El Casino y el estamento militar

 
A cargo de Emilio Abad Ripoll  (Pronunciada el 5 de mayo de 2015 en el Real Casino de Tenerife).
 
 
  
          Otra vez me encuentro en este hermoso salón, pero en esta ocasión, a la lógica ansiedad por hacerlo bien que se siente frente a un auditorio tan selecto, se une una cierta inquietud: la de que la cosa no salga como se merece una fecha tan especial como la de hoy, y no me refiero sólo a la efeméride de los 175 años, sino a otro aniversario también muy destacado. Efectivamente, ayer 4 de mayo se cumplieron 80 años justos desde que, ante unas 2.000 personas invitadas, se procediese a la inauguración del  nuevo Casino, levantado totalmente de nueva planta y convertido en un espectacular edificio del que la ciudad ya comenzaba a sentirse orgullosa.
 
          Estas palabras mías se pronuncian en el primer día de un nuevo año de esta Casa, el 81, y con ellas va el deseo ferviente de que el Real Casino, con la ayuda de Dios y el apoyo de sus socios siga siendo un referente insoslayable en la vida social y cultural de Santa Cruz de Santiago de Tenerife. De modo que Feliz año 81 a todos sus socios...
 
          Y comienzo mi intervención con una confesión o una justificación, como ustedes quieran llamar a lo que voy a decir. Algunas personas aquí presentes conocen que esta charla me preocupó desde que doña Raquel Gutiérrez me propusiera participar en el Ciclo y acordáramos que, más o menos, podría hablar sobre la relación entre el Casino y las Fuerzas Armadas. El tema suponía un reto y una responsabilidad que me imponían un cierto respeto. Cómo suele hacerse en estos casos, comencé en mi cabeza a diseñar un esquema de la charla, pero no acababa ni siquiera de vislumbrar su comienzo, los primeros párrafos; y eso también me producía una cierta desazón. Pero me ocurrió algo desagradable, y qué razón tienen los que piensan que en todo -por negativo que sea- puede encontrarse algo positivo.
 
          Una mañana de hace poco más o menos dos meses, cuando cruzaba la Plaza de Candelaria camino de una cita con algunos compañeros de la Tertulia Amigos del 25 de Julio (estábamos preparando el homenaje al Maestro Sabina), me encontré con un señor -de cuyo nombre no quiero acordarme- con el que hace algún tiempo mantuve una cierta relación cultural. Tras los corteses saludos de rigor, entre ellos el consabido de moda “¡Qué bien te veo!”, (que para mí parece indicar la satisfacción del saludante con su propia agudeza visual o con las nuevas gafas que se ha comprado), me espetó a bocajarro: “Por cierto, acabo de enterarme de que vas a participar en un ciclo de conferencias sobre el Casino y el Ejército, y la verdad, me ha sorprendido porque, a diferencia de los demás conferenciantes, tú no eres ni tinerfeño ni socio del Casino.” Y sin solución de continuidad añadió algo así como: “¿Qué méritos aduces para ello?”
 
          La verdad es que me quedé un poco cortado. Creí al principio que se trataba de alguna sencilla broma, pero pronto me dí cuenta, por la expresión de su rostro, de que hablaba en serio. Esbocé (o intenté esbozar) una cortés sonrisa y después de decirle que al menos no había puesto en duda mi condición de militar, le contesté agradeciéndole que me hubiera expresado su perplejidad, porque me había sugerido el comienzo de esta charla; y que si quería conocer las razones que, según él, yo debía aducir, que acudiese el 5 de mayo al Casino y las oiría en vivo y en directo. 
 
          Por eso, a instancias de aquel señor, y para satisfacerle (aunque no esté aquí esta noche), les voy a contar lo que quizás podría justificar, para él,  mi inclusión en el Ciclo.
 
          Efectivamente, no soy de Tenerife, nací en Melilla. Mi familia y yo llegamos aquí, por razones de destinos militares, después de bastantes traslados por la Península, cuando se acababa 1979; y desde entonces, aunque por las mismas razones haya estado más de 5 años fuera (4 de ellos acompañado por uno o varios de los míos) nuestra casa ha seguido abierta en Santa Cruz en ese espacio de tiempo. Son ya, entonces, más de 35 años de residencia en nuestra ciudad. Quizás eso podría bastar para contestar una parte de la impertinente pregunta de mi interlocutor, pues no quiero hacerles perder tiempo añadiendo algo similar a lo que dije en otra ocasión en el Salón de Plenos del Ayuntamiento santacrucero, cuando expliqué que para mí, mi Melilla y mi Santa Cruz tenían tantas similitudes que nunca aquí, ni en los primeros momentos, me sentí forastero o extraño.
 
          Y si él es chicharrero porque nació aquí, desde luego sin que su voluntad mediara en ello, mi familia y yo somos chicharreros por elección, porque voluntariamente un día decidimos quedarnos a vivir aquí. Como esos enormes ombúes de la Plaza de San Francisco, que echan raíces desde sus ramas.
 
          Y, sí, no soy socio del Casino, pero tengo contraída con esta Casa una deuda de agradecimiento. Cuando en mis años de responsabilidad de Mando o de Dirección tuve que acudir al Casino en busca de apoyo, jamás se cerraron sus puertas; por el contrario, siempre se abrieron de par en par para colaborar con el Ejército. El señor del que les hablé tiene un carnet que le franquea la entrada a este edificio y le permite disfrutar de la oferta cultural o lúdica que se le ofrece, pero que también le compromete a apoyar a la Entidad en la consecución de los fines marcados en sus Estatutos. Pues bien, yo no necesito ese carnet para ponerme a disposición del Real Casino de Tenerife y colaborar con él cuando así se me requiera, pues no olvido aquellos otros tiempos en que tanto apoyo se me prestó.
 
          Les ruego me perdonen esta disgresión, pero me ha servido de desahogo; esas son las razones “que aduzco” para estar hoy aquí.
 
          Y ahora vamos a lo que hemos venido todos, a hablar de las relaciones del casino y las Fuerzas Armadas. El Casino, y con él sus socios, y los militares fueron vecinos durante muchos años. 
 
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          Cuando en 1840 la sede del Gabinete de Lectura y Recreo, el nombre originario, se encontraba en el número 4 de esta Plaza, en la esquina con la calle Candelaria o de los Malteses (a la izquierda y abajo de esta foto), aquellos socios fundadores salían a la misma y miraban hacia arriba, encontraban la Cruz, casi enfrente de ellos el hueco que habría dejado la Pila, retirada unos años antes, luego, hacia abajo, el Triunfo de la Candelaria y a unos escasos 50 metros la mole del Castillo de San Cristóbal. 
 
          Y aún aumentan las relaciones de vecindad cuando allá por 1853 la Capitanía se traslada desde un edificio (el que tiene la bandera en la foto) en la confluencia de las calles Emilio Calzadilla y La Marina…
 
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… al Palacio de Carta, (y aprovecho para decir que agradezco de corazón a mi buen amigo don José Delgado Salazar que haya puesto a mi disposición su impresionante archivo fotográfico)
 
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          Ahora militares y socios vivían casi “puerta con puerta”. Tampoco va a variar mucho la situación cuando a partir de 1860 el Casino se instale en la casa que aquí se levantaba, casi a igual distancia de Capitanía y del Castillo, como se ve especialmente n la segunda de las siguientes fotografías
 
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          Existen algunos documentos gráficos de la época recogiendo formaciones militares en la Plaza de la Pila, como pueden observar en las siguientes fotografías (algunas con numerosos socios en balcones y azotea)...
 
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          … o en sus aledaños…
 
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          ... y es fácil comprender que los socios del Casino fueron testigos presenciales de todas ellas. Y de que, con toda seguridad, contribuirían al embellecimiento y exorno de la Plaza cuando así se le pidiese, en solemnes ocasiones como recepciones a personajes, juras de Bandera, etc., con colgaduras, banderas y gallardetes en fachadas y ventanas.
 
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          En la década de los 40 del siglo XX desde los balcones del Casino se pudieron contemplar ceremonias como la de la inauguración del Monumento a los Caídos…
 
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          ... en realidad de toda una hermosa Plaza de España, hoy desaparecida en gran parte… 
 
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          … o la entrega de la Bandera con el nuevo escudo de España al Regimiento, entonces Mixto, de Artillería núm. 93 el año 1982, o el Desfile y el acto de Homenaje a los Caídos con que se cerraba la Semana de las Fuerzas Armadas que presidieron SS.MM. los Reyes don Juan Carlos y doña Sofía en mayo de 1986. De aquellas fechas recuerdo que la mañana del día central colaboré, desde un balcón de esta Casa, con las cuatro emisoras de radio que, a nivel nacional, retransmitían el acto de izado de Bandera en la Plaza de España. Por cierto, que en la Escuadra de Gastadores de la Unidad de cadetes que rindió los honores a la Enseña Nacional figuraba un jovencísimo Felipe de Borbón, hoy nuestro Rey.
 
          No sé si alguno de ustedes ha vivido alguna vez en las inmediaciones de un cuartel, como era el caso del Casino, dominando el Castillo.
 
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          Si ha sido así sabrán que los toques de corneta que indican el principio o el fin de determinadas actividades, y que como es de rigor siempre suenan a las mimas horas (recuerden lo de la puntualidad castrense), también contribuyen al mantenimiento de un cierto orden doméstico. Así, el toque de diana, “alegre y español” que dice la canción, les habrá servido en más de una ocasión para levantarse de la cama, o para refocilarse pensando que aún queda otra media horita entre las sábanas; y al de “silencio” habrán podido mandar a los niños a la cama, porque “ya se han acostado los soldados“. Por ello también es seguro que el Casino adaptaría en buena manera el ritmo de su vida diaria al de los toques del cercano San Cristóbal, en una simbiosis de buena vecindad. 
 
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          No menos cierto será que la proximidad invitaría a la visita, y que se producirían intercambios de personajes entre uno y otro edificio, amén del continuo paso de militares con graduación o sin ella, frente a las puertas de esta casa. Y como saben ustedes hubo incluso algún intento de que esa simbiosis fuese absoluta, de que se convirtiese en superposición o integración. En efecto, a finales de 1911 se discutió en Junta General la adquisición de toda la manzana, lo que se aprobó, pero en Junta posterior, de enero del 12, un socio, don Juan Foronda tomó la palabra y apoyándose en razones de economía y estética propuso que el Casino adquiriera el solar de la Alameda y la playa adyacente, o que solicitase la cesión (evidentemente, la opción más barata) del Castillo de San Cristóbal, entonces sede del Gobierno Militar de las Canarias Occidentales.
 
          Así se hizo, pero el Ministerio de la Guerra no estaba dispuesto a ceder, sino a vender, por lo que todo quedó en agua de borrajas, y el esfuerzo se volcó en la compra de la manzana. Años después García Sanabria conseguiría del Rey Alfonso XIII la permuta del castillo por otros solares del casco urbano…
 
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          … y con la desaparición del Principal, el Casino salió ganando, pues el amplio espacio que nació en su fachada de levante le permitía ver mejor y, a la vez, ser mejor visto.
 
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          El Casino, situado a la salida del Puerto, era algo así como la puerta de entrada a la isla. Y en consecuencia, no hay más que leer las actas de las reuniones de la Junta Directiva para darse cuenta de ello, desempeñó, casi desde su fundación, el papel de anfitrión de la localidad, que primero era Villa y luego fue Ciudad, poniendo en acción su vocación de representante de la amabilidad con que el pueblo tinerfeño recibió siempre a los visitantes (bueno, a los que venían de buenas, claro). Y eso se demostraba de manera especial con las recepciones a los buques de guerra que arribaban a nuestras aguas. 
 
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          He encontrado un acta de una reunión de la Junta Directiva de fecha 19 de octubre de 1881 mencionando la cena que se iba a celebrar en honor del Almirante, Jefes y Oficiales de una escuadra francesa que iba a arribar a nuestro Puerto; y tan sólo un mes después sucedía lo propio con una escuadra holandesa. Nos dicen Alberto Darias y Agustín Guimerá, en el libro que escribieron al cumplirse el 150 aniversario del Casino, que en el primer Estatuto que se conserva (1890, artículo 59) se puede leer que se “consideraba invitados a sus festejos extraordinarios a los Comandantes y Oficiales de los buques de guerra que se hallen fondeados en este Puerto, cuyo cumplimiento se hará extensivo a los buques nacionales que tengan su destino en esta agua.”
 
          Este compromiso de catalizar los sentimientos insulares de hospitalidad se llevó tan a rajatabla que he localizado en las actas de la Junta Directiva algo más de un centenar de visitas de buques de guerra de todas las nacionalidades, a los que el Casino agasajó de alguna manera: bailes y cenas cuando las vacas están gordas; "champagnes", vinos o tés de honor cuado las cosas no están tan boyantes; o simplemente pases para visitar las instalaciones y disfrutar de ellas cuando las circunstancias son difíciles. En algunas, pocas, ocasiones la invitación se hacía a instancia del Ayuntamiento, incluyéndolas en una serie de actos oficiales, pero la mayoría, insisto, eran por iniciativa del Casino, en aplicación de lo determinado en sus Estatutos. Ya que hablábamos del cumpleaños de ayer, hace 80 años y 1 día, entre los 2.000 invitados a la inauguración del nuevo Casino se encontraban los Oficiales y Guardiamarinas de un crucero francés y de dos cañoneros españoles. Y más lejano aún en el tiempo: cuando en septiembre de 1897 se inaugure la instalación eléctrica del Casino, entre los invitados se encontrarán el Comandante y  los Oficiales de un buque de guerra español: el Nautilus.
 
          La buena relación y el apoyo mutuo entre el Casino y el Ejército (o por extensión las Fuerzas Armadas) se exteriorizó en muchas ocasiones. Son innumerables las afectuosas despedidas a quienes ocuparon como principales inquilinos el Palacio de Carta o el Palacio de la Plaza Weyler, o  a otros que ocupamos otros puestos, y que ninguno, estoy seguro olvidó u olvidará- nunca. Pero a mí me gustará hablar tan sólo de un par ocasiones, teniendo cuidado en no “pisarle” a José Manuel Padilla ni un ápice de intervención de pasado mañana.
 
          Vamos a situarnos en 1861. En la campaña de África del pasado año (aquella “guerra grande para una paz chica” como la calificaron algunos) han destacado sobremanera dos Generales. Uno es chicharrero, don Leopoldo O’Donnell y Joris, nacido muy cerca de donde nos encontramos, y que siendo Presidente del Consejo de Ministros no ha dudado en ponerse al frente del Ejército Expedicionario. 
 
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          El otro es don Juan Prim y Prats, aquel catalán que dijo a sus voluntarios catalanes que podían abandonar todo su equipo pero no a la Bandera de España, con la que él, su general, iba a meterse entre en las filas enemigas.
 
         Pero de eso ha pasado ya más de un año. Ahora Prim, en la cresta de la ola de la popularidad y la admiración, al frente de un Ejército combinado hispano-anglo-francés, se dirige a Méjico para sostener los derechos del emperador Maximiliano (un juguete en manos de la política francesa, de la ambición gala por crear un imperio “latino” en América, en contraposición a lo que fue Hispanoamérica o Iberoamérica… en fin este es otro tema). Prim pronto se dará cuenta de lo turbio del asunto, convencerá a los ingleses de lo inútil de la empresa, y dejarán a Maximiliano apoyado tan sólo por Francia y abocado a un trágico final. Pero ahora estamos todavía en el viaje de ida.
 
          Es el 1 de diciembre de 1861, un domingo de invierno de los que prestigian a Santa Cruz, de esos de sol y paseo por el campo o la playa. Muy temprano, el Antonio de Ulloa, el buque de guerra en el que viaja Prim con su esposa (quien, por cierto, era mejicana), sus ayudantes y su E.M. fondea en la rada santacrucera. Los barcos surtos en ella hacen sonar sirenas, e izan gallardetes y banderas, a la vez que el sol mañanero hace refulgir las colgaduras y estandartes en los edificios tanto públicos como privados de la fachada marítima de Santa Cruz. En concreto, nuestro Casino, en la fachada de la Marina, tiene izada la Bandera Nacional, junto a las de Francia e Inglaterra.
 
          A las 9 pone Prim pie en el muelle, donde le esperan arcos triunfales, flores y salvas de artillería. La muchedumbre corre alrededor del coche del General en su corto trayecto entre el muelle y el Palacio de Carta. Ovaciones e himno nacional mientras Prim se asoma al balcón del cercano Palacio, y desde los de éste edificio los socios flamean banderitas españolas. Prim asistirá a misa de 12 en San Francisco junto al Batallón provincial.
 
          Por la tarde-noche, una cena en Capitanía con asistencia de las primeras autoridades civiles y militares, mientras que la Banda Militar toca en la Plaza, que está totalmente iluminada. Les leo textualmente lo que recogía la prensa local, porque así se saborea mejor la redacción de entonces:
 
               “A las 8 de la noche, el Conde de Reus y Sra., acompañados de una comisión del Casino, se trasladaron en coche a dicha Sociedad, en donde se les iba a obsequiar con un baile cuyo recuerdo no podremos olvidar fácilmente. Apenas S.E. penetró en el patio adornado con arcos de olorosas ramas, de los cuales se elevaban las viejas banderas de nuestros extinguidos Regimientos de Milicias Provinciales, y entre las que saludamos con respeto la que condujera a la Guerra de la Independencia nuestro valiente Batallón de Canarias, los acordes de la Marcha Real, tocada por la banda militar y los robustos vivas de las personas que allí esperaban al general poblaron el espacio. Al llegar al primer cuerpo de la escalera, en donde el Presidente esperaba al valiente soldado, el general no pudo prescindir de detenerse un momento: allí, entre ramas y flores se hallaba colocado un gran cuadro pintado por el artista don Nicolás Alfaro en el que, con toda propiedad, se nos representaba el paso heroico de los Castillejos…" 
 
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               "Enseguida el Marqués de Castillejos entró en los salones donde todo era armonía, todo placer, todo poesía, y en uno de los cuales se hallaba colocado el retrato de S. M. teniendo a su derecha el del general Prim y a su izquierda el escudo de armas de esta Provincia. La profusión de luces reflejadas en los hermosos espejos que cubrían las paredes, el pavimento cubierto por magníficas alfombras, los cuadros de un mérito considerable, las ricas cortinas, los mil objetos de un exquisito gusto y de un crecido valor que por todas partes se veían, los acordes de la banda de música, la sonrisa de nuestras bellas, tan encantadoras y amables, respirando aromas, llenas de vida e ilusión, cubiertas de flores y pedrerías; todo, todo ensanchaba el corazón de los concurrentes, haciéndoles soñar en la felicidad. El golpe de vista que en la noche del primero de diciembre presentaban los salones del Casino era tan sorprendente como indescriptible.
En el momento en que el general Prim pasó a refrescar, nuestra juventud, llena de animación y de patriotismo, brindó por la gloria y el valor de tan ilustre huésped y por el buen éxito de su expedición a Méjico; estos brindis fueron hechos por medio de improvisaciones, ya en verso, ya en prosa, … El general Prim, con esa acción y esa voz que seducen y extasían y que posee en alto grado, contestó con un patriótico discurso a todos los brindis que se le dirigieron… Estas palabras fueron aplaudidas con entusiasmo por toda la concurrencia.
 
               S.E. y Sra., debido al malestar en que se encontraban por efecto del viaje, se retiraron del Casino a las 10 ½, continuando la soirée hasta las 4 de la madrugada.”
 
          Sobran los comentarios.
 
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          Otro claro ejemplo lo constituye el homenaje al general Weyler. De regreso de un viaje a Madrid (1879) don Valeriano se ve sorprendido por un entusiasta recibimiento. Se ha corrido el rumor de que va a cesar en el destino y Santa Cruz se rebela contra ello. Los barcos, grandes y pequeños, “cubren la carrera” de la lancha que lleva al general. Hay festejos, vítores, arcos triunfales…
 
         Y este Casino le nombra Socio de Mérito “como muestra de gratitud a los beneficios que le es deudora esta población y por concurrir en su persona cuantas condiciones exigen nuestros Estatutos” y organiza un baile en su honor. Así lo relata uno de sus descendientes, otro Valeriano Weyler, en su libro Pequeña historia de un gran Casino:
 
               “El hosco General Weyler acudió complacido al baile con el que el Casino le distinguió y departió con franqueza con todos sus socios… Se retiró del salón a la desacostumbrada hora de las 3 de la madrugada.”
 
          No fue esa, ni mucho menos, la única vez en que Weyler estuvo en el Casino, cuya contribución fue muy destacada a los festejos de despedida  en 1881.
 
        Hay muchos más ejemplos, como ya les he dicho. En las actas encontramos los bailes y cenas en homenaje a Ministros Militares (como el de Marina en 1905 o el del Ejército en 1940); o vinos de honor por los  aviadores militares, como los que en 1924 hacen el raid Larache-Canarias, o por los famosos Franco, Ruiz de Alda, Durán y Rada a su regreso de Argentina tras cruzar por vez primera el Atlántico Sur.
 
          Hay veces en que la Junta apoya a los Capitanes Generales, como se pone de manifiesto en la reunión del 18 de agosto de 1883 en que la Junta “manifiesta el desagrado con que se había visto cierto artículo publicado en un periódico de la Corte en el que se aludía al capitán general”.
 
          En 1923, el Capitán General, que era entonces don Alberto de Borbón, Duque de Santa Elena, plasma en el Libro de Honor del Casino su gratitud por las atenciones que la Sociedad había tenido con su padre, el Infante don Enrique que sufrió destierro de un par de meses entre 1864 y 1865, en cuyo transcurso, la noche del 9 de enero el Casino le había ofrecido un brillantísimo baile.
 
         Insisto en que sería interminable el reseñar las innumerables comunicaciones que se han intercambiado en estos 175 años entre el Casino y las Autoridades Militares (Capitanes Generales, Gobernadores Militares, Jefes de Tropa o de Brigada, Directores del Centro de Historia y Cultura, Comandantes de Marina, Jefes del Sector Aéreo, Jefes de Regimiento, etc…). Unas veces, al tomar posesión de los cargos, serán expresión de buenos deseos, correspondidos con ofrecimientos; otras, en el cese, de pesar mutuo y agradecimientos; otras de pésame (fallecimientos, desgracias)… pero, de verdad, siempre serán muestra no solo de cortés deferencia, sino de algo mucho más cercano a la amistad que al mero formulismo. Pero es con los Capitanes Generales con los que la relación es más intensa y cordial. Todos ellos se convierten, a causa de celebraciones oficiales, asistencia a actos culturales, o simplemente por motivos particulares, en frecuentes visitantes de esta Casa. Y no importa que su estancia fuese corta, como por ejemplo fue el caso del General Franco, que en sus apenas 6 meses de residencia en Santa Cruz estuvo en varias ocasiones aquí.
 
          De los últimos tiempos he encontrado una despedida tan entrañable,  y a una persona a la que mucho admiré y respeté, que no me resisto a leérsela completa. Se trata del acuerdo recogido en el Acta de la Junta Directiva de fecha 20 de julio de 1982. En el único punto del Orden del Día de aquella reunión figuraba la concesión de una distinción al Teniente General don Jesús González del Yerro, …
 
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          … fallecido hace menos de un año y al que Juan del Castillo calificaba en una necrológica en ABC a raíz de su muerte como “un lujo de la Milicia”. El Casino lo distinguía entonces (leo textualmente) por “el tan grato recuerdo que deja por el celo y el cariño con que ha desempeñado el cargo, siempre caracterizado por una rectitud y un espíritu encomiables. Por ello se acordó hacerle entrega de la Insignia de Oro y Brillantes de nuestra Sociedad, como prueba de gratitud a los beneficios que le es deudor el Archipiélago por su honda inquietud a favor de Canarias, por concurrir en su persona sobresalientes méritos para otorgársele tan alta distinción y por su gran valoración castrense, política y humana que ha resaltado positivamente durante los años de permanencia al frente de nuestra Capitanía General.”
 
          En el recuerdo de todos han quedado sus esfuerzos, y sus logros, de acercamiento entre la sociedad civil y el Ejército, con sus líneas de acción principales: las Juras de Bandera en decenas de localidades de las siete islas, las visitas de prácticamente todos los colegios de Canarias a los cuarteles, y el Seminario Cívico Militar, organizado en feliz iniciativa con los profesores Gumersindo Trujillo y Enrique Fernández Caldas.
 
          Antes había recibido la misma distinción el Teniente General Pérez de Lema (1974) y luego serían el General de División don Pedro Ravina Méndez, en 1983, y el Teniente General don José Antonio Romero Alés, en 1995, quienes también la recibirían.
 
          ¡Son tantos los nombres de militares que figuran en las Actas que es imposible recogerlos todos! Y, además, me da miedo “comerme” alguno y poder herir susceptibilidades.
 
          También en los Libros de Honor del Casino aparecen aproximadamente textos y firmas de una veintena de militares, la mayoría Capitanes Generales de Canarias. Y recientísimo está el detalle del Casino regalando a Capitanía un gran retrato de nuestro Rey Felipe VI.
 
          Y el afecto es mutuo. Para muestra basten dos botones. Hace tan sólo diez años se vivió un acto, para mí de profundo significado, y uno de cuyos protagonistas está aquí presente. Me refiero a don Domingo Febles, que en el Día de las Fuerzas Armadas de 2005 recibió de manos del Teniente Beneral Pérez Alamán la Bandera de España que desde lo alto de un mástil en Almeyda había presidido aquel día de celebraciones… 
 
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          … Bandera que custodia este Casino en la Sala Presidente. Y en 1995, don Miguel Duque Pérez-Camacho, Presidente a la sazón, era condecorado con la Gran Cruz del Mérito Naval.
 
        Claro está que hay otras ocasiones, quizás más importantes, desde mi punto de vista, que esas fiestas, homenajes y celebraciones. Me refiero a las relacionadas con conflictos bélicos que se vivieron dentro y fuera de nuestra Patria.
 
          Hace pocas fechas leíamos en un artículo de José M. Padilla como en agosto de 1896 el Casino despedía a la Oficialidad de una Compañía Expedicionaria que, al mando del capitán Prada, marchaba a Cuba. En aquellos momentos el Presidente del Casino era un militar, el coronel de Ingenieros don Tomás Clavijo y Castillo Olivares, ni más ni menos que la persona que proyectó y dirigió las obras del Palacio de Capitanía General, y curiosamente el encargado de adornar el salón principal para la despedida fue el socio y capitán de Artillería Rosendo Mauriz, quien además más tarde sería bibliotecario del Casino., y que fue ese señor capitán que aparece en la foto, -proporcionada por José Manuel Padilla- con los brazos cruzados, junto a una carroza (en realidad un armón de artillería) adornada para las fiestas de Mayo de 1906
 
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          Muy poco nos dicen los papeles de esta Casa de aquella triste guerra que acabó en el 98. Sí conocemos que en abril de 1896 la Junta Directiva acordó regalar un objeto al Bazar para contribuir a la suscripción abierta en beneficio de las víctimas del conflicto. Y el 3 de abril de 1898 el Presidente daba cuenta de haber recibido un BLM en el que el alcalde de la ciudad le encarecía la presencia de una Comisión tres días más tarde para recibir al Batallón de Ingenieros que se esperaba en los vapores África y Hesperia. Se acordó que saliera la Junta en un bote con bandera a recibir a los buques, y engalanar con cortinas y banderas el edificio de la Sociedad.
 
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          Hay veces que la Junta Directiva siente de cerca la guerra, como cuando en 1912 el bibliotecario, don Arturo Rodríguez Ortíz, fue destinado al Ejército de África. Ese mismo año el Casino participaba con 150 pesetas en un Festival Militar que se iba a celebrar para allegar recursos para las familias de los muertos y heridos en las campañas de Melilla. Y en 1920 aporta 200 pesetas para el Aguinaldo del Soldado de África, que patrocina S.M. la Reina. En septiembre de 1921, cuando en la zona de Melilla ha ocurrido el desastre de Annual, el Casino, a instancia del Capitán General, participa en la constitución de una Junta de Acción Patriótica para ayudar a nuestras tropas. Se acuerda participar con un kiosco de bebidas y refrescos en la fiesta que se va a organizar en la Alameda del Príncipe con la finalidad de recaudar fondos; e igualmente, en unión del Real Club Tinerfeño, al obsequio que se hará a Oficiales, Clases y Tropa de la Batería Expedicionaria que marcha a Larache, la que dará lugar a la hermosa tradición de acompañar al Cristo lagunero en sus recorridos por las calles de la ciudad del Adelantado.
 
         También se hace una suscripción entre los socios (2 pesetas por socio) para contribuir a la gestión de la ya citada Junta de Acción Patriótica, con el objetivo de adquirir “una máquina o artefacto de guerra” para el Ejército de Marruecos. El Casino redondeó lo recaudado entre los socios hasta llegar a las 1.000 pesetas.
 
          Los conflictos calan muy hondo en los socios, como se demuestra en el hecho de que en todos ellos (guerras de Cuba, África, Primera Mundial y las dos que seguirán, nuestra Guerra Civil y la 2ª Mundial), el Casino adquirió mapas para seguir la marcha de las operaciones. No cuesta trabajo imaginar que serían socios militares los que plasmaran sobre aquellos mapas la situación bélica.
 
          Llegará nuestra guerra civil, y la misma tarde del 18 de Julio el Casino será testigo de excepción del ataque al Gobierno Civil (en el Palacio de Carta). Apenas 20 días después de iniciada, se reúne la Junta directiva “para cambiar impresiones y decidir sobre alguna aportación por parte del Casino a las suscripciones abiertas en la Comandancia Militar a favor de las fuerzas de la guarnición y para paliar las consecuencias del paro obrero”. Se aprueba dar 1.000 pts. para el Ejército y 2.500 para los obreros, pero un socio disiente y opina que se debía dar más dinero al Ejército. En octubre de aquel 1936 el Casino aporta 500 pts. a una suscripción “Pro Aviación Militar”. Un mes después se adorna el edificio celebrando los éxitos de las tropas nacionales, pero el Casino siente el zarpazo de la guerra con la primera muerte de un socio: el teniente don Álvaro Martín Bencomo.
 
          Siguen los apoyos: en diciembre se entregan 100 pts. para una suscripción encaminada a conseguir ropa de abrigo para las Unidades de Falange, pero la situación económica de la Sociedad es tan precaria que no se puede apoyar económicamente el proyecto de reconstrucción del Alcázar de Toledo. Con un gran esfuerzo se contribuye con 250 pesetas a cada uno de los aguinaldos del Soldado y del Falangista.
 
          Aparece ahora un tema importante. En junio de 1937, el Delegado Provincial de Falange Española Tradicionalista y de las JONS dirige escrito al Casino en el que comunica que “está tratando de fundar en la Isla el Sanatorio del Falangista, en el que ingresarán los afiliados que regresen del frente heridos o enfermos no contagiosos…” y que como “… el Casino reúne las mejores condiciones para tal objeto, fundándose en el patriotismo de la Junta Directiva y de los socios del mismo, pide se destine a Sanatorio el piso dedicado a habitaciones de alquiler.” En el acta correspondiente se puede leer que la Junta acogió con simpatía la idea, acordándose poner a disposición de la Milicia Nacional las 10 habitaciones que en aquellos momentos se hallaban desocupadas, con sus muebles y enseres y por el tiempo que durase la campaña y 6 meses más. Además se incluyeron en la cesión dos retretes y un cuarto de baño. Se colocó en la fachada Este el letrero “Hogar del Herido. Asistencia de Frentes y Hospitales de FET y de las JONS”. En febrero de 1940, la Junta Directiva pedía que las habitaciones se reintegrasen a su función, lo que aceptó sin problemas el Delegado Provincial de los Servicios sanitarios de Falange.
 
          Siguieron las participaciones en suscripciones para contribuir al esfuerzo de guerra, y también hay que destacar que en agosto de 1938 el Casino cedió a la Comandancia Militar los locales del antiguo Café Zanzíbar para utilizarlos como Oficina Postal, con la condición de que los devolviera cuando así se le solicitara. 
 
          Cuando terminó la guerra, la Junta Directiva expresó su satisfacción y acordó celebrar un Baile de etiqueta. Se homenajeaba al volver de la Península al 2º Batallón Expedicionario de Canarias, se felicitaba al laureado Alférez Antonio Alemán Ramírez, y en los difíciles tiempos que iban a venir con el inicio de la 2ª G. M., el Casino apoyaba a las familias de sus empleados movilizados, ofrecía contratos de trabajo a personal del Cuerpo de Mutilados de Guerra y, en 1942, programaba un baile de gala para recoger fondos con destino al Monumento a los Caídos, recaudándose 2.500 pts.
 
          Y como cuestión colateral de la Guerra, pero que afectaba directamente al Casino, la casi desaparición del Friso Isleño de Aguiar, que en julio de 1936 estaba a punto de zarpar para Tenerife, se desconoció su paradero durante todo el conflicto y se localizó finalmente en Valencia en 1940.
 
          No es este el momento de hablar de esos difíciles años, pero sí hay que recordar que España estaba devastada después de nuestra contienda civil, y no tuvo oportunidad de levantar cabeza con el inicio de la 2ª G.M. y los riesgos y amenazas que sobre nuestra Patria se cernieron. Canarias, y el Casino, no podían ser una excepción,… pero en buena parte lo fueron. Tuvieron las Islas la enorme suerte de que el Gobierno español decidiese la constitución del Mando Económico para Canarias; Mando que, en manos del Capitán General, agrupaba todos los resortes del poder: políticos, económicos, militares, etc. Es innegable que entre el 41 y el 46 discurrieron unos malos años, pero no tan horribles como lo hubieran sido sin Serrador y sin García Escámez. Y, por lo que se refiere al Casino, sin unos Presidentes militares que dejaron honda huella de su paso al frente de esta Institución.
 
          A lo largo de la charla, en determinados momentos han ido apareciendo referencias a socios o Presidentes militares. Sería un trabajo de chinos intentar localizar todos los socios pasados y presentes del Casino que han sido o son militares. Y para ustedes un solemne aburrimiento escuchar los resultados de la búsqueda. 
 
          Por eso me voy a referir muy brevemente a unos datos extraídos del citado libro de Darias y Guimerá, cuando estudian la procedencia social de los socios.
 
        Nos dicen que en la primera relación, entre los 52 fundadores hay 2 militares y que quince años después, cuando los socios son ya 150, el número de militares sigue en 2, pero irá aumentando paulatinamente y apareciendo personajes militares importantes en la historia de Santa Cruz y de Canarias.
 
          Uno, por ejemplo, era don Salvador Clavijo y Pló, que llegaría a ser General de Ingenieros y proyectaría el complejo defensivo de Almeyda,... 
 
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          … y el otro don Nicolás Estévanez Murphy (el de “cuanto más alta se ponga // de Horacio Nelson la estatua // más alto verán los siglos  // la gloria de mi Nivaria”), que se retiraría de comandante y sería Ministro de la Guerra durante 17 días con la 1ª República.
 
          Ya en el siglo XX, en 1930, entre los 376 socios (sumando los propietarios y los de número) hay 42 militares, es decir, el 11,2% del total. Hay que estar de acuerdo con Guimerá y Darias cuando, al hablar de los difíciles años de nuestra guerra civil y la no menos dura posguerra, escriben: “El Casino encontró en aquellos socios pertenecientes al estamento castrense el apoyo necesario en estas difíciles circunstancias. Fernando Marín Delgado era Presidente en el período crítico de 1941-42 y Lorenzo Machado y Méndez ocupó el cargo nada menos que 9 veces entre 1943 y 1953” 
 
          Pero no fueron esos los únicos Presidentes militares. 
 
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          Lo fue, como ya vimos, don Tomás Clavijo y Castillo Olivares en 1896. Y además…
 
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          - Don José Maldonado Dugour, artillero, que fue Presidente en cinco ocasiones entre 1916 y 1927.
 
        - Don Luis Moreno Alcántara, que lo fue entre 1937 y 1939, llegó a ser Gobernador Militar de Tenerife y al fallecer, en enero de 1940, mereció que los socios le dedicasen un sentido recuerdo por “sus dotes de caballerosidad y por el interés siempre constante que mostró en defensa del prestigio y prosperidad del Casino”.
 
        - Don Joaquín García Pallasar, fue elegido Presidente a finales de 1939, pero renució por sus múltiples ocupaciones. El Teniente General (honorario) García Pallasar fue Director General de Industria y Material de 1940 a 1942 y. como artillero, recibió el prestigioso Premio Daoiz. Días después se procedió a nueva elección de Junta Directiva, y de nuevo resultó designado otro militar, don Luis Gabarda Sitjar, del Cuerpo de Sanidad , y que, como el anterior, renunció al cargo por idénticos motivos. Llegó a General Inspector del Cuerpo.
 
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          - Don Fernando Marín Delgado, conocidísimo en la ciudad no tan sólo sus cargos militares, sino también por sus aptitudes pedagógicas. Llegó a General de Brigada de Artillería y fue Presidente en 1941 y 1942.
 
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          - Don Lorenzo Machado Méndez Fernández de Lugo. Otro hombre conocidísimo. Además de ser Gobernador Militar de Tenerife y Presidente en 9 ocasiones del Casino, fue Director de la Real Sociedad Económica de Amigos del País de Tenerife, Presidente del Aeroclub y hasta Presidente del Club Deportivo Tenerife.
 
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          - Don Javier de Loño Pérez. Artillero que pasó a la Reserva de Tcol para dedicarse a la medicina y la cirugía. Se merecería un recuerdo a la entrada de la playa de Santa Cruz, Las Teresitas,...
 
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          … pues fue él quien, siendo alcalde de la ciudad, la concluyó. Fue Presidente del Casino en 1974 y 1975.
 
          Muchos otros militares han ocupado puestos en la Junta Directiva, el más reciente el coronel Arencibia, pero, repito, la relación de sus nombres se haría interminable, y esto está a punto de concluir.
 
          Destacada fue también la participación del Casino en las celebraciones del 1º y 2º Centenario de la Gesta del 25 de Julio.
 
         Así, en 1897 un miembro del Casino, me parece que fue su Presidente, don Emilio Calzadilla, formó parte de la Comisión convocada por el Ayuntamiento para la preparación de los actos conmemorativos. Se adornó la fachada, se iluminó el edificio, y en la procesión que se celebró,...
 
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          ... esta Sociedad participó con un Pendón, cuya foto tienen en pantalla, que se encuentra en el Ayuntamiento. Quizás, me permito sugerir, sería conveniente hacer una réplica del Pendón y exponerla en algún salón del Casino.
 
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          Y otros cien años después, en 1997, sus salones fueron testigos de ciclos de conferencias en las que socios y militares (algunos de ellos incluso no santacruceros, seguramente para escándalo de aquel señor que cité al principio, como el Almirante Julio Albert o los Tenientes Generales Fernando Pardo de Santayana y Vicente Ripoll) resaltaron la importancia que la Gesta tuvo para Canarias y para España. Y se celebró también una cena de gala.
 
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          Bueno, pues el haber citado las conferencias de 1997 me da pie para abordar la última parte de mi intervención: la de las colaboraciones culturales.
 
        Empezando por la prensa escrita y la literatura, hay que destacar que, a lo largo de su historia el Casino ha estado suscrito a diversas publicaciones periódicas militares. Así, ya en 1881 encontramos que se habla de la suscripción a una famosa revista que se llamó “La Ilustración Militar”, y en una de las actas de ese mismo año se recoge el agradecimiento a un TN. llamado Ramón de Silva Ferro que había regalado a la Biblioteca tres obras escritas por él. Desde entonces hasta nuestros días la Biblioteca del Casino se ha enriquecido con centenares de libros de autores militares o sobre temática militar, de los cuales no es desde luego el de menor importancia el titulado Mi mando en Cuba, escrito por Valeriano Weyler. Hace un par de semanas, en la Sala de Exposiciones de esta Casa, se exhibieron algunos de los mejores ejemplares que se conservan en la biblioteca del Casino. Pues bien, de la importancia de lo militar en sus fondos bibliográficos, sólo destacar que la cuarta parte de los libros expuestos eran de temática castrense.
 
          A este respecto, en la Sala de Juntas de esta Casa estuve hojeando hace un par de semanas tres obras fantásticas: Un libro titulado Literatura Militar Española, del capitán Francisco Barado, editado en 1890; los tres tomos de la monumental Historia de la Guerra de Cuba, de Antonio Pirala, editada entre 1896 y 1898; y una bellísima y más que monumental Historia del Ejército Español, también en tres tomos y asimismo del citado Francisco Barado.
 
          Pero hay otras colaboraciones de militares con el Casino de todo tipo: Como las de Rodrigo Villabriga en las obras y las desinteresadas de Bonnín en la decoración o con una serie de obras, por citar a dos personajes señalados.
 
          Debo terminar. Pero queda hablar, siquiera sea brevemente, de la colaboración cultural en los últimos años. Además de las veces en que varios militares han, hemos, ocupado este lugar en intervenciones motivadas por presentaciones de libros, efemérides importantes, o diversos ciclos organizados por el Casino, desde la creación del Centro de Historia y Cultura Militar, y a través de él, poco después, la de la Cátedra General Gutiérrez, de colaboración entre el Mando de Canarias y la Universidad de La Laguna, han sido muchas las ocasiones en que el Real Casino nos ha abierto las puertas. Ahora me toca a mí convertirme en portavoz de los 5 generales que hemos ocupado la Dirección del Centro, pues, aún sin haberlo consultado con ellos, sé que los generales Santos Miñón, Labalsa Llaquet, Pérez Beviá y Ruiz de Oña comparten en sus corazones el mismo sentimiento de gratitud que ahora mismo expreso yo. En que hoy el Centro de Historia y Cultura Militar de Canarias sea un referente dentro de nuestras FAS y dentro del Archipiélago, también ha tenido algo que ver la ayuda, la amabilidad y la gentileza de esta Casa, de sus Presidentes, de su Directivos, de su Gerencia y de su personal.
 
 
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           Y, en fin, por lo que he ido desgranando y, como decía la canción, por muchas cosas más, me arrogo, ventajas de la edad, la representación de los que fueron, fuimos y son parte de nuestras Unidades canarias para felicitar a los socios de esta Casa en su 175 aniversario, agradecer la colaboración en lo que hicimos juntos y prometernos mutuamente que las Fuerzas Armadas en el Archipiélago y el Real Casino seguiremos en la misma línea que hasta ahora, pensando siempre en Santa Cruz de Santiago, en Tenerife, en Canarias y en España.
 
          Nada más. Muchas gracias por su asistencia y su atención.
 
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