El vino: Fuente de problemas... y de soluciones (Retales de la Historia - 145)

 
Por Luis Cola Benítez  (Publicado en La Opinión el 26 de enero de 2014).
 
 
 
          Dicen los entendidos, los auténticos degustadores, que en el vino hay sabiduría. Es cierto pero, como siempre ocurre, todo es relativo según el uso, el momento, los intereses y las circunstancias.
 
          El vino forma parte de la lista de “monocultivos”, desde la orchilla hasta el turismo, que han incidido en las etapas más prósperas de la economía canaria, y los vinos de Tenerife merecieron los más encendidos elogios universales, de lo que dejó testimonio el mismo William Shakespeare. Codiciados por todos, su reclamo hizo acudir a Tenerife a singulares personajes, especialmente anglosajones, interesados en su comercio, no siempre en ventajosas condiciones para los productores de los apreciados caldos, cuya calidad aparentaban desdeñar de palabra los interesados compradores para lograr ínfimos costos, mientras que a cambio ofrecían géneros a elevados precios. Esta táctica comercial llegó a soliviantar al pueblo dando lugar al famoso e insólito “derrame del vino” de 1666 en Garachico, hartos los agricultores de que no se valorase debidamente su producto. Veintidós años después empezaron los problemas en la exportación de vino a las Indias, cuando se estableció el tributo de cinco familias a América por cada cien toneladas de permisión.
 
          Poco a poco los extranjeros se fueron haciendo con gran parte de la exportación de vinos que compraban a los cosecheros del país, pero como en todos los puertos de mar el consumo local no era despreciable pronto empezaron a vender al menudeo con las consiguientes protestas de los bodegueros y venteros del pueblo. En 1731 el alcalde, Antonio Tomás de Castro Salvatierra, puso en vigor una provisión que prohibía a los extranjeros la venta de vino al detalle, pero entonces fueron estos los que protestaron y moviendo sus influencias, que no eran pocas, lograron que el corregidor les apoyara y suspendiera de su cargo al alcalde. Castro apeló a la Real Audiencia que falló a su favor, pero el corregidor, a su vez, apeló la sentencia. El pleito se prolongó durante veinticinco años, siempre a favor del alcalde depuesto y de los vendedores locales.
 
          En alguna ocasión el vino sirvió de moneda de cambio. En 1743, siendo comandante general Andrés Bonito Pignateli, dada la penuria que se padecía, a pesar de estar en guerra autorizó la entrada de géneros de Inglaterra siempre que se hiciera bajo pabellón neutral, pero ello no quería decir que los corsarios ingleses dejaran de hacer de las suyas en aguas canarias. Apresaron dos barcos con carga de trigo que ofrecieron a buen precio y fueron entregados en Santa Cruz, pero con la condición de que se les permitiera proveerse de vino por la costa de El Sauzal, a lo que accedió el general.
 
          Otro problema se debía a la tentadora fama de los vinos isleños para los hombres de la mar especialmente después de una larga travesía. Cuando en 1778 llegó de Indias la escuadra al mando de Antonio de Ulloa, que se abasteció de agua y víveres por más de cien mil pesos, los marineros en tierra se dieron tanto al vino que fue un serio problema su reembarque, retrasando la salida de la escuadra hacia Cádiz.
 
          También fue problema la pretensión del Cabildo de imponer precio de venta al vino -postura-, lo que siempre había sido competencia del ayuntamiento, hasta que en 1786 la Audiencia asignó la materia de abastos a la municipalidad, pero poco después los bodegueros de Santa Cruz se quejaban al alcalde mayor López Lago de que el ayuntamiento del puerto había fijado una postura para el vino inferior a la de La Laguna.
 
          Pronto, a caballo entre los siglos XVIII y XIX, alguien advirtió que el vino podía aportar soluciones en forma de ingresos a las exhaustas arcas públicas aplicando un recargo al consumo, con destino a las reparaciones del muelle en 1800, con un impuesto de 4 reales de vellón al mes a las bodegas que vendían al menudeo. También cuando se solicitó al Consejo de Castilla la concesión del arbitrio de 4 maravedíes por cuartillo de vino o aguardiente para dotar médico y maestro de primeras letras.
 
          Pero la mayor contribución del vino fue, paradójicamente, a favor del agua. En 1813 ya se había impuesto tasas al vino y licores para la reparación de los canales de abasto, pero fue a partir de 1827, al comenzar la sustitución de los de madera por los de mampostería, cuando el impuesto sobre el vino y licores aportó la ansiada solución, calculándose que el arbitrio podía producir unos 3.000 pesos al año.
 
          Señalaba el profesor Cioranescu con su fina ironía, que tal vez no hubiera sido tan rentable la solución contraria, es decir, un impuesto sobre el agua para ayudar a la producción de vino.
 
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