Las huertas del Toscal (Retales de la Historia - 121)
Por Luis Cola Benítez (Publicado en La Opinión el 11 de agosto de 2013).
Hasta finales del siglo XVII Santa Cruz ocupaba un área que a Poniente apenas rebasaba la calle de las Tiendas -hoy de la Cruz Verde-, mientras que hacia el Norte parecía que se había estancado al llegar a la calle San José. Fue después de fundado el convento franciscano de San Pedro de Alcántara cuando el caserío comenzó a extenderse hacia las tierras conocidas por Las Toscas o Los Toscales, dando lugar a la primera expansión urbana del Lugar y Puerto, para lo que tuvo que encontrar la forma de salvar las barranqueras que bajaban desde el monte de Las Mesas, especialmente los barranquillos de Guaite -luego de los Frailes o de San Francisco- y el de San Antonio.
La familia Párraga, propietaria de casi todas estas tierras, las dividió en tres partes y conservó una en su poder, de la que cedió la mitad a la Esclavitud del Cristo de La Laguna, que procedió a vender por parcelas. Así comenzarían a levantarse las primeras casas que iniciarían las calles San Francisco y San Juan Bautista, y otras repartidas más o menos anárquicamente por los demás solares sin planificación alguna.
Algunos aprovechaban las escorrentías del invierno para sus huertas, pero cuando a partir de 1706 se trajo el agua de los nacientes de Monte Aguirre, comenzaron a hacerse pequeños estanques para asegurar el riego. Muchos terrenos se aprovecharon para cultivos y así nació en El Toscal la que puede considerarse primera zona agrícola de Santa Cruz. Hasta la ermita del Pilar, cuya construcción comenzó hacia 1752, llegó a tener dos huertas en la zona.
Una de las más famosas fue la del capitán Pascual Ferrera, personaje que había contribuido con una aportación de 1.600 reales y la administración de los trabajos de construcción y posteriores reparaciones de los canales de madera por los que venían las aguas, en remuneración de lo cual le fue concedida por el Cabildo una data de medio real de agua para el riego de su propiedad. Pascual Ferrera era abuelo de Domingo Vicente Marrero Ferrera, alcalde de Santa Cruz cuando el ataque de la escuadra de Nelson en 1797. El nombre antiguo de la calle San Vicente Ferrer era "calle del capitán Pascual Ferrera", por tener su huerta en aquella zona, pero al hacer proliferar el ayuntamiento tantos santos en la nomenclatura del callejero del barrio se reconvirtió en su denominación actual.
En 1797 ya existían en El Toscal nada menos que 35 casas edificadas, algunas más o menos alineadas con las incipientes calles y la mayor parte desperdigadas, y entre las muchas huertas que allí habían destacaban cuatro por su importancia: la de Falcón, arrendada a los herederos de Pascual Ferrera, la del veedor Pedro Catalán, la de Parrado y la de Casalón. Luego, la famosa de Megliorini, en la que se plantaron las primeras cepas de cochinilla, que durante varios años del siglo siguiente constituyó el principal producto de exportación, huerta situada en Santa Rosalía, con entrada también por San Juan Bautista. A partir de 1818 se prohibió que el agua corriera libremente por las calles y se comenzó a canalizar con atarjeas soterradas, prometiendo el suministro a los que contribuyeran a las obras.
La fama de las huertas de El Toscal debió traspasar las fronteras del barrio y aún de la población, pues en 1847 hay constancia de una petición de unos vecinos de Tacoronte al alcalde de Santa Cruz, pidiendo licencia para hacer huertas en los solares de tres casas ruinosas en la calle Santiago, siendo a su cargo el derribo de las mismas. La contestación municipal no deja de ser pintoresca, pues si bien les informan que no pueden derribarse casas a menos de que sea para levantar otras nuevas, les dice que si cierran el frente con pared con puertas y ventanas pueden dedicar el interior al uso que deseen.
Otro caso curioso: en 1815 el administrador de Correos, Juan Fernández Uriarte, rellenó y aplanó por su cuenta parte de la calle Santa Rosalía con tierra sacada de un estanque que estaba haciendo en su huerta. Los vecinos protestaron airadamente porque ya no podrían aprovechar el agua que corría por allí, todo, decían, por el capricho de un señor empeñado en que la calle fuera calle y no barranquera como lo había sido siempre.
Pero tal vez el más pintoresco, que mucho dice de la cordial relación entre autoridad y vecinos, es cuando el alcalde expone que según sus noticias un propietario ha ampliado su huerta ocupando parte de la calle, y comisiona al procurador síndico para resolver el caso. En la sesión siguiente el procurador rinde cuenta del encargo y dice que ha hablado con el vecino en cuestión, que le ha manifestado que no debe preocuparse, porque en cuanto recoja las papas volverá a sus linderos correctos. Y la explicación del vecino mereció la aprobación de la junta municipal.
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