La paz (Retales de la Historia - 168)

 
Por Luis Cola Benítez  (Publicado en La Opinión el 6 de julio de 2014).
 
 
          La búsqueda de la paz es, sin duda, la máxima aspiración del hombre. Si la consigue es lógico y consecuente que lo festeje y celebre con todas sus fuerzas, pero en ocasiones puede ocurrir que las celebraciones y festejos sean motivos de discordias y enfrentamientos entre los mismos que deberían verse unidos con idéntico objeto. Y así ocurrió en más de una ocasión y así seguirá ocurriendo.
 
          El 4 de febrero de 1876, correspondiendo a invitación del venerable arcipreste y siendo alcalde Patricio Madan Cambreleng –nombrado por el gobernador civil-, el ayuntamiento asistió a un solemne Te Deum en la iglesia matriz de la Concepción en acción de gracias por el primer año de reinado de Alfonso XII. Apenas había transcurrido poco más de un mes, cuando llegó la ansiada noticia del final de la tercera guerra carlista y, por tanto, de la pacificación de España.
 
          Se supo entonces que el 28 de febrero el pretendiente, don Carlos María de Borbón y Austria-Este, derrotado en todos los frentes, se había retirado definitivamente  pasando la frontera hacia Francia acompañado por 10.000 de sus hombres, y que el 20 de marzo el rey Alfonso XII había entrado triunfalmente en Madrid entre clamorosas muestras de alegría de todo el pueblo.
 
          La corporación municipal santacrucera, que lo era de la capital de todas las Islas, tal vez recordando que ostentaba el título de Fiel desde hacía casi setenta años, no lo pensó dos veces y se adelantó a festejar la pacificación, dentro de la modestia que sus medios le permitían. Se convocó al pueblo en la Alameda del Príncipe de Asturias, se pidió a los vecinos que engalanaran e iluminaran sus casas, se repartió pan y vino a los pobres a cargo de los concejales, y se pidió al párroco que organizara un nuevo Te Deum, esta vez por el final de la guerra civil.
 
          El día 23 de abril, cuando el alcalde y concejales estaban reunidos para acudir en corporación a la iglesia, se recibió un oficio del gobernador civil Vicente Clavijo y Pló,  en el que se señalaba los lugares a ocupar en la función de la iglesia matriz. Inmediatamente se contestó que, como no podía ser menos, se acataba “lo dispuesto por Su Señoría pero no podía sin embargo concurrir en vista de la colocación que se había señalado.”
 
          Pero la cosa no quedó ahí. Como el día 26 había prevista otra función de honras fúnebres por los fallecidos en la guerra, se acordó elevar a S. M. la correspondiente instancia para aclarar para lo sucesivo cómo debían disponerse las cosas en funciones que pagaba la municipalidad y que, por lo tanto, era la que invitaba al resto de instituciones.
 
          Por si fuera poco este problema, los sacerdotes anunciaron que no podían pronunciar sermón por haberlo prohibido el gobernador eclesiástico si no existía autorización expresa del obispo, en vista de lo cual se encargó el sermón al capellán del buque de guerra Méndez Núñez, que estaba en puerto. Pero nada pudo hacerse ante la decisión de las autoridades superiores de no acudir  a las exequias, en vista de lo cual el ayuntamiento optó por suprimir la función. También, en señal de disconformidad, se acordó no concurrir a la función de la Santa Cruz, festividad para la que faltaban pocos días.
 
          El día 9 de mayo el gobernador civil pareció darse por enterado y ofició al ayuntamiento diciendo que había recibido informes de desavenencias entre la corporación y los eclesiásticos con motivo de las funciones de honras. Se le recordó que tanto el concejal Calzadilla como el mismo alcalde habían tratado con  el arcipreste para llegar a un acuerdo en relación a las festividades religiosas en las que el municipio era el organizador, conversación en la que el eclesiástico se había mostrado muy conciliador, ofreciendo toda su colaboración hasta el punto de estar dispuesto a renunciar a los honorarios que pudieran corresponderle.
 
          Entretanto, el ayuntamiento había intentado guardar las formas ante las instancias superioresy encargó al diputado en Cortes por Tenerife don Ramón de Campoamor que transmitiera la felicitación a S. M. el Rey, en nombre de la capital del Archipiélago, por la finalización de la guerra civil. Campoamor contestó a las pocas fechas informando que el encargo había sido cumplimentado. Y no hay motivos para ponerlo en duda, a pesar de que el mismo don Ramón había manifestado en alguna ocasión que más que diputado por Tenerife él lo era por Romero Robledo, que era quien había propiciado su candidatura.
 
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