"Allá nos espera cantando la gloria..."

Por Enrique Roméu Palazuelos  (Publicado en El Día el 29 de junio de 1997).

  

               - Pan comido, lo aseguro, señores. - Lo repetía el capitán Bowen.

               - Más divertido que esta cansina situación ante Cádiz, que ni...”, -le cortaba Horacio Nelson-. “Almirante, déme unos navíos y tomo la plaza y añado laureles a las glorias de nuestra escuadra... Este bloqueo sin lucha, me fastidia”.

               - ¡Calma contralmirante, calma! Por el momento, habréis de prepararos para ir a la ciudad, que sus autoridades nos invitan a una fiesta de toros.

               - ¿De toros... qué será eso?

               - Lo ignoro, pero descortesía será nuestra ausencia.

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          A Cádiz fueron. Las guerras tenían aún corteses episodios. Hermosa tarde de primeros de julio... en la plaza de toros llena de abigarrada turbamulta, con deseos de admirar o abuchear a los toreadores... Militares, petimetres, mozos, críos y damitas, reidoras y parlanchinas. Atendamos al charlamento de dos lindas gaditanas:

               - ¿Sabes tú si vendrán los ingleses?

               - Yo me pienso que sí, son muy orgullosos y pueden creer que pensamos que tienen miedo. Me ha dicho Ramoncito Churruca que en uno de los barcos viene una mujer.

               - ¿Qué dices, una mujer? 

               - Sí, es la esposa del capitán. Son recién casados y le han permitido...

              - Hija, ¡qué vergüenza! Una mujer sola en un barco, con un montón de hombres comiéndosela con los ojos! Yo, ni pensarlo.

              - Pues a mí no me importaría.

              - Porque tú eres muy coqueta.

               - Mira que te araño. ¿Yo coqueta? No sino para estar al lado de mi marido, que ya sabes que los marinos, una novia en cada puerto. Ahí tienes a ese que llaman Nelson, que no sé en qué sitio conoció a la esposa de un señorón y se la quitó.

               - Hija, ¡cuánto sabes!

               - Me lo ha dicho Ramoncito.

              - ¿Te dijo si vendrá ese Nelson?

              - No, pero mira, ahí entran algunos. ¡Qué fachendosos y no me mires que me manchas. Te aseguro que les sonreiré y haré guiños...

              - Por algo digo yo que eres una fresca... ¡Ay, ay! ¿Por qué me pellizcas?

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          No les gustó a los ingleses la corrida de toros. Lo comentaban en la cámara del jefe. Hablaba Nelson.

               - ¡Horrible, cruel y desagradable! ¡Los pobres toros sangrando, y los caballos con las tripas fuera...!

          Replicaba Fremantle, el recién casado.

               - También nosotros con las cacerías de zorros…

               - Pero los gritos de esa gente, los insultos de los borrachos... ¡Si hasta las mujeres de piel oscura y ojos negros nos miraban y sonreían...! Una me guiñaba los ojos con picardía...

               - Suerte, querido Horacio y que no se entere Emma.

               - ¡Déjate de bromas! Almirante, insisto, aquí me estoy pudriendo. Déme unos navíos y tropas de desembarco y le entrego ven cida Santa Cruz de Tenerife, aunque estén advertidos y por muchos castillos que tengan.

          Volvía Jervis a pedir a Nelson calma y éste a suplicar…, hasta que se rompió el cántaro de la paciencia de Jervis.

               - Bien, Horacio, convocaré a consulta a los comandantes de los navíos que podrían intervenir y usted les expondrá sus planes y resolveremos.

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          Despachaba Juan Aguilar barriles con harina a las mujeres que hacían el pan para la tropa. Con una libretilla en las manos, anotando las partidas que salían, que Pedro Cathalan y Hervera, veedor o intendente de la gente de guerra, le llevaba bien las cuentas. Mañanita del 22 de un mes de julio, que se presentaba bonita, pero con mucho calor. Apercibió Aguilar extraños movimientos por la marina y el castillo. Gente que señalaba algo en la lejanía del mar. Preguntó a uno que volvía:

               - ¿Qué ocurre?

               - Hay que dar la alarma. Se ven navíos en la lejanía. Pueden ser enemigos.

          Ya se movía la gente como hormigal asustado. Barahúnda de gritos, de preguntas. ¿Serían los ingleses?

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