoles, pues la inmensa mayoría no eran partidarios de revoluciones ni derramamientos de sangre.
 
          Y a partir de entonces comenzaron a producirse las grandes equivocaciones estratégicas de Godoy y, claro está, de Carlos IV, con la firma primero de la Paz de Basilea con la Convención -lo que significaba el reconocimiento de la República Francesa- y luego los Tratados de San Ildefonso que nos llevaron a la guerra contra Inglaterra. Como consecuencia del primero de ellos (1796) sufriríamos la derrota naval del Cabo de San Vicente -y la victoria sobre Nelson en su fallido ataque contra Tenerife en el verano de 1797-, pero la poderosa flota británica bloqueó los puertos españoles más importantes, con el consiguiente colapso del comercio con América. En pocos años, la crisis se agudizó hasta el punto de que en 1801 la deuda pública española equivalía a los ingresos de 10 años. En esa situación, todos, privilegiados y pueblo, clamaban contra Godoy… y Carlos IV… pero esta es ya otra historia.
 
          Bueno, pues hemos visto que, en contra de lo que yo creí durante muchos años, el XVIII no había sido un páramo en la creación española, ni un paréntesis en la Historia de nuestra Patria, ni un siglo en blanco.
 
Las Sociedades Económicas de Amigos del País
 
          Ya he citado la importancia que para poder aplicar las ideas ilustradas tuvieron las Sociedades Económicas de Amigos del País. La primera que nació lo fue por iniciativa de un grupo de ilustrados guipuzcoanos que eran conocidos como “los caballeritos de Azcoitia”. Encabezados por don Javier María de Murube, Conde de Peñaflorida, formaron en 1748 una tertulia denominada “Junta Académica”, en la que se debatían temas relacionados con las matemáticas, la física, la historia, la literatura, la geografía, el teatro y la música. La iniciativa fue secundada por políticos y burgueses ilustrados de Vizcaya y Álava, que se reunieron con los guipuzcoanos y en 1764 redactaron los estatutos de la Sociedad Bascongada de Amigos del País, que recibirían la aprobación de la corte en 1772.
 
          Los fines recogidos en los citados estatutos eran los de aplicar los nuevos conocimientos científicos a las actividades económicas, así como enseñar materias que no se trataban en la Universidad, por ejemplo, Física y Mineralogía. 
 
          Fue Pedro Rodríguez de Campomanes, ministro de Carlos III, quien en ese afán integrador del que hemos hablado, favoreció la creación de Sociedades similares por toda la Monarquía española, aunque con algunas diferencias con respecto a la vasca. La más importante era que la iniciativa para su creación pasaba a manos del gobierno, cuyo control sobre las sociedades aumentaba considerablemente. Se fundaron, a imagen y semejanza de la Matritense,  más de 60 nuevas asociaciones entre 1775 y 1778, restringiéndose el ámbito de sus actividades a la teoría y práctica de la economía política.
 
La Ilustración en Canarias
 
          Para enlazar con la última parte de la intervención, vamos a hablar un poco de la Ilustración y los ilustrados canarios.
 
        Si bien el panorama de la cultura en la Islas a principios –y a lo largo- del XVIII era deplorable (pocas escuelas, analfabetismo generalizado, escasísimos centros superiores…) es sorprendente el elevado nivel cultural de determinadas personas, vinculadas bien con la nobleza, con la pujante burguesía comercial o con la milicia, derivado especialmente por frecuentes contactos con Europa o individuos afines en la Península y, también en gran manera porque la vinculación comercial de Canarias con el mundo exterior y la residencia aquí de élites comerciales extranjeras facilitaron la entrada de nuevas ideas.
 
          Estos ilustrados canarios en la primera mitad del XVIII se aglutinaban en torno al clero secular de Las Palmas y a la Tertulia del Marqués de Nava en La Laguna, destacando entre ellos don Cristóbal del Hoyo, marqués de Bajamar y vizconde de Buen Paso, y don Juan de Iriarte. En la segunda mitad de la centuria la actividad ilustrada se centra  en la Tertulia de Nava, las Sociedades Económicas y el Seminario diocesano de Las Palmas.
 
           Mención especial merece la lagunera Tertulia de Nava, que se reunía en la Casa-Palacio de don Tomás de Nava y Grimón, marqués de Villanueva del Prado, y debatía y promovía la ciencia, el progreso y la libertad de pensamiento. Asiduos tertulianos fueron el citado don Cristóbal del Hoyo, don Juan Antonio Franchy, don Lope Antonio de la Guerra, don José de Viera y Clavijo, muchos militares, los hermanos Iriarte, etc.
 
          Por lo que respecta a las Sociedades Económicas, en Canarias se crearon cuatro entre 1776 y 1777: en La Laguna, Las Palmas, San Sebastián de La Gomera y Santa Cruz de La Palma. Luego nacería una quinta en Santa Cruz de Tenerife, que no duraría mucho tiempo. De ellas persisten la tinerfeña y la grancanaria y creo que hay intenciones de resucitar la palmense. Las Económicas canarias enfocaron especialmente sus actividades a la mejora de la agricultura y la pesca, la creación de hermandades agrícolas, la ampliación del número de escuelas primarias y de oficios, etc.
 
          Hablemos ligeramente de la que tenemos muy cerca de aquí, en la calle San Agustín de La Laguna, pues la van visitar mañana. Se redactaron sus estatutos a finales de 1776 y nació oficialmente el 15 de febrero de 1777, muy poco después de la Matritense. A vuela pluma, cito algunas de sus realizaciones: establecimiento de la primera imprenta del Archipiélago; creación de escuelas para niños y niñas pobres, redacción de informes que coadyuvarán a la creación de la Universidad de San Fernando; contribución al sostenimiento del Jardín de Aclimatación de La Orotava; apoyo al establecimiento en Canarias del Banco Nacional de San Carlos (el antecedente del Banco de España); apoyo al Marqués de Branciforte, Comandante General y Presidente de la Económica, para la creación del Hospicio de San Carlos; creación del Real Consulado Marítimo y Terrestre, etc.
 
 
DON JOSÉ DE VIERA Y CLAVIJO
 
          Este sacerdote, biólogo, historiador y escritor, nacido en el Realejo Alto en 1731, es, sin duda, el máximo exponente de la Ilustración canaria. Estudió con los dominicos en La Orotava y con tan sólo 14 años escribió una novela al estilo de las picarescas del siglo de oro español titulada Vida del noticioso Jorge Sargo. Tras cursar estudios religiosos en La Laguna y Las Palmas, fue designado párroco de la lagunera Iglesia de los Remedios (hoy Catedral). En 1763 comenzó a escribir su principal obra, Noticias de la Historia General de Canarias
 
            Todos los biógrafos de Viera dividen su vida en 3 etapas. La primera, tinerfeña por excelencia, aunque por razones de su formación religiosa pasase algún período en Gran Canaria (29 años); la segunda, cuando es nombrado preceptor o ayo del hijo del marqués de Santa Cruz (el marqués del Viso) con su estancia en Madrid y sus dos viajes por Europa (14 años); y la tercera en Las Palmas, a partir del momento en que fue nombrado Arcediano de Fuerteventura en el Cabildo catedralicio y hasta su muerte en 1813 (otros 29 años). Está enterrado en la Catedral de Santa ana, en la capital grancanaria.
 
           Es comúnmente aceptado que Viera, en términos intelectuales, era un afrancesado, y todos sus biógrafos están de acuerdo en resaltar la atracción que sobre él ejerció la cultura francesa, hecho también muy perceptible, por otra parte, en la mayoría de los ilustrados españoles. En sus viajes por Francia son frecuentes las alabanzas a casi todo lo que ve, especialmente en París, que le deslumbra. Y de su admiración por los escritores franceses, sobre todo hacia Voltaire, son buena muestra los frecuentes comentarios de sus trabajos e incluso la traducción de alguna de sus obras, cuando en muchos casos estaba prohibida en España la lectura de aquél y otros autores galos.
 
        Sin duda alguna, la relación con los nuevos aires culturales franceses tuvo que hacer pensar a Viera que aquel movimiento que sobrepasaba lo meramente intelectual, que aquella inquietud por lo social, podría hacer cambiar el que hasta el momento se consideraba el orden natural de las cosas, es decir el esquema de la Sociedad diseñado y aplicado desde hacía siglos.
 
         Pero seguramente, y como muchos de los ilustrados españoles, tuvo que sufrir un fuerte choque interno cuando conociera los sucesos de la Bastilla, la violencia de la Revolución Francesa, el asesinato de los reyes (recordemos que Viera era un monárquico convencido)… Y tuvo que sentir cierta aprensión a que los acontecimientos dejasen de circunscribirse a Francia y se propagasen a otras naciones vecinas, como nuestra España. Y sin duda dudaría de sus propias convicciones.
 
          Mas en 1808, cuando se vaya produciendo la solapada invasión francesa que traerá consigo los sucesos del 2 de mayo y la Guerra de la Independencia, todas sus dudas y toda esa simpatía intelectual de Viera hacia lo francés quedarán eclipsadas por su acendrado patriotismo español, que pone de manifiesto en varias de sus  composiciones Nos dice Roméu Palazuelos que en ese año “el numen patriótico de Viera se exalta y produce versos y más versos de circunstancias”.
 
          A modo de resumen, y para no cansarles sólo reseñaré los momentos históricos de este período a los que Viera dedica su atención, convirtiéndose en un combatiente más, con lo que sabe: su pluma. Así escribe composiciones a la caída de Godoy y los sucesos del 19 de marzo en Aranjuez; al exilio forzado por Napoleón de la Familia Real española en la Bayona francesa; ya durante la guerra, a la victoria de Bailén y la retirada hacia el norte de José I; lanza unas “Diatribas contra Napoleón” por haber robado el trono de España a Fernando VII y su sede romana a Pío VII, culminándolas con un verso genial al decir que Napoleón… “contra el séptimo peca más a gusto”; Y un "Recorrido histórico oportuno" en el que compara a Carlomagno con Napoleón, a Bernardo del Carpio con el general Castaños y a la derrota francesa de Roncesvalles con la que sufrieron los galos en Bailén en el verano de 1808.
 
          Y, como cuando todo ello sucede Viera está en Las Palmas, escribe una décima dedicada a "La lealtad canaria", y unas "Octavas compuestas con motivo de la función de desagravios que celebró el Cabildo Permanente" como respuesta a los sacrilegios que las tropas francesas estaban cometiendo en territorio peninsular; y no nos podemos olvidar de la "Canción patriótica" dedicada al batallón grancanario que marchó a luchar a la Península, y que se convertirá en su himno.
 
          Me parece que, con lo expuesto, queda bien claro el bando al que se adhirió nuestro don José, y en el que luchó, repito, con sus armas preferidas: su inteligencia y su pluma. 
 
        Viera, nuestro ilustrado por antonomasia, amó intensamente a Canarias y a España. Y cuando las criticó fue siempre buscando una solución al defecto que existía, o que él creía que existía, en nuestra sociedad. Y me van a permitir una digresión. El patriotismo del tinerfeño Viera y Clavijo, su amor a la patria chica y a la patria grande, que tan bien supo conjugar y fundir, es un reflejo de aquello tan hermoso que otro gran escritor isleño, el genial grancanario don Benito Pérez Galdós expresó con estas bellas palabras: “Nosotros, los más chicos,… los más distantes, seamos los primeros en el corazón de la patria” porque, nos decía, Canarias “siente en su alma todo el fuego del alma española”. Así lo vivieron ellos, como se demuestra palpablemente para quien quiera acercarse a sus inmortales obras.
 
 
CONCLUSIÓN
 
          Y ya termino. Hemos hecho un rápido viaje por la España y la Canarias de aquel siglo XVIIII. Hemos visto los afanes reformadores, de nuestros ilustrados, en su gran mayoría sin salirse de la ortodoxia del catolicismo; hemos comprobado que la existencia de grandes gobernantes -políticos- en los reinados de los primeros Borbones (Felipe V, Fernando VI y Carlos III) va a favorecer, especialmente en el último, esas reformas y van a empezar a hacer de España un país mejor, unido, integrado y en el que se respiran aires de renovación; pero también hemos comprobado que la deriva de la Ilustración francesa a una violentísima Revolución, seguida de la invasión napoleónica en la Península, harán que muchos proyectos no se lleven a cabo y a que se produzca una división entre las cabezas pensantes españolas, entre los afrancesados y los opuestos a todo cuanto pudiera llegar de más allá de los Pirineos (recordemos el caso de Viera) Lo que vino luego fue otra historia, pero la continuación de la misma Historia. Sin los ilustrados, el pensamiento político liberal que conducirá a la Cortes de Cádiz y a la primera Constitución no hubiera sido posible.
 
          Por eso fue tan importante aquel siglo XVIII del que no me hablaron, casi, en mis tiempos de estudiante.
 
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BIBLIOGRAFÍA
 
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