Los alcaldes Lara y Zárate y el general Perlasca (Retales de la Historia - 149)

 
Por Luis Cola Benítez  (Publicado en La Opinión el 23 de febrero de 2014).
 
 
 
          Los primeros años del siglo XIX fueron calamitosos en Tenerife en cuanto a las subsistencias. La falta de lluvias trajo consigo las malas cosechas y la escasez de los productos del campo hasta límites insoportables. En un Retal anterior ya se trató de las “escaseces y abundancias”, contienda en que las primeras siempre ganaban por goleada.
 
          Era alcalde Simón de Lara Ocampo cuando en marzo de 1800 Santa Cruz solicitó al Cabildo que del pósito general de la Isla facilitara grano para el pueblo, y que se arbitraran medios para proporcionar “los necesarios auxilios a los vecinos y a la guarnición”, que se oficiara a la Real Aduana para que no impidiera el tráfico de víveres entre islas, que no se permitiera la extracción de carbón y que se pidiera al venerable beneficiado que hiciera rogativas “por la mucha falta de agua que se experimenta.” También se fijaron precios para el grano y el pan “por el perjuicio que están padeciendo los pobres” y se recordaron las sanciones por incumplimiento. El Cabildo ofreció unas 60 fanegas de trigo cuyo importe de 250 pesos adelantó de su bolsillo Miguel Bosq, síndico personero de Santa Cruz. 
 
          En esta situación se recibió una desesperada llamada de auxilio desde Gáldar pidiendo grano, del que se carecía en aquel pueblo de Canaria y, a pesar de la suma escasez, recordando que de allí se recibía en ocasiones víveres y carnes, en justa reciprocidad se pusieron a su disposición 50 fanegas de millo. Al poco tiempo igual petición llegó de Garachico que también fue atendida.
 
          Como todas las previsiones a tomar eran pocas, al fondear en la bahía el bergantín San José con pescado salado procedente la costa de Berbería, se ordenó al patrón que desembarcara toda la carga, se prohibió un embarque previsto de cien ceretas de higos pasados y se reunieron cerca de 2.000 pesos para traer de Lanzarote el trigo que pudiera contratarse “para paliar la necesidad pública que se extiende hasta la misma tropa que guarnece la Plaza.” Durante todo el año la principal preocupación del ayuntamiento fue el abasto público, no sólo para el pueblo y la tropa, sino para más de medio millar de indigentes llegados a Santa Cruz de todos los lugares de la isla y que deambulaban por las calles buscando qué comer.
 
          La situación no mejoró el siguiente año y se pensó traer grano del extranjero aprovechando las aportaciones en efectivo que algunos ciudadanos estaban dispuestos a hacer para que se vendiera al costo, y se nombró a Juan Evangelista Casalón depositario de los fondos, empréstito que tardaría muchos años en devolverse. La situación se agravó cuando se supo que en Cádiz se había declarado una epidemia de peste, acordándose que los barcos de aquella procedencia guardaran cuarentena y hacer novenario a San Sebastián para que librara de la enfermedad a estas islas. Lo de las cuarentenas siempre resultaba relativo. Cuando el mes de febrero el nuevo corregidor Marcos Herrera llegó en un parlamentario inglés al que había ofrecido 1.000 pesos para que lo desembarcaran aquí, junto con otros dos navíos con harina y aceite, se le pasó a uno de los barcos fondeados en la bahía para que cumpliera la cuarentena prescrita, pero a los pocos días ya estaba en La Laguna. Y, ¿quién se atrevía a impedírselo?
 
          El comandante general Perlasca, presidente de la Junta de Abastos constituida, exigió a los cosecheros la entrega del diezmo del grano para suministrar a la guarnición, y en los momentos más difíciles el alcalde Simón de Lara le pidió varias veces algunas fanegas de trigo para los vecinos. Cuando en 1802 le sucedió en la alcaldía el Lic. José de Zárate, reconoció que “se le están debiendo al Rey 116 fs. de trigo con el que se ha podido surtir de pan a la mayor parte de los vecinos”. Las relaciones con el general parece que no estaban en su mejor momento. Cuando Zárate le pidió que, dada su escasez, prohibiera la exportación de papas, Perlasca contestó que para ello debía demostrar el Ayuntamiento que la medida correspondía a dicha escasez y “no a la falta de providencias activas para su abasto.” Además, reconvino al alcalde para que prestara mayor atención al suministro del pan y para que ejerciera mayor vigilancia en la limpieza de las calles.
 
          Tenerife, y Santa Cruz en particular, se veía obligada a sobrevivir con sus precarios recursos, pues ninguna ayuda podía esperarse de la Península, no obstante lo cual nunca la negó a otros dentro de sus posibilidades. Por no llegar, no llegaban ni noticias. Ya lo decía Juan Primo de la Guerra por aquel tiempo: “Los correos son al presente muy raros, y casi se posa el año sin que entre embarcación de España.”
 
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