El Maestro Sabina (y 2)

 
Por Ana María Díaz Pérez  (Publicado en El Día el 14 de junio de 1981).
 
 
          La Orquesta de Cámara de Canarias fue fundada el 8 de junio de 1935 no sin haber existido un precedente: La Sociedad Filarmónica Santa Cecilia, que se creó cincuenta y cinco años antes. Los ensayos se iniciaron en el mes de julio, atravesando unos primeros tiempos difíciles, pero gracias al tesón de sus componentes, los profesores del Conservatorio de Santa Cruz de Tenerife, y de su eje central, D. Santiago Sabina, se hizo posible su permanencia. Este grupo de melómanos, que se independizó del Conservatorio de Música, reclamaban al director y la presencia de una orquesta de cámara en Tenerife, por lo que dan a conocer un manifiesto cuyas ideas son las que siguen: la Isla estaba experimentando diferentes fenómenos en lo relativo al poblamiento y a la conformación urbanística de la capital. En ese contexto, la misión que debía cumplir la orquesta se basaba en la dirección como elemento clave para que la agrupación musical pudiese funcionar con eficacia, de ahí la elección del Maestro Sabina para el arduo cometido, señalando todas las cualidades musicales que lo hacían merecedor de tal nombramiento.
 
          En última instancia, era preciso que el público colaborase con su asistencia. Este recién nacido cuadro orquestal contribuía a aumentar, en España, el escaso número de sociedades de este tipo.
 
          El pintor Pedro de Guezala decoró el teatro Guimerá para que la Orquesta de Cámara de Canarias se estrenase a las diez de la noche del 16 de noviembre de 1935. Esa noche se podía preconizar un próspero futuro musical, ya que la velada constituyó un importante éxito, de manera que llegaron a realizar 549 actuaciones a lo largo de su carrera, entre audiciones y conciertos, que llevaban aparejadas en cada una de ellas un loable triunfo, tocando no sólo obras  del maestro Sabina, sino también de músicos del territorio nacional y de países extranjeros.
 
          El profesor, además de conducir la orquesta por muy buenos derroteros, contribuía a aumentar la cultura musical canaria elaborando inmortales composiciones, entre ellas: Nocturno, Serenata, Fuga en Re Menor, Leyenda, Apuntes para una Farsa, Dos canciones de Mujer,  Los Toros, Sierra Gudar, dos canciones para orquesta y soprano bajo el nombre de Scherzo, y la Invocación a la Virgen de Candelaria, producción que realizó para aportar su grano de arena en la inauguración del Santuario de la Patrona del Archipiélago y en la que intervinieron al unísono la música del Maestro Sabina, la letra de D. Rafael Hardisson  y la voz del tenor Antonio de la Rosa. Asimismo difundió los magistrales sonidos por las islas y pueblos de nuestro Archipiélago: La Palma, Gran Canaria, Güímar, Arafo, el Puerto de la Cruz, La Orotava e Icod.
 
          Es interesante abrir un paréntesis en el que hagamos referencia a Teobaldo Power y a Santiago Sabina, puesto que ambos nos dejaron valiosas aportaciones, el primero, los Cantos Canarios, y, el segundo, la orquestación de éstos de forma inédita.
 
          En 1943, el popular músico, es nombrado profesor de Armonía y Composición  Contrapunto y Fuga, y Conjunto Vocal e Instrumental del Conservatorio de Música de la capital tinerfeña.
 
          A comienzos de los años cincuenta acudían al café El Águila de la calle del Norte (la actual Valentín Sanz) muchos periodistas y artistas; en medio de ellos se encontraba D. Santiago, ataviado con su gabardina, junto a su amigo D. Rafael Marrero, jugando al dominó. También frecuentaba el mencionado bar un gran profesional, profundamente inmerso en el mundo de la pintura, D. Teodoro Ríos. Este pintor había prometido a D. Santiago pintarle un cuadro y realizó los bocetos en el concurrido establecimiento. Los trazos de la obra definen perfectamente su rostro.
 
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Teodoro Ríos elaboró los bocetos para el retrato del Maestro Sabina durante las tertulias de El Águila 
 
     
           El mismo Sabina, a pesar de que pasó mucho tiempo visitando distintas tierras, manifestaba su inclinación por el mar; prueba de ello eran los dibujos que ejecutaba, sobre el mármol, de los barquitos veleros, los cuales eran motivo de su atención.
 
          Por muchas razones, la labor que llevó a cabo le hizo poseedor  de la medalla de plata de la Ciudad, cuyo reverso tiene grabado el siguiente texto: "Concedida a D. Santiago Sabina Corona por acuerdo de 19-2-53 en reconocimiento a sus méritos".
 
          Un triste y natural hecho vendría a cerrar este capítulo de la historia de la música canaria. El 31 de agosto de 1966, a las cinco menos cuarto de la madrugada, fallecía en su domicilio de la calle Puerta Canseco núm. 28, víctima de terrible enfermedad, D. Santiago Sabina Corona o el Maestro Sabina. La capilla ardiente se instaló en el Conservatorio Provincial de Música. Un lienzo negro y una batuta con incrustaciones de plata, regalo del alcalde de Las Palmas de Gran Canaria., eran los únicos objetos que presentaba el atril, ahora sin la presencia del llorado director, mientras la Orquesta de Cámara interpretaba El Andante de la  Sinfonía número 4 en La Mayor de Mendelsohn, siguiendo las órdenes protocolarias de D. Agustín León Villaverde.
 
          A las cinco de la tarde el cortejo fúnebre abandonaba el área que se le destinó para recorrer las calles de Teobaldo Power, Pérez Galdós, y las próximas a éstas, vías por la que él transitaba en el camino a su trabajo diario, acompañando el trayecto las notas musicales que se desprendían de la Banda Municipal. Previamente a que el cuerpo sin vida del Maestro llegase a su última morada, se ofició la misa de Corpore Insepulto en la parroquia de la Concepción, en cuyo transcurso pronunció una plegaria el sacerdote D. Luis María Eguiraum y tocó el órgano D. Julio Navarro Grau para que algunos miembros de la Coral de Cámara del Círculo de Amistad entonasen el Liberame Domine de Palestrina. Sus restos mortales fueron inhumados en el cementerio de Santa Lastenia.
 
          En el sepelio, familiares, amigos, alumnos, compañeros y representantes de varias entidades y sociedades se dieron cita para brindar un caluroso adiós al difunto personaje de inapreciable talla moral e intelectual. Las numerosas coronas de flores ponían una nota de respeto, cariño y nostalgia.
 
          La valía del desaparecido conciudadano era reconocida en el Archipiélago Canario y en la Península, en la que pasó su juventud entregado por completo a su tarea musical, testimonio del que se hacían eco los noticiarios, llamándonos la atención, por poco frecuente, que, en la mayoría de los artículos, sobre todo los que se publicaron con motivo de su fallecimiento, se resaltaba no sólo la insuperable laboriosidad, sino también, unido a ella, una innegable humanidad.
 
          Con su ausencia parece que también había llegado el final de la Orquesta de Cámara de Canarias, ya que el afecto que le profesaban sus discípulos les llevó a pensar que sin su Maestro el cuadro orquestal no tendría razón de ser, impulso lógico al producirse su muerte. Pero los profesores meditaron su reacción con anterioridad a que le diesen cumplimiento, deliberando continuar el trabajo que él mantuvo durante casi treinta años, resolución que era el mejor homenaje que podían tributarle. De ese modo, Tenerife conserva su agrupación musical que actualmente se llama Orquesta Sinfónica de Tenerife guiada, con gran habilidad, por D. Armando Alfonso.
 
          A los tres años de su fallecimiento, el Excmo. Ayuntamiento de Santa Cruz de Tenerife, en la sesión plenaria del 21 de abril de 1969, decide dedicarle una calle, la transversal a la Avenida del General Mola y Simón Bolívar y paralela a Manuel de Falla, que antes distinguía el rótulo de Felipe Pedrell.
 
          Después de finalizar el itinerario por las líneas que perfilaban su vida y su esfera artística-musical llegamos a la conclusión de que hay que señalar tres características para comprender la importancia del protagonista que hoy nos ocupa: en primer lugar, el habernos legado una copiosa obra en el campo de la música, en segundo término, el saber que Tenerife contó con un hombre de considerables cualidades humanas, y, por último, su proyección musical fuera de las fronteras insulares.
 
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