El alcalde Oramas y el intendente Cevallos (Retales de la Historia - 147)

 
Por Luis Cola Benítez  (Publicado en La Opinión el 9 de febrero de 2014).
 
 
          En 1715 era alcalde de Santa Cruz Luis Oramas y Villarreal, nombrado por el corregidor Jaime Jerónimo de Villanueva. Lo sería durante ocho años, hasta 1723, por lo que le tocó intervenir en los hechos que dieron lugar al trágico fin del intendente Juan Antonio de Cevallos.
 
          Cevallos llegó en 1718 ostentando un cargo de nueva creación que en principio le revestía de amplios poderes en justicia, finanzas y guerra, en teoría como interventor junto al capitán general, aunque lo cierto era que sus cometidos colisionaban con las atribuciones de la Audiencia, del corregidor y del mismo comandante general, por lo que su llegada no podía ser del agrado de ninguno de ellos. Los roces comenzaron desde el primer momento y al intendente no se le ocurrió otra cosa que proponer al Rey la remoción del general. Y este fue, como bien señala Cioranescu, su primer error.
 
          Recién llegado solicitó al Cabildo de la Isla un solar contiguo al desembarcadero de la Caleta de Blas Díaz para la construcción de oficinas y almacenes, inicio de lo que después sería la Casa de la Aduana, primer edificio público oficial del Lugar y Puerto. Comenzadas las obras, el intendente consideró que el espacio era insuficiente para sus necesidades y prolongó el solar hacia el lado del mar, sobre la plataforma de la Concepción, a la que no sólo fue necesario habilitarle un nuevo acceso, que resultaba insuficiente, sino que vio inutilizada parte de sus defensas. Informado de ello el capitán general Juan de Mur, desde La Laguna ofició al intendente exigiéndole la interrupción de las obras y la construcción del edificio quedó paralizada durante años, hasta que hacia 1743 fue concluido por el comandante general Andrés Bonito Pignatelli.
 
          Otro motivo de discrepancia pudo tener su origen cuando propuso la creación de un correo oficial, para evitar la norma de que toda la correspondencia que traían los barcos tenía que pasar antes de su distribución por manos del comandante general. La propuesta no fue aceptada, posiblemente por informe desfavorable de Mur, al que ninguna gracia le haría el verse privado de dicho sistema de control.
 
          En medio de esta tensa situación, Cevallos sorprendió en su casa a un esclavo yaciendo con una mujer natural de Güímar, conocida en el ambiente de la Caleta y  apreciada por marineros y trabajadores del desembarcadero. Inmediatamente los apresó, pretendiendo exponerlos a la vergüenza pública amarrados a unas argollas en  las paredes del cercano castillo de San Cristóbal. La mujer propuso a Cevallos que vendería una propiedad suya en Güímar ofreciéndole el producto, y que se casaría con el criado, lo que amparaba la ley, oferta que no aceptó el intendente, que exaltadamente pidió al alcalde Oramas que los juzgase y condenase de inmediato. Pero esto no entraba en las atribuciones del alcalde, pues sólo podía instruir la causa y presentarla al corregidor, que si bien condenó a destierro a la mujer la sentencia llegó tarde.
 
          Pero Cevallos no estaba dispuesto a esperar y por su cuenta dictó sentencia de azotar a la pareja. Las gentes de la Caleta y muchos otros pensaron que el intendente podía hacer lo que quisiera con su esclavo, pero no con la mujer, que era mujer libre. El alcalde Oramas, dando la cara, acudió a casa del intendente y negoció con los que la sitiaban que le dejaran entrar y les restituiría a la mujer, pero la entrevista se alargó más tiempo del conveniente ante la intransigencia de Cevallos y, mayor aún, la de su mujer. Mientras en las salas altas se discutía una solución, que ante la frustración del alcalde nunca llegó, el intendente ordenó que azotasen a la mujer. Al enterarse la multitud concentrada bajo las ventanas, comenzó a arrojar piedras una de las cuales hirió a Cevallos aunque no de consideración. El alcaide del castillo, intentando diezmar a los amotinados disparó una pieza, lo que en contra de lo pensado soliviantó más al pueblo.
 
          Había acudido también a la casa del intendente el párroco de la Concepción, portando las sagradas formas para intentar así detener a la turba, pero todo fue en vano. La casa fue asaltada y Cevallos arrastrado y golpeado quedó inconsciente y al poco tiempo falleció a consecuencia de los golpes.
 
          Cuando el general Juan de Mur llegó de La Laguna explicando su retraso porque había tenido que hacer parte del camino a pie por rotura de su coche, todo había acabado. Su justicia fue terrible: una docena de ajusticiados cuyos cuerpos fueron expuestos en las almenas del castillo, otros tantos a galeras de por vida y otros  muchos detenidos.
 
          Sin duda, una de las páginas más negras de la historia del pueblo.
 
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